No vine a Berlín en busca de mi abuelo, pero de pronto vi su foto en el museo Topografía del terror. Es un centro de información sobre las principales instituciones represivas del nazismo. Creo que es él. Los ojos entrecerrados como si hubiera mucha claridad o polvo en el aire. Parece mi padre sin gafas, parezco yo sin gafas. La boca abierta y el hueco entre los dientes delanteros, lo que se llama diastema. Lo tenía yo también de pequeño. La nariz un poco aguileña y un poco chata. El uniforme de la policía. Creo que no es él. En la foto, sale en una esquina, junto a otros nazis. Posan ante la cámara. Han detenido a varios campesinos, que están subidos a un carro. Dos niños miran. Mi abuelo, quien creo que es mi abuelo, sujeta las riendas de un caballo blanco. Creo que es él. Al fondo, un pueblo ardiendo. La mitad superior de la foto es todo humo. Han venido a eso, a saquear, quemar, asesinar. Parece una escena de Ven y mira, la película de Elem Klímov. El pie de foto dice: “Una aldea quemada durante una ‘campaña de pacificación’ dirigida contra partisanos soviéticos por las SS, la policía y la Wehrmacht, norte de Rusia, 1943. En primer plano hay prisioneros, probablemente aldeanos detenidos para trabajos forzados.”
En 1943, mi abuelo estuvo justo ahí, haciendo justo eso. En su pasaporte militar apuntó: “29.10.1943-10.11.1943 Einsatz zur bandenbekämpfung in Nord Rusland (unternehmen Heinrich)”. Acciones antibandidos (es decir, antipartisanos) en el Norte de Rusia. Operación Heinrich. En varios documentos confiscados por los aliados tras la guerra aparecen los detalles de esa operación de octubre de 1943. El oficial nazi que escribe las órdenes operativas se llama Artur Wilke y es de Elbing, como mi familia. Escribe: “Se llevará a cabo la limpieza de bandidos a través de redes de agentes, interrogatorio de la población y captura de prisioneros y desertores. Debe tenerse en cuenta bajo todas las circunstancias que todos los prisioneros y desertores tienen que ser llevados a las tropas SD [el servicio de inteligencia de las SS].” Bandido quiere decir partisano. Era la resistencia soviética a la ocupación alemana. Heinrich Himmler exigió que se sustituyera partisan por bandit; el primer término tiene una connotación heroica, el segundo denota criminalidad. La lucha antipartisana no era una guerra al uso. Era violencia sistemática, ejecuciones sumarias, limpiezas étnicas, pogromos, destrucción de pueblos, secuestro de esclavos.

Cada vez que miro su cara, pienso una cosa diferente. Es muy alto, me dice mi hermana cuando le envío la foto. ¿Era el abuelo tan alto? El hombre de la foto parece que tiene la cara más gorda, la nariz más chata. Reviso las fotos que tengo. Creo que no es él. Sería demasiada casualidad. Entro a un museo del nazismo y ahí está. Le mando la foto a mi padre. “Puede ser, también es el gesto típico de él.” “Yo diría en un 80% que es él”, me acaba diciendo. Creo que es él. Inmediatamente después mi padre me pregunta si llueve en Berlín, me dice que me tome un Apfelstrudel mit sahne, una tarta de manzana con nata, le digo que llevo un buen rato obsesionado, un poco deprimido, me responde: “el abuelo no se podría negar, la cara no es de hombre feliz”. Parece que hemos vuelto a la casilla de salida. Antes de que yo descubriera, en el proceso de escritura de Mi padre alemán, la participación de mi abuelo en el Holocausto, mi padre lo justificaba con lugares comunes. Apenas sabía nada de su papel en la guerra, más que cuatro historias mal contadas. Fue un mandado, uno más, cumplía órdenes, qué otra cosa podía hacer. Pero cuando le conté mi descubrimiento, sus justificaciones se convirtieron en silencio. Prefiero el silencio.
