Publicada hace 36 años, en 1966, cuando el escritor sólo tenía 34 años y había publicado sólo una parte mínima, pero ya significativa, de lo que sería su vasta y multifacética obra, la Autobiografía precoz de Juan García Ponce es un documento revelador de las fuentes y ejes conceptuales de la obra del autor, aunque en cierto modo resulta más interesante por su valor profético y augural que por su elocuencia en el género de las memorias. Cuando el joven Juan García Ponce escribió este ensayo autobiográfico no era aún el autor titánico de una obra inconmensurable. También cabe decir que en 1966 Juan García Ponce todavía no había caído víctima de la enfermedad que lo ha ido paralizando progresivamente.
El ensayo se compone principalmente de dos vetas orgánicas: de un lado, un conjunto de reflexiones o meditaciones que ayudarán al lector a comprender el arte de la novela y la idea de la prosa que impulsa al autor. Del otro, una serie de recuerdos originales y de memorias de infancia y juventud que presentan un retrato del artista adolescente. Al primer rumbo, habría que añadir ensayos como “Arte y autotrascendencia”, o algunos tramos de la conferencia dictada por el autor en la serie “Los narradores ante el público”. En el segundo rumbo, cabría asociar a esta autobiografía los papeles reunidos en personas, lugares, anexos.
Juan García Ponce publica en plena juventud esta Autobiografía precoz. Tiene en su haber algunas narraciones, como Figura de paja, La noche, Imagen primera y La casa en la playa, la crítica de arte Paul Klee y las traducciones de La larga marcha de William Styron, además de Eros y civilización de Herbert Marcuse; ha publicado ya los ensayos Cruce de caminos y la obra teatral El canto de los grillos. Como recuerda Huberto Batis en su amplio prólogo, la invitación a escribir este ensayo autobiográfico le fue hecha por Emmanuel Carballo, quien desde el sello de Empresas Editoriales animó a autores como Sergio Pitol, Salvador Elizondo, Juan Vicente Melo, Raúl Navarrete, Carlos Monsiváis o Marco Antonio Montes de Oca a producir este género de testimonio. García Ponce redacta su ensayo autobiográfico “en medio del camino de la vida” entre los 33 y 34 años: cuando el impulso de la primera juventud desemboca en el delta de la edad madura. El texto interesa por varios motivos: porque, en él, el escritor intenta dibujar su genealogía, su ambiente familiar, su infancia, sus primeras lecturas y sus primeros amores; porque a este primer dibujo, que llamaremos junto con el autor de orden mítico pues que la infancia es común y universal y en cierto modo invariablemente anónima, sigue una segunda trama más personal: la que delinea el origen y el método de su vocación como artista y escritor. Vocación ésa es la palabra que conviene para designar el llamado que lo arranca de la edad estética y contemplativa que es la infancia, y lo lleva a la edad crítica y ética a mirarse en el espejo de la palabra.
¿Cómo ha surgido el espejo de la palabra en la persona llamada Juan García Ponce? Desde luego al impulso y al calor de las primeras lecturas (Tarzán, Karl Marx, Victor Hugo, Alejandro Dumas y luego Dostoievski, Marcel Proust y, ya entonces, Thomas Mann, Rilke, Robert Musil, Borges, Paz). Primeras lecturas que conducen al joven lector a un reino inmemorial, a un más allá espiritual que deriva su fuerza e inmanencia de un ahondar y profundizar el aquí, pero el aquí de un presente en cierto modo ahistórico y poético, ya que en principio, parafraseando a Juan García Ponce, es realizar el presente en la obra, trascender la circunstancia,potenciarla para abolirla. Escribir es necesariamente ponerse al margen, ubicarse fuera del aire anecdótico y cultural. Por eso cabría decir que, en Juan García Ponce, ese espejo de la palabra se fue puliendo y abrillantando mucho antes en los años de felicidad que vive en la infancia. De hecho, la literatura aparece en Juan García Ponce como una forma de (re)crear y profundizar el misterio de la vida. Misterio es una palabra que se reitera en el teclado conceptual de García Ponce. Es una palabra que remite al ámbito religioso y poético y que convoca una voz paralela: reverencia. Es la reverencia implícita del narrador ante los hechos que cuenta; la atención reverente de los lectores ante las aventuras de los personajes puntualmente transcritos por él la que nos mueve a escribir estas líneas.
