El viento sopla
sobre las palmeras y juníperos de Temuco
y sube obediente
hacia la frente despejada del Ñielol,
hacia la infancia
de un bosque fragante de pinos,
hacia el pasado
de un comienzo sin fin.
Escucha,
escucha los pinos,
escucha el viento entre los pinos,
escucha el silencio detrás del viento entre los pinos.
Escucha
y te darás cuenta
de que ya has oído todo esto:
ya has escuchado estas palabras antes.
Ya te has asomado,
no a lo que dicen las palabras
naciendo en el centro de la frente,
sino a lo que nos hace decir las palabras
que fluyen del manantial del entrecejo
construyendo en el camino
un mundo paralelo,
un mundo de índices
que apuntan a la luna
pero que nunca son la luna,
un universo de mapas
que quiere mapear el universo.
El viento sopla
sobre los avellanos y los olmos de Temuco
y sube insumiso
hacia el bosque de araucarias de la infancia,
hacia el inicio,
hacia la deslumbrante luz llena de pétalos
y besos del follaje,
hacia la frente perfecta y despejada del Ñielol. –