El Kafka de Manuel Vilas

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Dos tardes con Franz Kafka no es un libro sobre Kafka, es un libro sobre la admiración de Manuel Vilas hacia Kafka. Así lo subraya la oración que abre y cierra el texto: “Yo no soy un lector de Kafka, yo soy su enamorado.” La mirada subjetiva de ese “yo”, inclinado ante su ídolo, unifica una obra fragmentaria y heterogénea. Aunque su forma de “Diccionario Kafka” presupone objetividad, el andamiaje enciclopédico es solo aparente. Ya lo advierte en su presentación Sergio del Molino, autor, él mismo, de Dos tardes con Joseph Roth y coordinador de esta colección de la editorial Alianza, en la que escritores actuales transmiten su pasión por autores clásicos: “No hay aquí lecciones magistrales ni monografías de especialista, sino entusiasmo genuino de escritor a escritor.”

Las entradas de este peculiar diccionario kafkiano obedecen a esa subjetividad más que a una lógica concreta. Así, conviven ciertas personas de la vida real de Kafka (sus parejas, su amigo Max Brod, su discípulo Gustav Janouch) con algunos de sus personajes (funcionarios, K, Klamm) y con una selección de sus obras (Carta al padreEl desaparecido, “Investigaciones de un perro”, “Josefina la cantante”). Analistas de Kafka (Blanchot, Canetti, Kundera, Nabokov, Wagenbach) se codean con otros escritores (Lorca, García Márquez, Joyce, Proust) e incluso con mitos culturales como Elvis Presley y Andy Warhol. Aparecen elementos de la vida de Kafka (dedos, ruidosventana, soltero) junto a conceptos variopintos (absurdoalegoríacastigohumor), además de emociones y sentimientos (amorcansancio, decepción). También hay referencias a la posición de Kafka en la historia literaria (soloinoxidable) y al efecto de su literatura (gravitacióndisfrutar), e incluso fantasías sobre su destino después de su muerte (futurohuesosresurrección). Términos de estas categorías se mezclan con otros difíciles de catalogar, y es que, más que actuar como celdas de contenido, las voces de este diccionario dan pie a las reflexiones del autor. El resultado es un combinado de información (no siempre contrastada), pensamientos, opiniones, apuntes biográficos y autobiográficos, pasajes de inspiración literaria y ensoñaciones.

Dos tardes con Franz Kafka es un libro de Manuel Vilas enunciado desde su propia voz, una voz que se deja oír con insistencia. Esta penetración del yo en lo ensayístico frustrará las expectativas de quienes esperen un texto más neutro y objetivo. No es el caso. Partiendo de su historia personal con Kafka, el autor se recrea en su habitual gusto por la hipérbole y un dogmatismo impregnado de subjetividad. Así, para él, la superioridad absoluta de Kafka en la historia literaria no admite parangón, recomienda a lectores no iniciados en Kafka el orden en el que deben acercarse a su literatura y presenta como un hecho incontestable que El castillo es la mejor de las obras kafkianas. Sin renunciar a la ironía sobre sí mismo (“En mi tiránica opinión, en mi totalitaria opinión”…), se muestra muy seguro de lo que dice cuando habla de Kafka: “No es tal enigma, queridos lectores, yo tengo la solución.”

De esas certezas surgen osadas sentencias, no exentas de ludismo y provocación: “Es más convincente Kafka que Einstein. Y más útil”; “Kafka es un escritor realista”; “Vida y obra en Kafka son lo mismo”; “El tupé lo inventó Kafka y no Elvis”. Y quizá de nuevo con autoironía: “La obra de Kafka te lleva a la acción. Incluso a la charlatanería.” Otras afirmaciones provocadoras insisten en una línea que viene siguiendo Vilas a lo largo de los años: la divulgación de una visión alegre de Kafka. “Kafka te pone de un excelente humor”, “te alegra el día, la tarde, la noche y el insomnio”, “está enamorado de la vida”. Pero, a la vez, en el extremo opuesto: “Toda su obra habla de la nada y de la desesperación y del sufrimiento y del nihilismo y de la desgracia.” Y es que las afirmaciones absolutas no terminan de casar con Kafka, que basó su búsqueda de la verdad en un pensamiento paradójico. Por eso, cuando Vilas se muestra más convincente es al situarse del lado irresoluble de los interrogantes kafkianos, además de en aquellos pasajes en los que da rienda suelta a su imaginación literaria.

