El doctor Fausto en el valle del silicio

El sector tecnológico estadounidense ha pasado del apoyo al Partido Demócrata al sostén a los republicanos. En este realineamiento, que obedece a razones coyunturales y estructurales, algunas de estas grandes compañías tienen poco que ganar y mucho que perder.
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El Fausto de Goethe fue importante para Richard Wagner. Lo leyó cuando era adolescente y en 1830 compuso Siete composiciones sobre el Fausto de Goethe. Nunca intentó un escenario operístico u oratorio; su única obra madura sobre Fausto, Eine Faust-Ouvertüre,rara vez se interpreta. Entre diciembre de 1839 y enero de 1840, en París, compuso un movimiento sinfónico en re menor, el primer movimiento de una sinfonía, Faust, que no llegó a terminar.

Los comentarios de Wagner sobre el Fausto y Goethe expresan su continua fascinación por la obra, el tema y su autor.

El mito fáustico es uno de los más evocados. De origen alemán y capaz de engendrar palabras del diccionario y categorías en la psiquiatría, fue el dramaturgo inglés Christopher Marlowe quien le dio por primera vez entidad literaria en 1604, aunque será sin duda Goethe quien lo elevará a la cumbre, con su drama Fausto en dos partes, publicadas en 1808 y 1832. Algo más de un siglo después, el Doktor Faustus de Thomas Mann lo convirtió en alegoría histórica y política de su tiempo y de los dramas alemán y europeo de la primera mitad del siglo XX. También la ópera, el cine y la pintura le han dado cabida.

Sus numerosas y muy diversas interpretaciones contienen una idea común: no es una buena idea vender tu alma al diablo. La gratificación de la juventud recobrada da paso inexorablemente al remordimiento, primero, y la muerte, después; nada bueno cabe esperar del pacto con Mefistófeles.

Un sector global

Algo parecido deberían estar pensando los primeros ejecutivos de algunas de las principales empresas tecnológicas estadounidenses que acudieron ufanos y encorbatados a la toma de posesión del actual presidente de Estados Unidos, después de haber financiado generosamente los fastos de la inauguración del mandato y culminado con inusitada rapidez un cambio de posición y alineamiento político de la industria digital en busca de su eterna juventud o, al menos, de un clima político y regulatorio favorable.

Pocos meses después podemos decir que por el momento –y no hay indicios de perspectivas de cambio en el futuro próximo– estas empresas están siendo perjudicadas por los aranceles de Donald Trump y se resienten de su impacto en la situación económica y el comercio mundial: el sector del automóvil ha caído en bolsa, el farmacéutico también, pero las empresas tecnológicas han perdido la friolera de cinco billones de euros en pocos días. El nasdaq ha superado notablemente el porcentaje de caída del Dow Jones.

Cuando escribo, esta caída se ha revertido un poco, pero ni ha sido una recuperación total ni, lo que es más importante, hay certeza de que decisiones de este tipo no vayan a repetirse en el futuro. Se ha recuperado la bolsa, lo que no se ha recuperado es la confianza.

No parece que la reacción de los mercados sea caprichosa: las principales empresas tecnológicas están muy expuestas a los mercados europeos y asiáticos, destino fundamental de sus productos y servicios, y Asia es el suministrador principal de sus dispositivos, desde los iPhone hasta los ordenadores más potentes. Y eso que todavía no ha se ha abierto el melón de los aranceles a los servicios, que podrían suponer una auténtica masacre para estas empresas en un mercado en el que el superávit estadounidense respecto a Europa se acerca a los 300.000 millones de dólares. Un dato que no aparecía en la famosa pizarra del presidente Trump.

Se ha declarado que la confusa excepción temporal en los aranceles a China para determinados productos tecnológicos finales o intermedios no va a tener continuidad a medio plazo, y no representa más que un parche en un sector afectado en la línea de flotación de su competitividad: el sector digital es global por nacimiento y diseño y depende de la libre circulación de servicios, sin la cual no podrá seguir desarrollándose. Si antes había corporaciones multinacionales, es decir, empresas de alcance mundial pero con operaciones separadas por países, las digitales son empresas genuinamente globales, con poca presencia local, y necesitan de la globalización para competir en un mundo sin barreras ni aranceles no solo en los servicios, sino también en sus cadenas de producción. Son el producto más genuino de la globalización.

