Vacas ilustres

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El ántrax no es enfermedad humana, sino del ganado, que ingiere las esporas, esparcidas en la yerba, al pastar. Así pues, como arma biológica no es muy eficaz. Sin embargo, hace lo suyo pulverizada en carta echadiza, sobre todo cuando no se cuenta con reserva suficiente de vacuna cómoda y eficiente, como es el caso.
     Pero no quiero hablar de esto. Es una soleada mañana de domingo aquí en Manhattan, la temperatura es deliciosa, y quisiera conversar de literatura. Mas para no apartarme por completo del ántrax, voy a hablar de su portador natural, esto es, de vacas, de vacas verbales, de vacas literarias. No de todas —Dios me libre: es domingo y no quiero contraer ninguna obligación de sistema—, sino de algunas nada más, tomadas, de manera por completo irresponsable, al azar de la memoria y con toda arbitrariedad.
     n La vaca constante
     Así dice Juan Ramón. Está describiendo un pueblo campesino, lluvioso, y adjetiva: la tierra esto, la niña lo otro, "el saludador astroso" (que, bien visto, en el campo siempre topamos con un saludador astroso) y ahí, entre otras figuras del paisaje, atrás, tal vez, la vaca constante.
     Puedes decir: el príncipe constante, la ninfa constante, sí, pero estás distinguiendo, individualizando, no todo príncipe ni toda ninfa son constantes. En cambio, la vaca ¿qué puede ser sino constante? Pero es revelación poética, suave, discreta, proclamarlo. Decir que una pera es constante, es inane, fruto es vida quieta, ya lo sabemos. Decir que un mono, una paloma o una cabra son constantes es falso. Pero de una vaca, con su voluminosa inmovilidad, su tranquilidad y calma imperturbables, dignas de un Demócrito, un Epicuro, un Séneca y hasta de un Buda gordo e iluminado, si dices que es tenaz, te pasas, si dices que es inmutable, quedas corto. Constante, en cambio, da en el blanco.
     n La vaca constante y atribulada
     Ío, una muchacha, es convertida en vaca en las Metamorfosis de Ovidio. Pero, ¿se convierte?, pregunta el filósofo. Examinemos qué es lo que hay ahí después de la metamorfosis. Vaca no es, porque escribe con la pezuña las dos letras de su nombre en la tierra, y eso no puede hacerlo ningún animal no humano. Entonces es persona. Pero si es persona, ¿qué tiene de vaca?, ¿sólo el exterior?, ¿diremos que es una persona embutida en la anatomía de una vaca? Esa es una metamorfosis en verdad muy pobre. Porque sin ciertas características de especie, de vaca justamente, el "pasar" de Ío a vaca no aporta nada: lo mismo daría, quiero decir, que se metamorfoseara en cualquier otro animal, en yerba y hasta en un objeto inanimado, un juguete de cuerda, un pedazo de corcho, una piedra. Es decir que, para que la afirmación "primero se transformó en vaca" quiera decir algo, produzca información, la persona de Ío debe manifestar alguna característica no externa, sino interna, personal, de vaca.
     Y esa mezcla es la que no puede producirse. No puede haber vaca humanizada, ni persona, en un sentido no metafórico y trivial, "avacada". La imposibilidad radica en que algo tendría que aportar la especie animal que no puede proporcionar: toda personificación desbarata al animal, no queda nada de él. Lo siento porque, en mi opinión, no se ha escrito libro mejor que las Metamorfosis de Ovidio.
     n Denuncia de la vaca que bebe agua
     La formuló en términos enérgicos Henri Michaux. Dice así: "No hay más que ver (a la tigresa) aproximarse al agua para saber que tiene razón en todo, y que la vaca, la corza, el venado, herbívoros, están en el error. Solemnemente, religiosamente, hábil en todo, se aproxima la tigre al plato. El fuego de su sed torna sagrada el agua. Una vaca, aún muriendo de sed, no puede tomar agua con grandeza, con deliberación. Cierto registro le ha sido negado. Y nunca va al agua más que como vaca".
     n La vaca ciega
     Sí, es el famoso poema de Joan Maragall, grande por el pardo y puntual realismo y densa sentimentalidad a que se atreve a bajar su autor. Copio aquí la traducción que hizo Dámaso Alonso en su conocido estudio sobre el poeta:
      
     Topando aquí y allá contra los troncos,
     A tientas por la senda de la fuente,
     Se va la vaca, sola, sola. Es ciega.
     Con demasiado tino, una pedrada
     Del zagal le deshizo un ojo; el otro
     Una nube lo cubrió. La vaca es ciega.
     Va a abrevarse a la fuente cual solía:
     No con el firme paso de otras veces
     Ni con sus compañeras; no, va sola.
     Las otras por ribazos y barrancas,
     Por la calma de prados y riberas,
     Hacen sonar la esquila, mientras pastan
     Hierba fresca al azar. Ella caería.
     Contra el pilón gastado topa el morro,
     Y recula dolida… Pero vuelve;
     Baja el testuz al agua y bebe quieta,
     Bebe poco, sin sed. Después levanta,
     al cielo, enorme, la cornuda testa,
     Grande y trágico el gesto. Parpadea
     Sobre los muertos ojos, y se vuelve
     Huérfana de la luz del sol que quema,
     Errando por las sendas imborrables,
     Balanceando lánguidamente la larga cola.  –

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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