Ben Rhodes
El mundo tal y como es
Traducción de Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda Gascón
Barcelona, Debate, 2019, 544 pp.
Después del aciago mandato de George W. Bush, Obama irrumpió en el firmamento de la política estadounidense como un cometa que cruza el cielo. El siglo XXI se había iniciado un 11 de septiembre recordándonos que la Historia no terminó con la caída del Telón de Acero, sino que seguía alimentándose de nuestros miedos y contradicciones, así como de nuestras pasiones y anhelos. Tras el atentado en las Torres Gemelas se sucedieron dos guerras, las primeras divisiones en la alianza occidental, el surgimiento del islamismo radical y la mayor crisis financiera del capitalismo desde el crack de 1929. Poco quedaba ya del optimismo de la década de los noventa, definida por una confianza casi absoluta en el despliegue de la democracia liberal y en un progreso lineal sin zigzags ni retrocesos significativos. Los EEUU que dejaba Bush, en cambio, eran una nación dividida culturalmente, con una creciente fractura social, rota en lo económico y con una política exterior fallida. En aquel contexto, Barack Obama supuso un soplo de aire fresco que anunciaba la puesta al día de la democracia estadounidense y el retorno a las bondades persuasivas del soft power –según el término acuñado por el politólogo Joseph Nye–, frente a las limitaciones obvias del “poder duro” preconizado por los halcones de la administración republicana. A su favor contaba con el cambio generacional, su lucidez intelectual y el valor añadido de ser el primer presidente afroamericano de su país. Muy pronto descubriría, sin embargo, que el mundo es como es y no como nos gustaría que fuera.
La difícil gradación entre la realidad y el ideal constituye el gran tema del libro de Ben Rhodes –speechwriter de Obama, consejero adjunto de Seguridad Nacional y uno de sus asesores más cercanos–, titulado precisamente El mundo tal y como es. Pero no es el único tema, porque, al igual que para juzgar a Barack Obama necesitamos tener presente el legado que le dejó Bush, no hay vindicación posible del presidente demócrata sin acudir al drama que supuso la victoria de Donald Trump en 2016. Ben Rhodes tampoco dispone de respuestas definitivas para este enigma.
“¿Y si nos hubiéramos equivocado?”, se pregunta Obama al inicio del libro. Se encuentra en su último viaje oficial, todavía bajo el shock del triunfo republicano. Ateniéndose a los datos, su presidencia había sido un éxito: fuerte crecimiento económico, captura y muerte de Bin Laden, normalización de relaciones con enemigos históricos como Cuba o Irán, acuerdo climático con las grandes potencias, extensión del seguro de salud a millones de norteamericanos, recuperación del prestigio de la diplomacia estadounidense en un mundo cada vez más complejo, y así un largo etcétera. Sin embargo, un creciente malestar ciudadano sugería que algo iba mal en la globalización. El populismo se reproducía como un virus en Occidente, con rostros ligeramente distintos en cada país: el retorno de los nacionalismos, disfrazados bajo el señuelo de la renacionalización de la soberanía; el ataque sistemático contra la credibilidad de las instituciones y de la democracia representativa; la difusión epidémica de noticias falsas y la cultura de la posverdad, favorecida por las redes sociales; el inicio de una nueva guerra fría con la Rusia de Putin… “¿Y si nos hubiéramos equivocado?”, se cuestiona Obama en voz alta e insiste Rhodes a lo largo del libro. Su respuesta resulta inequívoca: no. A defender esta conclusión dedica el autor las quinientas páginas de El mundo tal y como es. Y lo hace con vehemencia, aprovechando su intimidad con el presidente y su participación directa (en algún caso directísima, como en el de las negociaciones secretas con Cuba) en la mayoría de los principales asuntos que tuvo que afrontar Obama.
Por supuesto, entre la realidad y el ideal, las contradicciones de la condición política del hombre se hacen aún más evidentes. Frente al equipo de jóvenes que rodean al presidente –inexpertos, moralistas y altamente motivados–, se alinean los pesos pesados de anteriores administraciones demócratas, que reivindican la prudencia y el valor de preservar la arquitectura de las alianzas. El ejemplo más evidente lo encontramos en la Primavera Árabe, que dinamitó regímenes corruptos solo para dar paso a un caos aún mayor. El entusiasmo del eslogan de campaña –Yes we can– se moderó a medida que Obama iba constatando la actualidad de la doctrina Kennan: no sobreactuar ni sobreintervenir. Ya en su segundo mandato, tras una reunión con historiadores gubernamentales, Obama advirtió a sus asesores que los errores más graves que cometen los presidentes se dan en política exterior y que su deber residía en “no cometer ninguna gilipollez”. De estas palabras se deduce que el paulatino descubrimiento de los límites del poder hizo madurar en Obama un cierto escepticismo sobre lo que la política puede conseguir y lo que no. Para sus críticos, en cambio, se trataba sencillamente de un ejercicio de debilidad. Rhodes dibuja con nitidez esta fuerte tensión que se palpaba en la Casa Blanca y cómo sería utilizada hasta la saciedad por sus rivales políticos y por la prensa más hostil. De fondo, también, el retorno de Rusia al primer plano de la escena mundial.
El protagonismo de Vladímir Putin crece a medida que avanza el libro, aunque sea siempre de forma indirecta, al modo de una sombra amenazante que se impone con la elección de Donald Trump como nuevo presidente de los Estados Unidos. “El 5 de enero”, leemos al final del libro, “los directores de los servicios de inteligencia fueron al Despacho Oval para entregar a Obama el informe sobre la injerencia rusa. […] Uno tras otro, pintaron una imagen muy negra de una campaña metódica y despiadada llevada a cabo por Putin para ayudar a Trump. Una vez más, sobrepasa todo lo que cualquiera de nosotros, incluido Obama, hubiera oído contar nunca”. La pregunta por los errores de Obama –“¿Y si nos hubiéramos equivocado?”– vuelve a surgir en la conciencia del lector. ¿Qué más se podría haber hecho? ¿Combatir al populismo con sus mismas armas? La fe de Obama en las instituciones y en las leyes –insiste Rhodes– se mantuvo imperturbable hasta el final. Y quizás sea esta la gran lección de estas fascinantes memorias: la confianza en la fortaleza de la democracia liberal y el convencimiento de que hay “una verdad que me obliga a ver el mundo tal y como es, y a creer en el mundo tal y como debería ser”. ~
(Palma de Mallorca, 1973) es periodista y asesor editorial.