Tampoco parece que la situación actual vaya a reducir la presión regulatoria doméstica y europea sobre estas empresas, antes bien al contrario.

Silicon Valley y la política

¿Qué ha pasado en Silicon Valley para que se haya producido un cambio de actitud de las principales empresas digitales, si comparamos su activa presencia en la toma de posesión del Trump II con su ausencia en la de Trump I, además de su hostilidad hacia él? ¿Qué justifica ese aparente cambio de simpatías políticas?

Merece la pena echar la vista atrás y comprender cuál ha sido el posicionamiento político de la industria tecnológica y digital estadounidense desde su nacimiento, aunque hay que anticipar que estamos asistiendo a uno de los cambios políticos más importantes de la última generación: el viraje de Silicon Valley, o al menos una parte, desde un apoyo más o menos abierto al Partido Demócrata, haciendo pareja con la industria cinematográfica, a un repentino acercamiento al Partido Republicano, coyuntural en algunos y estructural en otra parte de este grupo de empresas.

Antes de que Silicon Valley existiera como hoy lo conocemos, el alineamiento político del sector tecnológico no era muy diferente al resto de la industria estadounidense. Nacida en los años treinta, la Hoover Institution de la Universidad de Stanford, notoriamente republicana y conservadora, además de alimentar el campo de la política con personajes como la muy influyente Condoleezza Rice, George Shultz o el general Jim Mattis, entre otros, también nutrió y se nutrió de figuras de gran influencia en el mundo tecnológico, como Packard, William Shockley, el introductor del silicio, o el fundador de Ampex, el antiguo ruso blanco Aleksander M. Poniatoff.

La siguiente generación de capitanes de la industria tecnológica –Lou Gestner de ibm, Carly Fiorinna de hp, Meg Whitman o Michael Dell– son magnates tecnológicos alineados, como sus pares no tecnológicos, con el Partido Republicano (y algunos, o algunas más bien, candidatas republicanas). Bill Gates es la excepción más notable a este grupo, y sigue siendo un firme defensor del Partido Demócrata.

Pero la nueva generación de finales del XX y principios del XXI, Steve Jobs primero y Tim Cook después, Bezos, los fundadores de Google, o su ceo Eric Smith, Zuckerberg, los GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon), y en general todos los nuevos dueños de la industria tecnológica digital, el mainstream digital, se han alineado siempre con mayor o menor entusiasmo con el Partido Demócrata.

Hay dos famosas fotos cuya comparación resume la actitud política de Silicon Valley. No mucho tiempo después de su elección como presidente, Obama se reunió con los principales líderes de esta industria. Fue una cordial cena de amigos, celebrada en California, libres todos de la atadura de la corbata y brindando. Unos años después, en 2017, los mismos personajes se reunieron con el recién elegido presidente Trump. El escenario es muy distinto, una fría sala de la Casa Blanca, la seriedad de los rostros es notable y todos los retratados visten, por una vez, traje y corbata.

Estas dos imágenes reflejan la lejanía de la industria digital de Trump y el Partido Republicano en el primer mandato del hoy presidente. Sam Altman, el ceo de OpenAI, manifestó entonces su horror y uno de los capitalistas digitales más importantes, Shervin Pishevar, pidió la secesión de California. Ambos han cambiado de opinión.

Los choques entre la primera administración Trump y Silicon Valleyfueron recurrentes, y las empresas digitales californianas encabezaron la lucha contra la política migratoria, que dificultaba la incorporación de talento extranjero a sus empresas. La vuelta del Partido Demócrata a la Casa Blanca en 2021 restauró, al menos al principio, la armonía entre el mainstream digital y el poder político.

Lo que siempre ha sido una constante, y sigue siéndolo, es el apoyo electoral que el Partido Demócrata ha tenido en el estado de California ya antes de la generación de los noventa y hasta las últimas elecciones. Silicon Valley ha sido durante mucho tiempo un bastión electoral y político del liberalismo.

Desde que George H. W. Bush ganara el condado de Napa Valley en 1988, los candidatos presidenciales republicanos han perdido todos los condados de la bahía. En 2012, Obama ganó el 84% de los votos en San Francisco frente al 13% de Mitt Romney, y recaudó más para su campaña de reelección de los donantes de Napa Valley que de los de Nueva York o Hollywood. En las últimas elecciones el Partido Demócrata retuvo un apoyo electoral cercano al 60%, y de California proceden figuras prominentes del partido como Nancy Pelosi o Kamala Harris. El gobernador de California y los alcaldes de las principales ciudades pertenecen desde hace muchos años al bando demócrata.

