Ultrasemiconfinado en este tiempo extraƱo hago expediciones para fumar, que es lo mĆ”s difĆcil del mundo si no quieres echarle el humo a alguien. En mi autismo remoto sobremuero con cuatro libros. Lecturas y pasiones, de JosĆ© Luis Melero, que me lo sĆ© de Memoria; los cuentos vivĆsimos de Siempre quiero ser lo que no soy, de mi Aloma RodrĆguez; DĆas de Nueva York y otras noches, de Fernando SanmartĆn, que me lleva por todo el mundo de viaje a su interior, que es el mĆo; segunda vuelta al sorprendente El infinito en un junco de Irene Vallejo, que es un libro de horas que se reescribe cuando no lo miras; sufro y aprendo con el tercer tomo de Carlos LĆ³pez OtĆn, EgoĆstas, inmortales y viajeras, que te lleva al fondo del misterio de las cĆ©lulas, te lo explica y te deja con ellas en ese resplandor criminal que quizĆ” es un exceso de Ćmpetu. Gracias al pintor Pepe CerdĆ”, de quien aprendo āaprenderĆa si no estuviera ya ultracongeladoā a vivir, he leĆdo Un pintor de hoy de John Berger (ārobar el futuro a un hombre es peor que matarloā), y releo los artĆculos de Arcadi Espada en su antologĆa La verdad buscando argumentos para rebatirlo por puro placer inĆŗtil de llevarle la contraria, aunque enseguida me rindo.
Callejeando a la caza de amigos de lejanĆas me acosa esta frase que la habrĆ© leĆdo en un anuncio o en un sueƱo: alma ajena en cuerpo propio: como no me deja en paz la clavo hoy en este artĆculo hecho a mano (el bot lo he subarrendado): querĆa ponerla en un cuento pero el cuento no ha venido.
Ultraconfinado en el siglo leo (picoteo) āLa tierra baldĆaā en una pestaƱa que puede cerrarse en cualquier momento y espero al virus ya irreconocible con mis dosis en vilo como el que espera a los motoristas de la prodigiosa Orfeo de Jean Cocteau. El dedo salta a otra pestaƱa que contiene a CĆ©sar Vallejo, que tanto le gustaba a Labordeta, que llamĆ³ a un disco Trilce y puso a su hija Ćngela en la carĆ”tula y ahora los veo todos los dĆas en un escaparate de la calle de al lado.
Alma ajena en cuerpo propio (me libero de la frase y ella de mĆ), veo pelĆculas sin sonido, sin tiempo, a veces dĆ”ndole a la flecha para que corran. En silencio por no molestar al futuro, por darles aura de clandestinidad, por no reconocer que estoy perdiendo tambiĆ©n tambiĆ©n tambiĆ©n este tiempo. Adoro la entropĆa y mantengo despejada la mesa. Miro el cuaderno garrapateado con los dĆas tan irreconocibles como mi letra: solo permanecen las pegatinas de mandarinas, naranjas, plĆ”tanosā¦ suerte de fruta de los dĆas, y a fuerza de repasar las pĆ”ginas ilegibles para llenar esta lĆnea reviven los dĆas y los moƱacos se levantan de sus muertes para saludar con la jovialidad de un vecino que sale a hurtadillas a fumar: ĀæQuĆ© tal, alma ajena en cuerpo propio, eh? Los vinos y cervezas podrĆan incluir en sus botellas pegatinas pequeƱas, como las de la fruta, para balizar los dĆas felices.
Sensacional la peli Momentos de peligro (No highway in the sky, 1951), de Henry Koster, con James Stewart de matemĆ”tico viudo con hija, cuyos cĆ”lculos āĀ”a mano!ā predicen la fatiga de materiales en el ala de un nuevo aviĆ³nā¦ Marlene Dietrich haciendo de sĆ misma. Henry Koster dirigiĆ³ el aƱo anterior la fabulosa El invisible Harvey, en la que Stewart dice āEn este mundo es preciso que uno sea muy listo o muy bondadoso; durante aƱos fui listoā¦ es mejor ser bondadoso.ā Es un buen deseo: que el gran conejo blanco te acompaƱe siempre. Alma ajena, etc.
Frecuento (demasiado) a menudo Orfeo de Jean Cocteau, 1950, que revive el mito y te deja evolucionando (epigenĆ©tica, el manual de ciencia celular de Carlos LĆ³pez OtĆn incluye libros, canciones, pelĆculas, la cultura mima la epigenĆ©tica): en Orfeo el cafĆ© de los poetas da ganas de ser poeta como en Los detectives salvajes; y luego, la delegada de la muerte, MarĆa Casares, que va en un Rolls-Royce, sus motoristas, la radio, los espejos, la burocracia del mĆ”s allĆ”, las ruinasā¦ Las ruinas evocan otro hito absoluto: La torre de los siete jorobados, de Neville, 1944 (en cuanto acabe esto me pongo a verla otra vez). Para Morfeo, de parte de Vallejo: āO los heraldos negros que nos manda la muerte.ā Y las agobiantes dependencias de El proceso, de Orson Welles, 1962.
Fondos de impacto: en MĆ”s allĆ” del bosque, de King Vidor, 1949. Bette Davis rabiosa por huir de su pueblo y de su vida: por la ventana de su casa se ve cerca el fuego del infierno de una fundiciĆ³n, pesadilla que recuerda el valle de la ceniza de El gran Gatsby y el destino de la mujer que quiere escapar y cae en las zarpas de Tom Buchanan.
Maravillosa en su sencillez de tres cuentos independientes sobre Irlanda, La salida de la luna, de John Ford, 1957, a cual mejor. TambiĆ©n, la fallidĆsima Desierto de fuego, de Werner Herzog, 2016. Pero Herzog siempre tiene algo, asĆ que esta pelĆcula absurda me impresiona mĆ”s sobre el cambio climĆ”tico y los desastres ecolĆ³gicos que el videoclip No mires arriba. Silla de ruedas con champĆ”n rodando sola por el desierto de sal entre Chile y Bolivia.
Clicando al azar āĀ”quĆ© suerte, con virus y todo, vivir en tiempos de internet! (en KazajistĆ”n lo han capado, y matan)ā, descubro Blast of silence, de Allen Baron, 1961. Hay un capĆtulo de Cine aparte, de Fernanda SolĆ³rzano (ll, diciembre de 2014) en el que explica la pelĆcula. Es prodigiosa. Allen Baron, actor porque fallĆ³ el titular, que era Peter Falk, es un avance de un Robert de Niro excepcional, con la ventaja de que no lo hemos visto mil veces. Ese ny. Hay en Criterion.com un artĆculo de Terrence Rafferty, que escribe: āel estado de Ć”nimo dominante de la pelĆcula es el de una alienaciĆ³n profunda, crĆ³nica y terminalā. O sea, alma ajenaā¦ ~
(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la pƔgina gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).