En el principio, por 1988, el nombre de la banda fue primero Introductiony después cambió a Seymour (ambos por aquel “Seymour: An Introduction” de J. D. Salinger y su héroe zen y suicida iluminado Seymor Glass, de quienes Damon Albarn, Graham Coxon, Alex James y Dave Rowntree eran fans más que confesos). Pero a la discográfica con la que firmaron al año siguiente, Food Records, no le pareció lo suficientemente atractivo, y entonces se sentaron a hacer lista de posibles nombres. Y destacó uno, justamente, por referirse a algo que no destaca: Blur. Lo que significa difuminar, empañar, desdibujar, empañar, emborronar, enturbiar, manchar.
Blur entonces y dos primeros álbumes (Leisure y Modern life is rubbish, de un cierto éxito comercial y crítico) que buscan sonido y personalidad, que encuentran en 1994 a la tercera con un clásico indiscutible: Parklife (y su secuela The great escape) y una puesta al día de la mística y mítica de The Kinks a la hora de musicalizar y versar acerca del estado de un imperio desde hace tanto en la más vigorosa de las decadencias. El equivalente uk al Born in the usade Bruce Springsteen como descompuesto y recompuesto por el Martin Amis de Campos de Londres. O algo así. Y de pronto la etiqueta de britpop y el renacer del pop británico junto a sus enemigos íntimos de Oasis y a ese outsider/insider de Jarvis “Pulp” Cocker.
Pero para entonces ya queda claro que Albarn y los suyos aspiran a otras cosas y no se limitan con fronteras. Y entonces el flirteo con el alt-indie made in usa de Pavement y de Beck (en el heroínico Blur) y, más tarde, el art-rock-gospel de “Tender” producido por William Orbit (en el más o menos redentor 13). Y la grieta y huida/expulsión del guitarrista Graham Coxon (más que responsable del sonido Blur) y, en 2003, esa suerte de coda no anunciada como tal que fue Think-Tank inclinándose por la electrónica y la world music. Y, sí, Albarn –acaso el más sabio/inteligente/astutode su camada– no se puede quedar quieto. Y entonces las investigaciones africanas de todo vanguardista que se precie de tal (llámese Peter Gabriel o Paul Simon o David Byrne) y bandas paralelas como la muy exitosa y cartoon-virtual hip-hop-dub-trip-pop con superinvitados Gorillaz o la crepuscular The Good, The Bad & The Queen o la más etno-saltarina Rocket Juice & Moon. Y música para películas y óperas y sus dos álbumes solistas (los sombríos a la vez que encandiladores Everyday robots y The nearer the fountain, more pure the streams flows) y…
Pero como bien se lamenta Michael Corleone en El Padrino III, es muy difícil salir de ese sitio por el que se entró. No se trata aquí de un siempre se vuelve al primer amor sino de un, con amor, volver siempre a lo que sigue siendo lo primero. Y así, por suerte, Blur es esa banda que nunca acaba de separarse del todo porque siempre está unida aunque, sí, un tanto difuminada hasta que –de pronto y sin aviso– se la vuelve a oír en toda su magnífica y talentosa claridad.
Así, súbitas reuniones y actuaciones masivas y festivales gigantes y en 2015 –doce años después del hasta nunca que de pronto resultó un hasta luego– Blur hace restallar The magic whip. Álbum que es un poco como aquel The next day del retorno de David Bowie: una suerte de resumen de lo publicado, una especie de greatest hits fantasmagóricos pero de/con canciones nuevas remitiendo a todas sus etapas anteriores. Un gran álbum entonces, pero que ahora se ve empequeñecido por la salida ahora, diez años más tarde en sincro con triunfales directos en Wembley adelantando gira mundial, de The Ballad of Darren.