Pero sin desmentir este alineamiento, como han analizado brillantemente en su estudio para la Universidad de Stanford Gregory Ferenstein, David Broockman y Neil Malhotra,1 Silicon Valley ha representado una categoría política con características propias. Es una ideología con ciertos tintes libertarios dentro del Partido Demócrata: le encantan la competencia y el capitalismo, pero cree que el gobierno tiene un papel esencial en el empoderamiento de cada persona para dar lo mejor de sí a la sociedad, y las personas y organizaciones que pueden contribuir más merecen más recursos.

Los demócratas tradicionales tienden a ver al gobierno como un protector de los desequilibrios del capitalismo, mientras que los liberales deSilicon Valley ven al gobierno como un inversor. El gobierno debe financiar competitivamente a los ciudadanos para resolver problemas de una manera que una agencia pública nunca podría. Esto ayuda a explicar la obsesión de las élites de Silicon Valleycon las escuelas experimentales financiadas con fondos públicos.

Esta creencia está más cerca de lo que los politólogos llaman comunitarismo, la teoría de que las comunidades activas pueden resolver problemas mejor que el mercado o el gobierno. Por ejemplo, un sistema comunitario podría elegir una vigilancia vecinal en lugar de tener más policía, o un sistema de viajes compartidos en lugar del transporte público.

Es una sociedad civil completamente orientada a la innovación. No ven conflictos entre los ciudadanos, el gobierno, las grandes corporaciones y otros países, solo una gran masa de personas que encuentran soluciones mutuamente beneficiosas lo más rápido posible. Una ideología un tanto naif solo explicable en un entorno social y económico como el de Silicon Valley y generada por un grupo de dirigentes empresariales que nunca han estado muy preocupados por la política o la regulación.

Pero difieren de los votantes demócratas de base en al menos un par de temas importantes: si la regulación es efectiva y si los sindicatos son una buena influencia en la economía. Los empresarios de tecnología están en el medio: les gusta la redistribución (especialmente si se ejecuta a través de programas operados por el sector privado), pero se oponen a la regulación y no son muy partidarios de los sindicatos.

En cuestiones sociales, el grupo es muy liberal, más que los votantes demócratas en su conjunto: el 96% de los empresarios tecnológicos apoya el matrimonio entre personas del mismo sexo, el 79% ve el aborto como una cuestión de elección personal, el 82% está a favor del control de armas y el 67% se opone a la pena de muerte.

Sobre la cuestión de lo que los autores del estudio de Stanford llaman “globalismo”, o el equilibrio adecuado entre los intereses de los estadounidenses y los extranjeros, los empresarios tecnológicos son tan globalistas como la media de los donantes demócratas, y mucho más que otros grupos.

El 82% de los empresarios de tecnología piensa que es demasiado difícil despedir trabajadores y quiere que el gobierno lo haga más fácil, opinión muy similar a la expresada por los donantes y votantes republicanos. El 74% quiere que la influencia de los sindicatos disminuya (los donantes demócratas, a pesar de su estatus económico, son, por el contrario, el grupo más prosindical). El 70% se opone a la regulación de las compañías de taxis similares a Uber, mientras que la mayoría de los votantes demócratas está a favor.

El discurso de Peter Thiel

No se puede decir que la ideología dominante en Silicon Valley se identifique sin más con el Partido Demócrata, pero tampoco puede discutirse que en los últimos cuarenta años el mainstream de allí ha alineado su posición con esa formación y muy escasamente con el Partido Republicano. Hay demócratas con algunas ideas propias muy marcadas, lo que a la postre ha hecho más fácil el viraje de algunos hacia el pensamiento más conservador. Tienen valores y principios poco compatibles con un proyecto político y electoral basado en la guerra comercial, el aislacionismo, la lucha contra la inmigración y la vuelta a los valores tradicionales de la sociedad americana.

