El día es fresco, pero la luz del sol reflejada en unos amplios ventanales engaña. Esto es lo primero que se advierte en la casa de la escritora y periodista Rosa Montero (Madrid, 1951), en el centro de Madrid. El salón es un espacio muy luminoso. Hay también estanterías llenas de libros y un despacho en el que ella trabaja cotidianamente. Ahí está ella cuando llego con diez minutos de retraso (que le han servido para adelantar algunas cosas, me confiesa) y me saludan sus dos perras, Carlota y Petra. Para la entrevista nos sentamos en el sofá. Ella, relajada, cómoda. Sendos vasos de agua, que apenas probaré por la velocidad (y la intensidad) a la que irá la entrevista. Está muy contenta por la concesión del Premio Nacional de las Letras, el galardón que en España se otorga a la trayectoria literaria. Ya es autora de quince novelas (si bien eliminará de la lista Crónica del desamor), cuatro libros de cuentos para niños, una colección de relatos, además de miles de entrevistas y reportajes desde que empezara su carrera periodística en 1970, muchos de ellos reunidos en libros.
Hablaremos de todo ello, del periodismo en los últimos años del franquismo, del de la Transición, de su paso por los inicios del periódico El País, de la deriva política y mediática. Pero también de literatura y de temas que le preocupan, como la defensa de los derechos de las mujeres (ella se define como antisexista para “evitar la manipulación del término ‘feminista’”) y del auge del “matonismo” en las redes sociales. A cada pregunta, ella puntualizará, matizará e incluso mostrará cierta disconformidad. Así es este género periodístico: como ella misma define, “un pequeño drama que sucede en el tiempo entre dos personas, que tiene un tempo, un ritmo, un calor emocional”.
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Le acaban de conceder el Premio Nacional de las Letras. Desde el ministerio dijeron que le daban el galardón “por su larga trayectoria novelística, periodística y ensayística, en la que ha demostrado brillantes actitudes literarias”. A estas alturas, ¿novelista o periodista? ¿Cómo quiere que se le recuerde?
Como escritora. Es muy raro el escritor que cultiva un solo género. Octavio Paz era ensayista y articulista y poeta y jamás le preguntaban cómo se las arreglaba para ser ensayista y poeta cuando son dos géneros tan distintos. Lo único que parece que sorprenda es que alguien sea novelista y periodista, cosa que no deja de chocarme porque la mayoría de los escritores son periodistas: de García Márquez a Naipaul o George Eliot, hay muchísimos. Yo lo que soy es narradora. Empecé a escribir de niña. Mis primeros cuentos los escribí con cinco años. Eran de ratitas y los tengo por ahí guardados todavía. Escribir ficción es mi manera de ser, forma parte de la estructura íntima de lo que soy. Y el periodismo, que me encanta, forma parte de mi ser social. Es un trabajo que escogí y que podía no haber escogido.
¿Cómo fueron sus comienzos en el periodismo?
A los diecinueve empecé haciendo prácticas en el Información de Alicante. Después vine a Madrid y empecé a buscar trabajo de colaboradora y no había manera. Había pocos medios y en muchos de ellos te decían que no cogían a mujeres porque no era ilegal. El primer trabajo que conseguí aquí fue en una revista de televisión que se llamaba TeleRadio, pero llegué a trabajar en catorce sitios a la vez. Sitios horrendos como el Boletín Interno de Butano, la revista del Sindicato de Agricultura. Hablando de cosas de las que no tenía ni idea. En TeleRadio me inventé una sección, que era como de chismes sobre lo que se iba a hacer en radiotelevisión –aunque yo no tenía televisión en casa–, hecha con sentido del humor, que era la manera de ser crítico en el franquismo… En los últimos años del franquismo había un país real, que era en el que estábamos viviendo todos, y el oficial, que era la superestructura franquista que se estaba derrumbando, aunque murió matando. Todo el mundo tenía un lenguaje clandestino. Con esas bromas me llamaron de Pueblo. Fue el primer medio que se fijó y me llamaron para una sección, pero de currita.
¿Y qué pasó allí?
