Los jóvenes musulmanes de origen marroquí que cometieron los atentados terroristas en Barcelona y Cambrils no eran pobres ni marginados ni discriminados. Fueron adoctrinados por el imán Abdelbaki Es Satty, de la pequeña ciudad de Ripoll, donde viven unos quinientos musulmanes entre once mil habitantes. Aunque puede hablarse de una mayoría de musulmanes pacíficos asentada en Europa, en ese complejo universo hay quienes desean instaurar un califato islámico, y para conseguir esto no reparan en los medios.
Ante ejemplos tan recientes como los atentados del 17 de agosto, no está de más ver el perfil de quienes han alentado en el pasado a cometer estos crímenes.
“No siempre fui un musulmán practicante, cometí muchos errores en mi vida”, respondió Anjem Choudary al preguntarle por su fracaso como estudiante de medicina en la Universidad de Southampton. En una entrevista de 2014 “Andy”, como lo llamaban sus compañeros, añadió que era muy asiduo a fiestas –“a party animal”– y que le gustaba drogarse –como es común en millones de jóvenes–. Un viejo amigo suyo dijo de él que “era un tipo adorable, gracioso y cálido”. Después estudió la carrera de derecho en el Guildford College, dio clases de inglés en Londres y llegó a ser presidente de la Sociedad de Abogados Musulmanes, aunque fue retirado del cargo en 2002. Choudary, nacido en Londres en 1967 de padres paquistaníes, actualmente cumple una condena de cinco años y medio por instar a sus seguidores, desde la mezquita y las redes sociales –sobre todo en YouTube–, a apoyar o unirse al Estado Islámico (isis) y obedecer a su líder, Abu Bakr al-Baghdadi –a quien los rusos aseguran haber matado el 28 de mayo en un ataque aéreo en Raqa–. Varios cientos de jóvenes británicos musulmanes que han viajado para unirse al isis –en muchos casos poco educados y sin profundas convicciones religiosas– fueron infectados por este predicador del odio. Tarde o temprano la sharía se impondrá en Inglaterra, afirma Choudary. Su sueño, como se lo dijo sin pudor a la periodista de CNN Christiane Amanpour, es el establecimiento de un califato en ese país, una teocracia –como las que rigen en una veintena de países musulmanes, incluso bajo la forma de repúblicas islámicas.
Una encuesta de Channel 4 en 2016 a 1,081 musulmanes británicos mostró que una gran mayoría rechaza la violencia que se comete en nombre del islam; 96% no está de acuerdo con quienes cometen actos terroristas pero 4% –unos 100 mil de un total de 2.7 millones en Gran Bretaña– confesó que simpatiza con “hombres-bomba que pelean contra la injusticia” (lo que explica la proliferación de emojis sonrientes en la página de Facebook de Al Jazeera cuando se han transmitido escenas de los atentados recientes); 77% no está de acuerdo con el establecimiento de la sharía –con la interpretación rígida de las leyes islámicas que gobiernan todos los aspectos de la vida–, pero 7% dijo que apoyaría una iniciativa así “con firmeza”. A 78% le gustaría integrarse a la vida británica, aunque dejaría a un lado la escuela y ciertas leyes; 57% expresó que la homosexualidad no debería de ser legal y 47% piensa que es inadmisible que los gays impartan clases. Sobre la gente que se burla de Mahoma, 32% cree que los actos de violencia contra aquella se justifican, y solamente 34% informaría a la policía si se enterara de que alguien apoya el terrorismo en Siria.
El expresidente de la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos, Trevor Phillips, presentó los resultados de esta encuesta en el programa What british Muslims really think. “Nuestros hallazgos sorprenderán a mucha gente”, dijo, y siguió: “La integración de los británicos musulmanes posiblemente será la tarea más ardua que hayamos enfrentado jamás. Eso requerirá el abandono del blandengue multiculturalismo aún tan deseado por muchos, y la adopción de un acercamiento mucho más orgánico hacia la integración.” Por declaraciones como esta el escritor y productor fue acusado de racista: “Se puede ser negro y racista”, le dijo la periodista Poppy Noor; Maha Akeel, directora de Información de la Organización para la Cooperación Islámica, simplemente descalificó la encuesta.
