El Lector y el Libro

Los demasiados libros (1972-2022)

Gabriel Zaid

Debate

Ciudad de México, 2022, 176 pp.

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Los demasiados libros es un clásico. Lo dice el escritor argentino Cristian Vázquez (“en su clásico Los demasiados libros, publicado originalmente en 1972, Gabriel Zaid…”); en España Àlex Martín Escribà y Javier Sánchez Zapatero: “Sobre la hipertrofia del mercado editorial se han escrito numerosos artículos y monografías. Entre ellas, por su carácter casi clásico, se pueden citar Los demasiados libros”; en la revista colombiana El Malpensante se lee, sobre Los demasiados libros: “Ya un clásico, ha sido revisado y puesto al día por su autor”; en México Humberto Beck ha escrito que “en las páginas de clásicos como Los demasiados libros […] la prosa zaidiana es capaz de combinar la claridad fulminante del reporte con la pluralidad de significados que se fecundan entre sí, típica del poema”. Un libro clásico.

Para Italo Calvino “los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual”. Para Borges “clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”.

¿Es en verdad Los demasiados libros un clásico? ¿Un libro clásico no es algo fijo del que se desprenden inagotables lecturas? ¿Qué clase de libro clásico es este si no ha dejado de moverse, si en cada nueva edición se le agregan o se le suprimen artículos y ensayos, si el autor no deja de pulirlo y revisarlo, volviéndolo aún más sintético, más compacto, más preciso? Zaid lo modifica para buscar, como Lezama Lima, “su mejor definición”. Su significado más claro. La sexta definición de Italo Calvino respecto a lo que es un clásico sirve para el caso: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.” Así sucede con Los demasiados libros, un libro que ha ido cambiando con el tiempo, ajustándose a las nuevas modalidades de lectura. Un libro que, al cumplir sus primeros cincuenta años (1972-2022), al parecer ha encontrado su forma definitiva, su mejor definición.

Los demasiados libros es un libro sobre libros. “Hay más libros sobre libros que sobre cualquier otro tema”, escribió Montaigne. Todo libro nace de otros libros. Pero también de la conversación. (La cultura es conversación.) De una conversación de Gabriel Zaid con el editor Joaquín Díez-Canedo nació Leer poesía, de la conversación con el editor Carlos Lohlé nació Los demasiados libros. Lo ha reescrito Zaid cuatro veces: 1996, 2003, 2010 y 2021. Ha sido traducido al inglés, al italiano, al portugués, al alemán, al francés, al croata, al neerlandés, al esloveno y al estonio. Ha suscitado, sobre todo en español y en lengua inglesa, una enorme cantidad de comentarios. En la Wikipedia se puede encontrar una entrada sobre Los demasiados libros bastante completa, que incluye una buena bibliografía. No se han escrito todavía libros sobre Los demasiados libros, pero sí una antología de textos de Zaid sobre el mundo del libro, obra de Juan Domingo Argüelles: El costo de leer (Conaculta, 2004).

Los demasiados libros es un libro clásico y como tal ha generado una larga estela, una enorme y animada conversación.

En el citado artículo de la Wikipediael lector podrá encontrar un registro completo de los artículos que conformaron la primera edición del libro, las piezas que han desaparecido y los textos que Zaid ha ido agregando, como “Constelaciones de libros”, “En busca del lector” (donde habla de los ebooks), “Diversidad y concentración” (en el que menciona las nuevas impresoras que pueden hacer tirajes muy reducidos, hasta de un ejemplar), “Lectores de Wikipedia” (que menciona sitios de internet que albergan miles de libros gratuitos, como el Proyecto Gutenberg), “Clásicos y bestsellers” (que menciona los clubes de lecturas de libros clásicos, como la Great Books Foundation, que en México anima Julio Hubard) y “El futuro del libro”. No está de más decir que una gran parte de los artículos de Los demasiados libros han sido publicados en Vuelta Letras Libres.

