Entrevista a Arcadi Espada. “El escritor no puede asumir la censura de la jauría”

La cita es en un hotel de Madrid uno de esos días en los que el otoño empuja para hacerse hueco después del largo verano. La excusa para entrevistar al periodista Arcadi Espada es la reedición, veinte años después, de Contra Catalunya (Ariel), su libro de crónicas sobre el nacionalismo y el pujolismo. Pero siempre hay una excusa cuando se quiere conversar con alguien. Porque Espada es, con sus defensores y detractores, uno de los periodistas que mejor conoce y ha analizado la profesión en las últimas décadas. Y esta es una época deliciosa para el debate sobre fake news, posverdades, autocensuras y presiones identitarias. Pese a los avisos sobre su carácter aguerrido, el periodista llega calmado. Pide un té y se muestra abierto a una charla en la que no rehúye ningún asunto.
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CATALUÑA Y LOS MEDIOS

En el posfacio de Contra Catalunya señala que lo que contó no fue un presagio, sino que la entrada del nacionalismo en los capilares de la sociedad ya estaba sucediendo. Pero ¿cuándo empieza realmente a ocurrir?

Desde el año ochenta el proyecto nacionalista es tendente a romper los puentes políticos, sentimentales, económicos y diría que casi morales con el resto de España. Y eso forma parte de la propia esencia del nacionalismo. Hay nacionalismos que esperan su oportunidad, y el nacionalismo con Pujol, que duró tantos años, esperaba el momento propicio para hacer lo que tenía que hacer o para creer que podía hacer lo que tenía que hacer. Pero evidentemente su error de cálculo fue gigantesco.

En todos esos años, el nacionalismo catalán siempre se revistió de algo bueno. Y, de hecho, todos pactaron con él.

Sí, sí, claro, es mucho más aceptado porque el nacionalismo vasco era el responsable de la muerte y el exilio de muchísimas personas, y, por supuesto, no podemos ignorar que el nacionalismo catalán tiene un debe mucho menos nutrido. En Cataluña ha habido una fractura social, pero no se ha matado a nadie. Eso sitúa un nacionalismo y otro en grados distintos. El nacionalismo vasco ha sido un nacionalismo en buena parte criminal y asesino, y el catalán ha sido criminal también, pero no ha recurrido a la violencia. De ahí que existiera esa lógica ante el horror desatado del nacionalismo vasco.

En el libro cuenta numerosas anécdotas, como la de la taberna de Aquisgrán –un viaje que hizo Espada a la ciudad alemana en los inicios de la era de Jordi Pujol donde el presidente ya ofrecía discursos para internacionalizar el nacionalismo catalán– y la complicidad de los medios con el pujolismo. Según usted, es una de las grandes razones del triunfo del nacionalismo en la sociedad catalana.

Naturalmente. Esa es una anécdota entre centenares. Los medios son decisivos en nuestra época en cualquier cosa. De ahí que en el nacionalismo y en el proceso los medios han acotado el terreno de juego donde las cosas sucedían. Es decir, ellos han decidido de qué cosas se podía hablar, cuáles eran las medidas del campo de juego. Sin los medios no se explica nada de la sociedad contemporánea y por tanto tampoco se explica el nacionalismo.

Veinte años después no solo no ha cambiado sino que se han producido hechos como el editorial que firmaron conjuntamente los medios catalanes, las polémicas con tv3 y, además, han entrado en liza los medios digitales y las redes sociales, dando más pábulo al nacionalismo.

Hay varias razones que explican eso. La primera es que los periodistas catalanes, en términos generales, son y han sido nacionalistas. La gente joven tiende a pensar que los medios están dirigidos por personas muy malvadas que hacen cosas terribles y no, los medios son un combate entre fuerzas a veces dispares. Lo más importante es que los medios estaban hechos por personas que eran nacionalistas. La segunda condición es que en Cataluña los medios han sido muy dependientes del poder económico y político. A excepción de La Vanguardia, que quizá ha tenido más independencia. En tercer lugar, la aparición de tv3, que instaura una especie de mainstream sobre lo que ha de ser la información y la política. tv3 marca el paso que los medios siguen de manera disciplinada y acrítica. Y cuarto, la revolución mediática que se vive desde hace diez años solo ha servido para acrecentar este paisaje. La debilidad de los medios hace que todos dependan del poder político nacionalista. Pero la opinión mainstream mediática catalana ha sido siempre mainstream nacionalista. Eran personas que venían en general de la izquierda, PSUC, y socialistas, aunque sobre todo del partido comunista catalán, y cuya forma de ser de izquierdas era ser nacionalista.

Pero centrándonos en los tiempos actuales, se ha hablado del papel de las redes sociales. ¿Cree que en este sentido han hecho perder influencia a los medios? Es decir, ¿pesa también la opinión que se transmite a través de las redes?

A las redes sociales las considero menos decisivas de lo que parecen. Efectivamente hacen mucho ruido, pero se pone a escucharlas un 10% de la población. Los temas de conversación los siguen dando los medios. Y las redes hacen más o menos de altavoces vulgares…

Así que cree que las redes no han restado influencia a los medios. Me refiero a que tenemos un tema un día como trending topic, pero al día siguiente ya se olvidó. Un medio no puede mantener su exclusiva.

