Con traje primaveral de lino crudo, sombrero fedora y bostonianos marrones reciรฉn boleados, Denegri llegรณ al zaguรกn de la Quinta Margarita, la enorme fortaleza donde vivรญa Maximino desde su mudanza a la capital, cuando lo nombraron secretario de Comunicaciones y Obras Pรบblicas. Vigilada dรญa y noche por efectivos de la policรญa militar, ocupaba toda una manzana en San Jerรณnimo, un pueblo suburbano donde las clases pudientes gozaban lo mejor de dos mundos: un ambiente campirano sin apartarse mucho de la ciudad. Despuรฉs de revisar con lupa su licencia de manejo, el jefe de la escolta lo pasรณ a la bรกscula, entre dos hileras de soldados con los rifles en bandolera. ยฟPara quรฉ me habrรก mandado llamar?, pensรณ al jalar el cordรณn de la campana. En los tres aรฑos transcurridos desde que sus matones le dispararon en Puebla habรญa tomado un curso intensivo de relativismo moral y apenas quedaban escombros de su vocaciรณn justiciera. Los benditos sobres de a mil pesos mensuales que le mandaba Daniel Morales, el jefe de prensa de Los Pinos, y el contacto diario con polรญticos de baja o mediana categorรญa, gente simpรกtica y obsequiosa, con enorme talento para ganarse voluntades y ennoblecer cohechos, lo habรญan predispuesto a favor de una autoridad que halagaba a los periodistas al imbuirles una idea exagerada de su importancia.
Para disipar cualquier predicamento moral empleaba un lema acuรฑado por los decanos del oficio: embute que no te corrompa, tรณmalo. No era todavรญa un copartรญcipe del poder y, sin embargo, ya lo embriagaban sus ondas magnรฉticas. Si Maximino lo introducรญa en el cรญrculo dorado de los voceros incondicionales, se cotizarรญa mรกs alto en la estimaciรณn de la clase polรญtica. Temรญa, sin embargo, que un hombre con tan pocas pulgas no le hubiera perdonado el reportaje en su contra. Pero los hombres como รฉl no se cobraban ofensas a toro pasado, y si tuviera intenciones aviesas, ยฟpara quรฉ lo habรญa citado en su propia casa?
Un caballerango alto y moreno, ancho de espaldas, con un mechรณn blanco en la cabellera negra, abriรณ el portรณn de madera y lo invitรณ a pasar. Ca- minaron por un andador adoquinado que dividรญa el enorme jardรญn, entre sauces llorones y laureles de la India. Dos perros labradores de lustroso pelaje correteaban entre los macizos de violetas y gardenias. Una parvada de tordos se echรณ a volar cuando pasaron a su lado. En el potrero, un diestro jinete con sombrero cordobรฉs montaba una yegua blanca. La hizo remolinear a punta de fuetazos y cuando ya sacaba espuma por los belfos le ordenรณ alzar las patas.
โยฟEs el general? โpreguntรณ al caballerango.
โSรญ, diario sale a montar. Me encargรณ que lo pase a su estudio, en lo que termina la prรกctica.
Su guรญa lo introdujo en una elegante mansiรณn estilo art decรณ, de mรกrmol crema veteado de marrรณn, con una columnata en la veranda y candiles de hierro en forma de campana. Cruzaron la sala, recargada de gobelinos, tibores chinos y trofeos de caza y luego subieron por una fastuosa escalera en espiral. Un busto en bronce de Maximino daba la bienvenida al estudio, una especie de capilla consagrada a su ego militar. Conducido a una salita con mullidos sillones de cuero, Denegri contemplรณ las fotos expuestas en la mesa de centro, en las que Maximino departรญa con Carranza, Obregรณn, Calles y Cรกrdenas. Quiere la gloria, pensรณ, no le basta con la riqueza y el poder. Se levantรณ a curiosear en las vitrinas de trofeos: una exhibรญa sus condecoraciones internacionales, otorgadas todas por gorilatos militares de Latinoamรฉrica, y otra los estandartes que le arrebatรณ a los cristeros. Detrรกs del escritorio colgaba el retrato de su hermano, el presidente Manuel รvila Camacho, en uniforme militar, la banda tricolor cruzada en el pecho, y en la pared de enfrente, una foto enmarcada de Benito Mussolini haciendo el saludo fascista.
