Ilustración: Hugo Alejandro González

Entrevista a Jean Meyer. “Necesitamos la escuela democrática liberal de Madero”

Fausto Zerón-Medina entrevista a Jean Meyer.
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Jean Meyer es doctor en historia por la Universidad de París X Nanterre, profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas y fundador de la revista de historia internacional Istor. Autor, entre otros títulos, de El libro de mi padre o una suite europea (Planeta, 2016), Estrella y cruz. La conciliación judeo-cristiana, 1926-1965 (Taurus, 2016), La fábula del crimen ritual. El antisemitismo europeo (1880-1914) (Tusquets, 2012). Ha investigado diversos episodios de la historia de México en obras como Yo, el francés. Biografías y crónicas. La Intervención en primera persona (Tusquets, 2002) o Manuel Lozada. El tigre de Álica: general, revolucionario, rebelde (Tusquets, 2015). Su libro La Cristiada (fce/Clío, 2007) es un clásico de la historiografía mexicana.

 

Existen pruebas documentales que demuestran la filiación empírica de Madero: sus lecturas, correspondencia, búsqueda de comunicación con el más allá a través de un médium, participación en congresos y reuniones espiritistas. ¿Cuál crees tú que sea el valor de tales convicciones religiosas de Madero?

En el aspecto religioso, Madero es un hombre de su época, y al mismo tiempo anuncia el porvenir. Anuncia nuestra época de cierta ruina o decadencia de los credos institucionales. Hoy en día todos estamos deambulando en un supermercado espiritual. Quien necesita rituales busca rituales, quien necesita esoterismo o misterio busca esoterismo y misterio, quien necesita de grandes muchedumbres, va a peregrinaciones o a conciertos de rock, o a encuentros de futbol, para vibrar con la muchedumbre. Buscamos también por el lado de las filosofías orientales. Muchos católicos practican tranquilamente yoga, se vuelven vegetarianos o contemplativos al estilo oriental o van a buscar alguna técnica de respiración en el islam. En ese sentido, Madero fue futurista, más cercano al final que al principio del siglo xx. Aunque también fue de su época, porque el espiritismo, el buscar el contacto con los difuntos, fue una moda de la segunda mitad del siglo xix. Victor Hugo hacía girar mesas y entraba en contacto con los muertos. Eso venía de Francia, no era cosa del subdesarrollo o de la provincia. Era la vanguardia de la época. El espiritismo tuvo su apogeo a la hora de la Revolución mexicana. Quizá con excepción del general Obregón, creo que no hubo general u hombre político revolucionario que no haya sido practicante del espiritismo.

 

Pero sus enemigos se encarnizaron con él, ridiculizando sus creencias…

Esas creencias y prácticas de Madero eran sociológicamente normales, por más que las hayan manejado para desacreditarlo. Vegetariano, abstemio, no violento, que lee libros sagrados de la India, y escribe libros y artículos que firma con nombres indios. Homeópata, que escribe bajo dictado de un hermano difunto, o que entrevista a Juárez ultratumba, “pues es un loco”. “¿Cómo pudo ser presidente de la república? Es muy normal que haya fracasado, y que se haya portado como un ingenuo, nombrando a Victoriano Huerta como responsable de la defensa a la hora del cuartelazo de la Decena Trágica, cuando era entregarse al traidor.” Hace unos días estaba leyendo un artículo sobre Jimmy Hoffa, el líder mafioso de los camioneros de Estados Unidos, el zar del imperio del transporte trailero durante veinticinco años. En entrevista, un periodista le preguntó por qué todos sus colaboradores, sus asesores más cercanos, eran la canalla más baja, más vil, gente que había traicionado a todo el mundo, y que posiblemente lo van a traicionar algún día. Y Hoffa, que no podía ser un ingenuo, dijo: “Yo los contrato porque a mí me deben todo. Ellos saben perfectamente bien que están quemados. Nadie los puede contratar”. Y al final terminó asesinado por sus propios compañeros. Madero perdió en su apuesta, en su albur con Huerta. Pero ese albur, o esa apuesta no revela ingenuidad o estupidez o desconocimiento. Fue una apuesta y perdió.

