Cuando los vampiros vienen sonando

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Cuando en 2006 salieron por primera vez a asolearse bajo la luna, Vampire Weekend lucían casi como algo digno de un muy buen sketch de Saturday Night Live. Cuarteto/trío de chicos pulcros y bien peinados. Y, ah, tan pero tan preppieposh-pijo-fresa-cheto, novios-yernos-socios junior-hijos de diplomáticos que –decían– habían pactado jamás dejarse fotografiar con t-shirts (a no ser que llevasen, a la altura del corazón, a ese cocodrilo de Lacoste o a ese polista de Ralph Lauren). Y, claro, tocaban solo para amigos y compañeros de estudio de sangre azul-roja-blanca en Columbia University. Los cuatro entonando sentidas odas a veranos en Cape Cod, a playas de Saint Thomas, a mansiones de California, a campus y comas de Oxford y a beber horchata mientras se rompía con la novia de siempre para juntarse con su mejor amiga. Vampire Weekend era, sí, la contracara apolínea y respetable de los dionisíacos y decadentes The Strokes, así como la versión más relajada y sin tantas pretensiones vanguardistas de los suburbanos y clase media Arcade Fire. Vampire Weekend eran como American psychos sin necesidad alguna de derramar sangre porque ya fueron selectos miembros del Club de los Poetas Muertos. Así, entonados y entonadores de himnos íntimos de la tierra de gracia de los líricos y románticos zumbones y wasp niños ricos sin demasiada tristeza. Canciones polaroid, líneas-diapo, estribillos telegrama y la complejidad del para qué vas a complicarte la vida como leitmotiv de quien sabe que tiene la vida solucionada y, por lo tanto, cómodamente problemática. Sí: Vampire Weekend podrían haberse llamado –suave y nocturna y fitzgeraldianamente– The Dick Divers o algo así. Pero no: optaron por título de home-movie draculina que filmaron durante un sábadomingo en Cape Cod. Para 2008 –cuando sí fueron parte de snlcomo invitados musicales entre chiste y chiste– ya nadie se los tomaba en broma. Vampire Weekend era –luego de consagrarse como apetecible fenómeno indie– número 1 en ventas con su segundo álbum. Y parecían increíblemente satisfechos siendo –como los acusaban sus inevitablemente muchos detractores y Van Helsings estaca en mano y crucifijo en oído– “la banda más blanca del mundo” (aunque todos sus miembros tuviesen ascendencia italiana y ucraniana y persa y húngara) o “nada más y nada menos que la versión arty y cool de los Jonas Brothers”. Pero en verdad eran (y siguen siendo, cada vez más) mucho más que eso: sus letras ya tenían la sintética perfección de one- liners de Gore Vidal o de esos personajes en los filmes de Whit Stillman y esas delicadas epifanías místicas del mejor J. D. Salinger, pero sin pensar nunca en suicidarse en honor a un pez banana. Y, claro, estaba su sonido de chupasangres East Coast refinados a la hora de morder cuellos de buenas influencias: un poco de hipersensibilidad twee de Belle and Sebastian, leve euforia caribeña à la The Police, pizca de lo más cute-nerd de Talking Heads, leve glaseado del Peter Gabriel de “In your eyes” y del Lou Reed en un perfect day silbando “Pale blue eyes”, poder de síntesis frenético de They Might Be Giants para muy amplias canciones cortas siempre entre la euforia y la nostalgia, y la delicada y miniaturista ironía de The Magnetic Fields con esa invitación al baile inteligente de lcd Soundsystem. Pero y por encima de todo y de todos, esos aires afro-importados de Graceland y con la voz/fraseo líder de Ezra Koenig muy pero muy parecida a la de Paul Simon. Sí: esa sintaxis/síntesis/libre asociación de ideas mezcla de dulzura y acidez con la que el autor de “Mrs. Robinson” (casi blue print para lo que armonizarán y rimarán los graduados de Vampire Weekend décadas después) y esas melodías perfectas que a Simon parecen ya no ocurrírsele o tal vez ya no le interesa que se le ocurran, porque para eso está Vampire Weekend.

