Llegar a Buenos Aires a mediados de agosto de 2019, una semana después de las elecciones primarias (paso), es una experiencia cuando menos intensa. En cualquier charla con porteños se hace patente, casi desde la primera frase, la extrema polarización de los argentinos en cuestiones políticas. Urge por tanto aprender el argot político para no iniciados, si bien a base de escucharlas, expresiones como “ser k” (que quiere decir apoyar a Cristina Kirchner y, por tanto, al dúo político de los Fernández), o “ser un gorila” (más o menos lo opuesto a lo anterior) pasan a formar parte de nuestro vocabulario. Sin duda, lo que más angustia provoca es que el peso se ha vuelto a devaluar en cuestión de días: de poder comprar un dólar por 46 pesos, ahora hay que pagarlo casi a sesenta. Eso provoca –los argentinos ya lo saben bien– inmediatas subidas de precios, de ahí las largas colas en los supermercados para beneficiarse de los precios anteriores a esas primarias que le han subido la fiebre al país.
Mientras tanto, la vida cultural de Buenos Aires sigue su curso, y tiene pinta de seguirlo por los siglos de los siglos. Además de comprar libros nuevos y de saldo, de acudir a obras de teatro y exposiciones, los porteños son muy dados a participar en conferencias y talleres de todo tipo (“Meditación y movimiento”, “Cuatro hitos de la arquitectura porteña”, “Estética y apreciación de la música contemporánea”…). El perfil de los talleristas va desde estudiantes de letras hasta fonoaudiólogas, pasando por psicoanalistas y odontólogos de edades diversas, si bien a todos les une ese bien tan preciado como intangible llamado curiosidad.
Me encuentro con la ilustradora María Luque en el Varela Varelita, un bar incluido en la lista de los cafés notables porteños, que presume de haber sido la oficina de escritores y artistas como Héctor Libertella y de seguir siendo hoy espacio de trabajo para César Aira o la propia María. Ahí la veo, en su mesa favorita, con su despliegue de tubitos de gouache y sumergiendo el pincel en una especie de té matcha, que en verdad es agua teñida de diversos tonos de azul y amarillo. Autora de La mano del pintor (Sigilo) y de La casa transparente (Sexto Piso), entre otros libros, la autora está unas semanas en Argentina antes de partir para una residencia artística en Europa, un plan que facilita mucho la vida de los artistas nómadas.
Le pido hora a la poeta Nurit Kasztelan para visitar su librería, llamada Mi casa. Como su nombre indica, la librería es también el lugar donde vive Nurit, por eso tiene implantado ese sistema de turnos. Una vez dentro de su fascinante vivienda de techos altísimos, subimos unas escaleras y llegamos a un cuarto totalmente forrado de libros. La selección de ficciones, poemarios y ensayos latinoamericanos que hay en los estantes está a cargo de la propia Nurit. Como ya conoce mis gustos me dejo aconsejar por ella y así descubro al cronista chileno Roberto Merino (En busca del loro atrofiado, Editorial Mansalva) y a Leticia Obeid, una artista de la Córdoba argentina que ha publicado la novela experimental Preparación para el amor (Editorial Caballo Negro).
El CCK, que en sus siglas lleva la k de Kirchner, es un centro cultural flamante situado en el viejo edificio de Correos, cerca de Puerto Madero. Su amplísima programación es con frecuencia gratuita o a precios más bien simbólicos de tan bajos, por eso para conseguir entradas hay que apostarse desde bien temprano ante el ordenador la computadora. En el CCK hay actos a cualquier hora, así que decido pasar allí una tarde entera de domingo. A las cuatro visito la completísima exposición muestra del artista cinético Julio le Parc, de la que toda la ciudad habla (Buenos Aires es unánime en su entusiasmo: pareciera que todos los ciudadanos, incluyendo a los niños, han visitado tanto esa muestra como la de Leandro Erlich en malba).
Después intento colarme en un espectáculo de comedia stand-up que forma parte del Festival de Matemática 4d, pero no quedan entradas. Por suerte, fui previsora y conseguí una con antelación para el concierto del Cuarteto de Cuerda Gianneo, que celebraba su recital número quinientos. El deslumbrante auditorio sinfónico del edificio, una estructura metálica llamada La Ballena Azul, está, como de costumbre, lleno. El público sigue aplaudiendo a rabiar pero yo tengo que marcharme rápidamente porque a las 21:30 tengo mesa reservada en el Piso 9, el más alto del enorme edificio. Allí se celebran cenas a cargo de chefs de distintas regiones de la Argentina. La megalópolis ofrece tantos estímulos que a veces le resta protagonismo a provincias como Jujuy, Neuquén o Patagonia, región degustada esta noche a través de una empanada de merluza negra, una cazuela de cordero y otras delicias cocinadas por el chef Jorge Monópoli y alejadas del clásico asado argentino. Y todo ello regado con unas vistas espectaculares de la ciudad.
Que cualquier centro de arte porteño, además de sus exposiciones, programe otras actividades variopintas es moneda corriente en Buenos Aires. En esa tónica, el Museo Sívori organiza un paseo por la vida y la obra de la inquietante artista Mariette Lydis, austriaca residente en Buenos Aires desde los años cuarenta. El Sívori y su jardín de esculturas son lugares de los que no nos querríamos marchar; en su café de cálido hormigón, valga el oxímoron, me topo con la escritora y crítica de arte María Gainza. La autora emplea a Lydis como personaje de su novela La luz negra, de ahí que esté preparando, junto al equipo del Sívori, una obra (por llamarla de alguna manera) que durante unos días hará las veces de visita guiada por la muestra de la pintora.
Ya que no estaré en la ciudad para participar en la actividad, como compensación acudo a La Guiada, la visita teatralizada que recorre los entresijos del Teatro Nacional Cervantes. A pesar de mis prejuicios contra los espectáculos participativos –y este lo es– salgo encantada y aplaudo a rabiar. La representación es divertida e inteligente: en ella nos cuentan la historia del teatro y de paso nos invitan a plantearnos qué queremos decir cuando nos referimos a lo nacional, lo que de inmediato nos lleva a pensar sobre asuntos identitarios. Nunca un porteño va a perder la oportunidad para plantearte cuestiones peliagudas, por eso, ya antes de marcharme de Buenos Aires empiezo a echar de menos la curiosidad intelectual y el entusiasmo eterno de sus habitantes, verdaderas aves fénix que, llegado el momento, se sacuden el polvo de los escombros para ponerse en marcha una y otra vez.
Buenos Aires, 10 de septiembre de 2019. ~