 

En cuanto a la actitud religiosa de Madero, ¿estamos  frente a un heterodoxo o un apóstata?

Madero era un hombre individualista, un moderno, un representante del siglo XX. No reniega de su pasado, ni de su familia, ni de su educación jesuita. Recibió una formación católica tradicional. Al alejarse del catolicismo, nunca renegó del Cristo, del Cristo de los evangelios. Madero forma su pensamiento de diversas fuentes. Encuentra algo en Tolstoi, lo toma; encuentra algo en los Vedas, los libros sagrados de la India, lo toma; San Francisco de Asís es su modelo. Hasta en la vida cotidiana. Algunos lo tildan de loco porque, siendo hijo de una de las familias empresariales del norte de México, pretendió ajustar su vida cotidiana con sus creencias y con sus convicciones morales. En aquel entonces dormía en un catre. Se hizo vegetariano no solo por una idea filosófica, sino porque no veía bien comer mucho y rico cerca de sus peones. Por la publicación que hizo Stanley Ross de documentos sacados de la correspondencia y de libros de cuentas de su hacienda, sabemos que Madero se preocupaba mucho por la vida material de sus peones. Tomó del espiritismo y de la India hasta donde podía servirle. Por los mismos motivos, experimentó con la homeopatía. En ese sentido, Madero es un personaje diferente. No corresponde al mexicano “medio” católico de su época.

 

¿Resultó incómoda al catolicismo la postura religiosa de Madero?

Curiosamente, nunca he encontrado en correspondencia eclesiástica –es decir, en las cartas de los obispos entre ellos o de obispos con algunos sacerdotes privilegiados– una crítica fuerte a la vida religiosa del señor Madero. Ni del señor Madero, ni del presidente Madero. Como siempre se manifestó muy respetuoso, tanto de la Iglesia católica como de los católicos en la vida política, como del pueblo en su creencia católica, la lglesia nunca atacó a Madero por ese lado. Eso lo usarían después los enemigos políticos para ridiculizarlo. Pero no la esfera eclesiástica.

 

No parece haber duda de que Madero derrocó al antiguo régimen –aunque hay quien piensa que la dictadura porfirista se precipitaba sola al derrumbe–, pero ¿logró instaurar el nuevo?

Yo digo que sí. Tenemos una visión muy deformada de Madero que no corresponde a la realidad histórica. Si lo tomamos por entero, en todas sus dimensiones, Madero es un personaje sumamente molesto. Su breve gobierno es la primera vivencia democrática de la historia de México. En esos escasos dos años se dieron las únicas elecciones, no diría verdaderamente libres pero las más limpias. La historia electoral de México empieza con unas elecciones indirectas para las Cortes de Cádiz. Fue el primer fraude electoral, lo pueden documentar los historiadores. Hemos tenido una cultura de fraude electoral hasta la fecha. Madero intentó, no lo logró enteramente por desgracia, pero intentó seguir las leyes del juego democrático: el punto de partida es aceptar que puedes perder las elecciones.

 

Pero fue derrocado. Lo que pudo instaurar se derrumbó muy pronto. ¿Por qué?

La derrota de Madero, para mí, es un accidente que pudo no haber ocurrido. Hubiera podido sobrevivir a la Decena Trágica, y en tal caso estoy seguro de que habría terminado su mandato, porque iba a entrar de presidente Woodrow Wilson y a salir el embajador de Estados Unidos, uno de los culpables mayores del cuartelazo; además, con el nuevo ejército que se estaba construyendo, con las armas que estaban por llegar de Europa, Madero se habría consolidado en el poder, y la democracia habría quedado asentada. Ese cuartelazo fue la última intentona, y de cierta manera era la menos peligrosa. En ese sentido podemos hablar de accidente, porque podemos inventar otro desenlace. De no haber caído gravemente herido, el general Villar en el asalto a Palacio, él habría seguido al mando, no hubiera entrado Huerta, y la traición no se hubiera podido dar.

