Karl Marx era un genio. También era un desastre. En The art of procrastination, el filósofo John Perry acuña el concepto “procrastinador estructurado”. No menciona a Marx, pero podría. Perry dice que un procrastinador estructurado es alguien “que consigue hacer muchas cosas dejando de hacer otras”. Es decir, no es alguien perezoso o inútil, tampoco es alguien que no produce nada. “El procrastinador puede encontrar motivación para hacer tareas difíciles e importantes”, escribe, “siempre y cuando esas tareas sean una manera de evitar hacer otras tareas aún más importantes”. Un procrastinador, aunque quizá no lo sepa, es en el fondo un perfeccionista. Y Marx fue un neurótico y un perfeccionista; se imponía unos estándares tan elevados que luego era incapaz de alcanzarlos. Todo proyecto podía ser perfeccionado ad aeternum.
En octubre de 1844, en una de las primeras cartas que se conservan entre Friedrich Engels y Karl Marx, el primero le implora al segundo: “Ahora ocúpate de que la materia que has reunido se lance pronto al mundo. Ya era hora.” En otra carta de enero de 1845, le repite más o menos lo mismo: “Procura, por tanto, que esté terminado antes de abril; haz como yo, fíjate un plazo en el que quieras definitivamente tenerlo terminado.” Pero ese proyecto, con el título provisional de Crítica de la política y la economía nacional, no se llegó a terminar; solo se conservaron algunos apuntes sueltos, incluidos en su obra póstuma Manuscritos de economía y filosofía, que no se publicó hasta 1932.
Marx se despistaba constantemente. Sus despistes y digresiones eran brillantes. Por eso Engels solía irritarse y maravillarse a la vez. En 1844, en vez de terminar esa Crítica que le pedía Engels, Marx se metió de lleno en la escritura de un libro lacerante contra los jóvenes hegelianos que Engels y él habían planteado como una pequeña broma; Marx se lo tomó demasiado en serio. A Engels le fascinó, pero no dejaba de preguntarse por el otro proyecto. “Me alegro de que hayas terminado ya la Economía [no era verdad]”, le escribió Engels a Marx en abril de 1851. “La cosa se estaba alargando demasiado, y mientras sigas teniendo ante ti un solo libro sin leer que consideres importante, no te pondrás a escribir.” Como ha escrito Isaiah Berlin en su biografía del filósofo alemán, Marx “se sentía incapaz de comenzar a escribir antes de tener la absoluta seguridad de que dominaba toda la literatura de su tema”. Pero a veces su tema era algo amplísimo, desde El mágico prodigioso de Calderón de la Barca, que Marx leyó en el original, hasta la situación política en Bulgaria. Marx era perfectamente consciente de eso y llegó incluso a compararse con el personaje de Balzac en La obra maestra desconocida, “que intenta pintar el cuadro que se ha formado en su mente y retoca el lienzo interminablemente para producir al fin una masa informe de colores que a sus ojos parece expresar la visión que vive en su imaginación”. No solo era un pensador perfeccionista y neurótico. También “escribía lenta y penosamente”, dice Berlin, “como les ocurre a veces a pensadores ágiles y prolíficos, incapaz de hacer frente a la rapidez de sus propias ideas, impaciente por comunicar al punto una nueva doctrina y por salir al paso de cualquier posible objeción”. Cuando tenía algún problema con algún líder socialista u obrero, volcaba todo su intelecto en atacarlo y dejaba de lado sus proyectos más importantes. Era un pensador sistemático y, a la vez, un provocador panfletario.
El papel de Engels era el de moderador, incentivador y disciplinador. Como explica Fritz J. Raddatz, responsable de una edición de sus cartas, su destino quedó claro desde el principio de su relación con Marx. Durante toda su vida se dedicó a “urgir, implorar y amonestar a Marx para que completara su obra”. Berlin es ligeramente condescendiente con Engels, a quien considera “un hombre de mente sólida y robusta, pero escasamente creadora”, alguien que “no deseaba mejor destino que vivir a la luz de la enseñanza de Marx”. Esto último quizá era cierto. Engels estaba cómodo en una posición subalterna, en un papel de “segundo violín”, como dijo; pero da la sensación de que era más por humildad que por incapacidad intelectual. A veces las ideas semiarticuladas de Marx las entendía y completaba mejor Engels, y sobre todo era mucho mejor a la hora de comunicarlas y expresarlas; otras veces, llegaban ambos a la vez a las mismas conclusiones, que surgían de sus largos diálogos. Engels fue, por ejemplo, el principal responsable de los primeros borradores del Manifiesto comunista; la versión final la hizo Marx.