Es difícil saber las razones por las cuales se radicalizó Choudary. Se unió a la secta sunita de los wahabíes salafitas, que se consideran los verdaderos musulmanes: los demás son apóstatas y por ello pueden ser ejecutados, como advirtió Choudary en el noticiario de BBC Newsnight en 2009 al defender la fundación de un califato. La acelerada expansión del wahabismo se debe al enorme impulso que le ha dado la multimillonaria monarquía saudita –y la de Catar– con la fundación de mezquitas, centros islámicos y órganos de divulgación alrededor del mundo. El petróleo saudita y catarí es una infalible arma de negociación y de presión con diversos países, entre ellos los europeos –algo que puede advertirse en detalles tan significativos como que el equipo de futbol Real Madrid elimine la cruz de su escudo para no ofender a sus patrocinadores de Catar.
Choudary se afilió al grupo al-Muhajiroun, dirigido en el Reino Unido por el incendiario clérigo sirio Omar Bakri Muhammad, que pregonaba a mediados de los años noventa la idea de un califato en países de mayoría musulmana. En 1994, antes de Al Qaeda y de ISIS, el grupo organizó en la Arena Wembley una concentración de diez mil personas para corear al unísono la llegada del califato. Desde entonces Choudary no ha cesado en su prédica fundamentalista ni de alentar a jóvenes a unirse a la causa del califato abanderada por isis.
El 22 de mayo de 2013 dos británicos de origen nigeriano, cristianos convertidos al islam, atropellaron en Londres al soldado Lee James Rigby, lo acuchillaron y después trataron de decapitarlo mientras gritaban “¡Allahu Akbar!” y que lo habían hecho para vengar la muerte de musulmanes por el ejército británico. Choudary se negó a condenar esa atrocidad: “En todo caso, la condena debe ser para el gobierno británico y su política exterior”, dijo. Uno de los asesinos, Michael Adebolajo, fue captado en 2007 en una fotografía detrás de Choudary en una manifestación; el otro, Michael Adebowale, también había sido visto en otras manifestaciones. Choudary declaró en un video después del crimen: “Rigby arderá en el infierno, y quienes lo mataron deberían ser considerados mártires”. Ya en 2002 había saludado el ataque a las Torres Gemelas, y cuando en 2014 el voluntario de un convoy humanitario a Siria Alan Henning fue secuestrado por ISIS dijo que el gobierno debería de terminar la opresión contra los musulmanes. Henning fue decapitado poco después.
Otro terrorista que fue visto junto a Choudary después de las protestas por la muerte de Alan Henning es Khuram Shazad Butt, el autor del ataque en el Puente de Londres del pasado 3 de junio que causó la muerte de ocho personas y dejó decenas de heridos. Mohammed Shafiq, ejecutivo en jefe de la antiextremista Fundación Ramadán, hacía entrevistas para varios medios cuando los vio y se dirigió a ellos. Butt empezó a gritarle “¡Apóstata, apóstata!” Él y Choudary se retiraron juntos. En 2016 Shafiq reconoció a Butt en el documental The Jihadis next door, que aparecía con extremistas liderados por Mohammed Shamsuddin, otro predicador del odio muy cercano a Choudary. En el filme Butt y sus acompañantes rezan en el londinense Regent’s Park bajo la bandera del Estado Islámico. Shamsuddin les dice a sus seguidores: “La sharía está por llegar al Reino Unido. Esta bandera que ven aquí un día estará en el 10 de Downing Street”.
Nikita Malik –experta de The Henry Jackson Society en mujeres y radicalización, prevención y reintegración de niños soldados, el papel de las familias en la erradicación del terrorismo y el uso de refugiados y víctimas de tráfico por grupos extremistas– dijo en una entrevista: “Las autoridades empiezan a darse cuenta de que la escala del problema es mucho más grande que las tres mil personas que han enlistado como terroristas potenciales. Una gran cantidad de gente se encuentra ahora en un punto de inflexión”.