 

¿Hablar de un “accidente” no implica culpar de todo a “fuerzas incontrolables”?

Lo peor del caso es que la historia de los revolucionarios vencedores asegura que “Madero perdió por ingenuo”. Según esa vulgata, Madero se entregó a sus enemigos porque quiso establecer las reglas de un juego democrático, para el cual México no estaba listo, no estaba hecho. Reconocemos el viejísimo argumento de que este país no puede vivir la democracia. Y la muerte de Madero lo demuestra. Madero es útil, desde luego, y por eso está en los libros y en los monumentos y en las fiestas, pero solamente como mártir. Es útil el 20 de noviembre, porque se levanta en armas. Es útil porque muere como mártir de sus ideas, pero al mismo tiempo se borra todo lo que hizo Madero.

 

Como los enemigos declarados de Madero habrían querido.

La reacción festejó la muerte de Madero. Tomaron champaña, iluminaron la Ciudad de México y quemaron cohetes para celebrar la muerte del “chaparro”, como le decían con desprecio. Lo terrible es lo que hizo el bando revolucionario: al escribir la historia afirmó que si bien Madero era un demócrata, también era un iluso. Una fracción todavía más a la izquierda escribió que fue un hijo de hacendados, capitalistas, vendido a los gringos, que recibió dinero de las compañías petroleras, que negoció con Limantour; que nunca le preocupó la cuestión agraria ni la cuestión social, que cuando los obreros le pedían aumentos salariales, él decía “ustedes no necesitan pan, necesitan libertad”. La cita está trucada, y Madero habló en un ambiente muy distinto, en un mitin de propaganda electoral; arengaba a los obreros y les dijo: “Qué piden ustedes en este momento? ¿Piden pan o piden libertad?” Y la gente contestó “Libertad”. El mismo Molina Enríquez, que no era para nada maderista, explica que el tiempo de Madero fue el único en que el gobierno de la república no pretendió manipular a los sindicatos obreros, sino que apoyó su desarrollo, aunque se manifestasen contra él.

 

Pero Madero ha sido siempre presentado por tirios y troyanos como un héroe.

Hay una historia oficial que hace de Madero un héroe, pero uno que no nos sirve para el presente. Su estatua es al estilo sansulpiciano del siglo xix, esos santos de yeso, esos cristos espantosos, por feos y por cursis. Hay una diferencia brutal entre el verdadero Madero y el que nos pintaron. Reveló ser un verdadero estadista. Hay testimonios de gente que había trabajado con él o, por ejemplo, el de Ramón López Velarde, que nos ha dejado noticia del Madero enojado, que podía ser violento con las personas. No es el Madero suave que nos presentan. Estoy seguro de que si revisamos en serio los días de su presidencia desaparecemos la leyenda del iluso y del tontín que se dejó comer por los viejos lobos del porfiriato, o que traicionó a sus compañeros revolucionarios, como Orozco o Zapata. Eso es otro tema que nos llevaría muy lejos, pero en este caso no hubo traición de Madero, sino incapacidad de parte de aquellos hombres de entender qué era la democracia política.

 

¿Cómo fueron las relaciones del presidente Madero con los católicos y con la jerarquía eclesiástica?

Es un tema muy importante porque lo volveremos a encontrar al final de su presidencia, a la hora del cuartelazo, es un tema clave para entender por qué después el constitucionalismo fue tan anticatólico, más que anticlerical. Ahí nace la versión de que la Iglesia católica, los obispos, entraron en el Pacto de la Ciudadela contra Madero. Los constitucionalistas, muchos de ellos de buena fe, pensaron que la Iglesia católica tenía un papel decisivo y una gran responsabilidad en el asesinato de Madero. Anticipo, no fue así. La Iglesia católica no tuvo nada que ver con el asesinato de Madero, pero hubo católicos, y concretamente, la cúpula del Partido Católico Nacional, que sí estuvo implicada en el complot y que sí simpatizaba con los enemigos reaccionarios de Madero.

