Entre las cuatro esquinas de la imaginación pictórica

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Desde el 16 de julio y hasta finales de septiembre, el público de Oaxaca (Galería Quetzalli) podrá ver la exposición de trabajos pictóricos de Francisco Toledo que recientemente se expuso en la Galería Juan Martín de México. Esta muestra, que después viajará a Los Ángeles (Galería Latin American Masters), empezó a gestarse precisamente en esa ciudad, cuando el artista juchiteco se retiró allí durante un año para poderse concentrar en su actividad pictórica. La exposición reúne casi cincuenta trabajos elaborados con técnicas muy diversas, muchas de ellas pertenecientes únicamente al quehacer toledano —pues sería difícil encontrar a alguien que esté trabajando una combinación de pastel con piedra mica, o bien a alguien que teja el cuero a modo de petate para pintar encima de la piel vacuna con óleo, o a algún creador que haya mezclado hoja de cobre con óleo y otra vez mica. Con este despliegue de materias, se confirma que parte esencial del lenguaje de este creador es utilizar las materias más diversas como extensión de la pintura, pero, además, la búsqueda matérica le ayuda a que las temáticas abordadas durante varios años encuentren salidas inusitadas. Por ejemplo, en la muestra no hay cuadros texturizados con tierras, algo que dominó cierta etapa de su trayectoria; ahora ha tomado el corcho como soporte, generando que las texturas en lugar de brincar se hundan, y entonces el lenguaje pictórico se ve renovado, como en La araña que viene de España.
     A la muestra oaxaqueña se ha incorporado un conjunto de cerámicas que el artista acaba de realizar en el mes de junio, en el taller de Adán Paredes y con Claudio López. Se trata de varias esculturas realmente magistrales y a la vez juguetonas, en las cuales se representa a distintos sapos machos y hembras que parecieran la materialización de varios personajes aparecidos en algunos de los cuadros. Las piezas recuperan el espíritu de las esculturas efímeras que Toledo hizo con lodo en aquel jardín fantástico de su casa —obra que por haber sido destruida por la lluvia es casi desconocida en la trayectoria del artista, pero que era un verdadero mundo onírico, con hombres y mujeres de barro que se arqueaban para encajar su cabeza otra vez en la tierra que les daba forma—, así como el de unas quince tumbas de animales, levantadas entre un laberinto de nopales, donde uno iba descubriendo un inmenso venado de barro crudo, un conejo y un perro sobre su sepultura. También había nichos de donde surgían ranas eróticas y cangrejos con anteojos y tortugas que parecían estar a punto de nadar por el aire. Pues bien, Toledo ha retomado aquella línea de trabajo, y el sapo hembra que se levanta la piel para enseñarnos un montón de huevecillos redondos, o aquel sapo de pene erecto con la piel teñida por azules y marrones oxidados y de cuya epidermis nacen las hojas de una enredadera de frijol, son obras ambas que parecen revivir la vitalidad y genialidad del jardín diluido.
     Muchos de los cuadros de la muestra denotan que la zoología fantástica de Toledo es en ocasiones francamente autobiográfica, quiero decir que sus animales son metáforas de su vida, sátiras de quienes lo rodean, signos que encierran una problemática personal o una vivencia gozosa. Confirma mi dicho esa pequeña obra llamada Preocupaciones de un padre de familia, en la cual una garza de mica, que de seguro lo encarna a él mismo, camina entre círculos también de mica, como dándole la vuelta a los problemas, dejando un rastro de pisadas hechas al pastel con breves trazos, y que parecieran significar también los lazos que anudan todos esos círculos. Hay asimismo un óleo titulado Visita al penal, en el que vemos una calaca mirando desde un corredor elevado la rígida formación de personajes semiabstractos en el patio de una cárcel.

Un azul mortecino y los tonos grises y el apagado color café que dominan la composición no son tonalidades muy frecuentes en la obra de Toledo, pero sí generan ese desasosiego que invade al artista cuando ha regresado de las visitas que hace a la cárcel para ver a los presos políticos de la región Loxicha, o a las mujeres indígenas con casos injustos de prisión que lleva años tratando de liberar.
     Al pintor también le da tiempo de reírse un poco de sí mismo con ciertos gestos autocríticos que otra vez le sirven para refrescarse, como en la tela titulada Cangrejo viejo con la que parece aludir a su cansancio por reiterar chapulines, sapos y demás bichos en sus obras. Al pintar al cangrejo como desmoronándose por la humedad, hay un señalamiento humorístico hacia su iconografía: el crustáceo ya parece diluirse, es casi una mancha de óxido en el muro de un puerto; pero, como digo, paradójicamente, al mostrarse desgastada y casi indeterminada, la imagen del ayer se renueva: tenazas arriba, el cangrejo se mueve.
     Hay también en la muestra varias piezas realizadas al encausto. En ellas no se ha buscado esconder el dibujo que las prefigura, al contrario: el lápiz interactúa con los colores y aparece por debajo de la piel pictórica, como acentos plásticos que dejan a la luz la incandescente belleza del grafito. Pero el trazo de lápiz es visible de igual manera en algunos óleos, como en Conejo la riega, donde un calenturiento conejo lo que riega es la leche de su venida sobre decenas de cabezas grandes de liebre y conejitos, que ávidamente cachan las gotas con la lengua. Ese humor pantagruéligo se repite en varios cuadros, como el llamado Aparato digestivo, en el que el estómago visible de un sapo parece rodeado de ojos y en su centro anidan dos frijoles inmensos. Sendos cojones salen expulsados del sapo y se convierten en capullos zumbadores, a los que luego les salen alas: así, el pedo se vuelve un zumbido de enjambre.
     Llama también la atención la fragilidad de muchos de los trabajos, además de la presencia de varias piezas en papel, y si digo esto es porque, por lo general, el mercado y los coleccionistas piden a los artistas obras durables, de preferencia en telas resistentes y con materiales no tan frágiles como una delgada capa de mica. Empero, este oaxaqueño ha sido congruente durante toda su carrera, pues siempre ha habido en su trayectoria obras realizadas en papel, además de que él mismo ha impulsado la creación de un taller de papel hecho a mano en las cercanías de la ciudad de Oaxaca. Y en cuanto a materiales frágiles, hay que recordar que fue el primer mexicano en trabajar pinturas sobre huevos de avestruz, razón por la cual, para regocijo de los artistas contemporáneos, se vistió un día de catcher de beisbol y se metió a un corral de avestruces en un criadero de Huajuapan, frente a la cámara divertida de Graciela Iturbide, quien registró el happening o performance de Toledo por recibir más huevos para sus acuarelas, aunque sólo recibió picotazos. Destaca en esta ocasión una mantarraya realizada sobre un papel grueso que fue rasguñado con mil trazos breves, generando una deliciosa sensación de arena, y un pez largo y barbado o de múltiples aletas, que parece un inmenso peine de piedra mica.
     Éstas son algunas de las historias visuales que usted podrá reinterpretar, en el mundo de imágenes que el artista vivo más importante del país nos sigue regalando. –

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