Más sugerente que la voz que sienta cátedra resulta la voz confesional, una voz que acoge la ternura, ese “reconocimiento explícito de la vulnerabilidad” que Vilas admira en Kafka y que está presente, quizá, en las mejores de sus propias páginas. Asoma al inicio del libro, en las “Palabras previas para un diccionario sobre el mejor escritor del mundo”, al cuestionar la posibilidad de su creación literaria sin la de Kafka: “Me aventuro a pensar que tal vez, de no existir la obra de Kafka, tampoco existiría la mía, y ese desvanecimiento o desaparición de cientos de páginas escritas hoy me parece deseable e incluso decente.”

Vilas no profundiza en esa fantasía de aniquilación kafkiana, pero señala que para Kafka escribir era una tarea vergonzosa, que suponía la pérdida de la discreción y el anonimato. De ello se desprende el contraste entre su propia posición en el campo literario y la que su amado autor ocupó en vida: frente a Kafka, emblema de escritor insobornable y auténtico, ajeno a los focos y mercadeos del mundillo editorial, Vilas se halla perfectamente instalado en su estatus de escritor público, sometido a intereses que poco tienen que ver con lo literario. “Por un solomillo vendo mi alma de escritor al diablo de la política”, confiesa al hablar de las ferias del libro. Y al referirse al caso de Eduardo Mendoza –que pasó de denostar a alabar públicamente la obra kafkiana después de recibir el Premio Franz Kafka–, insiste: “Para Mendoza el dinero lo es casi todo, muy probablemente para mí también, pero para Kafka no era importante. […] Mendoza y yo mismo hemos elegido el dinero porque tenemos miedo a morirnos de hambre. Es el miedo que Kafka no tuvo.”

Pero Vilas no tira del hilo confesional. Irónicamente, en un libro que sitúa a Kafka en el altar más elevado de la literatura universal, lo que dice envidiar de él son aspectos ajenos a lo literario: su estatura y la desaparición del Estado en el que nació, su condición de “apátrida”. A propósito de la nacionalidad de Kafka, es sabido que su adscripción a una historia literaria nacional es un asunto problemático: era judío, escribía en alemán y nació en Praga, ciudad que pasó de ser austrohúngara a checoslovaca todavía en vida de Kafka. Dadas estas circunstancias, la figura de Kafka permite trascender fronteras, según evidenció la celebración internacional del centenario de su muerte en 2024. En este contexto, la entrada que Vilas dedica al nazismo no puede sino provocar perplejidad: deduce de la oposición nazi a Kafka y al judaísmo que el autor jamás pertenecerá a la historia de la literatura alemana, basándose en la identificación del nacionalsocialismo con el pueblo alemán.

Por otra parte, el libro incluye varias fotografías. Una de ellas, la que ilustra la amistad de Kafka con Brod, presenta a Kafka en bañador en una playa, sonriendo junto a otro hombre. Pero el acompañante en cuestión no es Max Brod, como aquí se afirma, abundando en un error recurrente que se resiste a desaparecer, y eso que contamos con imágenes de Brod de la misma época. Se trata de un personaje que no ha sido identificado y que hasta no hace mucho se consideraba el escritor Ernst Weiss.

Pese a detalles de este tipo, el libro cumple con creces la función con la que nació: la de divulgar la figura de Kafka y ampliar sus círculos de lectura. Sin embargo, se construye sobre una paradoja: no hay nada más alejado de Kafka –el “gigante de la pequeñez”, según apreció Canetti– que el énfasis y las verdades absolutas. Estas marcas del estilo Vilas tal y como aquí se despliega contrastan precisamente con algunos de los valores que el autor subraya en Kafka: su humildad, su deseo de desaparecer, de borrarse, de pasar desapercibido.

Por todo ello, están disfrutando y disfrutarán de estas Dos tardes, ante todo, quienes conecten con la voz de Manuel Vilas. Para acceder sin intermediarios a la voz literaria de Kafka tenemos su propia obra, que es, justamente, a la que remite este ensayo. Ya lo advierte el propio Vilas, por boca de Canetti, en una de las citas que abren el libro: “Frente a Kafka cualquier escritor es menor.” ~


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