Pero volvamos atrás. Madero tuvo buenas relaciones con los obispos. Desde un principio, cuando entró en campaña, mandó a su padre a hablar tanto con el arzobispo de México como con varios otros obispos para garantizarles que, de llegar a la presidencia, no solamente la Iglesia católica no tendría nada que temer, sino que, al contrario, su hijo, presidente, conseguiría la reconciliación nacional. Eso está documentado.

Ahora, uno debe leer La sucesión presidencial. Pertenece al mito oficial, teóricamente positivo pero, yo insisto, en realidad negativo de Madero; se nos dice que tuvo un éxito enorme, que el que sabía leer lo leía a los veinte que no sabían leer, de pie. Al mismo tiempo nos dicen que es un libro simplón, que dice “viva la democracia” y que don Porfirio debe irse, y nada más. Yo encuentro un libro de actualidad, bien construido, en un lenguaje claro, fuerte, en el cual Madero explica que, con todo el respeto que le tiene a don Porfirio y a su obra histórica, ahora debe entender que si quiere culminar su obra debe retirarse, porque México, como lo ha dicho el mismo don Porfirio, ya es maduro para la democracia. Explica también qué es la democracia. No es el hecho de que un grupo o un partido tome el poder, sino que por la vía legal, constitucional, electoral, llegue al poder y lo reciba como concesión de la voluntad popular, por un tiempo limitado. El partido que recibe ese mandato debe ejercerlo para todos, y no para perpetuarse en el poder.

Además explica que hay una división trágica en la familia mexicana, entre liberales y conservadores. Hay un famoso discurso de Durango, cuando explica, ante el asombro de la vanguardia liberal, que para ser fuerte hay que reunificar a la nación, y para hacerlo hay que enterrar la cuestión religiosa. Al final lo entienden y aplauden. Dice que las Leyes de Reforma fueron leyes de combate en un momento, pero que ya no son necesarias, y que el mismo Juárez sería el primero en reformarlas. Tan es así que en la famosa Convención Nacional Antirreeleccionista la delegación de Veracruz votó en contra de Madero porque, según ella, era un clerical.

 

¿Por qué un clerical?

Por lo que acabo de explicar. Voy a leer un texto que él escribe a la dirección de ese partido en mayo de 1911: “Considero la organización del Partido Católico de México como el primer fruto de las libertades que hemos conquistado. Su programa revela ideas avanzadas y el deseo de colaborar para el progreso de la patria de un modo serio y dentro de la Constitución. Las ideas modernas de su programa están incluidas en el programa de gobierno que publicamos el señor Vázquez y yo pocos días después de la convención celebrada en México, por cuyo motivo no puedo menos que considerarlo con satisfacción.” Y así podría agregar el discurso del 18 de julio de 1911 pronunciado con motivo del aniversario de la muerte de Juárez, donde vuelve a invocar a Juárez y a recordar que Juárez había querido tomar iniciativa de reforma constitucional para devolver el derecho de voto y de ser votado a los eclesiásticos. Y en Puebla pronunció un discurso a favor de la libertad de enseñanza. Para Madero no hubo problema religioso.

 

Antes del golpe de Estado que lo derrocó, Madero sobrevivió a varios levantamientos más graves aún. ¿Por qué no logró evitar el desenlace que todos conocemos?