Pero aunque esta tendencia ha sido mayoritaria, siempre ha habido alguna excepción y citar un nombre es esencial para entender qué paso y qué está pasando. Si la aproximación a la administración Trump de muchos personajes ligados al mundo tecnológico ha ido en paralelo a su cambio ideológico (no olvidemos que Musk, como el propio Trump, era donante del Partido Demócrata, o que el ya citado Peshavar es ahora un firme defensor del trumpismo), hay un personaje que ha mantenido una total coherencia ideológica y política desde el comienzo de su carrera en la industria digital.

Se trata del alemán de origen Peter Thiel, uno de los fundadores de PayPal y gran inversor desde el primer momento en el mundo de la ciberseguridad a través de su empresa Palantir Technologies (nombre que proviene de El señor de los anillos de Tolkien), especializada en el análisis de datos en materia de seguridad y defensa. Siempre ha mostrado una notable coherencia, disintiendo desde el principio de la opinión política dominante en California y Silicon Valley.

Respaldó al libertario Ron Paul y en la convención republicana de 2016 apoyó públicamente la primera candidatura presidencial de Trump, cuando poca gente pensaba que llegaría a la Casa Blanca. Para algunos se convirtió en la oveja negra de la industria digital, y después en el visionario impulsor de un giro político de la industria digital.

Baste una cita de Thiel para resumir su pensamiento: “Los años veinte fueron la última década de la historia de Estados Unidos en la que se podía ser realmente optimista sobre la política. Desde 1920, el enorme aumento del número de beneficiarios de la asistencia social y la ampliación del derecho de voto a las mujeres –dos grupos notoriamente difíciles para los libertarios– han convertido la noción de ‘democracia capitalista’ en un oxímoron.” Un republicano mucho más cercano al pensamiento libertario que al conservadurismo del Tea Party de moda en el Partido Republicano previo a Trump.

Ese sólido apoyo no tanto al Partido Republicano como a Trump se ha mantenido desde entonces y ha inspirado la evolución política del hombre más rico del mundo, Elon Musk, pese a que las personalidades de uno y otro son diametralmente opuestas: Thiel es poco amigo de las cámaras y del histrionismo.

No es un dato trivial que Thiel haya sido el impulsor, junto con Musk, de la carrera política de J. D. Vance, cuya campaña para el Senado financiaron generosamente hasta su encumbramiento en la vicepresidencia de Estados Unidos. Teniendo en cuenta la edad de Trump y que Vance tiene cuarenta años, no hay que ser muy inteligente para intuir en el apoyo de este grupo de magnates digitales a quien puede ser el próximo presidente de Estados Unidos una intención de mayor aliento.

He aquí el cambio más trascendental: por primera vez en la historia política de la industria digital, un grupo de tecnomagnates no se limita a influir o financiar a uno de los dos partidos o a ambos; lo que hay detrás de Vance va mucho más allá: es la operación de control por parte de este grupo del Partido Republicano en el postrumpismo. Es pronto para saber si esta operación tendrá éxito o no, pero esa es la ambición de Thiel, Musk y su grupo –están bien acompañados en este esfuerzo: Marc Andreessen (antiguo aliado de Gore y factótum del fondo Andreessen Horowitz), Curtis Yarvin o el citado Pishevar–. Todos, salvo Thiel, son antiguos liberales desencantados que han decidido ser agresivamente activos en la política estadounidense.

Aunque libertarios de ideología, no tienen el perfil para sintonizar con las bases del Tea Party: son elitistas, poco convencionales para este mundo en sus vidas personales (Thiel es homosexual, Musk es polígamo y Vance está casado con una vegetariana de origen indio), pero ya hemos visto que un personaje como Trump, cuya conducta no puede ser menos convencional, se ha podido hacer con el control del Partido Republicano hasta el punto de hacerlo irreconocible.

En paralelo al desarrollo de este grupo se había venido produciendo un desencanto del mainstream GAFA de Silicon Valley con el Partido Demócrata por razones ideológicas y económicas: la política fiscal con altos impuestos, la política antimonopolio de competencia, la falta de apoyo a las criptomonedas, la política migratoria y la presencia activa en el gobierno de dos auténticas bestias negras del sector tecnológico: la presidenta de la Comisión Federal de Comercio, Lina Khan, y el número dos del Departamento de Justicia, Jonathan Kanter, que han impulsado políticas percibidas como muy agresivas en materia de competencia hacia la industria digital. Su salida del gobierno cambiará las políticas futuras, pero no las consecuencias y el curso de los procedimientos ya iniciados.

