Hemos asistido recientemente a la explosión del caso Huawei, detonado a raíz de la detención de la hija del fundador de esta empresa en Canadá. El caso ha puesto encima de la mesa una pregunta que venía rondando muchas cabezas: ¿son fiables las empresas chinas, nacidas y crecidas en un ecosistema cerrado y controlado por el gobierno?
Pero también se han producido otras noticias relativas a China que deberían haber llamado nuestra atención en mayor medida en que lo han hecho. La primera de ellas ha sido el acuerdo entre el gobierno bolivariano de Venezuela, hoy en precario, y la empresa china ZTE para desarrollar en el castigado país servicios de ciberseguridad. Conociendo las características de ambos contratantes, y siendo ZTE una empresa estatal, uno puede esperarse de este contrato un laboratorio extramuros de los servicios de ciberseguridad made in China.
Una segunda noticia tiene un recorrido mayor: China ha promovido en el último año el 30% de las patentes que se han registrado a nivel mundial, culminando así un proceso de continua sofisticación de su sistema productivo, que hace mucho dejó de ser la fábrica del mundo para competir, vis a vis, con los países tecnológicamente más avanzados.
Y otra más, que no afecta a China directamente pero tiene una inquietante conexión con ella: Moscú está (re)lanzando un sistema, inspirado en la gran muralla China (the great firewall of China), para limitar el acceso de sus ciudadanos a internet emulando un modelo que ha resultado a sus ojos todo un éxito.
Al menos desde la guerra del opio, China ha vivido bajo el síndrome del nibelungo; en El anillo del nibelungo de Wagner, Alberich y su hermano Mime ocupan el escalafón más bajo de la historia, el subsuelo, y desde esa posición de agravio, pero no carentes de inteligencia, los nibelungos rumian su venganza que, favorecida por la displicente decadencia de los dioses, acabará haciéndose efectiva. Los nibelungos preparan su vindicación frente a los personajes humanos y divinos que, a la postre, sucumben.
De la misma manera, China ha aparecido como una potencia primero sometida colonialmente, después extravagante al siglo XX durante el maoísmo y, en los últimos años, atada a la forja y el martillo wagnerianos como el taller de manufacturas de la humanidad. Nada más lejos de la realidad que pensar que esta pueda ser una situación inmutable y que China se resignará a jugar este papel. Si el proceso de pujanza económica y de mejora de la competitividad e innovación y ambición política de China ha podido sorprender a alguien, podemos estar seguros de que a quien no ha sorprendido es a los propios chinos y mucho menos a sus dirigentes.
Para comprender este fenómeno es necesario entender, primero, cómo los ritmos de la política y la economía en China y en Occidente están radicalmente desacoplados: los ciclos del trimestre en la empresa y de cuatrienio en la política nada tienen que ver con un sistema político capaz de planificar su supervivencia en ciclos de décadas ni con un mundo empresarial dispuesto a sacrificar los beneficios a corto plazo en favor de estrategias empresariales en un horizonte temporal excesivo.
Si en Occidente el corto plazo es el trimestre, el medio es el año o como mucho el bienio, y el largo es el quinquenio, en China el corto se mide en años, el medio en quinquenios y el largo en décadas. Y esto además en un sistema económico en que lo público y lo privado están entreverados de una manera tan estrecha que hacen parecer al mítico complejo militar industrial estadounidense un juego de niños. Nunca la expresión “capitalismo de Estado” ha tenido una plasmación más precisa en la realidad de un país, por mucho que nominalmente ese país se reclame comunista, o quizás por eso… No olvidemos que China nunca ha compartido, y sigue sin compartir, los valores de la democracia liberal: democracia representativa, sociedad abierta y economía de mercado.
