Hay muchos libros importantes sobre el XIX. ¿En qué se diferencia el suyo? Llama la atención que no sea un relato cronológico sino temático.
Es cronológico en sus secuencias temáticas. Siempre intento que vaya hacia delante. La historia se ha expandido. Cuando estudiaba, era muy política. Lo más importante era la historia de los Estados nación. La gran ola de historia social y cultural solo empezaba cuando yo era un joven profesor. Luego tuve un largo periodo de quince años donde me alejé del siglo XIX, escribí mi historia del Tercer Reich. Al volver, todo se había vuelto más diverso y hay una literatura mucho mejor sobre partes periféricas de Europa. También fueron importantes el desarrollo de la historia del medio ambiente y de la historia global.
Fue un siglo de globalización y de domesticación de la naturaleza.
La parte final sí: es la época del telégrafo, la circulación de las ideas, la producción de periódicos. El comercio y las empresas se hicieron muy globales. Es un siglo en el que las grandes plagas o epidemias son más o menos controladas, aunque el cólera y el tifus volvieron tras la Primera Guerra Mundial. La viruela se conquista a principios del siglo. Lo mismo ocurrió con otras enfermedades; la mortalidad infantil cae bruscamente en la segunda mitad. Y también se produce lo que se ha llamado revolución higiénica, que incluye la gran limpieza de las ciudades europeas. El alcantarillado y saneamiento están entre los grandes logros del siglo. Pero, paradójicamente, esa reducción de la mortalidad y esa mejora de la salud hicieron que el impacto de la Primera Guerra Mundial resultara todavía más fuerte.
El libro arranca con una sensación de resaca: de la Revolución francesa y de Napoleón. ¿Hasta qué punto fueron beneficiosos o perjudiciales sus efectos?
Tiene dos lados. Si piensas en la revolución, generó ideas importantísimas e influyentes. El liberalismo, el socialismo, el comunismo, el nacionalismo, el feminismo: todas pueden remontarse allí. La fase inicial era lo que los liberales moderados de principios del XIX admiraban. La segunda fase los aterraba, y fue muy importante en 1848: los liberales tenían miedo de las masas, de los disturbios, de las revoluciones. Solo los anarquistas y jacobinos más extremos defendían el terror. Lo mismo ocurre con Napoleón. Por un lado estaba el hombre que llevó la guerra y la destrucción a toda Europa; por otro el administrador que reformó las leyes y creó una administración eficiente y burocrática, o una división racional en departamentos y arrondisements. Muchos veían eso en términos positivos. Barrió los regímenes autoritarios tradicionales. Trajo una nueva idea de igualdad, reconoció derechos a las minorías que antes no tenían.
Fue el siglo de las revoluciones. Uno de los temas claves es el aumento de la movilidad social.
No era la revolución social que Marx esperaba. Hay un declive de la aristocracia, especialmente de la aristocracia terrateniente, en toda Europa. Pierde poder económico, con la mecanización, el crecimiento de la industria, los bancos y las finanzas, la ingeniería, el crecimiento de las clases medias urbanas. La aristocracia pierde poder político con la llegada de asambleas, reformas, el voto secreto que hace que no controle el voto de los campesinos. El segundo gobierno de Gladstone está lleno de aristócratas, mientras que el segundo de Asquith, en 1910, otro gabinete liberal, tiene muy pocos. Hay una nueva élite, la del dinero, que a veces se mezcla con la antigua.
Se ha descrito el siglo XIX como el de la hegemonía del Estado. Es la época de la unificación de Italia y Alemania. Uno de los protagonistas del libro es Bismarck. Inflexible en ciertos momentos, es responsable también de una época de paz y de algunas bases del Estado del bienestar.
