Luisa Capetillo y sus libros anarquistas

Anarquista, pionera del feminismo y del sindicalismo, escritora y periodista puertorriqueña, Luisa Capetillo nos dejó una obra en la que se apropió de los recursos literarios de la élite para dirigirse a las clases obreras y promover su lucha feminista.
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En 1906, Luisa Capetillo (1879-1922) trabajó como lectora en una de las fábricas de cigarros en Arecibo, al norte de Puerto Rico. A inicios del siglo XX, los artesanos, muchos con tendencias anarquistas y socialistas, tuvieron en las fábricas acceso a las ideas revolucionarias. Para los tabaqueros, acompañarse de la lectura en el trabajo surgió como un reclamo a la cultura escrita a la que de otra forma no tenían acceso. En las mañanas se leían las noticias del día y artículos de actualidad; en las tardes el o la lectora leía obras políticas o literarias.

{{Julio Ramos, Amor y anarquismo. Los escritos de Luisa Capetillo, Puerto Rico, Huracán, 1992, p. 21.}}

 Luisa Capetillo, conocida por ser “la primera mujer en Latinoamérica en utilizar pantalones”, es la intermediaria o traductora en un contexto obrero con altas tasas de analfabetismo. La lectura era un acto de resistencia, no solo porque así tenían acceso los obreros a la literatura y a los textos anarquistas, sino porque es Capetillo como mujer obrera, huelguista y lectora quien influyó en su formación literaria.

Luisa Capetillo fue una anarquista puertorriqueña, pionera del feminismo y del sindicalismo, escritora, periodista y líder obrera. Sus cuatro libros se distinguen por no ajustarse a los criterios canónicos literarios que se estaban consolidando hacia finales del siglo xix. Capetillo se apropió del patrimonio exclusivo de los intelectuales para dirigirse a las clases obreras y promover su lucha feminista. En este momento de transición política, la élite puertorriqueña buscó reformar la educación con valores seculares y nacionalistas. Eugenio María de Hostos (1839-1903), intelectual, filósofo y escritor liberal, por ejemplo, promovía la educación universal –las mujeres incluidas–, basada en principios de la razón y el deber patriótico.

En cambio, para Capetillo la educación de una nación debía ir más allá del conocimiento científico –aunque lo considera también necesario –, y permitirle a la mujer alzar la voz y defender su libertad. En Mi opinión sobre las libertades, derechos y deberes de la mujer. Como compañera, madre y ser independiente. La mujer en el hogar, en la familia, en el gobierno (1911), Capetillo dice: “La mujer que […] sufre y se calla y envejece porque no se atreve [a] quejarse, o reclamar su derecho, por temor de cambiar de posición o por la opinión, es una esclava.”

((Luisa Capetillo, Mi opinión sobre las libertades, derechos y deberes de la mujer. Como compañera, madre y ser independiente. La mujer en el hogar, en la familia, en el gobierno, Nueva York, The Times Publishing Co., 1911, p. 18.))

Luisa Capetillo se apropia de los dispositivos patriarcales –desde el vestido, el discurso y la producción literaria masculinizados– y los desestabiliza. En el prólogo de su primer libro, La humanidad del futuro (1910), parece anunciar ya su proyecto literario: “Respetables lectores y lectoras: este librito surgido del calor de mis ideas libertarias ha sido confeccionado en un solo día, el 18 de septiembre, sin más ensayos, ni más pulimento que el natural establecido por la gramática.” Escribe con arrojo y libertad sin más miramientos a cumplir con la pulcritud de la publicación y la escritura ensayística. Frente a la pureza académica –“sin más ensayos”–, ella habla desde las entrañas y la espontaneidad. Escribe su libro en un día y se dirige a aquellos intelectuales que “pulen” sus textos. Al salirse del canon, Capetillo es subversiva.

En 1911, publica su penúltimo libro Mi opinión sobre las libertades, derechos y deberes de la mujer, un ensamblaje de escritos, cartas, fragmentos, breves artículos y ensayos sobre temas variados de la vida cotidiana, la maternidad, el amor libre, el trabajo y la amistad. La decisión de incorporar escritos de otras autoras y autores resiste a una noción de “autoridad intelectual”. Capetillo se apropia del dispositivo literario predominantemente masculino y ensayístico como una estrategia que descoloca la autoridad para enunciar. Su libro, formado de textos fragmentarios, locales e intimos, interrumpe el “monólogo masculino” –como lo llama la crítica literaria Mary Louise Pratt para el contexto literario de inicios del siglo XX– y rechaza la concepción de una intelectualidad académica e individual al enunciar desde una multiplicidad colectiva.