También ha quedado la idea de que Engels no fue más que una especie de albacea y, sobre todo, mecenas de Marx. Es cierto que fue su gran financiador. La mayoría de las cartas que le envía Marx son para pedirle dinero. Marx es consciente de la ironía de estar escribiendo sobre el capital sin tener nada de él. “No creo que nunca se haya escrito tanto sobre ‘dinero’ en medio de tanta escasez de dinero”, le escribió a Engels. A veces la obsesión crematística de Marx crea un efecto cómico en las cartas. Engels le escribe una larga misiva con reflexiones políticas y filosóficas elevadísimas o algún problema personal. La respuesta de Marx suele ser algo como: ¡Engels! ¡Por favor! ¡Necesito dinero! (Rondaba por internet hace unos años una viñeta que me hace mucha gracia: un monigote de Marx decía “Engels, Engels, hazme un bizum.”) A veces su problema es que es muy manirroto; otras, la mayoría de ellas, es porque su vida es una constante tragedia. Si no es porque debe mucho dinero a deudores (está constantemente empeñando sus bienes) o a su casera, es porque no le pagan los artículos que envía al New York Daily Tribune. Si no está enfermo él, lo están su mujer o sus hijos. Cuatro de ellos murieron de niños (luego dos de sus hijas se suicidaron, aunque años después de la muerte del padre: Laura a los 66, Eleanor a los 43). En 1869, Engels consiguió vender su parte del negocio familiar (vivía en Mánchester para gestionar la empresa textil de su padre) a su socio, y liberarse de la vida comercial que tanto repudiaba para dedicarse exclusivamente a la escritura y la política. Con el dinero de la venta, le asignó a Marx un sueldo anual de 350 libras. Los problemas económicos de Marx desaparecieron, pero no los de salud. A veces su enfermedad (o enfermedades, ya que sufría de diversas dolencias) le impedía trabajar; otras era el trabajo hasta altas horas de la noche lo que le provocaba la enfermedad, y era Engels quien le exigía que se tomara un descanso. Su amigo le aconsejaba medicinas, le mandaba médicos, le reprochaba con cariño que lo que necesitaba para curarse era dejarse curar.
Marx era un cabezón y un orgulloso, también en sus proyectos intelectuales. Quizá uno de los momentos más reveladores de su método de trabajo y psicología es el proceso de escritura, revisión y publicación de El capital, cuyo primer volumen se publicó en 1867; los dos siguientes se publicaron póstumamente y Engels tuvo que dar sentido a los miles de folios caóticos de su amigo. Los procesos de corrección de Marx eran siempre tortuosos. Gracias al líder socialista alemán Ferdinand Lassalle, con quien tenía una relación amor-odio (lo criticaba por mediocre intelectualmente, pero era consciente de su poder en el movimiento obrero), Marx encontró un editor. Le envió un primer manuscrito con un año de retraso. Cuando el editor lo recibió, le dijo que todavía hacían falta algunas correcciones. Marx entonces se indignó. Seguro que detrás de todo estaba Lassalle, pensó, ya que iba a publicar una obra parecida y estaba intentando retrasar su publicación. Aunque el contrato era para tres partes, Marx no volvió a enviar nada más. “Lassalle preguntó y Marx prometió el segundo volumen para diciembre. Tampoco llegó”, dice Raddatz. “Lassalle volvió a insistir, y Marx prometió enviarlo en 1860, y luego en 1861. Marx de pronto quiso cambiar de editor, así que Lassalle le proporcionó a Brockhaus. Pero seguía sin enviar el manuscrito. Incluso las continuas preguntas de Engels de ‘¿Cómo va el libro?’ quedaban sin respuesta. Veintidós años después del contrato con Leske [el primer editor] se publicó finalmente el primer volumen de El capital.”
Pero para llegar a eso Engels tuvo que convencerle de que soltara el texto. “Aunque terminado, el manuscrito, enorme en su forma actual, no es apto para ser entregado a nadie excepto a mí mismo, ni siquiera a ti”, le escribió Marx al finalizar el libro. Cuando Engels lo recibió, combinó los elogios con una edición rigurosamente crítica. Hay un pasaje especialmente divertido en el que Engels le dice que hay varios fragmentos del libro que parecen escritos bajo el influjo de su enfermedad (a Marx le salían constantemente forúnculos, infecciones de la piel que curaba con arsénico, lo que le dejaba en un estado mental deprimente). Le pide que rebaje los niveles de abstracción, que intente ser legible para las masas a las que hay que convencer, pero finalmente acaba cediendo un poco: bueno, quizá la gente capaz de usar el pensamiento dialéctico lo entenderá. Cuando se publica El capital, Engels escribe varias reseñas falsas que manda a varios editores, algunas incluso relativamente desfavorables para abrir el debate y que el libro entre en la conversación pública.