Lo curioso de las guerras del XIX en Europa es que tienen objetivos claros, son guerras políticas, no intentan cambiar el régimen o exterminar a la población. No duran mucho. No implican a muchos países. Las guerras de Bismarck contra Dinamarca, Austria y Francia son despiadadas, pero específicas y calculadas. Él buscaba unificar Alemania. Cuando termina la tercera guerra pasa treinta años manteniendo la paz, para que Alemania pudiera establecerse. Son dos partes, y la tarea de mantener la paz fue muy importante.
Es el siglo de la idea de la liberación de los pueblos, pero también el del gran proyecto imperialista.
Es el siglo en el que Europa es suprema en el mundo. La última parte de la centuria está influida por la idea del darwinismo social, de la supervivencia del más fuerte y la lucha de las razas, con el corolario de la creencia en la innata superioridad de los europeos sobre los africanos o los asiáticos. La idea del progreso era tan dominante que en círculos culturales europeos se creía que todos iban en el mismo camino. Y por supuesto esta es la gran era de los misioneros cristianos. En los 20, 30 y 40 se creía que todos los seres humanos tenían un alma inmortal que se podía salvar por la conversión. Esa idea fue importante para la emancipación de los esclavos. A final de siglo es menos influyente que la idea de que las razas son diferentes y no hay perspectiva de que los africanos se modernicen, o cristianicen. Hay un enorme cambio. Esa idea racista se volvió hacia la propia Europa, una vez que no había nada que conquistar, tras la rebelión de los boxer que mostró que no se podía conquistar China. La Primera Guerra Mundial se puede ver como el imperialismo y racismo europeos vueltos contra Europa.
¿Ese agotamiento del proyecto imperialista tiene que ver con la carnicería de la Primera Guerra Mundial?
En parte. Tras Trafalgar, Gran Bretaña controla el mar, venció a los franceses en América del Norte y la India. Domina. Los conflictos no afectan a Europa. El miedo a la destrucción que habían causado las guerras napoleónicas hace que los Estados establezcan lo que se llamó el concierto de Europa. La idea era que los países debían impedir que otro se volviera demasiado importante, se pensaba en un equilibrio de poder: ese era el objetivo del concierto europeo. En buena medida funcionó a pesar de las guerras. Y ahí llega la conferencia de Berlín, donde se divide África (sin preguntar a los africanos). La idea de incorporación europea es lo que más o menos mantiene la paz en el siglo.
Es muy interesante lo que cuenta del cuerpo. Dice que en el XIX se populariza la idea de que las mujeres no tienen deseos sexuales, lo que habría resultado muy extraño en el siglo anterior.
La idea de que las mujeres no tenían deseos sexuales era una forma de limitar el número de hijos en un momento en que no había anticonceptivos. Y el sexo suponía el gran peligro de tener hijos. Hay un gran impulso hacia la prosperidad y un obstáculo que es el número de hijos: no había otra manera de limitarlo que con la abstinencia. Las mujeres, a medida que accedían a más educación, lo tendrían más claro. Viendo la división de trabajo, quien iba a llevar la carga de tener diez hijos era la madre, no el padre.
La emancipación de las mujeres es una idea central del libro.
Si piensas en el XIX como un siglo de emancipación, los dos grandes grupos que adquieren más derechos, control y poder sobre su destino son los siervos y las mujeres. A principios de siglo no podían tener propiedades, controlar sus ganancias, no había divorcio, no podían ser abogadas, médicas, ni ir a la universidad. Todo esto cambia. En buena medida por organizaciones que presionaban para que se ampliaran esos derechos. Como decía Mill, la sociedad se hace daño a sí misma al negar todas esas posibilidades a las mujeres. No admite que las mujeres sean abogadas, pero si son buenas es mejor que puedan serlo, y si no son buenas no es necesario poner una ley para impedirlo. Y esto va en sintonía con los principios del liberalismo y del individualismo, con la idea del control del individuo sobre su propio destino. La idea de que voten las mujeres comienza cuando se piensa seriamente en dar el derecho del voto a más hombres.
La extensión de la educación pública está relacionada con la del sufragio. Uno de los argumentos es dar formación a personas que van a participar en la política y sus decisiones.