El siglo XXI es el siglo de la digitalización y los países del futuro se ordenarán en base a su capacidad de adaptar sus economías y sociedades a este proceso. En el mundo que viene los países ricos y pobres serán aquellos que hayan sabido aprovechar o no las posibilidades de la digitalización, y no los más ricos en capacidad manufacturera (que tiene sus días contados tal y como la conocemos), materias primas, infraestructuras o servicios financieros. Y ello en un mundo global en evolución cada vez más acelerada. Solo quien sepa exprimir las posibilidades de la digitalización en sus fases sucesivas, presentes y futuras, tendrá un asiento en la cabina de pilotaje del siglo XXI.
En este contexto, los dioses del anillo wagneriano habían formulado una ley inmutable que los nibelungos han venido retando o cuyo desafío han preparado desde el subsuelo.
Los eeuu, y todo Occidente, estaban convencidos de que en el mundo digital/global del siglo XXI las barreras no eran factibles, internet era un fenómeno intrínsecamente universal al que era imposible poner reglas o barreras. La globalización de la red llevaba inevitablemente a un fenómeno de homogeneización en el que la capacidad de los gobiernos, por muy poderosos que fueran, de establecer reglas específicas y walled gardens era imposible y cualquier intento de hacerlo, un esfuerzo estéril.
Los intentos frustrados de Rusia, ahora reiterados, de contravenir esta regla pronto confirmaron el axioma: no era posible preservar un país y un mercado del flujo de mercancías e ideas que llevaba implícito el fenómeno globalizador por excelencia: internet. Nadie podía poner reglas, barreras o limitaciones a la red ni constreñir su carácter liberalizador: ahí estaban las desdichadas primaveras árabes para demostrarlo.
Pero mientras estos principios se enseñoreaban del pensamiento dominante, los nibelungos seguían forjando en silencio su modelo y hoy descubrimos sorprendidos su resultado: de las diez empresas más importantes del mundo dos son chinas, las dos son tecnológicas y las dos son la réplica casi exacta de dos de las empresas líderes en el mundo digital: Alibaba, trasunto de Amazon, y Tencent, réplica made in China de Google.
No es casualidad que solo en China haya empresas capaces de mirar de tú a tú a las grandes tecnológicas americanas. No lo es porque no son el resultado de la competencia en un mercado abierto sino el producto, al principio de laboratorio, de una política de imposición de barreras regulatorias y políticas a cualquiera de sus competidores que han culminado en este resultado y en el entendimiento de que hay un modelo chino hasta ahora negado por imposible desde Silicon Valley y que va mas allá de las empresas de telecomunicaciones como Huawei y ZTE. La nueva muralla china, establecida en 2003, ha satisfecho con creces las expectativas de las autoridades chinas.
Y va mas allá porque no son el resultado de las artimañas que, más o menos disimuladamente, han practicado otros gobiernos: proteger a sus empresas locales permitiéndoles competir con ventaja en el extranjero a base de dumpings, como vemos ahora en las aerolíneas de Oriente Medio.
No, Tencent y Aliababa son el resultado por ahora. Vendrán más, de un modelo de desarrollo propio de la economía digital, basado en principios muy diferentes a la imperante convicción de que internet, por su propia naturaleza, es un sistema carente de jerarquía en el que es imposible establecer reglas o imponer barreras. No hay ejemplo más gráfico de esta ingenuidad que la de ver la infraestructura económica y estratégica más crítica de la actualidad residente en un ridículo PC del departamento de Comercio de los EEUU o gobernado por el naíf principio de multistockholderismo de ICANN(Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números).
La gran diferencia de China con el modelo hands off estadounidense es una estrategia pública top down de decisión centralizada pero de ejecución local y regional. No es otra cosa que la aplicación eficiente del principio leninista del centralismo democrático: unos pocos deciden y todos los demás ejecutan. Lenin en la era digital.
China demuestra que si tienes el tamaño suficiente y el sistema político y social funcionalmente adecuado para ello, internet se puede convertir en una red jerarquizada, con puertas de entrada de fácil bloqueo, donde la censura y la intromisión en la privacidad y el control de los contenidos es perfectamente posible, pero sin acabar con el desarrollo ni la innovación. Es la nueva muralla china.