Desde el prólogo, Capetillo acusa a la élite política de formular una patria excluyente que solo piensa en sí: “[Ellos] son los que entorpecen las grandes iniciativas, las obras de bien […] ¿Qué concepto de la patria tendrán? Un concepto egoísta, que empieza en ellos y termina en ellos. Ellos lo son todo.”

{{Ibid., p. IV.}}

 En la cita, la escritora anuncia que su proyecto rechaza la construcción de una nación excluyente y definida por una élite. En sus palabras, la élite criolla puertorriqueña formula proyectos de los que únicamente “ellos” se benefician. La formulación de “grandes iniciativas” se refiere al diseño jurídico y político de la nación que se está gestando. El proyecto de Capetillo, en cambio, propone la formulación de una nación incluyente. Su argumento se sostiene en textos que narran aspectos aparentemente insignificantes de la vida diaria, como lo son la salud, el matrimonio, la amistad, para desestabilizar el proyecto nacionalista de la clase intelectual que no toma en cuenta las problemáticas de la clase obrera y las mujeres.

Mi opinión sobre las libertades, derechos y deberes de la mujer es también una apropiación del dispositivo discursivo de la burguesía criolla. La escritura, en un contexto de altas tasas de analfabetismo, es un medio exclusivo de los intelectuales de la élite, quienes formulan y administran el cuerpo de leyes y los discursos estatales.

{{Julio Ramos, “Luisa Capetillo: una escritura entre más de dos”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, núm. 33, 1991, p. 236.}}

 Los que administran la palabra están en el estrato más alto de la jerarquía social y el discurso contiene, controla y desplaza a quienes no tienen acceso a la palabra escrita. Capetillo usurpa el dispositivo y lo populariza, sobre todo, si consideramos que sus escritos circularon en la prensa proletaria y se dirigen “a la clase obrera de Puerto Rico y el mundo”.

Las élites criollas latinoamericanas de finales del siglo XIX y principios del XX niegan a las mujeres el derecho a tomar la palabra. Pese a las restricciones del acceso a la educación como mujer y de clase obrera, Capetillo se enorgullece de haber sido autodidacta, formación que se opone a la educación universitaria que recibían los intelectuales puertorriqueños. En su ensayo “¡Importante!” critica la hipocresía de la educación formal: “¿Los sistemas que imponen en la instrucción secundaria no son acaso el triunfo cotidiano de la apariencia que se apoya sobre los programas enciclopédicos? Libros, libros y libros; programas voluminosos y todo por la pasada del examen. ¿Pero después? Un gran vacío…”

{{Capetillo, op. cit., pp. 63-64.}}

 Sus escritos toman un tono marcadamente oral y de pronto agitado; su epistemología se basa en una autoridad alternativa que reside en la experiencia de la vida cotidiana. Le da prioridad a un saber más inmediato, espontáneo y natural y se distancia de la retórica magisterial, paternalista y nacionalista. Capetillo separa el conocimiento “ilustrado” (fisiología, geología, química, historia, física, etc.) de la educación –ambos necesarios en su proyecto, pero una más importante que el otro–: “La Educación es distinta, pues se puede ser instruido y no educado. La educación es muy bella y necesaria. En ella está basada la armonía de la familia y los pueblos.”

{{Ibid., p. 13.}}

 Para Capetillo la educación gira en torno al “cultivo” del hogar. En pleno siglo XXI, algunas de sus formulaciones sobre la mujer y la familia parecen no solo anticuadas sino insuficientes en la lucha feminista, pero a inicios del siglo XX Capetillo le dio un lugar central a la mujer, como escritora, madre y trabajadora.

Mary Louise Pratt distinguió dentro de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX dos clasificaciones del género ensayístico: ensayo de género y ensayo de identidad. El ensayo de identidad se refiere al discurso literario de los hombres de la élite euroamericana que se colocan como “supuestos dueños del pensamiento y de toda función intelectual”. El ensayo de género es la tradición de escritura de mujeres que se desarrolla a la par y se caracteriza por interrumpir “el monólogo masculino” y resistir a la exclusión en la esfera de la palabra.

{{Mary Louise Pratt, “‘No me interrumpas’: las mujeres y el ensayo latinoamericano”, Debate Feminista, núm. 21, 2000, p. 76.}}

 Su escritura pone en tela de juicio el avasallador androcentrismo de las instituciones oficiales de conocimiento y se fundamenta en epistemologías alternativas.