Cuando escribimos libros de historia, escribimos sobre algo que ya se ha terminado. Conocemos el desenlace final, de tal manera que todo parece fatal e inevitable. Insisto. Los conjurados van a la cárcel de Santiago Tlatelolco, sacan a dos generales, a los cuales Madero había perdonado la vida, Bernardo Reyes y Félix Díaz. Estos encabezan una pequeña columna y van a Palacio con la idea quijotesca, suicida, de Reyes de pedir la plaza y la renuncia del presidente. Llegan ahí. La guarnición leal obedece al general Villar, comandante de las fuerzas, quien advierte que va a disparar si no se retiran. No se retiran, se da la orden de fuego. Muere enseguida Bernardo Reyes. Hay una confusión tremenda y los amotinados corren a encerrarse en la Ciudadela. Parece que todo ha terminado. Fue un pequeño cuartelazo. Pero por desgracia el general Villar resulta gravemente herido, y sucede la apuesta fatal de Madero, escoger a Huerta. No pertenece a la aristocracia porfirista. Nació en el barrio indio de la Nueva Tlaxcala, en Colotlán. Presume de huichol. Es ultranacionalista, y tuvo el mérito de vencer a Orozco. Claro, se ha desconfiado de él. Aparte de borracho se sabe que puede ser corrupto y desleal. Madero apostó y se equivocó, pero no todo estaba perdido. La dimensión del accidente en la historia, del azar, es un elemento que no podemos olvidar. Ahí está la famosa, limitada pero muy cierta, libertad humana. Todo habría cambiado si en ese momento Madero hubiera nombrado a Felipe Ángeles.

 

¿Cómo podemos entender que un pueblo que participó en una elección, de manera tan amplia –por más que se tratara entonces de una elección indirecta a través de electores– permite, así como así, que una facción eche fuera al presidente y al vicepresidente electos por todo ese pueblo? ¿Cómo entender, también, que un Congreso votado de la misma manera democrática aprueba la renuncia, como si se tratara de un hecho consumado sin violentar la voluntad del presidente y del vicepresidente? Recuerdo que solamente cinco diputados, de los presentes en la sesión, se opusieron a que se les aceptara la dimisión a Madero y a Pino Suárez.

Para contestar acudiré a la historia de mi país natal, Francia. En 1936 se celebraron elecciones generales en Francia. Triunfó el Frente Popular, de manera aplastante. Era una coalición de izquierda que iba del partido comunista hasta el centro izquierda radical y un gran partido socialista. Arrasó. Ejerció el poder hasta 1940. A ese congreso del Frente Popular le tocó vivir la derrota fulminante que Francia sufrió a principios de la Segunda Guerra Mundial; en junio de 1940 ese Congreso, prácticamente por unanimidad, votó la disolución de la República y entregó los plenos poderes a un militar, un héroe de la Primera Guerra Mundial, el mariscal Pétain, que terminará como agente de la colaboración más vergonzosa y de la entrega hasta la ignominia a la Alemania de Hitler. Su gobierno, por ejemplo, dio órdenes a la policía francesa, antes de que los nazis se los pidieran, de arrestar a los judíos franceses o extranjeros en Francia, para entregarlos a los alemanes,y llevarlos a la muerte en los campos de concentración. ¿Qué pasó con esos diputados del Frente Popular? Ciertamente a la hora de votar los plenos poderes, no sabían qué iba a pasar en los cuatro años siguientes. Los diputados mexicanos, al aceptar la renuncia de Madero, no sabían qué iba a ser el huertismo. Encontramos la misma miseria humana, la misma abdicación, la misma falta de lucidez, de clarividencia.

 

Una vez instalado Huerta en el poder, ¿cuál fue el comportamiento tanto de la jerarquía católica como del Partido Católico Nacional?