Veamos qué es lo que ha estado pasando en la economía digital en China en los últimos años, algo muy alejado de la percepción de muchos en Silicon Valley. Durante unos años este país ha reproducido su modelo de manufactura en el mundo digital aprovechando las murallas técnicas y normativas establecidas por el regulador. En esta etapa han florecido los clones de las grandes empresas americanas globales: el Amazon chino, el Google chino, el Facebook chino. Nada preocupante para el modelo en la medida en que se producía en un entorno poco innovador basado en la copia y la réplica, nada contracultural en China, y al abrigo de la competencia.
Pero no se ha prestado atención suficiente a una segunda fase, la que ha generado una feroz competencia doméstica entre gladiadores en el mercado chino que luchan por su supervivencia. Si es cierto que los jugadores chinos han copiado a los estadounidenses, no es menos cierto que han sabido adaptarse, en un feroz entorno de competencia interna, a las necesidades concretas de los usuarios. Baidu copia a Google pero optimiza el site para los hábitos de los consumidores chinos.
Como brillantemente ha explicado Kai-Fu Lee en su magnifico libro ai superpowers, frente a un modelo occidental en el que el copiador se encuentra frente al ostracismo social, una férrea investigación antimonopolio y una ingente suma en gastos legales, los emprendedores chinos se encuentran con la lucha a muerte de los gladiadores en un entorno donde si copias también puedes ser replicado. Eso ha generado una genética competitiva feroz necesaria para sobrevivir. Es una market driven innovation que ha alimentado una innovación masiva basada en un emprendimiento masivo, y este y no otro es el fundamento de la política de digitalización del gobierno chino. Esta es la nueva consigna que reemplaza a las mil flores, massive entrepreneurship and massive innovation. Es heterodoxo, pero demuestra que construir un sistema de innovación top down es posible.
La filosofía de los gladiadores ha generado innovación y la ha generado en un mundo en el que China está sentando las bases de la nueva etapa en la revolución digital: el O2O(online to offline), que es la antesala (y su principal mina de datos) de la próxima etapa de la revolución digital que nos espera: la Inteligencia Artificial (IA), la electricidad del siglo XXI. Si se ha dicho reiteradamente que los datos son el nuevo petróleo, ahora estamos pasando del petróleo a la electricidad. Este es el próximo campo de batalla y ahí los chinos quieren ser algo más que los simpáticos followers de la innovación americana.
Veamos cómo se han planeado las estrategias políticas, pues tanto EEUU como China entienden perfectamente que esta es la gran batalla estratégica por el control de la economía digital y por tanto de la economía del futuro.
Recordemos el magnífico documento elaborado en 2014 por la administración Obama sobre el desarrollo de la Inteligencia Artificial: acertadísimo diagnóstico, un plan de acción adaptado al liderazgo de la industria americana. Y, sobre todo, un documento basado en la convicción de que también aquí China se limitaría a copiar y a ser un mero seguidor del liderazgo estadounidense. Hoy vemos resucitar tímidamente esta estrategia a través de la reciente American ai Initiative, menos ambiciosa y de momento lejos de las prioridades políticas de la presente administración.
Frente a ello, el gobierno chino también aprobó su plan, algo más tarde, en 2017, un plan menos brillante intelectualmente pero con una notable diferencia: está enfocado a cómo ejecutar la estrategia de ia en China partiendo de las fortalezas construidas en los últimos años. La Inteligencia Artificial será la primera tecnología de nuestro siglo, en que China competirá directamente no solo en la aplicación sino también en su investigación y desarrollo.
