Es bueno no tener miedo al exceso, a la exploraciรณn de lo nunca trillado, incluso al ridรญculo, y esos asomos al abismo le convienen mรกs al cine espaรฑol (y no digamos a la novela espaรฑola) que a otras cinematografรญas europeas, donde el mainstream industrial convive holgadamente con la bรบsqueda y el empeรฑo formal de sus marginales. Coinciden este otoรฑo en la cartelera tres atrevidos de distinta edad: Julio Medem, de larga y desigual filmografรญa a sus sesenta aรฑos; un sรณlido valor menos prolรญfico, Jaime Rosales, nacido en 1970; y el comparativamente reciรฉn llegado Carlos Vermut, que realiza con 38 aรฑos su tercer largometraje.
Rosales es un formalista muy estudiado, y su programa teรณrico solo le traicionรณ completamente, a mi modo de ver, en Tiro en la cabeza, una aporรญa sobre el asesinato por eta de dos guardias civiles de paisano en que el despojamiento (diรกlogos inaudibles, superfluas voces callejeras de fondo, hechos encriptados) sustraรญa todo interรฉs del acto fรญlmico, empujando de modo estรฉril a los espectadores a la frustraciรณn o el abandono. Petra tiene un registro menos radical en su composiciรณn y tambiรฉn menos llamativo que la โpolivisiรณnโ o pantalla partida con diferentes ejes visuales que en su mejor pelรญcula hasta la fecha, La soledad, enriquecรญa a la vez que refrenaba el patetismo subyacente en la historia contada. Los personajes de Petra son antihรฉroes de una tragedia griega en la que el director aspira โde un modo sutil que intriga e interesa desde que el espectador lo advierte en una de las primeras secuenciasโ a aislar lo figurativo de lo paisajรญstico, como si, sugiere Rosales, toda esencia dramรกtica hubiera de valerse por sรญ, sin el aรฑadido de un templo, una columnata, un altar votivo o unos Campos Elรญseos. La cรกmara, que es aquรญ estilogrรกfica, segรบn lo deseaban Alexandre Astruc y otros franceses de la Nueva Ola que le hicieron caso, avanza en planos panorรกmicos de gran rigor, buscando su emplazamiento en el decorado, y una vez hallado se queda quieta, sin regodearse en la descripciรณn material, fomentando al actor y subrayรกndose solo a sรญ misma en tanto que mรกquina del relato.
Tambiรฉn desde muy pronto sabemos que este cineasta-artista no va a seguir una cronologรญa convencional; la pelรญcula se desarrolla en capรญtulos, y el de arranque es el segundo; mรกs tarde llega el primero, y el desorden continรบa, jugando a lo novelesco con un toque de arbitrariedad juguetona que indica que Rosales quizรก ha leรญdo a los โoulipianosโ como Georges Perec o Raymond Queneau. A Petra sin embargo le sobra el larvado discurso sobre la creaciรณn artรญstica que tanto pregona el director; la familia protagonista podrรญa ser la de un vinatero o un empresario de ganaderรญa, y que el patriarca Jaume sea pintor emborrona la trama y nada aporta cuando se le quiere dar un trasluz pictรณrico al antagonismo de Jaume y la alumna o tal vez hija suya Petra. Tampoco ayuda el excesivo peso que recae en un intรฉrprete no profesional tan limitado como Joan Botey, un hecho que se hace mรกs palmario cuando a su lado estรกn Bรกrbara Lennie, Petra Martรญnez en su breve cometido y, sobre todo, Marisa Paredes, quien en sus tres memorables escenas da la temperatura de los grandes trรกgicos: gravedad, mรกscara facial, hiriente ironรญa, dicciรณn alta y rotunda. El hermoso final de Petra tiene en ella su cenit. Despuรฉs de habernos enseรฑado siempre con parquedad los bellos lugares donde transcurre la acciรณn, la arboleda, el viรฑedo, el acantilado, la roca veteada donde se sientan Petra y Lucas en su primera salida al campo, el lago famoso que se muestra deliberadamente desenfocado, Rosales corona su ascesis en el momento de la reconciliaciรณn femenina a la entrada de la masรญa: las mujeres se entienden y se perdonan, quedando como รบltimo plano el portรณn abierto al paisaje, una masa vegetal distante y obliterada donde resuena el latido superior de las pasiones carnales que animan esta parรกbola de muerte, de traiciรณn y de perdรณn.