El libro trata, evidentemente, sobre el libro (edición, impresión, distribución, venta, promoción, tirajes, precios, almacenamiento, derechos), más específicamente sobre los lectores de libros (del lector de clásicos, que se conecta con una tradición milenaria; del lector de bestsellers, que lee para matar el tiempo; pero concentra sus dardos en los no lectores, en los universitarios que luego de terminar su carrera no vuelven a hojear un libro ni siquiera por descuido), y más aún: sobre la lectura, acto que da sentido a las letras y palabras y oraciones reunidas en un libro; y sobre el lector, que pasa de leer libros a leer la realidad, que organiza y da sentido al caos.

Aborda Zaid el tema del libro desde un mirador original: el del lector. Este punto de vista condiciona su lenguaje (claro y conciso, rico en asociaciones) y el tratamiento de todos los aspectos del mundo editorial. Aunque hable con detalle de la problemática que atañe a editores, libreros e impresores, lo hace desde el punto de vista del lector, de lo que es bueno para este, de aquello que puede enriquecer su vida de lector. “¿Qué importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales.”

Gabriel Zaid escribió un libro para entender los libros, un libro para comprender a los lectores de libros. ¿Cuándo nace Zaid como lector, cómo llegan los libros a su vida? ¿Cómo se transforman de meros objetos en vehículos de ideas, en portadores de belleza? ¿Cómo pasa Zaid de leer los libros a leer la realidad? ¿Qué es para Zaid el lector? ¿Qué es para Zaid el libro?

En el origen está el Verbo: el niño que lee:

Se encuentran dos amigas en la calle. El niño, de la mano, mientras hablan, se distrae deletreando los rótulos, hasta que la otra se da cuenta:
–Pero ¿sabe leer?
–Por lo visto –dice mi madre. [“Curriculum vitae”, en Leer, Océano, 2012.]

Una cosa es aprender a leer y otra muy distinta aficionarse a los libros, pensar que lo que los habita es una vida mejor. El niño cae enfermo: “Había que alejarme de otros niños, ponerme en cuarentena […] Todo lo cual era más fácil yéndonos a una huerta donde mi madre, para distraerse y distraerme, leía en voz alta […] Era el paraíso: haber raptado a mi madre y andar de exploradores en las selvas amazónicas.” Y luego, no es lo mismo descubrir en los libros el paraíso que volverse un vicioso de los libros: “Hubo un apagón. Había luna. Me salí a leer, con el libro muy cerca de los ojos. ‘Te vas a quedar ciego’, me dijo mi padre para prevenirme.” El niño se transforma en un adolescente que por su cuenta lee: “No sé cómo descubrí una biblioteca pública en el palacio municipal. No tenía muchos libros ni mucha concurrencia, pero nadie me interrumpía […] estaba ahí, entre libros, sumergido en aquel viaje, aquel incienso.” En esa biblioteca el joven Zaid descubre casualmente un libro del dramaturgo Rodolfo Usigli, Itinerario del autor dramático. Un libro que cuenta cómo Usigli se hizo escritor de teatro.

El adolescente pasa entonces de la lectura a la escritura. Escribió primero “un juguete teatral que se puso en clase. En preparatoria, escribiría un sainete en verso, que llegó al Teatro Rex”, que era el teatro principal de Monterrey. El adolescente que era entonces Gahzi Zaid descubre que los libros no solo eran portadores de aventuras y poemas, los libros eran también recipientes del saber: “Estoy leyendo un libro de texto, el de geometría. Me hace cosquillas no sé qué en el corazón: la elegancia, el suspenso, los episodios de la argumentación, la música de la consecuencia, el tantán maravilloso del Quod erat demonstrandum. Me siento emocionado, agradecido.”