Y en este campo China cuenta hoy con fortalezas indudables: una regulación paradójicamente favorable al uso de los datos personales (paradójica porque se produce en un sistema de control ), un desarrollo de la economía o2o superior y un entorno universitario y de investigación volcado en la Inteligencia Artificial. China es el Oriente Medio de los datos y no olvidemos que un buen algoritmo no es nada si no se asienta en una cantidad y calidad de datos suficiente.
La Inteligencia Artificial requiere cuatro cosas: datos abundantes, emprendedores agresivos, científicos de datos, y un entorno político y regulatorio adecuado. Pues bien, China lo tiene todo y en grado suficiente para mirar a la industria digital americana de tú a tú.
Empezaba este artículo ponderando la posición de las empresas chinas en el mundo digital, dos de siete. Pues bien, esto es todavía más evidente en este mundo: de los gigantes de la IA, tres son chinos, cuatro americanos y ninguno europeo. Y en un mundo donde la concentración de poder se ve potenciada por el principio winner takes all veremos una acumulación de riqueza extraordinaria sin precedentes en manos chinas y americanas.
Y si las consecuencias son importantes desde el punto de vista económico, más lo serán desde el punto de vista político y geopolítico. Frente al modelo, aparentemente libertario, de desarrollo de internet en eeuu y por contagio en el resto del mundo occidental, China está construyendo un mundo digital que según los teóricos del Valley era imposible: desarrollado, innovador y basado en principios autoritarios.
Lo que China demuestra, lo que implica el reto chino, es que es posible en el siglo XXI una economía digital plenamente competitiva, con desarrollo de servicios innovadores y con empresas en el top ten mundial, manteniendo un sistema iliberal basado en el control del poder político, la censura de los contenidos inapropiados, la mutilación de la libre competencia y la limitación del libre mercado. En suma, la tecnodictadura.
Y en un mundo en que la IA va a generar ganancias de productividad no vistas desde la revolución industrial, también China está mejor preparada para las distopías digitales: la sociedad y el mercado de trabajo chino tienen todas las características que les van a permitir adaptarse a los retos que la Inteligencia Artificial y los algoritmos van a plantear al mercado de trabajo y la sociedad.
Y esto tiene unas consecuencias a medio y largo plazo trascendentales; frente a la creencia de que internet por su propia naturaleza era único e indivisible y no podía ser fragmentado, y por tanto estaría basado en un único modelo acorde a los valores de la sociedad liberal, estamos viendo surgir con pujanza un contramodelo autoritario y restrictivo que responde muy bien a valores contrarios a la cultura democrática. Este es el reto político, cultural y filosófico que está detrás de la irrupción de China como potencia global en el siglo XXI.
Y la mayor responsabilidad de gestionar este proceso corresponde a eeuu, líder en la industria y en el desarrollo de la economía digital y no parece que esta responsabilidad se esté afrontando adecuadamente.
Que nadie piense que dar la batalla equivocada de una administración predigital para restringir el comercio mundial va a producir efecto alguno en este asunto. Descorazona ver cómo, después de muchos años de administraciones demócratas y republicanas que habían situado la industria y la economía digital en la cúspide de las prioridades estratégicas y políticas, hoy la administración de Trump, lejos de responder a estos retos, distrae su atención intentando restringir el libre comercio y planteando, a mi juicio, la batalla equivocada.
Cualquier repuesta razonable a este desafío solo puede provenir de la política y los valores. El foco de la política con China debería no ser la imposición de barreras arancelarias sino la lucha por un modelo de desarrollo de internet que hiciera universales los principios de libertad de expresión, protección de la intimidad y libre circulación de ideas y servicios a través de la red. También un modelo de desarrollo de la Inteligencia Artificial basado en principios claros, como se está viendo en la necesidad de construir una ética de los algoritmos más allá de evitar horrores como que un algoritmo (de una empresa china, por cierto) termine la sinfonía inacabada de Schubert, dicho sea de paso, con un resultado de una trivialidad insoportable.