Duré poco. Pueblo era el periódico más famoso y mejor, pero me marché porque eran unos machistas terroríficos y había una atmósfera irrespirable.
Traza un panorama de colaboración en esos años finales del franquismo parecidos a los actuales en la prensa, en cuanto a la explosión de freelance que ha habido recientemente.
Sí, pero ahora las cosas están mal porque los medios de comunicación están en una crisis tremenda en todo el mundo. Es una crisis de modelo de mercado, obviamente. Pero no te creas que estaban mejor entonces. Había poquísimos medios, todos muy difíciles, muy controlados. Las dictaduras, si son largas, destruyen el tejido cultural del país, y la gente, con razón, no quería a sus medios. Éramos los últimos de la cola, junto con Turquía, me parece, en la lectura de medios. No se vendían periódicos.
Volviendo a su marcha de Pueblo…
Sí, de ahí me fui al Arriba. Me llamó Pedro Rodríguez para hacer las páginas centrales, que eran de reportajes. El Arriba era el periódico del Movimiento, pero entonces tenía la redacción más roja del mundo. Éramos gente jovencísima salida de la Escuela, o no, como yo, y estábamos todo el rato intentando meter goles. La gente no entendió que me fuera al Arriba, pero en mi profesión y en la vida siempre me he movido por lo que me gustaba hacer, y el trabajo que me ofrecían era más bonito. Estaban Ladislao Azcona, Malén Aznárez, Luis Otero.
Y en ese tiempo hacía teatro con grupos como Tábano, estudiaba.
Sí, hacía teatro, hice psicología, pero solo cuatro años. Lo hice porque pensaba que estaba loca. Tuve ataques de angustia hasta los treinta años. Podría haberme dedicado a otra cosa.
Pero llega esta eclosión del periodismo pos-Franco.
Bueno, ya un poquito antes comienzan a aparecer personas, revistas más rompedoras, más de izquierdas. Al número siguiente las multaban y cerraban. Es lo que llamo la premuerte de Franco, en el 74 y 75. No es que todo fuera de repente. Desde 1968 empezaron los cambios. Hubo una gran incorporación de mujeres al mercado laboral. Eso supuso un cambio total. Lo que pasa es que luego con la Transición fue muy importante porque ya llegó El País, que tuvo un éxito enorme, estaban Diario 16, Informaciones…
¿Cómo llega a El País y cómo era ese El País de 1976?
Como a todas partes, por colaboración. Yo siempre he sido colaboradora. Y ahora mismo estoy como colaboradora en El País desde 1993. Y llevo quince años sin pisarlo.
No le gusta la redacción.
Me acostumbré. Hay gente a la que sí, pero yo prefiero escribir en casa o donde sea. En fin, a mí me llamó Félix Bayón. En Fotogramas yo había ganado el premio del Círculo de los Escritores Cinematográficos, o sea que era ya era conocida en las redacciones. Me llamaron porque iban a sacar el suplemento dominical y se les había caído la gran entrevista y cerraban al día siguiente. Félix me preguntó si podría conseguir una gran entrevista de aquí para mañana. Y dije, bueno, pues sí, porque de colaboradora dices que sí a todo. Así que llamé a Ana Belén, que es un encanto y a la que conocía por haberle hecho varias entrevistas y afortunadamente estaba en Madrid. Y nada, hice la entrevista, la pasé, la escribí y ahí empecé a colaborar haciendo entrevistas. Y la titularon “La musa de la izquierda”, creo, aunque yo no la titulé así.
Pero ¿cómo era ese periódico de 1976?
Pues tan intenso como la sociedad. Además El País en aquella época tuvo un papel importantísimo en el desarrollo democrático. Los medios son como el ágora pública, los herederos del ágora pública en donde la sociedad se mira. Fue esencial. El mundo de la Transición era un mundo donde nada estaba asentado y podía pasar de todo, y de hecho, pasaba. Había listas de gente. Yo estaba en esas listas y eso que era una mindundi de veinticinco años que hacía entrevistas, ni siquiera políticas. Para que te hagas idea de la extensión social de esas listas. Y tenías la sensación, y era cierto, de que podías empujar la sociedad hacia un lado o hacia otro, haciendo también unos equilibrios increíbles con el poder político y con la propia junta de accionistas, que al principio era de su padre y de su madre, y tardó en alcanzar una estabilidad interna.