“El abuelo no se podría negar.” Me he acordado de Aquellos hombres grises. El batallón 101 y la Solución Final en Polonia. En él, Christopher R. Browning cuenta la historia del Reserve-Polizei-Bataillon 101, una formación paramilitar nazi que cometió varias matanzas en Polonia en 1942 y 1943. Estaba formada casi exclusivamente por alemanes de Hamburgo que tenían profesiones muy alejadas del ejército y la policía (estibadores, camioneros, marineros, camareros, obreros de la construcción). El libro se basa en los testimonios de los perpetradores en varios juicios de posguerra. Comienza con una escena en la que el comandante del escuadrón prepara a los reclutas antes de una misión en la ciudad polaca de Józefów. Se llama Wilhelm Trapp. Sus subordinados lo llaman cariñosamente “papá Trapp”. Al explicarles lo que tienen que hacer, se le corta la voz y se le saltan las lágrimas. Tienen que ejecutar una tarea “terriblemente desagradable”, pero las órdenes vienen de muy arriba. Su misión es reunir a todos los judíos del pueblo, unos 1.800: los varones en edad de trabajar serán llevados a un campo de trabajo; el resto, las mujeres y niños y ancianos, serán fusilados en el acto. “Una vez hubo explicado a sus hombres lo que les esperaba”, escribe Browning, “Trapp hizo una oferta extraordinaria: si alguno de los soldados con más edad no se veía con ánimos para realizar esa tarea, podía dar un paso al frente.”
De los casi quinientos miembros del escuadrón, solo una docena se negó a participar. Browning dice que fueron tan pocos porque fue una oferta muy repentina, pero también por lealtad al grupo: negarse a hacer eso tan desagradable significaba abandonar a los tuyos. “Si se me plantea la cuestión de por qué disparé con los demás al principio”, confesó uno de los participantes, “debo contestar que nadie quiere pasar por cobarde”. Casi todos participaron en la matanza. Muchos tuvieron secuelas psicológicas. “El sargento Bentheim veía que los hombres salían del bosque cubiertos de sangre y sesos, con la moral por los suelos y los nervios destrozados.” Un informe oficial decía: “Los comandantes de batallón y compañía tienen que ofrecer especialmente asistencia espiritual a los soldados que participen en esta acción. Las impresiones del día tienen que borrarse mediante la celebración de acontecimientos sociales por las tardes.”
Y muchísimo alcohol.
En otra de las matanzas que estudia Browning, en Lomazya, a los soldados no se les da alternativa. El comandante Trapp no les permite escaquearse. Para Browning, esto constituye un “‘alivio’ psicológico”: “esta vez no tuvieron que soportar la ‘carga de la elección’ que Trapp les había ofrecido de manera tan absoluta en el caso de la primera masacre. A los que no se sentían con ánimos para disparar no se les dio ninguna oportunidad de excluirse; no hubo nadie que relevara de forma sistemática a aquellos que estaban visiblemente demasiado afectados para poder continuar. Todos los asignados a los pelotones de ejecución cumplieron su turno como se había ordenado. Por lo tanto, los que dispararon no tuvieron que vivir con la clara conciencia de que lo que habían hecho se hubiera podido evitar”.

Mi padre hablaba mucho del “orgullo del uniforme” de su padre, de su “vocación por el orden”. “Hay gente que está orgullosa de ser carpintero. Y dice a todo el mundo ‘soy carpintero y es mi orgullo’. Mi padre tenía vocación de militar, de policía”, me dijo un día. “No buscó después de la guerra otro trabajo que no fuera de policía. Al contrario que sus compañeros, que iban de paisano a la comisaría y allí se vestían de policía, mi padre salía de casa con el uniforme.” El uniforme es un alivio psicológico. Elimina la carga de la elección. Si no puedes elegir, no le das muchas vueltas a la cabeza. Si no puedes elegir, no tienes culpa.
Cuando descubrí la participación de mi abuelo en la “guerra antibandidos”, escribí a Christopher R. Browning. Su respuesta fue muy cautelosa:
No conozco las operaciones concretas en las que participó su abuelo. En cualquier caso, por las instrucciones relativas a las Bandenbekaempfung Unternehmungen que he visto, se trataba de acontecimientos terriblemente brutales y letales que implicaban el castigo colectivo de las poblaciones locales, la destrucción generalizada de pueblos, redadas, deportaciones, ejecuciones, etc. En resumen, estas operaciones implicaban crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad generalizados según los estándares del derecho internacional actual.
Creo que es él. Si es así, lo ven un par de millones de personas al año. Creo que no es él. Si no lo es, la historia no cambia mucho. ~