Esta fidelidad al misterio de la vida, esta necesidad de darle continuidad y forma a la vida contemplativa, este ir creando las condiciones concretas para que se dé la práctica de la contemplación mediante la creación de la palabra, a pesar de todos los peligros y dificultades internas, es uno de los argumentos que esta Autobiografía precoz realmente precoz dibuja en el revés de su trama. Porque uno de los rasgos de estas memorias es la sencillez, la facilidad aparentemente sin riesgos ni complicaciones, que lleva al contemplador solitario de las casas con patios inmensos y jardines misteriosos en Mérida o Campeche a sus habitaciones y estudios de joven escritor en la ciudad de México, y luego a otras ciudades como Nueva York. La facilidad, la espontaneidad con que García Ponce sigue la pendiente de su propia vocación es uno de los rasgos más singulares de este texto, en que se combinan los retratos familiares con las lecturas formativas y con un credo estético muy tempranamente manifiesto y consciente. El joven escritor no sólo sabe que va a ser escritor: también sabe qué tipo de escritor aspira a ser entre los cientos de modelos que le proponen la historia y la tradición literaria. Y sabe igualmente, al parecer, qué tipo de lecturas precisa para realizar, como un alquimista, las transmutaciones y transfiguraciones necesarias que lo llevarán a crear, combinando sueños y experiencias, esas experiencias límite, esos sueños de segundo grado que serán las obras de su plenitud y madurez, donde se enlazan el rumor de la memoria y el rumor del sueño.
Ésta no es la primera vez que leo este texto. Lo leí hace treinta años, en 1972, cuando Huberto Batis, en su clase en la Facultad de Filosofía y Letras, nos pidió a cada uno de sus alumnos que escribiéramos una autobiografía. Pero, ¿cómo escribir unas memorias si apenas teníamos, ya no digamos memoria, sino apenas conciencia? ¿Cómo hacer una autobiografía cuando, por así decir, apenas si habíamos vivido? Huberto nos animaba diciendo que miráramos las autobiografías de Elizondo, García Ponce y los otros arriba mencionados. Yo leí varias de ellas, y por supuesto la de Juan García Ponce, que me impresionó por la limpieza y limpidez de su dibujo y por la sabiduría narrativa disfrazada de modestia que mostraba, describiendo lo esencial sin aspavientos ni desplantes grandilocuentes. Otra cosa que me llamó la atención, y aun creo que me influyó poderosamente, fue la naturalidad con que García Ponce prescindía de maestros o guías, la desenvoltura con que, sin sentirse ni huérfano ni expósito, asumía casi como un don, como una oportunidad, la soledad. Ésta es quizá, para mí, una de las lecciones principales de este breve buen libro, en que se disimula una poética y un método: la capacidad de transfigurar en abrigo la intemperie por virtud de una fe inquebrantable en la vocación: fe en esa voz que llama y manda: lee y escribe, lee para escribir un día, escribe para leer y descifrar la melodía silenciosa que los cuerpos y los sueños arman con esa sintaxis que llamamos la vida. Entre las líneas de esta vida transcrita y recordada se deja oír el mandato, la consigna apremiante que llevará al artista a salvar los rostros del mundo mediante la mirada inteligente de la voz.
Releer la Autobiografía precoz que Juan García Ponce escribió a los 34 años, hoy en el 2002, cuando el autor cumplió 70, es una invitación a evocar un diálogo imaginario entre el joven escritor crítico, llamado a crear una obra, y el adulto en la plenitud de la obra ya realizada. Ese diálogo sería sin duda un diálogo cruzado con medias palabras y miradas cargadas de intención, un diálogo iluminado por la complicidad de los que guardan un secreto, único y a la vez innumerable: ¿Cómo traducir la sintaxis de los cuerpos, las frases de las pasiones encontradas en la danza ritual de la narración? ¿Cómo transmutar la vida activa en vida contemplativa? ~
(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.