El Partido Católico Nacional era muy joven. Había nacido con la democracia maderista. Sin ella no habría existido. Se desarrolló en toda la república y ganó electoralmente varios estados, no solo los congresos, sino la gubernatura, alcaldías de las principales ciudades como Puebla, Guadalajara, Toluca, Zacatecas. Primer punto: ese pujante partido tenía que aprender la democracia, igual que los liberales. Segundo punto, había una división muy fuerte en el Partido Católico Nacional. La cúpula, que era de la Ciudad de México, estaba compuesta de gente mayor y, podemos decir, gente reaccionaria, mientras que sus bases populares eran provincianas, jóvenes, y, me atrevo a decir, maderistas. Esto explica la actitud curiosísima que toma el Partido Católico Nacional a la hora de las elecciones presidenciales. El pcn escogió como su candidato a la presidencia a Madero pero como vicepresidente a De la Barra, que representaba el porfirismo, decente, si quieren, pero el porfirismo. ¡Qué contradicción! Ofrece la vicepresidencia al único adversario político de Madero en ese preciso momento. Los católicos de provincia, los jóvenes, la vanguardia de periodistas de provincia, como Silvestre Terrazas, Ramón López Velarde, Eduardo J. Correa, en Aguascalientes, Guadalajara y México, son maderistas a morir y opuestos a la candidatura de De la Barra, pero por disciplina de partido se inclinaron después de pelear.

Ese pleito dentro del partido duró a lo largo de sus dos breves años de existencia y se advierte, por ejemplo, en el periódico oficial del pcn, La Nación. Su director fue Correa, su colaborador más cercano López Velarde. Los más de 180 artículos que escribió el poeta son maderistas. Condenan todos los levantamientos. Fue La Nación el único periódico de la Ciudad de México en condenar el cuartelazo y el asesinato de Madero. Tuvo que publicar el comunicado oficial de la dictadura pero enseguida condenaron este crimen. La cúpula del pcn se apoyó en El País de Trinidad Sánchez Santos, que si bien tenía un pasado de periodista católico, en algún momento se había vendido al porfirismo y era un virulento antimaderista. Él dijo: “Bendita la bala que matará al señor Madero.” Lo publicó en El País, el periódico que tenía más circulación. Los constitucionalistas, años después, no se acordaron de López Velarde ni de Correa ni de su periódico, que tiraba quince mil ejemplares. Se acordaron de El País, sus cien mil ejemplares y de “bendita la bala que matará al señor Madero”.

En el verano de 1912, con las elecciones legislativas, ocurrió una crisis muy fuerte. Los triunfos del Partido Católico habían asustado a los elementos liberales tradicionales, a los que no seguían a Madero en su afán de reconciliación nacional. Muy preocupados por las victorias del año 11 del PCN, habían decidido evitar que se repitieran en las elecciones de 1912. Los católicos ganaron aparentemente como el 33% de las diputaciones. Reconocer su victoria no habría arruinado el poder de Madero y habría llevado posiblemente a negociar una coalición política en la Cámara. En lugar de jugar el juego democrático, hubo elementos entre los liberales, a la hora de la famosa insaculación, que consiguieron quitarles a los católicos más de la mitad de sus victorias. Eso consolidó la posición antimaderista de la cúpula, que a partir de entonces manifestó públicamente su alegría con cada intentona golpista contra Madero. Llegamos así a fines de 1912 cuando corren los rumores de que se está fraguando un golpe de Estado, y que va a venir muy pronto, porque su único éxito posible es que suceda antes del cambio de presidente en Estados Unidos. Parece que Madero lo sabía perfectamente, y que la apuesta táctica era dejar que se manifestara para acabar con ellos de una vez.

 

Los constitucionalistas consideraron a la Iglesia católica uno de los principales responsables de la caída de Madero. Por ello se explica, en parte, el contenido de los artículos tercero, quinto, veinticuatro, veintisiete y ciento treinta de la Constitución de 1917.

Los constitucionalistas tuvieron muy buenas razones para pensar así. La Iglesia no coqueteó con Huerta, pero la cúpula del pcn desde luego lo hizo. Cuando se dio cuenta era demasiado tarde. Huerta disolvía la Cámara y mandaba a los dirigentes de ese partido a la cárcel y al exilio. Por esa actitud, los constitucionalistas confundieron a la Iglesia, es decir, los obispos, el clero y la gran mayoría del pueblo mexicano, con la docena de altos dirigentes que sí fueron huertistas. Ahora sí se entiende el anticatolicismo furibundo de los constitucionalistas.