Uno de los últimos actos de abierta y tumultuosa hostilidad de musulmanes contra Inglaterra, Estados Unidos e Israel tuvo lugar el domingo 16 de junio durante la marcha del Día Mundial de Al Quds (el nombre en árabe de la ciudad judía de Jerusalén); ese día fue instituido por el ayatolá Jomeini en 1979, después de la revolución iraní, “para expresar solidaridad con el pueblo palestino y repudiar al sionismo y el control de Israel sobre Jerusalén”. Organizado por la Comisión Islámica de Derechos Humanos, cercana al régimen iraní, durante la marcha, frente a la embajada estadounidense, se culpó al sionismo por el incendio de la torre Grenfell y se gritaron consignas a favor del boicot a productos israelíes. Carteles y banderas de la organización terrorista Hezbollah ondeaban durante la manifestación.
El dilema de Europa, del Occidente liberal y democrático, es el de encontrar la manera de fortalecer la seguridad y erradicar el terrorismo sin vulnerar las libertades ni los derechos humanos, y lograr que los millones de musulmanes que rechazan la violencia se manifiesten enérgicamente contra el fundamentalismo —y rechazar con la misma energía los actos de venganza contra musulmanes inocentes–. “A la tierra que fueres haz lo que vieres”, reza un viejo proverbio. ¿Por qué es tan difícil para muchos seguidores de Alá adaptarse a las normas y leyes de los países a los que deciden emigrar, o en los que nacieron sus padres o sus abuelos? Países de tradición secular, liberal y democrática, es necesario recordar una y otra vez.
Por lo pronto, el sueño de Choudary sucederá en Francia en el 2022, aunque, por suerte, en una novela: Sumisión, de Michel Houellebecq. ~
Notas
1. Echemos un vistazo al complejo universo del islam: hay 1,600 millones de creyentes distribuidos en más de 150 países desde América hasta las Islas Fiji (el cristianismo y sus diferentes versiones alcanzan los 2,170 millones). Los musulmanes son mayoría con 90 a 99 por ciento en países árabes del Medio Oriente y el norte de África, y en otros, como México, se cuentan 111 mil entre descendientes de inmigrantes y conversos, poco más que en Zimbabwe, donde hay 109 mil. En China sólo 3% de la población pertenece a esta confesión, pero esto significa que se trata de 23.3 millones de habitantes. Son más los musulmanes que viven en India (177.3), Pakistán (178 millones) e Indonesia (204 millones) que en toda la región árabe (317 millones), aunque es en esta parte del mundo donde se encuentra la mayor concentración de fieles. En Israel los ciudadanos árabes israelíes de fe musulmana son poco más de 14% de una población de 8 millones y medio de habitantes.
El islam es la religión de mayor crecimiento en el mundo, y se estima que 10% de la población europea será musulmana en el año 2050, y que en Estados Unidos llegará a 2.1%, entre inmigrantes y nacidos en esas dos grandes regiones. Al igual que el cristianismo, el islam se ha dividido en dos grandes ramas y decenas de sectas; la más numerosa es la de los sunitas, que abarca 80% del mundo musulmán, seguida por la de los chiitas, con la que están enfrentados desde la muerte de Mahoma. Hay también místicos sufíes, musulmanes laicos y fundamentalistas que quisieran volver al siglo vii.
2. Con información de The Algemeiner, Al Jazeera, BBC, British Muslim Council, CNN, ctxt.es, Daily Mail, The Guardian, Huffington Post–UK, The Independent, Letras Libres, El Mundo, El País, pewforum.org, Radical Islam on UK Campuses. A Comprehensive List of Extremist Speakers at UK Universities (Londres: The Centre for Social Cohesion, 2010); The Spectator y The Telegraph.
(Torreón, 1956) es periodista, escritor, editor de la revista cultural Replicante y profesor del ITESO. Actualmente está enfrascado en la redacción de su primera novela.