En las entrañas de la sierpe

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Alberto Ruy Sánchez

Los sueños de la serpiente

Ciudad de México, Alfaguara, 2017, 304 pp.

 

“Cuando se ha vivido mucho tiempo solo, / entre arrepentimientos tan grandes que el pasado / ocupa casi todo el espacio en la conciencia, / uno percibe en los ojos de la serpiente –miran atrás / sin por eso prestar menos atención al futuro”, reza el gran poema de Galway Kinnell, “Cuando se ha vivido mucho tiempo solo” (en traducción de Luis Mayer). Versos que sentencian, como solo un epígrafe lo consigue, el centro desde donde discurre el libro más reciente de Alberto Ruy Sánchez (Ciudad de México, 1951): el espacio en la conciencia, la reconstrucción del pasado y su formulación como fábula premonitoria.

Los sueños de la serpiente es una criatura híbrida, que participa de los caracteres de la novela y de las maneras del ensayo, que linda con la biografía y se interna por los cauces del periodismo de divulgación. Su cauce es la digresión. En vez de marchar por la avenida del realismo, el anónimo narrador prefiere ir palpando los materiales hasta encontrar el punto exacto, el grano, que le permitirá tomar un cabo mediante el cual irá desovillando la madeja. Y no, no estoy ebrio de metáforas ni refocilándome con la retórica. Cada uno de los términos que he seleccionado –hilo, grano, madeja– son a su vez metáforas empleadas por el escritor para referirse al despliegue de su prosa.

Pliegue, despliegue, edificación, montaje. El narrador no nos conduce de inmediato a los aposentos de la trama, sino que prefiere un acercamiento lateral, situándose de paso en las inmediaciones mientras va asediando las cámaras centrales. Es una estrategia lenta y con información que de momento pareciera un poco peregrina, como suele ocurrir con los ensayos, que pasean por los sotobosques, avanzan con cautela bajo la espesura, y de pronto: henos aquí en el altozano. En la novela, el desarrollo implica la sinuosidad, el curso de un río que lento discurre entre los meandros antes de ensancharse y hallar su ritmo fluvial. O de una serpiente que sisea mientras se despereza. Esta ola lenta no es una elección superficial, sino la mejor manera de expresar cómo se despierta y recupera una razón aletargada. He aquí entonces que la novela es en realidad una de las manifestaciones de la memoria.

Hay obras que además de plantear su poética se convierten en el mejor ejemplo de esta. Los sueños de la serpiente no se limita a declarar su desconfianza en las formas agotadas ni en su rechazo al mandato de la eficiencia, sino que constata la necesidad de que cada historia encuentre su forma. El meollo es la recuperación de la memoria por parte de un enfermo mental, quien a través de su relato emerge como un testigo del siglo; un desventurado hombre que persiguiendo a la mujer amada adquirió unos perniciosos sueños ideológicos que lo condujeron a destruir su individualidad. Tangencialmente compendia la Revolución rusa; una relación del germen criminal de la ideología revolucionaria, en particular de su interpretación leninista –cuyas lecciones serán inherentes al proceso de toda revolución, piénsese en los casos de China, Camboya, Cuba– y del asesinato de León Trotski. Como se ve, un trasfondo apasionante, ahíto en peripecias y acicates de intriga. El asunto central, empero, es la memoria y su papel en la conformación de la personalidad. Liberar el pasado de un hombre extraviado en sus laberintos, víctima del mal del siglo y condenado a la locura, es el primer punto. La construcción es el primer paso. De este modo buscar la forma termina siendo encontrar la trama. Porque sin reconocimiento no hay narración.

En el apasionante y admirable diálogo que teje Ruy Sánchez, el mayor mas no el único alcance es su quiasmo formal. Como sabemos, quiasmo es la figura retórica que conlleva repetir de manera inversa un orden primario. Se pueden usar las mismas palabras –el caso más conocido: el retruécano– o bien solo la estructura. El quiasmo se encuentra en el centro de la arquitectura de esta novela. Para rescatar la memoria, el sagaz médico del anónimo protagonista, recurre a las añejas enseñanzas de Simónides de Ceos asentadas por Matteo Ricci. Frente a un enfermo incapaz de recordar, de encontrar coherencia en sus delirios, el médico le propone ir asentando los recuerdos a través de la escritura y erigiendo bloques. El palacio de la memoria implica relacionar; conferir a cada reminiscencia un espacio, con el cual podemos trazar una relación. Porque además de ubicar se requiere urdir. La novela es el relato del enfermo. Su discurso se expresa en bloques que literalmente se convierten en módulos. Como un laberinto edificado con paneles de papel.

Para recordar se requiere de una construcción. A diferencia de la técnica convencional del palacio de la memoria, en este libro no se habla de una mente que funciona de manera normal y que acude a la mnemotecnia para recordar. Se parte de una memoria enferma a la que la estrategia le permite recuperar una información que no había almacenado previamente. Si resulta notable la manera de recobrar una memoria destruida, lo importante, el logro estético, es el desarrollo formal. El narrador, y ahora vemos por qué las digresiones de su primera parte, recibe los papeles de un presunto pariente, que hasta el momento solo se había insinuado como una silueta –e insinuar y silueta son palabras siseantes, que evocan ya a la serpiente–. Para ordenar su relato, el narrador necesita asentar, colocar en un orden, reconstruir esos papeles. Así se produce el quiasmo: al principio el método de edificar un palacio serviría metafóricamente para recuperar la memoria; en la secuencia siguiente, la memoria permite que se levante si no un palacio sí un laberinto, una especie de sistema de cajas entre las que poco a poco el personaje autor va encontrando el verdadero cauce. Es una construcción de intricados niveles, un correlato apropiado para un discurso de esas características; la narración de un hombre que se siente encerrado dentro de los ojos de una serpiente y que sueña con una serpiente que a su vez sueña, ajena a si el hombre está despierto. Cuando soñamos que soñamos está más próximo el despertar.

Por supuesto que las peculiaridades formales de esta excelente novela de Ruy Sánchez no se agotan en este planteamiento. El libro va mucho más allá y cada uno de sus elementos permite escrutar la profunda armonía que tiene como un todo. A un tiempo es un elogio de la digresión y de la necesidad de la memoria como centro vital. Historia de un individuo anónimo, extraviado en las rápidas y peligrosas corrientes de las ideologías –la suya: el comunismo–, es también una aleccionadora fábula sobre los peligros de la historia y la fascinación del mesianismo; imagen invertida del deseo: la seducción del mal como acechanza siempre latente en el corazón del hombre. ~

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(Minatitlán, Veracruz, 1965) es poeta, narrador, ensayista, editor, traductor, crítico literario y periodista cultural.


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