Computación cuántica natural

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La computación cuántica desciende al tamaño de los átomos, donde la materia o lo que sea funciona como onda y partícula. En vez del escueto sí o no (0 o 1) de los ordenadores clásicos los cuánticos ofrecen tres opciones: sí, no, y sí y no: al fin superaremos esa mezquina dicotomía maniquea. La computación cuántica (cc en adelante) promete una capacidad de procesamiento que desborda lo que conocemos y utilizamos: augura un nuevo mundo. Los ordenadores pioneros (Wave es el más popular) todavía están verdes: de momento necesitan funcionar a -237 grados y la interfaz es el rayo láser, como la espada de Darth Vader. La Comisión Europea ha destinado mil millones de euros a cc; Google y otros gigantes están también en ello. Antes que nada es un arma, un instrumento de poder. Permitirá –o permite– descifrar claves en un pestañeo, hacer predicciones ahora impensables, analizar trillones de datos o acelerar la incipiente y poderosa inteligencia artificial (la máquina ha vencido al campeón de go). Es posible que en alguna parte ya estén monitorizando o prediciendo esta línea (que quizá, a su vez, ha sido redactada o revelada por un bot).

Si es cierto que el ordenador cuántico por excelencia es el cerebro humano ya que se compone de carne, energía, adn y, en definitiva, átomos, la propuesta obvia es que podría ser más rápido, más económico y más eficaz adaptar ese órgano a la cc que desarrollarla ex novo a base de artilugios. Con un poco de glucosa, un bocata y una brizna de ilusión el cerebro ya funciona. La poesía es cuántica.

Hay que insertar el chip neuronal o neural y una salida para conectar el cerebro a la máquina: un puerto usb avanzado. Con wifi, claro. Lo que han de determinar los expertos es a qué ramal del orgánulo hay que conectarlo. Hay chips neurales con fines médicos que ofrecen buenos resultados, de manera que la caja sagrada ya está abierta.

El siguiente paso es conseguir que el cerebro del usuario deje de pensar y de distraerse con cualquier cosa. Se trata de “convencerlo” de que se ponga en modo plano, carta de ajuste según la denominación popular, para poder utilizar su presunta potencia sin interrupciones. Esto se podría hacer por hipnosis o a la brava, dando rampas en la zona ad hoc, que debe de estar por ahí y quizá ya se ha localizado. Es cuestión de ir probando.

Una ventaja obvia de esta vía natural (ecológica) hacia la cc podría ser agilizar o acelerar la evolución del propio cerebro, que se está rezagando ante el poderío de la ia y la velocidad con que aprenden las máquinas. Hasta tal punto que el principal consejo no ya para prosperar sino para sobrevivir es “desaprender”. El cerebro está muy desprestigiado: la inminencia de robots y coches sin conductor está minando la autoestima humana que hasta ahora solo se cuestionaba por depredadora, marrullera, genocida, cambioclimatística, etc., pero no por su propia ineptitud “técnica”, que es lo que ahora se evidencia. El miedo a los robots no es quedarnos sin trabajo, cosa que ya ocurrió hace años, sino que nos ganen en simpatía y mejoren los chistes. Usar el cerebro para la cc podría restaurar la confianza perdida en la especie.

Aparte de la conexión neural y otros detalles de hardware, el reto es dejar de pensar, hacer que cese esa agitación y esa dispersión que desatan el síndrome de la pierna inquieta, verdadera epidemia global (se podría generar la energía necesaria para afeitar a la típica ciudad de cinco mil habitantes si en cada pierna temblequeante se acoplara una dinamo y el autoconsumo no estuviera proscrito).

Una vez conseguido el estado alfa long size en la mente del voluntario (¡adiós facturas!) el bienestar será instantáneo. Todo el esfuerzo de concentración que hay que hacer para relajarse, todo el protocolo yoga, mindfulness, etc., en un pack instantáneo.

Con el cerebro amansado ya se podrá enredar con sus capacidades y usarlo como procesador cuántico natural (quizá habría que practicar un ventilador). La fórmula para reclutar voluntarios gratis funciona con éxito en otros sectores: a cambio de esa paz y esa relajación del no pensar, la cobaya presta su órgano para procesar y además considera que recibe un servicio impagable ya que le proporciona acceso a un mundo nuevo, a la propia internet e, implícitamente, a una promesa imbatible: la red cerebral cósmica o algo más tentador cuya narrativa está a medio hacer (estamos en ello).

Usted (quién si no, acaso no sospechaba que este artículo es un formulario de reclutamiento), a cambio de prestar su cerebro para esta experiencia, obtendrá la paz, la calma y la relajación que no consigue alcanzar con somníferos u otros sucedáneos. Mientras se abandona en el glamour de la cc global su mente accederá al auténtico descanso, la anhelada y nunca conseguida cero actividad. Al “despertar” se encontrará con un cerebro nuevo. Sin duda, será adictivo y el sujeto usuario acabará por pagar. Eso sin contar con otras ventajas extra: la más evidente, el valor de vivir una nueva experiencia: ¡algo que contar! Al fin una aventura que trasciende los viajes, las catas y el exprimido multiverso gastronómico.

Rellene esta ficha y pulse mentalmente “aceptar” [Ya]. Qué fácil. Analizaremos su vida interior y, con suerte, alguien o algo se pondrá en contacto con usted. Por su seguridad y en garantía del servicio, esta lectura ha podido ser grabada.

Otra de las ventajas de usar cerebros vivos para computación cuántica es que, con el tiempo, podrán servir de almacenes para grabar y recuperar datos. De forma experimental ya se ha conseguido archivar y recuperar datos binarios en adn.

Claro que las personas que cedan tiempo de su cerebro para cc podrán, opcionalmente, alquilar, vender o cambiar su adn como inagotable almacén. En un dedo cabe todo internet y además se puede actualizar a través de su neurochip sin darse cuenta. ¡El universo en la palma de la mano! En su cuerpo cabe todo el universo… siempre que no piense usted demasiado. ~

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(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).


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