Los fracasos de Vermut y Medem en sus saltos de riesgo son de otro signo. A Quiรฉn te cantarรก, artefacto esmerado y a menudo precioso, la afea su banalidad preponderante, sobre todo en los diรกlogos. Y en un apรณlogo sobre una legendaria cantante sin voz desconcierta que algunas de las ilustraciones musicales, Eva Amaral, Mocedades, sean tan rudimentarias, asรญ como sorprende que la esfinge de perfiles egipcios que interpreta con el debido hieratismo Najwa Nimri diga en una escena de confesiรณn que su comida preferida es el tartar de aguacate con nueces, su paรญs ideal Islandia, aรฑadiendo de modo incongruente que su libro de cabecera es Mortal y rosa, la mรกs bien cursi memoria elegรญaca de Francisco Umbral. Lo que Vermut hace muy bien es plasmar un universo reconcentrado de mujeres, prescindiendo de los hombres, sombras apenas sin enjundia ni cuerpo, lo que crea un efecto de espejismo cautivador. Las actrices defienden todas con garra y talento su territorio, destacando la Blanca interpretada por Carme Elรญas.
Lo masculino y lo femenino llenan a partes iguales El รกrbol de la sangre, que curiosamente coincide en darle a Najwa Nimri un papel de cantante en crisis. Lo que el propio Medem ha llamado โatmรณsfera visualโ, con encuadres amplios, airosos, que dejan vacรญos alrededor de los dos narradores, es exquisito; siempre ha destacado en la composiciรณn del espacio y los movimientos de cรกmara, que aquรญ, con buenos medios de producciรณn, alcanzan momentos de mucha brillantez, sobre todo en los exteriores, que รฉl no esconde ni amortigua. Al contrario: como es marca de este director, el campo abierto, los รกrboles y los animales, los vacunos especialmente, le inspiran, y esas naturalezas estรกticas y animadas le corresponden adquiriendo la condiciรณn de tรณtems en varias de sus pelรญculas. El problema de El รกrbol de la sangre estรก en su amalgama y su amontonamiento, pues es multilingรผe (castellano, euskera, catalรกn, andaluz, chino, ruso), multilocal (Cataluรฑa, Madrid, Paรญs Vasco, Alicante), multisexual, multicultural, y no sรฉ si me dejo alguna de sus pluralidades. El รกrbol genealรณgico del argumento (el otro, el que se alza frente al casรณn, es muy bello) resulta confuso y profuso, en un relato que necesita casi dos horas y media para llegar al final. Y el fin es lo peor, pues la tendencia pomposa y redicha de los รบltimos โmedemsโ (Caรณtica Ana, Habitaciรณn en Roma) tampoco falta aquรญ cuando, en el apogeo multiaccidental se apelmazan las ramas familiares, las alusiones polรญticas, las mafias eslavas, los disparos, los acentos, toros y vacas sueltos, prados, rompientes, playas, y un coito subacuรกtico en Denia que resulta tan solemne como inverosรญmil. El mejor Medem, el de La ardilla roja, Tierra o Lucรญa y el sexo, se distinguรญa justamente por saber sortear con gracia metafรณrica la incredulidad suspendida de la que hablaba el poeta romรกntico, haciendo verosรญmiles las hipรฉrboles lรญricas y los cataclismos telรบricos. Bordeaba abismos y los salvaba con una invenciรณn narrativa y una ingenua pureza que ahora ya no dan emotividad ni sentido a sus fรกbulas.~
Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mรกs reciente es 'El tercer siglo. 20 aรฑos de
cine contemporรกneo' (Cรกtedra, 2021).