Han pasado cuarenta años desde entonces. ¿Qué le ha ocurrido al periódico, que ahora recibe críticas, incluso de los que eran sus lectores?
Le ha pasado lo mismo que al país. Hubo un momento de gracia en la sociedad española, en la Transición. Quisimos salir, la sociedad, de la tradición cainita que llevábamos. Y hubo un momento en el que se apostó por oír al otro y seguir avanzando. Y luego todo se ha ido al garete, han venido generaciones de dirigentes y de políticos muchísimo más miserables. Todo se ha abaratado y empobrecido. De todas maneras, llevo oyendo críticas a El País desde que salió, así que no te creas que estas son las primeras. Siempre ha habido críticas porque somos un país de criticones.
Soledad Gallego-Díaz decía que El País nunca fue de izquierdas. ¿Lo comparte?
Es que lo que yo me pregunto es: ¿qué es ser de izquierdas? ¿Ser de izquierdas es apoyar a Maduro? Eso me parece fascista. Pero vamos, El País contribuyó radicalmente a la consolidación de los valores democráticos y a que se asentaran cosas básicas, pero que entonces costaban mucho, como el divorcio, el aborto. ¡Es que hay que ver de dónde veníamos! Por otro lado, por supuesto que es un poder y al principio El País no lo tenía y en los primerísimos años se movía de forma más libre. Luego ya tuvo más poder y todos los poderes tienden a ser más conservadores.
¿Qué periódico sería ahora el espejo de la democracia?
Cuanto más avanzada sea una democracia más voces distintas tiene que haber. Porque la realidad no es unívoca. Lo que demuestra que una democracia es avanzada es que haya muchas historias, muchas visiones de la sociedad con el mismo nivel de libertad de expresión.
En 1981, Juan Luis Cebrián la pone al frente de El País Semanal. ¿Cómo vive esa etapa?
¿Vamos a hablar de esto todo el tiempo? ¡Porque es un coñazo!
No solo, vamos a cambiar de tema, pero es una etapa importantísima de su vida profesional y de este país en general.
El País, como tuvo ese éxito tremendo, catapultó a la fama a un montón de gente joven que trabajaba allí. Pero a todos. Nos puso de moda como a la Coca-Cola. Todo el mundo empezó a hablarme de mi trabajo, de lo que tenía que hacer para mantenerme. Y me empezó a entrar un ataque de agobio por la hipervisibilidad. Estaba desesperada. A mí no me gusta el periodismo de edición, soy un desastre de organización, pero Cebrián me propuso y he de decir que, para la época, era un hombre que daba mucho lugar a las mujeres y además era un gran periodista de dirección. A mí no se me hubiera ocurrido, pero hubo dos cosas que me hicieron decir que sí. Estaba tan angustiada con esa mirada de todo el mundo que quería dejar de firmar para que la gente se olvidara de mí. Afortunadamente, no se olvidaron porque luego ya me coloqué en mi lugar y es mucho mejor que no se olviden de ti, pero entonces lo quería realmente. Y la otra era que me daba mucho miedo, que no me sentía capaz, y pensé: si todas las mujeres siempre damos un paso para atrás cuando nos ofrecen esto, entonces no vamos a avanzar nunca. Así que lo hice por esas dos razones. Y, realmente, fue horrible. Lo pasé fatal. Fue el peor tiempo de trabajo de mi vida. Dimití, vaya. Me marché y a los dos meses me estaban operando de un quiste en el ovario que estoy segura de que me salió por la tensión.
Desde luego no se le olvidó y ahí quedan sus entrevistas a personajes como el ayatolá Jomeini, Yassir Arafat, Olof Palme, Indira Gandhi, Richard Nixon, Julio Cortázar.
