A nice young fellow

Hay que reconocer los logros de Juan Carlos y no se pueden ignorar sus fallos. Pero la reparaciรณn de estos no deberรญa echar por tierra las conquistas de aquellos.
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โ€œUn joven agradableโ€: asรญ describiรณ en marzo de 1968 al entonces prรญncipe Juan Carlos el embajador de Estados Unidos en Espaรฑa, Biddle Duke, tras visitarle poco antes de volver a su paรญs. โ€œUna persona muy encantadoraโ€, decรญa de รฉl el embajador britรกnico John Russell en agosto de 1974. Estas impresiones, que recogiรณ el aรฑorado Santos Juliรก en Rey de la democracia, un volumen colectivo publicado tras la abdicaciรณn de aquel joven casi cincuenta aรฑos despuรฉs, refrendan la imagen popular de un personaje campechano, por usar el tรณpico, mรกs bien simple y bienintencionado. Una simpleza que la primera parte de su reinado desmiente, y unas buenas intenciones que recientes revelaciones cuestionan.

Moneda de cambio entre Franco y don Juan, la dura infancia de Juan Carlos ha sido sobradamente contada, asรญ como el talento discreto con el que supo encarnar y liderar un cambio generacional que permitiรณ la llegada de la democracia. Cercano, listo y valiente, las tres condiciones que para Alfredo Pรฉrez Rubalcaba fueron la clave de su รฉxito, desafiรณ todos los ominosos pronรณsticos sobre su reinado y sobre Espaรฑa, y logrรณ ser rey constitucional en un paรญs sin monรกrquicos y sin constituciรณn, y en pocos aรฑos reunir la legitimidad polรญtica, la dinรกstica y la de ejercicio. A ese papel fundamental en la recuperaciรณn de las libertades se refiriรณ de nuxxevo Juliรก: โ€œAl producirse por vez primera en nuestra historia constitucional ese encuentro entre dinastรญa y democracia, la Monarquรญa espaรฑola pudo asentarse en cimientos mรกs sรณlidos que aquel amor del pueblo cuya pรฉrdida tanto habรญa lamentado el abuelo del rey Juan Carlos.โ€

Si no monรกrquicos, en Espaรฑa pasรณ a haber juancarlistas. Pero con el correr de los aรฑos, el pรณster del rey se empezรณ a ver cada vez mรกs roto y mรกs sucio, sus mรฉritos sonaban lejanos y afloraron comportamientos y actitudes reprobables en su entorno. La bรบsqueda de motivos y de responsables es tan entretenida como estรฉril, las claves familiares o psicolรณgicas de la avaricia, la connivencia o impotencia de asesores y gobernantes no va a solucionar el problema. Las demandas de transparencia y el aumento del escrutinio, ya en pleno siglo XXI, provocaron la abdicaciรณn de Juan Carlos I y la salida de sus hijas y yernos de la familia real, reducida ya al mรญnimo: el rey Felipe VI, su esposa, sus padres y sus hijas. El problema es que el escรกndalo ahora ataรฑe al propio rey emรฉrito. ยฟEsos โ€œcimientos mรกs sรณlidosโ€ protegรญan solo a Juan Carlos y caducan con รฉl?, ยฟo protegen a la instituciรณn sin รฉl? ยฟSe pueden crear monรกrquicos a partir de los juancarlistas?

En un artรญculo reciente en El Mundo, Juan Claudio de Ramรณn llegaba a pedir una salida del armario colectiva y una declaraciรณn masiva de filiaciรณn monรกrquica, bajo la encomiable idea de que no pasa nada por ser monรกrquico. Aunque tampoco pasa nada por ser republicano, lo que esa llamada defiende es esta monarquรญa constitucional, la monarquรญa realmente existente. En el fondo, la postura mรกs comprensible, aunque probablemente menos satisfactoria, sea el accidentalismo: quรฉ mรกs da monarquรญa o repรบblica mientras los derechos y libertades estรฉn reconocidos y salvaguardados y se faciliten las condiciones para el buen gobierno. Lo que hay que defender no es a Juan Carlos, ni a la monarquรญa sino al sistema que consagramos en la Constituciรณn: para unos el rรฉgimen del 78, para muchos el mejor periodo de la historia de Espaรฑa. Parece mรกs fรกcil que el setentayochismo concite un apoyo mayoritario tomado como tal, que por su apelativo monรกrquico, al fin y al cabo es la continuaciรณn lรณgica del juancarlismo.