Marx y Engels tenían dos proyectos vitales. Uno era el comunismo. Otro era su amistad. Ambos proyectos eran inseparables. El cariño existió desde el principio. Se conocieron brevemente a principios de 1843. Un año después, ambos como colaboradores de Deutsch-Franzözische Jahrbücher (Los Anales franco-alemanes), empiezan a cartearse. Pronto ganan confianza y se llaman por sus motes: Engels llama a Marx “moro”, por sus facciones; Marx llama a Engels “general”, por sus conocimientos militares. Engels le cuenta que tiene problemas ideológicos con su padre. Marx le responde: “Que pueda defraudarte aunque sea por un momento es pura fantasía. Siempre serás mi mejor amigo y espero ser el tuyo. (Tu viejo es un cerdo y le escribiremos una carta asquerosamente maleducada).” En otra carta, Marx le dice: “Me despido con la esperanza de que sigas sintiendo devoción por mí.” Cuando en una ocasión Engels tarda mucho tiempo en contestarle, Marx le escribe: “¿Ríes, lloras, estás despierto, estás dormido?”
En 1863, su relación tuvo un bache. A principios de ese año, falleció repentinamente la pareja de Engels, Mary Burns, con la que nunca se casó pero con la que convivió durante años. Cuando le contó la trágica noticia a Marx, este respondió con frialdad y desdén: dijo que era “ingeniosa y simpática” e inmediatamente se puso a contar, de nuevo, sus problemas financieros. Como dice Raddatz, Marx consideraba la relación de su amigo con Burns como un divertimento más, una aventurilla. Pero para Engels fue uno de los grandes amores de su vida. En la siguiente carta que se intercambiaron, le dijo a Marx: “Todos mis amigos, incluidos algunos conocidos filisteos, han mostrado más simpatía y amistad en esta ocasión, que inevitablemente me afectaba muy de cerca, de lo que tenía derecho a esperar. Tú encontraste el momento adecuado para hacer una demostración de la superioridad de tu fría manera de pensar.” Marx, entonces, le pidió perdón y Engels lo aceptó rápidamente y no le guardó rencor ni un segundo: “Me alegro de no haber perdido a mi mejor y más antiguo amigo a la vez que a Mary.” Marx concluyó: “A pesar de las presiones bajo las que he vivido estas últimas semanas nada me presionaba ni remotamente tanto como el temor de que pudiera producirse una ruptura en nuestra amistad.”
En 1855, otra muerte cercana ya demostró la intensidad de su amistad. El hijo de Marx, Edgar, al que llamaba Musch, enfermó gravemente. Marx escribe a Engels en busca de la compasión de su amigo. “Mi corazón sangra y mi cabeza arde aunque, por supuesto, debo mantener una apariencia valiente. En ningún momento el niño ha abandonado durante su enfermedad su buen ánimo y carácter independiente. No puedo agradecerte suficiente tu amistad.” El 6 de abril de 1855, Musch murió a los ocho años. “El pobre Musch ya no está. Murió mientras dormía en mis brazos entre las 5 y las 6 de hoy. Nunca olvidaré la ayuda que nos ha prestado tu amistad en estos terribles momentos.” Poco después, Marx le vuelve a escribir. “Nuestro hogar, por supuesto, está totalmente desolado y huérfano desde la muerte de nuestro querido hijo, que había sido su alma vivificadora. Es indescriptible cómo echamos de menos al niño en todas partes. He pasado por todo tipo de penurias, pero es ahora cuando me doy cuenta de lo que es la verdadera desgracia. Me siento destrozado. Por suerte tengo un dolor de cabeza tan bestial desde el día del entierro que soy incapaz de pensar, oír o ver. A lo largo de los espantosos tormentos por los que he pasado estos días, pensar en ti y en nuestra amistad me sostuvo con firmeza, así como la esperanza de que todavía podemos hacer algo bonito juntos en este mundo.”
Cuando décadas después Marx falleció, el 14 de marzo de 1883, Engels informó a su camarada comunista Adolph Storge de su muerte. En su carta, describe los últimos días de su amigo y se alegra de que su agonía no se alargó mucho. Marx no habría aguantado; había mucho trabajo por hacer. “La habilidad médica podría haber sido capaz de darle unos pocos años más de existencia vegetativa, la vida de un ser indefenso, muriendo –el triunfo de la medicina– no de repente, sino palmo a palmo”, escribe Engels. “Pero nuestro Marx nunca lo habría soportado. Haber vivido con todas estas obras inacabadas ante él, tentado por el deseo de terminarlas y, sin embargo, incapaz de hacerlo, habría sido mil veces más amargo que la muerte suave que le sobrevino…” ~