En la biblioteca del Tecnológico de Monterrey (“a cuyo interior tenía acceso gracias a una concesión muy especial, que me permitía explorarla horas y horas”) descubre un libro que llegó a saberse de memoria: la Fábula de Equis y Zeda, del poeta Gerardo Diego. Fruto de esa lectura intensa, Gabriel escribió a los diecinueve años su “Fábula de Narciso y Ariadna”. El poema –que trata de un joven que está leyendo en el campus, descubre a una joven de la que se enamora, pero a cuyo amor no cede para proseguir con sus estudios– fue premiado en un certamen por Alfonso Reyes, Carlos Pellicer y Salvador Novo. Ese joven regiomontano –lector voraz, autor precoz– se recibió de ingeniero mecánico administrador, a los veintiún años, con una tesis de ingeniería industrial titulada Organización de la manufactura en talleres de impresión para la industria del libro en México. Esto es: convirtió su amor por los libros en un problema intelectual, y ofreció una solución. En la “Nota” que abre su tesis, escribió: “Aunque lo decisivo del problema del libro sea el de ordenar los medios generales de comunicar la cultura […] puede ser considerado desde el punto de vista técnico y económico de organizar los medios materiales y la capacidad humana que entran en juego al imprimir un libro.” Resolviendo a su modo el problema de “las dos culturas” planteado por C. P. Snow, con los recursos de la ingeniería podría hacer un servicio al mundo del libro, al mundo editorial, a la cultura.

Estas dos facetas estarán siempre presentes en el quehacer intelectual de Gabriel Zaid. Por ello resulta casi natural que, tras la publicación de sus dos primeros libros de poesía –Seguimiento Campo nudista–, publicara a los 36 años sus primeras y decisivas reflexiones sobre el libro: “Los demasiados libros” (en Mundo Nuevo, 1970). El poeta, el lector, “en vez de dejar el vicio, lo llevo a todas partes. Que si, por fin, salí a la realidad […] fue porque también me puse a leerla”.

Leer, ¿para qué? ¿Se lee porque de todos los libros se aprende algo y conocimiento es poder? No, leer no da poder: el conocimiento que brinda es muy difuso. Se lee para ensayar nuevas y variadas posibilidades del ser, para soltar amarras, para librarse del yugo que oprime: la confusión. Lo primero es embarcarse, comenzar a leer, adquirir el vicio, observando la animación que produce en aquellos que leen, aprendiendo con paciencia a reconocer los códigos de lectura, imitando lo leído. El grado último de la lectura ocurre cuando la lectura se transforma en acción. Leer para hacer: al leer se da forma al mundo. La alegría que produce la poiesis es multiplicadora, puede derivar en un ensayo, en un poema, en una acción inspirada o, simplemente, en un día mejor, más habitable, más claro, donde las cosas vuelvan a ser lo que son.

En Los demasiados libros habla el lector. El Lector que ha encontrado en el Libro una forma superior de comunicación. En el Libro conversa con los difuntos, pero también con sus contemporáneos. El Libro es un sustituto del Paraíso original donde el Uno se transforma en una variedad infinita. Imposible leerlo todo. Pero también, dicho con Borges, en un libro están todos los libros. Se lee no para aislarse del mundo sino para entrar en comunión con él. Se lee para ser. Por eso la defensa apasionada e irónica que Zaid hace del Libro.

“Señor –escribe Zaid–, no me castigues por haber leído. Lo he pagado con interrupciones y trabajos para ganarme el pan y servir a los demás. Concédeme el paraíso de leer sin que me interrumpan. La interrupción que es lectura dichosa. El eterno recreo de leer y ser leído en los ojos de mi mujer, en las nubes y en los árboles de un cielo nuevo y una tierra nueva, en la conversación de todos con todos, resucitados en tu libro.”

Por todas estas razones pienso que Los demasiados libros es, a los cincuenta años de su primera publicación, y considerando todas sus transformaciones, un clásico de nuestro tiempo. Un libro que hace más claro el mundo. ~

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