La extensión de la escuela primaria y secundaria es uno de los grandes asuntos del siglo. Tiene varias causas y distintas formas de desarrollarse. En Francia, pensaban que los ignorantes apoyarían la monarquía y la educación era una forma de evitarlo.
La lucha por el poder está lleno de referencias culturales. Destaca sobre todo la presencia de las novelas. Y hay un esfuerzo por hacerlo narrativo.
El siglo XIX es la era de la gran novela realista, de Tolstói, Turguénev, Balzac, Dickens, Thackeray, Zola. Tenemos estas fantásticas y enormes novelas y pensaba en ellas al escribir el libro. Además, la novela realista se basa en la observación y con cierta cautela puedes utilizarla. Dickens empleaba sus novelas para impulsar cambios y sus historias y situaciones resultan útiles. Hay otro elemento que tiene que ver con la tradición de la historia británica: una escritura literaria, que intenta tener el rigor de la ciencia social pero resultar atractiva para el lector.
¿Cambió su visión del XIX tras estudiar el siglo XX?
Veo más líneas de continuidad. Veo que el racismo o el genocidio colonial cometido por los alemanes sobre los herero y namaqua anticipan el desastre de la primera mitad del siglo XX. Pero la investigación me ha reforzado la convicción de que lo que lo cambia todo es la Primera Guerra Mundial. No hay nada inevitable en el paso del XIX al XX, con el fascismo, el comunismo, la violencia, los genocidios y las guerras mundiales: la Gran Guerra es la catástrofe primaria.
Es el siglo del optimismo científico. Pero también del desarrollo de una filosofía irracional.
Es un siglo científico pero también del sentimiento: se estudian las emociones, la psicología y la sexualidad. Freud es una figura clave. Y tienes también la ciencia de la criminología. Hay un creciente miedo al dolor; empiezan a usarse anestésicos. Gran parte de la ciencia trata de mandar sobre la naturaleza o hacer que sirva al uso humano: la electricidad quizá sea el ejemplo más claro. La actitud del XIX sobre la naturaleza es de control. Y también fue una época donde la religión tuvo mucha importancia. Los enfrentamientos entre el Estado y la religión, especialmente la Iglesia católica, serían enormes en países como Francia, Alemania, Austria, Bélgica.
Otro elemento importante son las minorías: los musulmanes europeos, las poblaciones judías, las tensiones en el Imperio austrohúngaro.
La historia nacional siempre tiene elementos artificiales. A lo largo de los siglos, los grupos nacionales y lingüísticos se mezclan tanto que es imposible decir: aquí están estos y al otro lado los otros.
Hay un proceso de estandarización: al principio cada pueblo tiene su hora, y el ferrocarril acaba influyendo en la unificación.
El ferrocarril y el telégrafo fueron decisivos en ese proceso. En 1884 hay una conferencia internacional para llegar a un acuerdo al respecto. Y también hubo una estandarización en el lenguaje. Cuando se produce la unificación italiana, un porcentaje muy pequeño de la población hablaba el idioma. Había algunos en el sur que todavía hablaban griego antiguo.
Hay una tendencia en España a pensar que el país se queda siempre fuera de la modernidad. Aquí aparece mucho, casi siempre junto a otros países del sur de Europa.
Desde el punto de vista de la historia social, distinguiría la servidumbre en el norte y la aparcería en el sur: dos formas diferentes con resultados parecidos. Busco rasgos comunes por toda Europa. Por otra parte, todos los europeos creen que son diferentes a los demás. Los rusos, con su distinción entre los partidarios de Occidente y los eslavófilos. Los británicos creen que no son europeos sino imperiales. Los franceses creen que no son europeos sino universales, y que todo el mundo debería ser como ellos. Los españoles creen que se han quedado fuera o cortados. Intento hacer historia transnacional, viendo lo que une y reconociendo lo que separa. ~
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).