{{Ibid.}}

 El libro de Capetillo rompe con el discurso masculinizado y patriarcal y resiste a la función literaria que busca definir “esencias” de la nación. Desde esta perspectiva, la apropiación de Capetillo irrumpiría en el “monólogo masculino” que excluía a las clases obreras y a las mujeres de la producción intelectual. Su libro está organizado de forma abierta y no constituye una unidad orgánica, sino un espacio en el que proliferan textos de otras y otros y en el que un concepto de autoridad intelectual exclusiva e individual se borra entre las múltiples voces. Aboga, asimismo –de acuerdo con la tradición del “ensayo de género”–, por los derechos y libertades de las mujeres.

La autora desafía el terreno del pensamiento masculinizado, el campo privilegiado de la literatura ensayística y, por lo tanto, coloca su proyecto literario en el campo de la “escritura menor”. El investigador Julio Ramos analizó la obra de Capetillo en relación con la definición propuesta por Gilles Deleuze y Félix Guattari en Kafka. Por una literatura menor (1975). Los filósofos consideran que “una literatura menor no es la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor”.

{{Gilles Deleuze y Félix Guattari, Kafka. Por una literatura menor, Ciudad de México, Era, 1975, p. 28.}}

 Ellos se refieren particularmente a la escritura de Kafka y el contexto de los judíos de Praga frente a la imposibilidad de escribir en alemán. La escritura de una minoría excluida del lenguaje dominante se vuelve un dispositivo colectivo de enunciación, una lengua capaz de minar el lenguaje mayor. La escritura menor se resiste a los centros del poder, escapa al sistema jerárquico e imperativo del lenguaje como transmisor de órdenes. Mi opinión debe colocarse de forma similar dentro del espacio marginal en el que escribía Capetillo. Como mujer y obrera, se expresa desde la distancia irreductible con la literatura mayor. Sobre todo, si tomamos en cuenta que su sintaxis y ortografía podrían considerarse para el letrado de la época una “mala escritura”.

La literatura móvil desafía el disciplinamiento académico, rompe con los marcos de especialización. Mi opinión desborda heterogeneidad; está hecho a partir de fragmentos de textos de otras y otros autores, recortes de diario, impresiones de viaje, cartas íntimas, que se leen dando saltos de uno a otro sin un orden claro. Capetillo reúne y combina materiales de distintas fuentes. Por ejemplo, incorpora el ensayo de la escritora anarquista francesa Madeleine Vernet “El amor libre”, sin añadir un comentario directo sobre el texto y más adelante añade breves textos poéticos. El texto “Fuerzas naturales” es un elogio al mar y al sol: “Encontramos bello el mar, ¡oh! Sí, ¿por qué? Sin el Sol nada habría bello, el Sol, es el que hace producir y multiplicar las plantas y los peces, que nos conserva la salud, nos purifica la vida, nos alegra y embellece la existencia.”

{{Capetillo, op. cit., p. 80.}}

 Y nos preguntamos: ¿Qué hace un texto poético en un libro sobre derechos y deberes? En el último fragmento, “Pensando en ti”, Capetillo recuerda con nostalgia un amor: “Libé nuevos néctares de amores para apagar mi sed y para olvidar mi dolor, pero el néctar se extinguía, y la sed no se apagaba, ni el dolor desaparecía.”

{{Ibid., p. 187.}}

 La incorporación de múltiples géneros y los saltos de un ensayo político a textos afectivos son una decisión consciente frente a los cánones literarios, especialmente del ensayo. La estructura del libro no sigue un orden lineal, sino que es marcadamente espontáneo.

La escritora feminista Hélène Cixous, en su ensayo “Escritura feminidad transformación”, apunta que la escritura de mujeres disloca el discurso del hombre al “volar en la lengua”. Si los instrumentos discursivos heteronormativos están obsesionados con el funcionamiento del mando y el orden, “volar es el gesto de la mujer”. Es decir, continuamente su escritura transgrede las fronteras de género literario, desorienta, cambia de lugar y vacía la estructura.

{{Hélène Cixous, La risa de la medusa. Ensayos sobre la escritura, Barcelona, Anthropos, 1995, p. 61.}}

 Para la o el lector de Mi opinión sucede esta desorientación. Capetillo constantemente se distancia del orden lineal; vuela de cartas personales a retratos paisajistas, a ensayos subversivos personales y de otras y otros autores.