Ese distanciamiento ha ido reforzando a la fracción Thiel y haciendo que el mainstream pensara que no era mala idea mostrar un tibio pero abierto apoyo al nuevo presidente de Estados Unidos, que en su primer mandato mostró el abismo existente entre sus declaraciones altisonantes y su práctica gubernamental, perdonándole hechos como que la investigación antimonopolio contra Google la abriera el Departamento de Justicia bajo su primera presidencia.

La PayPal mafia

Al abrigo de Thiel y del apoyo de Musk a Trump ha surgido un grupo de personajes vinculados a Silicon Valley que ha asumido posiciones de influencia en la nueva administración, todos ellos alejados de las empresas tradicionales digitales, las gafa, y cercanos ideológicamente al dúo Thiel/Musk. Se los conoce como la PayPal mafia¿Quiénes son?

En primer lugar, J. D. Vance. Veterano del cuerpo de marines y autor del superventas Hillbilly elegy, una vez se llamó a sí mismo un never Trump guy. Trabajó en capital de riesgo algunos años y allí construyó conexiones con Silicon Valley, especialmente con Peter Thiel, quien donó quince millones de dólares a su campaña para senador y, más importante, lo presentó a Trump en Mar-a-Lago en 2021.

Al mismo nivel de influencia está el inevitable Elon Musk, a cargo del Departamento de Eficiencia Gubernamental y el hombre más rico del mundo, ahora con asiento en el centro del poder estadounidense después de desembolsar más de 250 millones de dólares a la campaña de Trump. Al contrario que el resto de miembros de este grupo, Musk está sufriendo un serio desgaste económico que hace presagiar que su luna de miel con Trump puede ser efímera [a finales de mayo abandonó el gobierno de Trump], algo que no era difícil de vaticinar para dos personalidades volcánicas en un espacio político demasiado pequeño para contener dos egos mastodónticos.

Junto a ellos hay que destacar a David Sacks, criptozar y mano derecha de Trump en inteligencia artificial. Fundador de la firma de capital de riesgo Craft Ventures y miembro de la PayPal mafiairrumpió en el mundo de Trump cuando organizó una recaudación de fondos que consiguió trece millones de dólares de conservadores ultrarricos de Silicon Valley. Le acompaña Sriram Krishnan, asesor principal de la Casa Blanca sobre inteligencia artificial y socio de Andreessen Horowitz.

Otros nombres relevantes son Jacob Helberg, subsecretario de Estado para el crecimiento económico, la energía y el medio ambiente, que después de años de recaudar dinero para los demócratas, “se enamoró” de Trump a principios de 2024 en una visita a Mar-a-Lago durante la cual los dos coincidieron sobre los riesgos de sobrerregular la IA y la importancia del desarrollo de la tecnología militar de Silicon Valley. O Michael Kratsios, director de la Oficina de Política de Ciencia y Tecnología y asesor científico del presidente que trabajó con Thiel durante siete años, antes de servir como director de tecnología y subsecretario de Defensa en la primera administración Trump.

Todos han sido influyentes ejecutivos en el mundo digital que han pasado directamente a cargos de gran relevancia en el ejecutivo de Trump, ostentando el monopolio de la definición y ejecución de la política tecnológica del gobierno. Se puede decir que Trump ha externalizado en este grupo la política tecnológica y digital.

Y junto a ellos dos personas que no ocupan cargo oficial alguno pero cuya influencia en este momento es mayor que los que sí lo hacen, con la única excepción de Musk. Primero, Thiel, el jefe de la PayPal mafia, el hombre hoy más influyente de Silicon Valley después de muchos años de ser un oustsider político. No tiene un nombramiento oficial en el gobierno, pero sí una línea directa con el presidente, el vicepresidente y todos los técnicos con una posición gubernamental relevante. Ahora, Thiel es el padrino de la poderosa red de Silicon Valley que ha llegado a dominar a los candidatos y nombramientos del gobierno en la administración Trump.

Y segundo, Marc Andreessen, uno de los pioneros del navegador de internet y cofundador de la firma de capital de riesgo Andreessen Horowitz (ah), que ha invertido en Facebook, Airbnb, Spacex y docenas de empresas de criptomonedas e inteligencia artificial. El exdemócrata ha estado reclutando candidatos para puestos en toda la administración Trump y fue el anfitrión de Vance en su puesta de largo ante el mundo tecnológico en su discurso durante la cumbre organizada por ah ante el sector, cuando señaló que “era el momento de que los intereses del sector tech y el gobierno estuviesen alineados”.