Esto todavía es un poco prematuro. Las redes han influido en los medios, en la manera en la que a veces estos tratan algunas cosas. Pero siguen siendo muy dependientes de ellos. Los grandes temas los dan los periódicos.

PERIODISMO DIGITAL Y LAS REDES

Vamos hacia el muro de pago. ¿Una solución para evitar ciertos mensajes?

No veo yo una relación ahí entre una cosa y otra. Y desde luego si los muros de pago se ponen hoy en los medios españoles para dar lo que dan las webs, no va a pagar nadie.

Sí, pero ya se ha creado cierto hábito de entrar en las webs de los periódicos… No es como hace veinte años.

El problema del periodismo es que lo que da un periódico hoy es muy fácil obtenerlo gratis porque los titulares se replican con una gran facilidad. Los periodistas tienen la idea de que la gente leía muy atentamente los periódicos, pero el 90% de la gente lo que hacía era pasar la páginas y leer los titulares. Eso está bien. Tampoco se necesita más. Pero el problema es que ahora el titular se replica. Las exclusivas han dejado de importar. Un ejemplo es el caso último del policía Villarejo. Él o las personas que han hecho eso han construido una web para dar la información y el resto de periódicos lo han cogido de ahí y lo han puesto en su web.

Sí, pero los defensores del muro también señalan que será más difícil que se cuelen fakes news y mentiras y morralla. Al fin y al cabo el lector te está exigiendo una calidad porque está pagando.

Eso sería distinto. El muro de pago es: para entrar en este periódico usted tiene que pagar. ¿Y qué voy a encontrar allí? Algo que no encuentro gratis en Twitter, Facebook, etc. Yo miro muy pocas webs de periódicos. Y las redes no me interesan para nada. Leo los periódicos porque me gusta la paginación, cómo están ordenados, pero sé que soy un lector raro…

Una rara avis total, porque de esos ya casi no quedan. La gente ahora lee los periódicos en la web o a través de las redes.

Bueno, no sé. A mí me gustan los periódicos: qué le vamos a hacer. Ahora, entrar en la web para ver cómo están las noticias con ese desorden… No lo sé.

Pero precisamente el muro de pago podría ayudar a ordenar ese desorden que hay ahora, y que no haya doscientas noticias al día como puede llegar a haber ahora en una web.

No sé. Soy muy escéptico en eso.

EL CONCEPTO DE LA VERDAD

Con los contenedores de internet también tenemos el éxito de las fake news.

Las fake news no son de ahora. Están asociadas a la historia de nuestro oficio. Las palabras sirven para mentir también.

Sí, pero ahora hablamos de la posverdad, asociada en gran parte al triunfo del relativismo. Porque la posverdad no es solo mentir.

Sí, es la euforia del posmodernismo. La vulgarización de lo que los filósofos posmodernos llevan años diciendo.

¿Y no cree que hay un cambio de ciclo, una manera diferente en la forma de pensar con respecto al relativismo? Hay hartazgo de posverdad y fake news.

Llevo veinte años, antes de una manera más solitaria, subrayando la importancia de la verdad en la vida pública. Esa importancia me la discutían muchos. La gente al final se ha dado cuenta de que una sociedad funciona mal si no distingue bien entre lo verdadero y lo falso. Parece una perogrullada pero hasta ese extremo hemos llegado. Todo esto de la verdad no tiene solo que ver con el posmodernismo sino también con la literaturización de la vida. En países donde la literatura tiene mucho peso, como España, que es muy dada al punto de vista literario en la política… Somos un país poco objetivo.

Por tanto, está usted completamente en contra del periodismo ficcionado que, por cierto, tiene ahora cierta relevancia.

Sí, claro, bueno, hasta Trump tiene defensores.

En una entrevista hablaba del ministerio de la verdad y lo defendía. Es decir, ¿cree que debe haber un control de las noticias?

Sí, claro, el ministerio de la verdad es una necesaria exageración de las cosas para que la gente lea de lo que se trata realmente. Creo que la verdad es un bien al que el Estado no puede renunciar. Un Estado que sea realmente la representación de la voluntad de los ciudadanos no puede negarse a encarar el gravísimo problema que la circulación de la verdad tiene en las sociedades contemporáneas.

Ya, pero ¿eso cómo se hace? ¿Controlando los medios?

Yo no sé cómo se hace. Lo sabrán los políticos que son los que tienen que decidir… Lo que digo es que no puede ser que un bien público de la trascendencia de la verdad circule sin ningún tipo de regulación. Y por eso creo que esto hay que discutirlo. Y hay que plantearse cosas que a los periodistas nos molestan mucho. Pero creo que somos una de las escasas profesiones donde nuestros errores tienen un gran peso social, nuestras mentiras tienen un gran peso social y hay una nula responsabilidad personal. Raramente un periodista paga por sus errores y mentiras.