Los saltos de un texto a otro desplazan al lector entre esferas que parecieran ajenas: el terreno de lo afectivo, el discurso revolucionario, la teoría del amor libre, la poesía. Su metodología anuncia una epistemología discursiva alternativa de la literatura mayor y se alinea con la crítica a la educación puramente académica. Capetillo aboga por una educación más inmediata y critica la educación solo de libros: “Porque está basada sobre la mentira y se nutre de las apariencias; tenemos loros bien instruidos, que recitan admirablemente su lección, pero el corazón está desprovisto de sentimiento, la mente vacía, la espiga corrompida.”

{{Capetillo, op. cit., p. 63.}}

 Para Capetillo, el conocimiento superficial no nutre, sino que mantiene al ser humano vacío. Las apariencias son los programas enciclopédicos que falsean la educación y las “verdades de la naturaleza”.

{{Ibid., p. 55.}}

 Por ello propone una epistemología fundamentada en lo fragmentario y abierto, no exenta de contradicciones, para explorar los lugares de las mujeres en el espacio público, el matrimonio, la sexualidad, la amistad, la salud y la maternidad. La conciencia disidente es una forma de resistencia política a toda visión excluyente de la subjetividad femenina y obrera. El ensamblaje funciona como degradación total de la alta cultura, al pasar por alto las distinciones convencionales de género literario.

Mi opinión es un proyecto de otro tipo de intelectualidad: elabora su discurso desde la colectividad, en rechazo explícito de la originalidad y de la propiedad intelectual. Julio Ramos sugiere que su producción es marcadamente antiintelectual “cuando Capetillo somete la cultura letrada a una impugnación severa”.

{{Julio Ramos, “Luisa Capetillo: una escritura entre más de dos”, p. 247.}}

 En sus textos rara vez menciona la cita de los materiales con los que está trabajando.

{{Para Capetillo, la literatura europea anarquista fue siempre un punto de apoyo. Por ejemplo, en su libro encontramos referencias a Mijaíl Bakunin y Piotr Kropotkin, entre otros y otras autoras rusas.}}

 En efecto, se apropia y difumina en su obra las fuentes literarias que está consultando. Entre el espacio propio –textos de su autoría– y la incorporación de otras y otros autores, su proyecto adquiere un valor colectivo. Deleuze y Guattari añaden que la literatura menor es aquella en la que “no se dan las condiciones para una enunciación individualizada”.

{{Deleuze y Guattari, op. cit., p. 30.}}

 Ya que el o la escritora escribe desde la marginalidad literaria, en una situación desprovista de “talento”, niega la literatura de maestros. Escribir desde el margen es necesariamente político, pues la o el escritor expresa en función de la comunidad que no tiene acceso a la escritura. Los filósofos definen esta literatura como intrínsecamente solidaria, como “cosa del pueblo”. No solo Capetillo dedica su libro “a los trabajadores del universo”, sino que constantemente se dirige a las mujeres en particular.

{{Enuncia entonces para las mujeres de la clase obrera. Su texto “¡Importante!” está dedicado “a las mujeres, a los maestros y a las madres”.}}

 La voz de la escritora se enuncia desde una multiplicidad colectiva que entrecruza clase y género.

A partir del collage y el ensamblaje literario, Capetillo erige un dispositivo discursivo alternativo. Los géneros menores (cartas íntimas, textos poéticos, ensayos abiertos y fragmentarios, impresiones de viaje), considerados antiintelectuales, son una estrategia consciente de disidencia y anarquismo de la escritora. Allí se exhibe una escritura marginal que se enuncia en la multiplicidad, en oposición a las fuerzas ordenadoras que impugnan a la élite política de su tiempo. Su condición de mujer obrera la coloca al margen de la cultura intelectual dominante. Es en lo que Capetillo considera auténtico y verdadero, lo afectivo y el espacio de la vida cotidiana, que precisamente lo cotidiano y personal se funden con la esfera política. Para ella lo personal es político. Su práctica escritural es móvil y se resiste a todo orden literario. Si lo fragmentario y abierto componen una epistemología alternativa, Capetillo produce un discurso doble: por un lado, su proyecto de libro que demuele la noción individual de una obra literaria y enuncia la marginalidad –vuelve accesible el campo de la intelectualidad a las clases obreras–; por el otro, el vuelo y la dispersión de todo orden que revela una escritura de carácter marcadamente feminista. ~

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es investigadora, bibliotecaria y ceramista.
Estudia el doctorado en historia y literatura en la Universidad de Chicago. Lleva el proyecto Biblioteca Revelaciones.


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