Desde entonces, cuatro álbumes perfectos redondeando con arreglos astutamente desarreglados cada vez más y mejor la idea de Vampire Weekend: Vampire Weekend (2008) y Contra (primer debut en el top-one de 2010, portada con chica a la que no le pidieron permiso para ponerla, y con ese cierre con una de las mejores y más sentimentalmente funerarias canciones de ruptura jamás escritas) como dos partes de una misma fiesta; el más oscuro y reflexivo y magistral Modern vampires of the city (2013, reincidiendo de salida en el número 1 de ventas y donde brilla la dupla de “Diane Young” y “Hannah Hunt” como alfa/yin y omega/yang de su arte y primer Grammy a Mejor Álbum Alternativo); y esa suerte de transitivo/matrimonial/doméstico y beatlesco White album o dylaniano New morning que es Father of the bride (tercer debut en lo más alto, segundo Grammy en 2019, casi solista y con muchos colaboradores externos y abriendo con la cuasirreligiosa “Hold you now”, pasando por la casi Sinatra en extraña-noche-blue “My mistake”, y despidiéndose internacionalmente con “Jerusalem, New York, Berlin” (Tú me diste el gran sueño / Pero no puedes hacerlo real). Y entonces, ya no siendo chicos promisorios sino adultos no del todo cumplidos y sospechando que ya no se puede volver a casa así que, mejor, empezar por no salir de allí.

El flamante Only God was above us –título que alude a algo que dijo un sobreviviente de un accidente aéreo de 1988 con aterrizaje de emergencia pero ahora, de nuevo y reconfigurado, como ascendente best seller instantáneo a lo más alto y celestial– viene a ser, por lo tanto, el equivalente al Still crazy after all these years del ya invocado San Paul (Simon), a la vez que algo así como su elegantemente distorsionado Achtung baby/Zooropa del papa Bono I: música mutante ya no para fin de semana sino para crepúsculo de domingo zombi. Canciones como eléctrico y guitarrero ruido blanquísimo y música de fondo para contemplar cómo se degenera la propia generación mientras Koenig & Co. se adentran (paternidad incluida) en su cuarta década de edad y dan sorbitos cautos no a una garganta sino al primero de varios martinis secos con melancolía otoñal de Ray Davies. Versos para preguntarse y responderse que la única clave y secreto está –aunque aún loco después de toda esa blood en los tracks– en ser optimista como ya se lo era en aquella “Stranger”, en Father of the bride, donde se advertía de que Las cosas nunca han sido más extrañas / Las cosas van a seguir siendo extrañas… / Pero las cosas cambian”El muy autorreferencial y muy automítico Only God… (con casi todas sus canciones como reflejando/conectando con/a otras en discos anteriores, como yendo al pasado para traerlas al presente, pero distorsionadas por frenesí de coros angelicales-caídos y cuerdas y vientos y ecos de pianos casi de cartoon) no es un álbum de crisis de mediana edad (como sí lo fue recientemente el magnífico y divorcista The ballad of Darren de Blur). Es un álbum que podría llegar a ser la solución a esa crisis para así –acomodados a acomodarse– poder seguir creciendo en un frígido mundo que se recalienta de guerras.

“Creo que el fatalismo llevado a su extremo resulta en optimismo: algunas de las personas más felices del mundo lo son porque han sabido asimilar algún elemento de rendición y aceptación. Está el fatalismo de que el mundo es su sitio caótico y ¿no es eso terrible? Y está el optimismo de asumir el terrible caos de ese mundo y el que no quede otra que surfear esa ola y llegar a la orilla sin caerte… El futuro está completamente fuera de control”, explicó Koenig en una reciente entrevista con The Guardian. Y, sí, lo primero que se oye aquí es a Koenig declarando un Fuck the world”para, enseguida, aclarar que es algo que oyó en boca de otro, de otra: Lo dijiste en voz baja / Nadie podía oírte / Nadie salvo yo / Cínica, no puedes negarlo / Tú no quieres ganar esta guerra / Porque tú no quieres la paz”. Yque algo así jamás saldría de la suya salvo para citarlo y, enseguida, cancelar esa cita. Somos todos hijos e hijas / De vampiros que secaron las gargantas del Viejo Mundo”, se precisa más adelante; se consuela en la disonante “Classical” con un “Cómo lo cruel con el tiempo se vuelve clásico”; o, en “Gen-x Cops”, diagnosticar que “Cada generación tiene su propia disculpa para, enseguida, perderse y encontrarse en alusiones en código a action-movies japonesas de los noventa y a jóvenes gángsters de doble apellido, a uno de los túneles acuíferos de Manhattan, a la galerista Mary Boone, o a contraseñas horoscópicas. Y todo esto, entre lo punki y lo barroco, contenido por esa portada tan metropolitana como subterránea, va a dar/pedir a magna coda: “Hope”. Ocho minutos de majestuoso crescendo en casi canción-para-fogata-y-todos-juntos-ahora con una muy educada llamada a dejar de lado toda furia (“Nuestro enemigo es invencible / Espero que lo dejes estar”) para concentrarse en la llegada de un nuevo amanecer de lunes sin importar que uno sea vampiro findesemanero. Porque para protegerse y salvarse de todo eso está el último modelo de gafas oscuras y wayfarer y Ray-Ban. ~

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es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).


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