Espero que esto no parezca muy insensible o que quiero menospreciar los hechos del 2 de octubre en Tlatelolco. Lo que pasó ahí es un hecho histórico vergonzoso y lamentable que ojalá nunca se repita; sin embargo, está muy difundida la idea de que la transición política que estamos viviendo en México empezó el 2 de octubre del 68. Quisiéramos pensar que esas muertes no fueron en vano, y que ese movimiento fue la semilla de la que brotó la democracia.
Lamentablemente los hechos históricos indican que su contribución a la democracia es marginal, por no decir que prácticamente nula.
Al 68 le siguen dos elecciones, que fueron todo menos democráticas. Muy en particular la de López Portillo, en la que gana con un solo voto: el de Echeverría. Los acontecimientos del 68, del 71 y de la guerrilla durante la década de los setenta, en lugar de fomentar la movilización social, la paralizan y se empieza a vivir en México una especie de régimen de terror (censura en los medios, asesinato de periodistas) que se distiende poco a poco después del 85, pero que realmente desaparece hasta el 94, cuando los mitos del mantenimiento de la paz social y de la invulnerabilidad del gobierno son rotos por el alzamiento zapatista.
La democracia entonces no es producto de la movilización social que se genera en 1968. En realidad podemos considerar que el proceso se inicia con la elección antidemocrática del 76, que en términos de elecciones significó tocar fondo, y de ahí surge la reforma política del 77, le sigue la insurrección electoral panista en el norte en el 86, la cual reconoce paternidad más en la crisis económica del 82 que en la larga marcha histórica del panismo, y casi paralelamente se da la escisión del pri, en donde la corriente nacionalista se divorcia de la tecnocracia y se aprovecha de la revulsión social generada a partir de los sismos de 1985, para encabezar un movimiento que culmina con el fraude del 88. Es en esta última parte donde el 68 y la guerrilla de los setenta tienen cierto grado de participación, ya que en la elección del 88 participan Heberto Castillo y Rosario Ibarra, personajes emblemáticos de dichos movimientos. Sin embargo, no hay que olvidar que Heberto Castillo decide declinar su candidatura a favor de Cárdenas muy poco antes de terminar la campaña; y, por su parte, Rosario Ibarra nunca lo hace, su contribución es mayor en el escenario postelectoral, y en ese sentido su participación es prácticamente simbólica al lado de las dos grandes corrientes democratizadoras representadas por Cárdenas y Clouthier.
Si nos atenemos a estos hechos, salvo por haber incluido a dos personajes en las elecciones del 88, la participación del movimiento del 68 en el proceso de transición democrática en México es prácticamente la misma que la de los movimientos vasconcelista, almazanista, ferrocarrilero, entre otros: una referencia histórica. ~
– Luis Hernández
Todos los movimientos sociales, políticos, obreros, guerrilleros o campesinos, no requieren que el cambio que produzcan sea inmediato para que éste se dé. Más bien hace falta mayor sensibilidad para el correcto entendimiento de su contribución en un proceso transformador. No sólo son los nombres de Heberto Castillo y Rosario Ibarra los que estuvieron presentes en el 88, también esos centenares de estudiantes que en el 68, y posteriormente, nacieron como líderes de izquierda y le dieron continuidad al movimiento estudiantil agredido el 2 de octubre. Sin ellos el “divorcio” (como a Luis Hernández le da por llamar) de la corriente nacionalista con la tecnocracia no hubiera encontrado una oposición mínimamente organizada en la cual cobijarse, para conseguir el triunfo electoral, finalmente truncado por el fraude.
Es el conjunto de varios acontecimientos el que en un momento logra un cambio tangible, mismo que cada vez puede ser más importante, por el simple hecho de traer tras de sí más acontecimientos que lo robustecen y, en consecuencia, han debilitado a su oponente. ~
– Jorge Luis Fuentes