Hay oro en todo el planeta, aunque escaso. La producción mundial no llega a las 3,500 toneladas: ocho veces menos que la plata y 300 mil menos que el hierro.
De todos los metales, es el más dúctil y maleable. Laminar un gramo de oro puede extenderlo (sin que se rompa) hasta cubrir casi un metro cuadrado. No se oxida. Es brillante y llamativo, fácil de trabajar y convertir en joyas, que fue su primer uso y sigue siendo el mayor. En la Necrópolis de Varna (Bulgaria) se encontraron joyas de oro de hace más de seis milenios.
La Biblia habla de Abraham como “rico en ganado, plata y oro” (Génesis 13:2) y también de otro uso del oro: crear objetos de culto. Como Moisés tardaba en bajar del Sinaí, el pueblo pidió a Aarón: “Haznos un dios.” Aarón tomó los pendientes de oro de las mujeres, los fundió y moldeó un becerro de oro para que lo adoraran (Éxodo 32:1).
La belleza del oro y su escasez provocaron una demanda superior a la oferta y elevaron su precio. Se volvió un metal precioso.
A diferencia de otras formas de riqueza: tierras, huertas, construcciones y ganado, el oro es portátil y poco visible. Como las piedras preciosas, se puede llevar o esconder.
El oro tiene valor de cambio, no solo de uso. Lo cual facilita (acuñado en monedas) intercambiarlo por otras cosas. Las monedas de oro circularon hasta que fueron desplazadas por billetes garantizados por un banco central. Los billetes son como vales al portador que valen, mientras valgan, por lo que representan, no por el papel o plástico del que están hechos. El oro vale por sí mismo.
El oro apareció como uno de los elementos químicos del universo hace millones de años, en la colisión de estrellas de neutrones. Fue luz que se volvió materia en el fondo de la tierra, de donde emergió con las montañas. De ahí se extrae como mineral y se procesa industrialmente.
Pero también hay oro nativo (no producto de la metalurgia). Aflora casi puro, en partículas (llamadas pepitas) mezcladas con arena y grava de las márgenes (llamadas placeres) de algunos arroyos y remansos de río. Fue el primer oro conocido, porque estaba a la vista y a la mano.
Los gambusinos lo buscan y separan pacientemente, tomando agua fangosa del placer en una batea que sacuden. Las partículas más pesadas, que pueden ser de oro, se van al fondo y son separadas a mano, visualmente. En México se inventó la palabra gambusino para el buscador de oro nativo que trabaja por su cuenta. En inglés: lone prospector.
En Estados Unidos, tal individualismo y el sueño de hacerse ricos cundió en el siglo XIX, durante la llamada “fiebre de oro”. Fue ilustrada por Chaplin como gambusino en su película The gold rush (La quimera del oro).
Mucho antes de ser una quimera de enriquecimiento rápido, el oro se había vuelto legendario y hasta mítico.
En la mitología griega, los argonautas partieron en busca del “vellocino de oro”: la zalea de un carnero alado (Aries) cuya lana era de oro, para recuperar el trono que correspondía a Jasón.
Midas fue rey de Frigia de 740 a 696 a. C., y logró una prosperidad tan notable que provocó invasiones de otros reinos. Terminó suicidándose. Eso dio lugar a la leyenda de que Midas convertía en oro todo lo que tocaba, hasta sus alimentos, por lo cual murió de hambre.
La alquimia fue una práctica extendida en el mundo antiguo: una fiebre de oro casi mística. Los alquimistas buscaban la piedra filosofal que transformase el plomo en oro. Dio origen a la química moderna. Pero Carl Gustav Jung la interpreta como una búsqueda espiritual de la totalidad.
El oro como reflejo de la gloria divina se desarrolló en los iconos del cristianismo oriental. Se producen aplicando lámina de oro recortada para la aureola, o como fondo de la imagen.
Una leyenda medieval habló de siete obispos que huyeron de la España musulmana cargando objetos religiosos de oro para fundar siete ciudades en tierras de ultramar. La leyenda tocó tierra con el descubrimiento de América, y desató rumores de que ahí estaban las ciudades legendarias.
En 1510, una novela de caballerías (Las sergas de Esplandián de Garci Rodríguez de Montalvo) habló de una isla fabulosa llamada California (nombre que no existía: lo inventó) donde todo era de oro, porque no había otro metal.
Fue leída por Hernán Cortés, que en una carta al emperador Carlos V (15 de octubre de 1524) le ofrece investigar, para cerciorarse (y para interesarlo en una relación directa con él). Organizó expediciones en busca de oro por las costas de Sonora y Baja California. No encontraron.
El oro abundó entre los pueblos prehispánicos de lo que hoy es Colombia, como lo atestigua el Museo del Oro en Bogotá. De esa tradición artística surgió la leyenda de una ciudad toda de oro: El Dorado, quizás inventada por los indios para alejar a los conquistadores, que se lanzaban a buscarla, inútilmente.
Los diccionarios de símbolos registran muchas ideas asociadas con el oro: sol, luz del cielo y la verdad, iluminación, inteligencia divina, bien supremo, sagrado, incorruptible, honor, nobleza, riqueza, poder, perfección, inmortalidad, todo lo superior, color del león. ~
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.