Cuando a principios de 1913 se estaban rumorando los preparativos del cuartelazo, los obispos escribieron una carta a la dirección del pcn. Recuerdan la doctrina política de la Iglesia, según la cual la autoridad legítima recibe su poder de Dios, y contra la autoridad no hay rebelión lícita. Después dicen: “Creemos que el Partido Católico Nacional debe siempre y en todas partes ser y declararse sinceramente partidario de nuestra actual forma de gobierno, en todo lo substancial. Ha llegado a nuestros oídos que algunos agitadores tratan de complicar en rebeliones y sediciones a los elementos sanos de la sociedad, y que se empeñan en hacer pasar a esos mismos elementos como sistemáticos opositores del gobierno, amigos de la prensa oposicionista, y autores, por lo tanto, de todas las rebeliones y sediciones. Como prelados, así como hemos dejado en plena libertad al Partido Católico para designar sus candidatos, promover su propaganda y usar de sus derechos políticos, no podemos de ninguna manera callar cuando se trata de los principios morales que deben respetarse a todo trance. Entre esos principios está el que prohíbe y condena toda rebelión contra las autoridades constituidas.” Esa carta la recibieron los dirigentes del Partido Católico unos días antes del cuartelazo, ellos fueron los culpables de esa tragedia, que va mucho más allá de la caída de Madero y conduce a veinticuatro años de conflicto religioso en México. La carta de los obispos y todos los documentos anteriores se encuentran en El Partido Católico Nacional y sus directores, de Eduardo J. Correa, una edición a mi cargo publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1991.

 

¿Por qué en México desembocó en un enfrentamiento tan cruento y tan largo?

Desembocó en eso porque la actitud de un puñado de dirigentes pudo hacer creer a los revolucionarios que toda la masa católica era reaccionaria. Cuando los jacobinos creen que hay una mole católica que integra desde el papa hasta el último de los católicos, que actúa como ejército robot mecanizado, todos piensan igual, sienten igual y se movilizan como un solo hombre, se equivocan. Dedujeron que si los dirigentes del Partido Católico simpatizaban con Huerta, hasta el papa era huertista.

 

¿Debemos recordar hoy a Madero? ¿Qué sentido tiene hacerlo?

Desde luego. Tenemos que recuperar a Madero. Todos los que creemos en una sociedad democrática, ya no en transición hacia la democracia, sino una sociedad verdaderamente democrática, tenemos que aprender de Madero. Insisto, el personaje de Madero es más rico, más positivo, más complejo, que la sencilla figura del mártir que vertió su sangre. Fue un estadista, un líder político. No fue una catástrofe en el poder. Con todos sus defectos, y los errores de los suyos, los dos años del presidente Madero fueron una escuela de democracia; la derrota de Madero nos costó una larguísima espera, de sesenta o setenta años.

Necesitamos el Madero del libro La sucesión presidencial, el Madero del discurso de Durango, del discurso de Puebla. Esto es, la escuela democrática. Adquirir una cultura política es una larga labor. Cuando veo a la gente hacer cola para conseguir sus credenciales electorales, me siento contento, porque sé que a la gente le importa el sufragio efectivo. Quizá los políticos profesionales y los partidos no lo han captado. La gente sigue esperando a Madero. No esperan un mesías, sino una cultura política, la democracia. En ese sentido Madero es ejemplar e imitable. Respeta profundamente todos los credos religiosos y políticos. Hay que ver cómo habla de sus adversarios. Su convicción profunda es que si no se respeta, si no se conoce al adversario, entonces no hay más salida que la dictadura. Es precisamente lo que él ya no quería para México. Seamos pues todos discípulos de Madero. ~

 

Fausto Zerón-Medina es historiador y escritor.

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