Bueno, las entrevistas ya las hacía antes porque justamente entré como entrevistadora. Hacía muchísimas entrevistas, todas las semanas. En los primeros años, el 77, 78, 79, 80, todas las semanas hacía una.
¿Cómo preparaba las entrevistas? Sobre la entrevista ha dicho: “Para ser periodista has de tener curiosidad genuina por el otro. Un periodista no debería preguntar jamás algo que no le interese saber, y sabes que hay muchos que preguntan de oficio. La simpatía es esencial.”
No necesariamente. Lo que intento es ver un poco cómo es la intimidad del otro. Ver cómo el otro ve el mundo. A mí me encanta la gente. Es raro que la gente me aburra. Hasta el más pestiño, al menos por un rato, me parece interesante. Hay dos vías para intentar romper las corazas, una es por el enfrentamiento y la otra es por la complicidad. A mí se me da mejor la de la complicidad, pero se trata de intentar romper la coraza y ver un poquito del interior.
¿No ha pensado nunca que podría haber preguntado otra cosa? ¿Que no es la entrevista perfecta?
La entrevista perfecta no existe. No hay nada perfecto en la vida y menos mal. La creencia en la existencia de lo perfecto lleva a muchos infiernos. Así que por supuesto que siempre se te escapa algo, por supuesto que podrías haber preguntado otra cosa. Además, la gracia que tiene la entrevista es el hecho de que es algo vivo. Es un pequeño drama que sucede en el tiempo entre dos personas, que tiene un tempo, un ritmo, un calor emocional. Hay que aceptarlo como es. Tuve muchas sorpresas: a veces salía de una entrevista pensando que había sido una mierda y luego la oía y no estaba tan mal.
¿Hay alguna entrevista de la que esté particularmente orgullosa?
No, se me han ido olvidando, afortunadamente, porque si no ya no tendría más sitio en el disco duro. A lo mejor hay gente que me ha gustado más, pero no, cada entrevista era un viaje.
Ha dicho: “En periodismo escribo lo que sé, lo que pregunto. Y en novela escribo lo que no sé, lo que me pregunto.”
No.
Bueno, lo leí literalmente en una entrevista.
No, es “lo que no sé que sé”. Es que lo he escrito veinte mil veces. En periodismo escribes de lo que sabes, de lo que te documentas, entrevistas, etc. Te informas, lo digieres, lo pones en contexto. Es decir, que lo que escribes es justamente lo que sabes. Y en novela escribes de lo que no sabes que sabes, que nace del inconsciente. Las novelas nacen del mismo lugar del que nacen los sueños. Y cuanto más puro sea ese inconsciente, cuanto menos intervenga el yo consciente mejor será esa novela. Decía Julio Ramón Ribeyro que una novela madura exige la muerte del autor. Es una muerte metafórica. Quiere decir que el yo tiene que borrarse. La historia te tiene que atravesar.
Pues estamos en un momento en el que el “yo” está muy presente en la novela.
No, son yoes ficticios. Lo que indica la autoficción, que he practicado y me gusta, es lo borrosas que son las fronteras entre la realidad y la ficción. Y de ahí es de donde ha surgido ese subgénero de la autoficción. El concepto que tenemos hoy de lo real es un concepto muy sucio. El siglo XX ha sido el siglo de la demolición de las certidumbres. Freud nos habló del inconsciente, Einstein nos dijo que el tiempo y el espacio eran relativos. Hemos visto también que la memoria es un invento: lo que recordamos no es objetivo, es una manipulación que hacemos nosotros. Esa es una conciencia muy contemporánea. Y de ahí nace la autoficción porque hemos llegado a un punto de tal desconfianza con lo real que ni siquiera el yo es fiable. El yo que aparece en la autoficción es imaginario. Forma parte de nuestro intento de trasladar esa conciencia confusa de la realidad a la novela. Por otro lado, se está convirtiendo en una moda, y esa es la parte mala. Se está utilizando como un recurso un poco cansino. Y me temo que empieza a ser un síntoma de falta de imaginación. Falta nervio imaginativo en la literatura contemporánea.
