“¿Cómo pudo pasar esto?”, se preguntaron millones cuando Donald Trump se convirtió en presidente de Estados Unidos. Las encuestas daban a Hillary Clinton un 90 por ciento de probabilidades y, el mes previo a las elecciones, se difundió un audio en el que Trump afirmaba que hombres como él podían “agarrar por la vagina” a cualquier mujer. Inaudito.
En la noche de su victoria, el propio Trump se veía sorprendido. También en su equipo había rostros pasmados. Solo Steve Bannon, su estratega de campaña, sonreía como quien ve cobrar vida a un monstruo de su invención. Él sabía la respuesta al enigma de la noche: cómo un bully racista y misógino le había ganado la partida a la mujer progresista. Aunque Clinton ganó el voto popular, Trump contó con un amplio respaldo que dejó una mínima diferencia porcentual entre ambos.
Al principio Bannon era casi anónimo. Luego Trump lo designó estratega en jefe de la Casa Blanca, y la prensa le dedicó portadas donde aparecía con una expresión siniestra. La revista Time lo llamó “el segundo hombre más poderoso del mundo” y el programa satírico Saturday Night Live lo caracterizó en sus sketches como una parca que le hablaba al oído a Trump.
Bannon dejó la Casa Blanca a mediados de 2017. Se dice que tenía enemigos en el gabinete y que al presidente no le gustó su nueva fama mediática. En adelante, Trump siguió aplicando las enseñanzas de su estratega, pero no su método de control de daños. Ese era un talento de Bannon, ser maquiavélico pero brillante.
¿Qué carencias explotó Bannon que otros pasaron por alto? ¿Cómo hizo que un millonario se erigiera en ídolo de los desposeídos? ¿Cómo logró que el sexismo de Trump operara en su favor? Cualquiera diría que es necesario, casi obligado, saber las respuestas. Sin embargo, en tiempos de cámaras de resonancia se ha vuelto preferible conservar la pureza de oídos que escuchar argumentos incómodos, aun si esto ayudara a exhibir sus inconsistencias. En el caso de Bannon, ayudaría a entender cómo secuestró a un país.
Muestra de esta sordera autoinfligida fue lo ocurrido con el documental American dharma, del director Errol Morris, quien entrevistó a Bannon con el deseo de entender las elecciones de 2016, “para asegurarnos de que [algo así] no vuelva a suceder”. Es un propósito que recuerda a su documental The fog of war: eleven lessons from the life of Robert S. McNamara (2003), donde el exsecretario de Defensa habla de sus errores tácticos en la guerra de Vietnam.
American dharma se estrenó en el festival de Venecia de 2018. En la conferencia de prensa, pocos hablaron de aspectos invaluables del documental y, en cambio, acusaron a Morris de “normalizar” a su interlocutor. Esa misma semana, el editor de The New Yorker, David Remnick, canceló la entrevista que había planeado hacer a Bannon, cediendo a la presión de personajes públicos. Al respecto, Bannon declaró: “Había aceptado porque enfrentaría a uno de los periodistas más valientes de su generación. [Al retractarse] Remnick demostró que carecía de agallas para enfrentar el aullido de las turbas digitales.” Uno puede aborrecer a Bannon, pero conceder que tenía razón. El incidente con The New Yorker se empalmó con el de Venecia, provocando que los grandes distribuidores dieran la espalda al documental. Temían ser acusados de respaldar a Trump en caso de comprarla, sin considerar que American dharma hace lo contrario al conducir a Bannon a callejones sin salida. Hasta fines de 2019, la película fue adquirida por una distribuidora pequeña y ahora puede verse en streaming. Más allá de su valor cinematográfico, American dharma deja ver que la conversación con un oponente es mucho más provechosa que su expulsión de foros. En tanto los deseos de los votantes de Trump no se vieron cumplidos, siguen siendo campo fértil de manipulación.
American dharma revela que Bannon se ve a sí mismo como un ángel de la muerte (que, a la menor provocación, cita versos de Paradise lost), y a la vez como un personaje de cine. Morris construye un espacio físico para que interprete ese personaje frente al espectador. Al inicio del documental, Bannon está en una pista aérea y camina hacia el hangar donde tendrá lugar la conversación. Este hangar imita el set de una de sus películas favoritas: Twelve o’clock high (King, 1949), donde un general de guerra interpretado por Gregory Peck usa mano dura para inyectar valor a un grupo de bombardeo que ha sufrido bajas a causa, según el general, de la bonachonería de su antecesor. Sobra decir que Bannon se proyecta en él, y accede a recorrer el set como lo hace él. Muchos cuestionaron a Morris por haber materializado la fantasía de un hombre repudiado. No ven la estrategia detrás. Según los negociadores (en casos de secuestro y toma de rehenes) el primer paso para comunicarse con alguien que tiene posturas opuestas es hacerlo bajar la guardia. En el caso de Bannon, había que domar su tendencia a manipular. El diálogo que sigue es todo menos complaciente. Morris no finge estar del lado de su entrevistado, ni siquiera permanece neutral: llama a Bannon “loco”, y le restriega la inconsistencia entre su ideología populista y los intereses a los que sirvió. Este lo escucha descolocado. Pareciera que, por primera vez, le preocupa una descalificación.