Ahora se habla mucho del fact-checking…

Es una práctica antiquísima que ahora en España se ve como una novedad, pero ha sido una práctica de los periódicos y revistas anglosajonas desde muy antiguo. A veces excesivo y sujeto a la caricatura. Recuerdo un magnífico artículo de Montanelli sobre cuando le quisieron publicar un artículo en The New Yorker y el fact-checking al que le sometieron.

Ha habido ahora un caso un tanto polémico sobre esto: la dimisión de Ian Buruma como director de The New York Review of Books, acusado de publicar un artículo con inexactitudes.

Pero el caso Buruma no tiene que ver con esto.

Ya, cierto, pero eso fue lo que se adujo, por eso se lo comentaba.

El caso Buruma tiene que ver con la presión de los lobbies contemporáneos organizados en torno a las mujeres, los gays… es decir, todo este tipo de minorías identitarias que pretenden decirnos cómo tenemos que escribir los demás.

LOS LOBBIES IDENTITARIOS Y LA AUTOCENSURA

Precisamente quería preguntarle, porque le ha afectado particularmente con una carta escrita por compañeros de la redacción de El Mundo criticando un texto suyo sobre Gabriel Rufián. ¿Esta presión está haciendo que se escriba hoy de forma distinta a hace diez años? Es más, ¿esto hace diez años no hubiera ocurrido?

Sin duda. Las personas que escriben en los periódicos están afectadas ahora por dos peligros que se añaden al tradicional peligro del poder. Primero, el asunto de las redes sociales donde solo funciona la vanidad. La mayoría de los periodistas que trato, jóvenes además, consultan las redes sociales incluso a veces de un modo compulsivo. Y lo comprendo. Yo también he sido presa de ese sentimiento. Que un periodista tenga un feedback inmediato sobre lo que escribe es una delicia… Buena parte de mi carrera la he desarrollado en el periodismo analógico donde cuando uno escribe como mucho recibe una palmada de algún compañero, tu madre te decía qué bien hoy, si tenías suerte alguna radio podía comentarlo… Y de vez en cuando, alguna carta de algún lector que te felicitaba. El feedback es muy importante para un periodista porque afecta a la vanidad.

Yo se lo digo: es un chute.

Claro. Esa cosa inmediata de tirar la piedra al agua y ver la cantidad de ondas, cuántos me gusta, cuántos comentarios… Incluso cuando te insultan. Y lo sé porque a mí me insultan cada diez minutos. Y es maravilloso. ¡Hoy solo he recibido diez mil insultos! ¡Qué desastre! Es una cosa que afecta a la pura vanidad. Y es muy difícil ignorarlo. Yo, que lo tengo bastante controlado, cada día miro en Google qué es lo que han dicho de mí.

Y esta vanidad tiene sus consecuencias…

Sí, la vanidad tiene un precio. Hay campañas de las redes sociales que buscan limitar. Como me ocurrió a mí con el artículo, que me dijeron que no podía escribir, ni siquiera entre comillas, mariconazo. Pero yo escribo mariconazo como me da la gana y si usted tiene algún problema, vaya al juez y que el juez me meta en la cárcel. El escritor no puede asumir la censura de la jauría. La jauría es algo intimidante y el escritor tiene que desoírla. No hay ningún grupo de artistas, ni de ciclistas, ni de mujeres, etc., que le tengan que decir a un escritor cómo tiene que escribir. Yo escribo como me da la gana y a quien le guste, que le guste y al que no, pues lo siento mucho. Y quien se sienta ofendido que vaya al juez. El derecho a la ofensa es consustancial a las sociedades democráticas. A mí la ofensa me parece un mal trago, pero una ofensa se combate con otra ofensa. No con una persecución judicial.

De lo que estamos hablando al final es de poder.

Claro, siempre. Cuando ellos te quieren enseñar a escribir lo que te están diciendo es: “Mire, su mundo yo se lo acoto a mi medida, a la medida de mi orientación sexual, de mi sexo, de mi enfermedad.”

Sí, pero se lo decía porque con el triunfo de los discursos identitarios hay ciertas posturas que ahora son muy aplaudidas. Volvía a lo que decía usted antes de la vanidad.

Son los aplausos de los suyos. Y claro, las identidades calientan. Cuando uno es del Real Madrid se siente bien entre los del Real Madrid.

¿Ha aumentado la autocensura?

Sí, igual que había la autocensura que yo conocí en los años finales del franquismo, donde te podías jugar realmente ir a la cárcel y tenías que medir las palabras, pues ahora también. Ahora existe el deseo de agradar. El deseo de ser simpático. El otro día un escritor, Gregory Cochran, en una reseña sobre un libro de ciencia en la revista Quillette decía: Necesitamos un tipo diferente de investigador social, más inteligente, menos emocional y con mayor curiosidad. Intelectuales con más apertura de mente, más serenos y antipáticos. Yo me identifico bastante con esto.

Prima la cursilería.

Sí, y la empatía.

Bueno, la empatía no es mala…

Excepto cuando se abusa. Es como el azúcar, que es muy bueno hasta que empalaga y te hace vomitar. ~

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es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.


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