Paradójicamente el periodismo se ha llenado de ficción con las famosas fake news y la posverdad.
Sí, la posverdad, que es la mentira cochina de toda la vida. Siempre se ha mentido, lo que pasa es que en el XIX era dificilísimo desentrañar qué era verdad o mentira. Ahora, y esto podría ser un experimento de la psicología social, las mentiras son claras y evidentes. Son de una desfachatez impresionante y da igual porque funcionan. Eso es lo que tiene la posverdad.
Hay una entrevista que le hicieron en Encuentro de Letras, en 1979, en TVE, sobre su primera novela, Crónica del desamor. Es un mundo en blanco y negro que ya no existe…
Sí, con Jesús Torbado, todos fumando. Pero lo que no existe es este mundo. Estamos viviendo en el mundo de ciencia ficción de las novelas que yo leía siendo adolescente. Aquel era un mundo más cercano a lo real y este está más cercano a lo virtual.
¿De esta pasión por la ciencia ficción, por el futuro, salen sus novelas que abordan este género?
No, ya mi segunda novela, La función delta, era futurista. No, yo no creo en los géneros, creo que a estas alturas, los géneros, como un marquito en el que colocarte, son un absurdo. Ahora mezclas mucho. Historia del rey transparente se sitúa en el siglo XII y es una ucronía. A mí me da igual que vivan en el siglo XII que en el XXII. Siempre escribes sobre lo mismo y yo siempre escribo con la misma ambición literaria, el mismo cuidado y afán. La ciencia ficción lo que te da es una herramienta metafórica poderosísima para hablar del género humano.
Y cuando mira hacia atrás, ¿cómo ve sus novelas? ¿Las relee?
Nadie las relee. Veo mis novelas igual que veo mi vida del pasado. Vívidas y borrosas.
Se lo preguntaba porque no dejó que se reeditara Crónica del desamor hasta que pasaron treinta años.
Bueno, es que se editó muchísimo. Llevaba 37 o 38 ediciones y estaba harta de que me hablaran de ella. En realidad mi primera novela fue La función delta. Crónica, y por eso se llamaba así, está escrita a pie forzado. Debate me pidió un libro de entrevistas feministas para que hablara de la mujer en la Transición y dije que sí. Firmé un contrato, me dieron 25.000 pesetas, me las gasté rápidamente, y era la época en la que escribía montones de entrevistas para El País por lo que hacer más entrevistas me mataba. Así que les dije: hago una especie de ficción periodística, pero ficción, sobre la situación de las mujeres en la Transición. Y así inauguré la colección de narrativa de Debate. Y ese libro no lo escogí, no era lo que yo quería hacer, no era una novela novela. Pero me sirvió de mucho porque a escribir se aprende escribiendo. El éxito me sirvió también de mucho porque me dio mucho ánimo y uno siempre es inseguro. Pero la quité de en medio, y como me la seguían pidiendo, a los treinta años pensé que yo ya no era dueña de mi novela y que debía de ser un espejo de la sociedad, ya que un montón de gente se sintió identificada.
Es un retrato de una época, de un país, de unas mujeres y esa sociedad, que coincide en parte con la melancolía, la apatía, la falta de esperanzas que también existen ahora en mucha gente, y en muchas mujeres jóvenes. No hay expectativa de trabajo, de compromiso…
El desamor no era solo el desamor pasional, sino el desencanto. Salíamos de una ignorancia democrática total y había que lidiar con la realidad. Hablaba de la crisis de la adolescencia en la sociedad española. Pero si lees La educación sentimental, de Flaubert, habla del desencanto también. Lo que yo me pregunto es si no será siempre así. El desencanto siempre acompaña al crecimiento. Por eso Peter Pan no quiere crecer. Y hay que aprender a lidiar con la frustración y con el malestar. Y se enseña poquísimo. El énfasis de esta sociedad es mostrar una vida de embeleso completo y perfección sublime y eso es la antítesis del mundo real.