Pero si analizábamos las diferencias entre la ideología tradicional del mundo digital y los demócratas, también estos republicanos de Silicon Valley tienen una posición propia dentro del entorno conservador y, no sorprendentemente, algunas semejanzas de pensamiento con la generación anterior, la demócrata.

Tres principios inspiran su visión del mundo político y regulatorio: individualismo, sospecha hacia el poder centralizado, libre comercio e impuestos bajos. No solo creen que los individuos toman sus propias decisiones, sino que Silicon Valley debería tomar también las suyas, y no el gobierno. También hay que tener en cuenta el cambio del que estamos hablando con el libertarismo, cada vez más conservador y antiwoke, y hay ciertas coincidencias con el pensamiento político del mainstream: menor regulación y mayor protagonismo del individuo en la ejecución de las políticas públicas.

Al moverse hacia el mundo conservador e intentando el asalto al partido republicano, distan de ser personas que respondan al perfil del Tea Party,y su agenda social o moral está lejos del conservadurismo tradicional. Es un grupo de gente tecnófila, más que ricos, de origen diverso, con tendencia sexual o costumbres que difieren mucho de ese perfil tradicional que nutre las bases del Partido Republicano.

Este grupo de techrepublicanos, con la excepción de Musk, no parece que puedan ver lesionados sus intereses económicos más inmediatos por la ofensiva arancelaria de la administración Trump, pues sus negocios se centran en la defensa, data centers, la ciberseguridad o las criptomonedas, y son menos globales que las empresas GAFA. Se entiende muy bien su alineamiento con la segunda administración Trump: son beneficiarios directos o indirectos de sus políticas, sus intereses empresariales están alejados de las áreas de fricción provocadas por el Día de la Liberación proclamado por Trump el 2 de abril 2025.

Daños colaterales

Por el contrario, los actores tradicionales del mundo tecnológico, los GAFA, están viendo perjudicada gravemente su posición global y sus intereses económicos: aranceles a los servicios, aumento de precios de sus suministradores, mayor presión regulatoria en Europa y otros países como Corea o Japón, o una política migratoria altamente lesiva para estas empresas.

Esta tormenta perfecta puede afectar además a la posición de predominio de la industria estadounidense a nivel global en la inteligencia artificial, donde China es un firme competidor, con una cadena de suministro distorsionada por los aranceles a los productos intermedios y chips, y en una situación en la que la industria digital china está en condiciones de competir con la estadounidense, en calidad y en costes, especialmente si se tiene en cuenta que una hipotética repatriación de los procesos de fabricación a Estados Unidos supondría un aumento notable de los precios. ¿Quién compraría un iPhone a 2.000 euros pudiendo comprar un producto equivalente por menos de 1.000?

Además, ninguno de los frentes políticos y regulatorios que estas empresas tienen hoy abiertos en Europa y en el propio Estados Unidos parece que vayan a aliviarse en un futuro próximo.

No es probable que en este contexto la posición de los reguladores europeos vaya a cambiar, antes al contrario: en un entorno de disonancia trasatlántica cabe esperar que, por una parte, la agresiva política de competencia ex post con las empresas digitales estadounidenses continúe teniendo como foco sus prácticas comerciales o el dominio en el mercado, y por otra que la aplicación ex ante de la Ley de Mercados Digitales (dma) y la Ley de Servicios Digitales (dsa) continúe condicionando la actividad de las empresas digitales en Europa. Esto sin considerar el auténtico Big Bertha que todavía Europa no ha utilizado: los aranceles sobre servicios, que en el mundo digital tendrían un efecto corrector del elefante en la habitación del mundo Trump: el espectacular superávit estadounidense en esta área.

Los informes Draghi y Letta defienden un cambio radical de la política de competencia y de regulación europea para hacerla más ligera, pero sin que este cambio se predique, ni la política de competencia en el sector digital ni la intervención ex ante via dma/dsa.

La retirada de Estados Unidos del acuerdo ocde/G20 sobre tributación de las multinacionales y sus dos pilares tendrá seguramente como efecto colateral la consolidación en varios países europeos de los impuestos a los servicios digitales, la llamada tasa Google.

