La televisión es más interesante que las personas. Si no fuera así, tendríamos personas paradas en nuestras recámaras. Encenderla a la misma hora y en un canal determinado es el equivalente al rezo moderno y es tan indispensable que, cuando te la desconectan o se va la señal, el corte es comparable al de una operación de próstata: después del tijeretazo, te han quitado un poco más de la mitad de la diversión adquirible. La radio es una presencia menos contundente, pero con un considerable potencial de agitación social. Del incidente con el que Orson Welles hizo creer a los radioescuchas que los marcianos habían descendido sobre su pueblo, me quedo con los que realmente salieron despavoridos de sus casas. Creían que, escondiéndose en la gasolinera del pueblo, los marcianos jamás podrían encontrarlos. Se escucha el radio en el automóvil en la misma manera en que uno se mete un dedo a la nariz: con una mezcla de distracción e indolencia, aunque con la certeza de extraer algo de ahí. En las casas, la radio se usa como la música de fondo. Pero opera al revés de la música de fondo en las películas, que se usa para dramatizar algún momento clave. En las casas, la radio es una música de fondo que desdramatiza la vida de las amas de casa. Y, por último, la prensa escrita es un espacio de rituales matutinos, que se hojea con paciencia para detenerse en tal o cual frase, en los pies de foto y en los cartones. Todo lo que suene a denuncia o a sorna es leído con compulsión. La existencia del alarmismo en la prensa escrita es la evidencia de que, por lo menos, la sociedad que la sostiene tiene claridad sobre que nadie puede decirle dónde comienza el periodismo responsable.
Digo todo esto porque ya veo venir a los políticos en campaña para las elecciones intermedias del 6 de julio. En esta ocasión serán los medios el gran tema. Ya hay indicios de que ahí será la contienda central debido, entre otras razones, a la extraña relación que el Presidente, el Secretario de Hacienda, los partidos y el Congreso tienen con los periodistas, sus empresas, y sus obsesiones. Según estos políticos, el periodismo tiene que ver con la verdad. Pues se equivocan o nunca han leído un periódico. No tiene mucha ciencia: la cosa en los medios se mueve si es informable, no se mueve si carece de interés. Si es verdad o mentira, si ofende y ofusca, eso es parte del tema. El tema se continúa, aguanta desmentidos, reacciones, sigue durante meses o se desvanece en dos días. Si un candidato dice que el país sí va a crecer al siete por ciento y otro se cae de ebrio por el barandal de la casa de campaña, el que aparecerá en los medios será este último. ¿Entendieron?
Aunque, a estas alturas, los candidatos se preguntarán, ¿pero cómo hago para que me hagan caso los medios?
Si usted tiene un partido donde el presidente, el coordinador de la fracción parlamentaria y el dueño de la compañía que contrató para hacerle la publicidad es usted mismo, jure que aparecerá varios días.
Si usted declara que la única mujer dentro de la que ha estado es la Estatua de la Libertad, que el sida es un invento de las empresas de látex, y que las relaciones intermaritales son repulsivas, le garantizo un día.
Si llama a una conferencia de prensa disfrazado con una peluca y grita: “Yo soy Carlota Robinson”, una portada.
Si usted tiene un partido, una cadena de farmacias, una asociación contra la corrupción, y una alianza con el pri, haga un escándalo aprovechando todas esas posiciones. Se le sugiere tomar el problema del abasto de medicinas como un acto de corrupción o corromper la cadena de farmacias con el abasto de los partidos, o incluso deshacer la alianza a la mitad de la campaña y tomar por la fuerza la Farmacia París.
Haga parte de su programa de campaña la idea de la decapitación inmediata a los delincuentes en flagrancia, de la decapitación en etapas a los reincidentes, y de la decapitación semanal a los menores infractores.
Defiéndase de algo de lo que nadie lo haya acusado y presente una denuncia en contra de sí mismo.
Engorde hasta explotar, póngase un gorrito con cascabeles, y llegue beodo a su cita con los reporteros. Hable de la forma en que ha conservado, contra viento y marea, su dignidad.
Busque el debate televisado. En la tercera réplica, quítese la ropa.
Haga confesiones. “Lo mío es lo del cantautor y me voy a gastar el presupuesto de mi bancada en un videoclip.” “¿Hijo del gobernador? No, si a mí nada más me reconoció para darme un apellido. Soy hijo del Beto Pelotas.” “Yo ni voy a hacer campaña, ni voy a estar ahí en las sesiones, ni nada de comisiones. Es más: en esta legislatura, no pienso salir del bar.” “¿Legislar? Pos, ¿no es aquí donde te dan coche con chofer?”
Anuncie que terminará con el problema de la basura en las calles. Delante de los medios, ubique una bolsa, ábrala y cómase el contenido.
Estas fórmulas ya han sido probadas, por lo que le garantizamos su aparición en los medios. Y, señores, los periodistas no son los que eligen, ésos se llaman electores. Los de la credencial con fotografía, ¿recuerdan?, ésos son a los que tendrán que convencer. Y, por último, una idea: no leer los periódicos, ni escuchar la radio, ni ver la televisión es válido sólo si usted es místico tibetano. Se lo digo porque, ¿adivine qué? Si usted apaga la tele, la transmisión sigue ahí. ~
El señor del suspense / y 10
Última entrega de la serie sobre el cine de Alfred Hitchcock.
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