Contra la obligación moral de estar sano

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Barbara Ehrenreich

Causas naturales. Cómo nos matamos por vivir más

Traducción de Laura Vidal

Madrid, Turner, 2018, 254 pp.

 

El deseo de permanecer más tiempo y en mejores condiciones sobre el planeta parece totalmente lógico, pero cuando la doctora en biología y periodista estadounidense Barbara Ehrenreich posa su mirada sobre los entresijos de la industria que ha crecido en torno a este deseo legítimo, nos muestra bastantes aspectos de esta que quizá preferiríamos desconocer. Así ocurre en Causas naturales. Cómo nos matamos por vivir más, su ensayo más reciente. La autora nos tiene ya habituados a desvelar horrendos detalles del funcionamiento de sectores, como el de la medicina o la psicología, especialmente en Estados Unidos, y en su nuevo libro se enfoca con su lúcida linterna en la industria del bienestar, encargada de mantener bien engrasados los motores que mueven el deseo de cuidarnos, de alejar la muerte de nosotros y de mejorar a toda costa lo que conocemos como “calidad de vida”.

El talento de Ehrenreich para desvelar las motivaciones políticas e ideológicas que hay detrás de cualquier inocente afición es innega- ble. El ejemplo perfecto se encuentra en la sección cuarta del libro –“Destrozar el cuerpo”, dedicada al auge de los gimnasios y el fitness–, que proporciona a los lectores herramientas para comprender por qué a partir de los años ochenta la gente comenzó a frecuentar los gimnasios con tanta dedicación. La “cultura” del fitness, surgida a finales de los años setenta en Estados Unidos, responde, según expone Ehrenreich, a la siguiente lógica: “si no podías cambiar el mundo, ni siquiera planificar tu propia carrera profesional, sí podías controlar tu cuerpo: lo que entra en él y en qué gasta su energía muscular”. Esta afición nació en una sociedad afectada por la desindustrialización, que había perdido en gran medida “la fe en la sociedad, los gobiernos, los negocios, el matrimonio, la iglesia, etcétera”, como escribió el pionero del fitness, Jim Fixx, en el prólogo a su manual para corredores publicado en 1977.

Que Ehrenreich es una observadora nata se deja ver particularmente en este capítulo, donde también da un repaso al porqué de ciertas prohibiciones tácitas que se nos insta a cumplir en el gimnasio, entre las que se hallan el no quedarse mirando a los demás o el evitar gruñidos o jadeos demasiado audibles. Ella misma, en el gimnasio de Florida al que acudía, vio cómo el encargado del local reprendía a una mujer joven por moverse alegre al ritmo de la música. “En el gimnasio no se baila”, le dijo el hombre a la clienta, pues, como nos advierte la autora, “entrenar se parece mucho a trabajar.”

Como acabamos de ver, otro de los elementos característicos de los ensayos de la autora es el uso de la primera persona y la inclusión de situaciones que protagonizó o de las que fue testigo. De hecho, antes de escribir su premiado libro Por cuatro duros (Capitán Swing, 2014), una investigación acerca de las mujeres estadounidenses que subsisten con los peores sueldos, ella misma comenzó a trabajar como camarera, empleada de hogar y auxiliar de enfermería para obtener datos empíricos sobre el día a día de estos empleos. También en Sonríe o muere (Turner, 2018), un ensayo sobre las trampas del pensamiento positivo, se sitúa como conejillo de indias de este tipo de doctrinas tras enfermar de cáncer de mama y sentir cómo a su alrededor todos le exigían que adoptase una actitud optimista durante el tratamiento.

En ciertas ocasiones, la escritura de Ehrenreich parece surgir como necesidad para comprender en qué oscuros laberintos se está viendo metida, como si abordase un trabajo de campo en el que el objeto de estudio fuese ella misma. De este modo, a lo largo de Causas naturales logra que los lectores nos indignemos junto a ella, pero también que nos riamos a carcajadas debido a los disparates que la industria de la salud genera, por ejemplo, ante la sonora ovación que tuvo lugar en unas jornadas médicas porque una mujer de cien años decidió por primera vez “cuidarse” y someterse a una mamografía. Escribo someterse porque es el verbo más en sintonía con el modo de expresarse de Ehrenreich, que considera un calvario pruebas como la colonoscopía o la mamografía.

Pero no estamos ante una punk que pretenda destrozar los logros de la medicina preventiva, que hace ahorrar millones de cualquier divisa a los gobiernos que la implantan (o, en el caso de Estados Unidos, a las aseguradoras médicas). Ehrenreich no es tan inconsciente: su mente es lúcida, analítica y todos sus comentarios están exhaustivamente documentados. Simplemente nos advierte de los peligros del sobrediagnóstico, como ya lo han hecho otros antes que ella, y de paso despierta cada dos renglones nuestro espíritu crítico.

Una de las misiones de este libro, según cuenta la propia autora, es despejar esa idea de que somos culpables de nuestras enfermedades, y por tanto de nuestra propia muerte. “Quiero que la gente lo lea y se relaje”, declaró Ehrenreich a un periodista de The Guardian. Nada más lejos de la opinión del médico y director de la Fundación Rockefeller, John H. Knowles, que se recoge también en el ensayo. Knowles consideraba que “la idea del derecho a la salud se debería sustituir por la obligación moral individual de mantenerse sano”. Estas ideas conducirían a lo que la autora llama “la autopsia biomoral”, que se practica en nuestros días en forma de preguntas capciosas cuando alguien muere: “¿fumaba?”, “¿comía mucha mantequilla?”, “¿bebía alcohol?”, para así achacarle al finado la responsabilidad sobre su propia muerte.

Pero si algo nos enseña Ehrenreich, a golpe de bibliografía y de su propio saber como doctora en inmunología celular, es que no somos totalmente dueños de nuestros destinos. Somos más bien una paradoja andante, tal como demuestra el comportamiento de algunas de nuestras células, por ejemplo los macrófagos, que no siempre están ahí –según nos hace saber la autora–para alargarnos la vida, sino a veces para acortárnosla. ~

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