Morris recurre a otra estrategia esencial para hablar con un adversario: encontrar un interés compartido. En este caso, el cine. Además de ser un cinéfilo versado, Bannon es documentalista. A lo largo de American dharma, se ven escenas de películas elegidas por él, y elogia a sus protagonistas por ser valientes, determinados y por tener un objetivo claro. Bannon interpreta sus acciones de modo que se ajusten a su propia mitología y esto da lugar a lecturas fascinantes. Por ejemplo, dice que el personaje de Falstaff en Chimes at midnight (Welles, 1965) acepta el rechazo de Enrique V, quien fuera su amigo y discípulo, como algo “natural”. (El propio Welles dijo que su película hablaba de “la amistad traicionada”.) Una pantalla dividida muestra la escena del destierro de Falstaff y a Bannon viéndola. Los ojos se le humedecen. La sola secuencia vale el documental.
Pero ningún personaje seduce a Bannon tanto como el general interpretado por Peck. Le explica a Morris que su dureza tiene el fin de ayudar a los soldados, y que es un hombre que entiende a cabalidad su dharma: un concepto hinduista con múltiples significados, pero que Bannon define como “una combinación de obligación, sino y destino”. Y remata: él mismo tiene un dharma, y está obligado a cumplir su misión. Morris le dice que esa misión parece ser “destruir todo”, pero Bannon afirma que se trata de una “reestructuración radical” del sistema. Agrega que para lograr un cambio hay que estar preparado para ser odiado, y que pocos están dispuestos. Él vio esa disposición en Trump.
La tesis de la disrupción explica –aunque no justifique– una estrategia basada en cortar vínculos: levantar un muro, romper tratos comerciales, abandonar acuerdos, expulsar personas. Bannon deja ver que, para infiltrarla, aprovechó la capa de invisibilidad que los propios medios arrojaron sobre quienes votarían por Trump: los “deplorables”, como los llamó Hillary –palabra que le serviría a Bannon para escribir un guion ganador: ellos, los deplorables, pelearían una guerra contra las “élites corruptas”, liderados por “el agente del cambio”–. Con placer perverso, Bannon describe cuántas veces lanzó anzuelos a los demócratas y los hizo “caer en la trampa”. Por ejemplo, cuando Hillary gastó tiempo innecesario en deslindarse de Anthony Weiner, o cuando Bannon aprovechó que los periodistas crucificarían a Trump por su frase misógina y llevó a la conferencia de prensa a mujeres supuestamente acosadas por Bill Clinton. “Hicimos jiu-jitsu con ellos”, dice el estratega, refiriéndose a las artes marciales donde se vence al oponente utilizando su propia fuerza.
Morris usa gráficos, citas y recortes de prensa para desmentir algunas afirmaciones de Bannon, como que Trump nunca ha sido corrupto. En una de las mejores secuencias, le dice que toda su palabrería sobre destruir círculos de privilegio se contradice con “servir a los grandes negocios, y a los ricos”, es decir, al haber elegido como títere a un billonario sin escrúpulos con quien solo compartía un deseo de validación. El narcisismo de Trump causaría el destierro de Bannon, pero el deseo de reflectores de este lo hizo traicionar la retórica que defendía con pasión. Lo hizo, por ejemplo, en su documental Generation zero (2010) donde culpa a los baby boomers (“la generación más materialista, egocéntrica y narcisista que ha producido el país”) de la crisis económica del 2008. Es un documental bombástico y efectista, pero el discurso se sostiene en sus términos. Se derrumba, sin embargo, cuando ochos años después Bannon propone resarcir los daños de los boomers a través de, nada menos, Trump.
Bannon ha dirigido diez documentales. Esto permite que American dharma sea leída también como una fábula sobre los alcances y consecuencias del cine. Morris escucha sorprendido cuando su entrevistado le dice que The fog of war lo inspiró a hacer cine. Luego le cuenta que su ópera prima, In the face of evil (2004), fue aplaudida por el conservador Andrew Breitbart, y que eso los volvió amigos. Años después, Bannon buscó a Breitbart para que lo ayudara a difundir Generation zero, y fue entonces cuando se convirtió en el director de Breitbart News, la plataforma mediática más influyente de la llamada “derecha alternativa”. La eficacia de sus campañas le ganó el puesto de estratega de Trump.
“Así que tú eres el responsable de todo”, le dice Bannon a Morris. Es una broma cargada de admiración. Esto explica la vulnerabilidad de Bannon cada vez que Morris le señala el racismo de sus políticas y su impulso de destrucción. En vez de defenderse, se muestra dolido. Su ídolo lo desaprueba, y eso merece un minuto de reflexión. Visto de un lado, la obra documental de Bannon lo llevó a cumplir su dharma; no por valiosa, sino por las puertas que abrió. Visto del otro, su anhelo de cineasta hizo posible que, por primera vez, la audiencia de American dharma lo viera lamiéndose las heridas. Morris vuelve humano a Bannon, cosa que para nada equivale a ennoblecerlo. Más bien demuestra que hasta el hombre que se cree invencible tiene un lado inseguro. Para quien aspire a ser estratega o a cambiar el rumbo de las cosas –uno de los temas de American dharma– esta es una gran lección. ~
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.