En los รบltimos tiempos se han enumerado todas las ventajas de las monarquรญas sobre las repรบblicas, de coste, emocionales, de calidad democrรกtica, de consenso social. Algunas son objetivas, otras dependen de la perspectiva de cada cual. El problema creo que es otro: la monarquรญa constitucional funciona y los presuntos comportamientos ilรญcitos del rey emรฉrito no la cuestionan. Frente a sus antecesores Fernando VII o Alfonso XIII, que socavaron con hechos y decisiones la sostenibilidad del sistema, en esta ocasiรณn, los actos discutibles del rey no han sido realizados como tal. Esa diferencia que puede parecer sutil no lo es tanto, y la capacidad de diferenciar entre la instituciรณn y quien la encarna es fundamental. Si no, algunos lamentables episodios de nuestra historia reciente hubieran cuestionado el Banco de Espaรฑa, la Guardia Civil, la Generalitat de Cataluรฑa o la Comunidad de Madrid.

Las monarquรญas dependen en buena medida de tradiciones, y en cierto sentido que el rey emรฉrito salga del paรญs en una especie de protoexilio honra una larga tradiciรณn. A saber: Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XII, Alfonso XIII, su padre don Juan y el propio Juan Carlos, hasta siete generaciones consecutivas, han conocido esa experiencia, aunque en lo que debe ser un rรฉcord mundial, hasta en tres ocasiones hemos restaurado la monarquรญa. Otra regla no escrita propicia el enfrentamiento entre padres e hijos a cuenta de la pervivencia de la instituciรณn. Quizรก el mรกs descarnado fue Fernando VII, que no solo instigรณ el motรญn de Aranjuez sino que, ya repuesto en el trono tras la Guerra de Independencia, prohibiรณ a sus padres que volvieran a Espaรฑa. Pero la evidente tensiรณn entre Juan Carlos y su padre, que no renunciรณ a sus derechos dinรกsticos hasta mayo de 1977, aรฑo y medio despuรฉs de la coronaciรณn de su hijo, se reproduce ahora con el papel incuantificable pero evidente que Felipe VI ha jugado en la salida del paรญs de su padre.

ยฟEra necesaria o al menos conveniente esa salida? Tanto acรฉrrimos defensores de la monarquรญa como encendidos detractores se han manifestado en contra. Unos en la lรณgica del ni un pas enrere, con la idea de que toda cesiรณn es una derrota. Los otros porque en su lรณgica la รบnica soluciรณn satisfactoria serรญa la salida rumbo a la frontera mรกs cercana de la familia real entera, y allegados โ€“la guillotina es demasiado siglo xviii y otra peculiaridad espaรฑola es que ningรบn rey ha sido ejecutado, frente al caso de Reino Unido, Francia o Rusiaโ€“. Pero mรกs allรก de posibles responsabilidades penales, el rey emรฉrito claramente ha incumplido el deber de ejemplaridad. Su conducta merece un castigo, o al menos una reacciรณn y su presencia en Espaรฑa se hubiera convertido en un irritante. Como soluciรณn temporal, el alejamiento no parece descabellado, aunque en su periplo recuerde cada vez mรกs la figura trรกgica de Lear, un hombre solo y caรญdo en desgracia, muy lejos de aquel joven agradable en cuya ingenuidad pocos ponรญan ninguna esperanza.

โ€œTejer y destejerโ€ decรญa Juan Valera que era el sino de nuestro paรญs. Hay que reconocer los logros de Juan Carlos y no se pueden ignorar sus fallos. Pero la reparaciรณn de estos no deberรญa echar por tierra las conquistas de aquellos. Ni siquiera hace falta aplicar la idea antigua del doble cuerpo del rey, basta un poco de sentido comรบn y un vistazo a la Constituciรณn. Y de vez en cuando reflexionar sobre el peso de la corona en la sien de Felipe VI. ~

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Miguel Aguilar (Madrid, 1976) es director editorial de Debate, Taurus y Literatura Random House.


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