Tampoco parece que su apoyo a Trump vaya a solucionarles su principal problema en el ámbito doméstico: la resolución de los procedimientos judiciales abiertos contra Apple, Meta y Google no depende de la administración sino de los tribunales, y Estados Unidos es todavía un Estado de derecho basado en la separación de poderes, lo que hará a los jueces poco sensibles al influjo de la nueva situación política.

Sí pueden esperar una mayor relajación regulatoria, como ha sucedido en el caso de la moderación de contenidos en las redes sociales, pero en un contexto regulatorio tradicionalmente basado en el principio de light regulation esto no pasa de ser una victoria pírrica sin demasiadas consecuencias prácticas.

La bien fundamentada sentencia de 277 páginas del juez Matha del distrito de Columbia, sobre el abuso de posiciones de dominio de Google en el mercado de buscadores, no preludia nada bueno. Tampoco la sentencia, más breve, de 115 páginas, de la octogenaria jueza Leonie Brinkema, de Alexandria (Virginia), sobre la posición de Google en el mercado de la publicidad.

Tampoco Meta está tranquila con el procedimiento en que la Comisión Federal de Comercio cuestiona la adquisición de Instagram, o con los abiertos por el Departamento de Justicia en marzo del 2024 que cuestionan la posición de Apple por su sistema operativo. Y a quien piense que el cambio en el Departamento de Justicia puede alterar esta situación habría que recordarle no solo que los tribunales de justicia son radicalmente independientes, sino que muchos de estos procedimientos, además de por el Departamento de Justicia, están promovidos por los fiscales generales de varios estados, generalmente demócratas. La sombra de la decimonónica Sherman Act es alargada.

Tampoco parece que apoyar a la administración Trump vaya a ayudar a las empresas GAFA a resolver la seria crisis reputacional que tan torpemente manejaron en sus comparecencias en el Congreso y que obligó a Facebook a cambiar su nombre, y que ha convertido a este grupo de empresas, antaño tan populares, en un grupo de incumbentes considerados por la opinión pública estadounidense como nuevos monopolios restrictivos de la competencia. Tampoco parece que el endurecimiento de la política migratoria sea desde su perspectiva algo favorable, al encarecer su insumo más crítico: el talento.

Y como se ha señalado, ninguno de estos problemas afecta ni a Thiel ni a Andreessen Horowitz, ni siquiera a Musk, que una vez pase la tormenta no verá muy perjudicados sus intereses en dos industrias lejanas a la actividad digital de los GAFA: los coches eléctricos y los cohetes espaciales.

Da la impresión de que los GAFA, el mainstream, cuya falta de habilidad para la política está muy bien acreditada en Europa, se aproximan a una tormenta perfecta: sin apoyos políticos claros y en medio de las luchas comerciales entre Estados Unidos, Europa, Asia y China, que pueden perjudicarles por todos los frentes: encarecimiento de sus suministros manufactureros, el precio de sus servicios, rehenes de la política comercial y con un gran coste reputacional.

Estas empresas no se han recuperado del todo del gran golpe sufrido en bolsa, ni dejan de tener grandes incertidumbres a largo plazo, pero sobre todo se ha roto la incipiente confianza que trataban de construir con la administración Trump. Ya han entendido que en el mundo de Silicon Valley los que hoy influyen son otros, y ellos se han convertido en un grupo incumbente cuyos intereses no son prioritarios.

En suma, cuesta mucho entender este cambio de orientación en el que poco tienen que ganar y mucho que perder. Abonarse a la autonomía del poder hubiera sido más inteligente que dejarse fotografiar felices en la toma de posesión de Donald Trump. Los beneficiarios y los verdaderos aliados con influencia son otros, y sus intereses como sector estarán lejos del vértice de las prioridades de la nueva administración. Una vez más, la vieja Microsoft demuestra una mayor inteligencia política.

Si Fausto, por intersección de Margarita, logró salvar su alma, no estemos muy seguros de que a los magnates tradicionales de Silicon Valley les vaya a pasar lo mismo en su pacto con Mefistófeles/Trump, ni que el Partido Demócrata vaya a representar el papel de Margarita una vez que la histórica confianza mutua se ha quebrado.

Torpe movimiento que solo ha conseguido romper la confianza con el Partido Demócrata sin obtener a cambio una posición destacada en las prioridades presidenciales. Magro resultado para la venta del alma. ~


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