Entrevista a Antonio Lastra: Santayana y el espíritu

George Santayana fue un pensador difícil de etiquetar: no fue un filósofo español, pero tampoco americano. El académico Antonio Lastra ha editado y traducido su obra 'Antología del espíritu' para la colección Obra Fundamental de la Fundación Santander.
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Antonio Lastra es director académico de La Torre del Virrey, Instituto de Estudios Culturales Avanzados. Ha editado y traducido Antología del espíritu de George Santayana, que ha publicado la colección Obra Fundamental de la Fundación Santander.

George Santayana (Madrid, 1863 – Roma, 1952) es un filósofo peculiar, difícil de situar en una tradición. ¿Qué es lo que le interesa de él?

Me interesan, sobre todo, su escritura –el carácter literario o la psicología literaria– de su filosofía, que pone de relieve su profunda deuda con Platón (y superficialmente con pensadores como Schopenhauer), y su ideación de un espíritu que no puede existir sin la materia.

¿Qué ha buscado al elaborar la Antología del espíritu? ¿Qué criterio seguía para seleccionar los textos?

Leer a Santayana es como tener a nuestra disposición “un día puro, alegre, libre”: algo así como irnos de vacaciones en medio de nuestras obligaciones. Ese fue el punto de partida, una especie de hedonismo intelectual. Con ese ocio a mi disposición pensé en nuestra época, en la cada vez más estéril carrera de las humanidades y en lo que Santayana podía aportar a una forma de vida, que es en lo que fundamentalmente consiste la filosofía. Me propuse encontrar en sus escritos la fragilidad, la luz, la jovialidad del espíritu.

Una cuestión clave es la lengua. Escribe en inglés, dice, “como si me hubiera propuesto decir plausiblemente en inglés la mayor cantidad de cosas no inglesas posible”. ¿En qué medida eso singulariza a Santayana?

En toda su extensión, porque Santayana escribe en un inglés muy peculiar –elegante, elegido– y porque, al traducirlo al español, el santayanese –como él mismo lo llamaba– se mantiene en toda su prestancia. Los grandes escritores, y Santayana es uno de ellos, escriben en la lengua franca de la traducción: aquellos que no se pueden traducir están irremediablemente condenados al olvido. Esta cualidad de la lengua de Santayana es especialmente importante porque su escritura es ya una traducción sin ocultaciones del pensamiento.

Otro elemento curioso: su interés por la literatura. Aquí habla de Emerson, de Hamlet.

Emerson es crucial en este caso porque casi todo lo que se dice de Emerson (y a veces lo dijo el propio Santayana) –que no era un filósofo, sino un ensayista o un poeta, que fue incapaz de comprender el mal, etc.– acabaría diciéndose de Santayana. Emerson y Santayana fueron grandes filósofos y grandes escritores, pero, como es recurrente en el platonismo, estaban fascinados por la expresión literaria. Santayana se enfrentó a lo que él llamaba los “poetas filosóficos” (y hay que subrayar que la filosofía es aquí adjetiva): Lucrecio, Dante, Goethe, a los que dedicó un libro muy hermoso y a los que podríamos añadir naturalmente a Shakespeare o Robert Browning. Este enfrentamiento es enriquecedor. A Santayana le habrían gustado mucho las investigaciones de Margaret H. Freeman sobre la lectura cognitiva de la poesía: estoy seguro de que habría disfrutado con su monografía sobre Emily Dickinson, que acaba de publicarse y es maravillosa.

¿Qué son la herejía filosófica y la ortodoxia humana?

Estoy tentado de decir que son provocaciones en un sentido emersoniano: lo único que un alma puede recibir de otra. Desde luego es una exigencia de Santayana que la filosofía –herética porque no puede disociarse del filósofo que la encarna– haya de elevarse a la altura de una ortodoxia humana, es decir, no individual. Al mismo tiempo, solo se puede llegar a esa humanidad, a esa ortodoxia, por medio de herejías, de separaciones.

Dice que Santayana podría ser “el filósofo que salvara a España de su hispanidad”. ¿Puede explicarlo un poco más?

No tiene sentido hablar de “Jorge” Santayana. No es difícil imaginar la decepción que Santayana debió de sentir en 1883 –el año de nacimiento de Ortega– cuando volvió a España a visitar a su padre: la España de Galdós y Menéndez Pelayo tuvo que parecerle muy triste. España puede hacer muy poco por Santayana, realmente nada salvo leerlo; pero entonces se obra el milagro de la filosofía: a España un pensador como Santayana, del que siempre se ha querido apropiar por razones completamente ajenas a su pensamiento, la puede sacar de su provincianismo. “Hispanidad”, como romanitas, es simplemente provincianismo: el nacionalismo no es otra cosa y es curioso que haya insistido siempre en la importancia de la lengua. Es una ironía infinita, sin embargo, que la lengua franca de la traducción, a diferencia de las lenguas vernáculas, sea lo que la expresión misma dice: una lengua que franquea la entrada del pensamiento. Estoy en deuda con Francisco Expósito, director literario de la Fundación Santander, por la valentía con la que han acogido esta Antología en la Colección Obra Fundamental, que hasta ahora no había publicado una traducción.

Se definía como un filósofo materialista y veía el materialismo como una “convicción cotidiana”. Al mismo tiempo, estaba muy interesado en la religión, en el espíritu. ¿Hay contradicción?

En el espíritu, no en la religión: la religión ya es suficientemente materialista. No hay contradicción. Diría que es la forma natural de pensar y de vivir: reconocer la materia, que es indestructible e inmortal, pero oscura, y celebrar sus fugaces iluminaciones. Los neurólogos contemporáneos no hacen otra cosa cuando se maravillan del cloister de la conciencia. Santayana habría recordado que en un claustro el cielo es la apertura fundamental.

¿Por qué, en su introducción, decidió hablar de la mirada de Stanley Cavell sobre Santayana?

Porque Cavell es, en mi opinión, el filósofo más representativo de los Estados Unidos, el filósofo americano que Emerson o Santayana, en última instancia, no fueron. Los Estudios trascendentales de Emerson de Cavell (que Ricardo Bonet ha traducido para la Universidad de Zaragoza y se publicarán muy pronto) son la obra maestra de la filosofía americana. Lo que Cavell dice de Santayana tiene el valor de una piedra preciosa: del mismo modo que Santayana no es un filósofo español, tampoco fue un filósofo americano, y a Cavell –que es el único filósofo que yo he conocido en vida; filósofo y no solo profesor de filosofía, quiero decir– tenía que impresionarle esa filosofía pura de Santayana. Al menos así es como he interpretado las alusiones rarísimas, pero preciosas, que he encontrado, mucho más personales que doctrinales.

Parece que hay filósofos que hablan más a unas épocas que a otras. ¿En qué medida cree que Santayana habla a la nuestra? ¿Quiénes son sus herederos?

Un filósofo habla a todas las épocas. El historicismo nos privaría de enseñanzas que necesitamos si le prestáramos la menor atención. Los herederos de Santayana son todos aquellos –incluidos los que no lo leerán nunca y espero que algunos de los que lean esta Antología– que, como he dicho antes al referirme al claustro de la conciencia, no se olvidan del cielo ni de las estrellas o las nubes que lo cruzan. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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