Título juguetón que distrae honrando a Darren “Smoggy” Evans (guardaespaldas todo terreno de la banda), pero que en realidad trata sobre una crisis sentimental y existencial y de la un poco más que mediana edad del líder de Blur. Una –otra– introducción a otro Blur (porque cada disco de Blur es una renovada introducción a Blur). Este es algo así como el Blood on the tracks de Albarn con ecos del Lou Reed & John Cale, Leonard Cohen, Bacharach & Costello, el Pulp de esa oda al fracaso triunfal que es This is hardcore,el reciente Lloyd Cole de Guesswork y On pain,el ya mencionado Bowie del hola-casi adiós y, sobre todo, (y reclutando a su productor, el ubicuo James Ford camino de consagrarse como el consolador de consolas Brian Eno de esta generación) con lo último de Arctic Monkeys. Sí: ese espíritu neocrooner que hace sonar a The ballad of Darren como el bisnieto de aquellos álbumes dolidos pero estoicos con los que Frank Sinatra volvió a subir a lo más alto cantándole a sus bajones amorosos entre mediados y finales de los años cincuenta. Y, por qué no, añadir una pizca de Philip Larkin a la sopa de letras. Albarn lo ha tildado de aftershock record y Coxon lo ha definido como “ese inesperado bebé que acabas pariendo en el estacionamiento de un centro comercial sin siquiera haberte dado cuenta de que estabas embarazado”.
Y –más allá de las (in)definiciones– esa atmósfera que devuelve a Blur a lo que mejor hace: esos grandiosos tracks de epifanía melancólica (pensar en “This is a low” o en “The universal”) que aquí se recuperan en el cierre, antes de esos tres bonus-tracks, que es “The heights”. Allí un Albarn dolido pero a la vez satisfecho de haberse ganado ese dolor y despidiéndose, “viendo a través del coma de nuestras vidas”, con un “De pie en la fila de atrás, esta va por ti”pero esperando volver a la fila de delante junto a ella. Antes, al principio, en “The ballad”, se canta y se le canta a una balada como a esa melodía que vuelve una y otra vez a recordarte que jamás podrás olvidar porque es la de esa persona que se fue y jamás va a volver. Y, luego, a seguir con la abrasiva y estranguladora “St. Charles square”, donde se arranca admitiendo que “I’ve fucked up” entre esos característicos “Ois!”marca Parklife para postal movida de resaca de viejoven con fatiga de materiales. Y a bailotear alegremente sobre un impecable bridge con la guitarra muy Smiths y la tristísima letra de “Barbaric” (“Perdimos ese sentimiento que jamás pensamos perderíamos” y “Pronto desmontaremos los andamios”, se avisa ahí) o con “Sticks and stones” (“¿Por qué quiero ser liberado? / Tú eres el pasado, no el futuro”). “Russians strings”(“¿Dónde estás ahora / Regresarás con nosotros / ¿Estás on line? / ¿Estás contactable, de nuevo?”) y la tentación de volver a darse con the hard stuff. Autoflagelarse satisfactoriamente con “The narcissist” mirándose al espejo para descubrir que allí hay demasiadas personas pero rogando por la revuelta vuelta de un único amor tranquilo. Con “The rabbit” (“Somos todos practicantes de vagas ilusiones, hieroglifos y películas / ¿Dónde está el placer en el autoengaño?”). Darse cuenta de que “Estamos cada vez más altos por el dolor” en “The everglades (for Leonard)”. “Goodbye Albert” y “Far away island” y “Avalon” como variaciones sobre la fantasía de la Tierra Prometida que, claro, no va a cumplir su promesa. Así hasta ir a dar –en la preciosa “The swan”, uno de los temas extras– al diagnóstico de que “A veces la furia es una fuerza a la que todos retornamos llorando, desinformados” y de ahí la repetición de las preguntas sin respuestas de “¿Qué es lo que realmente quieres? ¿Qué es lo que realmente necesitas de mí?”antes del silencio y vaya uno a saber si se lo sabrá alguna vez. Y aun así –en la madurez resignada de saberse madura de The ballad of Darren– se detectan restos de la juventud de “Girls and boys” y de “Song 2”. Solo que –como alguna vez cantó aquel canadiense “pequeño judío que escribió la Biblia”– ahora duelen las partes con las que se solía jugar, play, tocar, ejecutar. Así –por encima del ritmo alien-disco y las guitarras más electrificadas que eléctricas– acaba imponiéndose lo de aquí y ahora. Lo del principio. Lo que volverá siempre a buscarte no será un rock impotente sino la poderosa balada que –con Blur nunca se sabe– tal vez sea lo anteúltimo o lo final pero ya, seguro, definitivo. Este Blur –siempre actual y eternamente vintage a un tiempo– hasta dentro de una década o, tal vez, hasta la semana que viene, para levantar, enturbiados como siempre, la viga de su tejado. ~
es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).