Era inaudito que en plena Guerra Mundial, mientras el gobierno de Mรฉxico cerraba filas con los aliados, y de un momento a otro podรญa declarar la guerra a las potencias del Eje, el hermano mayor del presidente no tuviera empacho en proclamar su admiraciรณn al Duce. Imaginรณ el sensacional encabezado en Excรฉlsior: โMaximino toma partido por el fascismoโ. Serรญa un campanazo informativo, pero no andaba a la caza de noticias escandalosas, ni el periรณdico se arriesgarรญa a publicarla. Refrenรณ las ganas de husmear en los libreros y en los cajones del escritorio por temor a que un mayordomo apareciera de pronto. Cuando ya llevaba un cuarto de hora esperando, Maximino entrรณ al despacho con paso marcial, el traje campero manchado de polvo. Colgรณ el sombrero cordobรฉs en un perchero pero conservรณ la fusta en el puรฑo. Bajo de estatura y recio de cuerpo, sin una gota de grasa, su porte erguido denotaba un orgullo fรฉrreo y, al mismo tiempo, cierta vanidad donjuanesca. Parecรญa temer que una mala postura pudiera debilitarlo a los ojos del pueblo, como si el poder emanara del lenguaje corporal. O tal vez creyera que una espalda recta lo autorizaba a ser chueco en todo lo demรกs.
โBuenos dรญas, joven โlo saludรณ de mano con un vigor casi juvenilโ. Tuve el gusto de conocer a su seรฑor padre cuando era secretario de Agricultura. Andaba por Teziutlรกn repartiendo tierras, vino a mi rancho y lo invitรฉ a colear unas reses. Buen charro y mejor tirador. Lamento que lo hayan congelado en el servicio diplomรกtico. Conmigo siempre ha sido una finรญsima persona. Con tan buena cuna, ยฟcรณmo fue que usted acabรณ de periodista?
โPor vocaciรณn. Desde niรฑo me gustaba escribir.
Maximino subiรณ los pies en la mesa de centro. Con la fusta se daba golpecitos en la palma de la mano izquierda, en un tic de capataz acostumbrado a imponer temor. Apretaba el mango con tal fuerza que se le marcaban las venas del antebrazo. Segรบn las malas lenguas, Maximino castigaba a sus subalternos a punta de fuetazos y temiรณ que pretendiera darle el mismo trato.
โSรฉ que escribiรณ un reportaje en mi contra lleno de mentiras y quiso publicarlo pese a la advertencia de mis muchachos โsoltรณ un bufido amenazadorโ. No tiraron a matar, nomรกs querรญan espantarlo. Respeto los actos de valor, pero si ese libelo se publica usted estarรญa empujando malvas en el panteรณn. A su edad yo tambiรฉn hice tarugadas. Me rebelรฉ contra el gobierno de Madero cuando creรญ que habรญa traicionado la Revoluciรณn y tuve que andar a salto de mata en la sierra de Puebla, imagรญnese nomรกs. Pero veo que lo tarado ya se le estรก quitando. Me gustรณ su crรณnica de la rechifla que los ferrocarrileros le dieron a Lombardo. Lo exhibiรณ como lo que es: un falso profeta.
Lรญder mรกximo del sindicalismo, Vicente Lom-bardo Toledano comandaba el ala izquierda del partido gobernante. Experto en derecho laboral, su gran capacidad oratoria le habรญa permitido sobresalir en un medio plagado de lรญderes zafios y propensos a las componendas con los patrones. Era una lumbrera acadรฉmica y escribรญa tratados con vuelos filosรณficos que le habรญan valido invitaciones a dar conferencias en varios paรญses. Desde los periรณdicos llevaba una dรฉcada predicando el advenimiento de una sociedad sin clases, pero al mismo tiempo se oponรญa al Partido Comunista y lo acusaba de recibir consignas de Moscรบ. Era, pues, un marxista no alineado con la Uniรณn Soviรฉtica. Habรญa tenido un gran poder en el sexenio de Lรกzaro Cรกrdenas, cuando se rumoraba que era un ministro sin cartera. Con la bendiciรณn presidencial o sin ella, Lombardo emplazรณ a huelga a centenares de empresas y obtuvo importantes victorias que reavivaron el espรญritu combativo de la clase trabajadora. Pero desde la llegada al poder de Manuel รvila Camacho habรญa perdido popularidad entre sus huestes, por respaldar el viraje a la derecha del nuevo gobierno. Polรญtico equilibrista, obligado a fluctuar entre la revoluciรณn proletaria y el rรฉgimen corporativo, empezaba a resultarle difรญcil caminar por el alambre. Denegri lo atacaba, sobre todo, por fidelidad a la lรญnea editorial de Excรฉlsior, dictada por los empresarios y la clase media conservadora, que habรญan convertido a Lombardo en la bรชte noire de la arena polรญtica. A tรญtulo personal, รฉl estaba a favor de las luchas obreras, pero desde que entrรณ al juego de los embutes y las igualas tenรญa dos conciencias: la propia, enmohecida por falta de uso, y otra de alquiler, sujeta a los vaivenes de la polรญtica cortesana. ~
Fragmento de la novela El vendedor de silencio, que Alfaguara puso recientemente en circulaciรณn.
(ciudad de Mรฉxico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mรกs reciente, El vendedor de silencio.ย