Precisamente lo que se necesita no es una vuelta atrás en el sistema de comercio mundial de la OMC, sino un salto hacia delante que garantice que no existan sistemas digitales cerrados ni parcelados: y podemos estar seguros de que la lucha contra las fronteras digitales tendrá como inevitable consecuencia el florecimiento de la libertad en internet y la caída de las hasta ahora impuestas. Hoy el objetivo estratégico de eeuu y de los países occidentales debería ser garantizar en todo el mundo el libre comercio digital y un internet sin murallas, y este es el aggiornamento que la OMC necesita, porque garantizar el libre flujo de datos y comercio en el mundo digital será garantizar, sin vuelta atrás, el libre comercio en toda la economía que antes o temprano será enteramente digital. Estos deben ser los cimientos de la nueva gobernanza global.
Si hoy se permiten estas murallas, en el futuro muchos países periféricos se verán tentados de emular el modelo chino y sumarse a un modelo de sociedad abierta que hoy tiene como desafío principal garantizar una economía digital sin barreras en todo el mundo. Si Putin vuelve a resucitar su modelo de control de internet es porque cree que ahora es más posible que antes. Hoy los enemigos de la sociedad abierta son otros, o los mismos con nuevas apariencias.
¿Y el papel de Europa ? ¿Tiene Europa un modelo frente al libertario estadounidense y el autoritario chino? Europa tiene también sus fortalezas en el mundo digital: es un mercado suficientemente grande, no hace mal las cosas en la digitalización de los sectores tradicionales y ha aprendido con el gprd que es posible establecer standards de facto.
Vaya por delante que el libertarismo estadounidense es a veces más aparente que real. No parece que el país que alberga los cuarteles generales de todas las empresas líderes de internet deba sucumbir al furor regulatorio teniendo a su alcance el Plan General de Contabilidad.
Pero Europa comparte los valores democráticos occidentales con Estados Unidos y su responsabilidad debe ser precisamente promoverlos y entender cómo tienen que afirmarse y promoverse en el mundo digital, garantizando unas reglas del juego que precisamente preserven estos valores básicos: igualdad, trasparencia, level playing field, libre competencia y respeto a los derechos del individuo. La regulación del futuro tendrá más que ver con los principios generales que con las reglas sectoriales.
No está claro todavía si esto se debe concretar en promover un nuevo acuerdo en la OMC sobre economía digital o en construir una declaración de los derechos digitales o ambos, pero algo tiene que hacer Europa si no quiere quedar fuera de juego en el mundo del siglo XXI.
Europa tiene que trabajar con EEUU y América Latina porque pronto la sociedad democrática estará en cuestión, desde dentro también, y no solo en el liderazgo digital, también en los valores y principios que han construido desde la Ilustración el mundo que conocemos. Es necesario desarrollar un modelo de digitalización centrado en los valores democráticos y las personas, huyendo de las distopías que en realidad encubren la vocación de supervivencia de ciertos sistemas autoritarios y la resurrección de los populismos.
Y este refuerzo de la visión liberal de una digitalización centrada en las personas y compatible con la cultura democrática occidental es especialmente importante en la era de la Inteligencia Artificial cuando se deben sentar las bases de la ética del algoritmo, algo que hoy parece esotérico pero que va a tener una importancia capital en el desarrollo de todas las actividades, económicas o no, basadas en los datos y en esta Inteligencia Artificial.
Está en manos de las sociedades libres y abiertas evitar que, esta vez, la ópera acabe con la venganza de los nibelungos y el desfile resignado e inconsciente de los dioses a un Valhalla en llamas. Sabido es que este no fue el único final previsto por Wagner para El anillo del nibelungo. El primero que compuso –y desechó– fue un final optimista y feliz. ~
es abogado del Estado (en excedencia) y experto en regulación y economía digital. Ha sido secretario de Estado de telecomunicaciones y director general de asuntos públicos de Telefónica. Preside la Comisión de
Digitalización de la Cámara de Comercio de España.