Sobre bufones y payasos

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"Sin poner freno a la lengua, alborotaba. Sabía muchas palabras groseras por disputar, no de un modo decoroso, con los reyes. Fue el hombre más feo que llegó a Troya, pues era bizco y cojo de un pie. Tenía los hombros encorvados sobre el pecho y la cabeza puntiaguda, cubierta por una cabellera rala y sarnosa". Escrita hace casi tres mil años, esta es una de las descripciones más antiguas de un payaso. Se trata de Tersites y su breve aparición en el segundo canto de La Iliada. En esta escena, nuestro singular personaje se levanta, interrumpiendo el consejo de guerra, para increpar al general Agamenón. Después de vejarlo, invita a los soldados a que vuelvan a sus casas y dejen de aumentar las riquezas de los reyes. Ulises lo calla con un recurso muy eficaz que sigue utilizándose en las rutinas de los cómicos: le da un zape. Todos revientan en carcajadas.
     Sabemos que Tersites distaba de ser un guerrero valiente y que divertía a las tropas con sus gesticulaciones, diálogos grotescos y burlas, siempre dirigidas a las gentes poderosas. Shakespeare lo revive, como bufón isabelino, en Troilo y Crésida (esa oscura comedia sobre el absurdo de la guerra que por equivocación de algún editor aparece en la lista de sus tragedias). El bardo es más generoso con él, ya que le permite hablar sin que nadie lo golpee. "¡Lubricidad, lubricidad, siempre guerra y lubricidad!", grita Tersites mientras cruza el campo de batalla a tropezones.
     El paradigma del bufón impertinente que no reconoce ninguna jerarquía política o social reaparece con frecuencia no sólo en la galería de los personajes shakespearianos, sino en la dramaturgia de varias épocas. Además de los bufones isabelinos y españoles, están todos los arlequines con sus incontables mutaciones. Es una familia grande. Pese a no ser muy agraciado, Tersites encontró la manera de engendrar una prole bastante numerosa y sumamente fértil.
     Las características de estos personajes son muy claras: siempre sienten la obligación de violentar el orden establecido, provienen de los estratos sociales más bajos y generalmente encuentran la forma de poner en evidencia los defectos de los demás. Aunque acusan una marcada debilidad por la obscenidad, sus observaciones no dejan de tener alguna enseñanza, siendo común que tengan razón en lo que dicen. Provocan la risa de unos y la indignación de otros (un buen cómico siempre tiene que ofender a alguien, sino probablemente no sería chistoso). Sus blancos predilectos son los ricos, los gobernantes, los enamorados, los cornudos. Demócratas precoces, no es extraño que su familiaridad de trato y su liberalidad los coloquen en situaciones peligrosas.
     En los escenarios populares de México, esta especie vivió una época dorada. Las carpas no sólo engendraron a los célebres Cantinflas y Tin Tan sino también a Palillo, Chicote, Chaflán, Panseco y Mantequilla (por mencionar a algunos, ya que la lista es infinita). En una sociedad injusta y jerarquizada, estos personajes encuentran su hábitat natural.
     Sin embargo, me llama la atención que no hallan dejado una huella más profunda en nuestra literatura dramática. Tal vez este desencuentro no deba sorprendernos y sea el resultado normal de un distanciamiento entre la cultura masiva y el teatro. De cualquier modo, habría que señalar algunas obras del repertorio moderno, como Esperando a Godot, que parecen estar escritas especialmente para nuestros bufones impertinentes. ¿Podemos imaginar una puesta de Godot con Cantinflas y Tin Tan haciendo a Vladimir y Estragón? Yo pienso que sí. Me viene a la mente también la enorme influencia de los hermanos Marx en las obras de Bertolt Brecht.
     En el Manual del actor, un diccionario que reúne la terminología teórica del gran maestro de la actuación Konstantin Stanislavsky, no aparecen las palabras comedia, bufón, payaso, risa o humor. Probablemente, estas omisiones se deben a que el actor y director ruso, padre del modelo psicológico de actuación, no le daba demasiada importancia a estas figuras en sus enseñanzas. Por otro lado, Stanislavsky sigue siendo la influencia más importante de la pedagogía teatral. ¿Acaso nos ha enseñado a desdeñar a la comedia y a los cómicos? –
      Dos versiones de payasos en cartelera: para los estetas, el Circo erótico, con su delicado striptease de hermosos payasos, está por concluir su temporada en el Centro de las Artes. Para los de gusto más grueso, la divertida puesta de Carlos Corona y Marco Antonio Silva sobre el clásico de Jarry, Ubu Rey, continúa su temporada en ese pequeño y heroico teatro del Centro Cultural Helénico que se llama La Gruta.

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(ciudad de México, 1969) es dramaturgo y director de teatro. Recientemente dirigió El filósofo declara de Juan Villoro, y Don Giovanni o el disoluto absuelto de José Saramago.


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