Con otras novelas como La hija del caníbal y El corazón del tártaro, ya en los noventa, se convirtió también en referencia para muchas mujeres jóvenes porque en sus novelas hay personajes femeninos fuertes que buscan su lugar en el mundo. Y además escritos por una periodista que también tenía algo de referencia en ese sentido. ¿Esto no se le pasa nunca por la cabeza al escribir?
No piensas nada, porque en las novelas no escribes para enseñar. Pero, claro, tú perteneces a tu época. Mis novelas son urbanas porque soy una persona de una gran ciudad, contemporánea, y no fuerzo nada, sino que me sale la vida tal y como la veo. No escoges las historias que cuentas sino que te escogen a ti.
Pero sí que es referente.
Yo no me siento nada. Ya me cuesta sentirme yo misma muchos días. Además, todos escogemos gente a la que mirar y de la que intuir o a la que atribuir valores que no tiene. A mí varias veces me ha pasado, y es que estás en una feria del libro y viene un lector estupendo y generoso, y te dice que eres maravillosa, honesta, etc., y después que tú y fulanito sois los mejores. Y resulta que ese fulanito a ti te parece un inmoral, un deshonesto, un manipulador. No es que ese lector sea tonto, sino que está poniendo parte de sus deseos, valores y honestidad en la lectura que hace. La lectura es algo muy activo porque al leer reescribimos el texto.
Al principio de la charla me hablaba de esa redacción de Pueblo tan machista. Con todo, las cosas han ido cambiando…
Muchísimo. Y ahora está cambiando, no ya solo el periodismo, sino el mundo. Pero sigue habiendo un sexismo brutal. Y también lo padecemos nosotras. Nosotras no valoramos a las mujeres de la misma manera que valoramos a los hombres. Y nos valoramos menos, tenemos menos confianza en nosotras. Hay que empezar a poner todo el peso sobre nuestros pies. Es lo que está pasando ahora con los abusos. El hecho de que hace diez o veinte años todo Hollywood protegiera a Polanski y ahora no. Ese es un cambio tremendo.
¿Qué le parece que se estén dando a conocer todos estos casos de abusos?
Magnífico. Otra cosa es que haya algún caso que no sea cierto, que siempre puede haber. Luego está la hipocresía del sistema, de gente que ha estado con los ojos cerrados y que ahora les echa a toda prisa, quizá porque tienen miedo de verse implicados. Pero el hecho en sí es buenísimo. Es un paso adelante en ese hartazgo que deberíamos tener. Es una vergüenza la violencia contra la mujer que todavía hay en el mundo y que la comunidad internacional nunca la haya tomado en consideración.
¿Qué le parece la pregunta: eres feminista? Se la plantean a todas, desde actrices a presentadoras, modelos… En el fondo, es extraño y no sé si perjudicial.
Sí, y aparecen personas como esta chica, Paula Echevarría, que contesta: ni feminismo ni machismo. Hay que ser ignorante. Esa manipulación de los sexistas para vaciar de contenido la palabra y ridiculizar forma parte de las estrategias que emplea una ideología para seguir permaneciendo en el poder. Reivindico la palabra feminista porque es histórica y preciosa. Habla de la lucha, dolor y sufrimiento de muchísimas mujeres y hombres a lo largo de la historia para cambiar una situación injusta. Sin embargo, prefiero definirme como antisexista para que no haya ningún tipo de manipulación.
Las cosas han cambiado, pero sigue habiendo datos que señalan que entre los jóvenes queda mucho por hacer, ya que no consideran como abusos ciertos comportamientos. A veces se ven imágenes de hace cuarenta años de la televisión, como su propia entrevista, y parecen más modernas.
¿Cuál es la modernidad que echas de menos ahora? Es que entonces ni siquiera se hacían esas preguntas. Las chicas tenían mucho menos sentido de su lugar en el mundo que ahora. Hemos avanzado muchísimo y en estos últimos tiempos estamos avanzando mucho más, quizá porque le hemos visto los dientes al lobo. Hemos visto que los logros se pueden ir de un plumazo. Todos los logros son muy frágiles y siempre están sometidos al ataque de las fuerzas reaccionarias, y ahora hay un impulso reaccionario brutal, así que o nos ponemos todos a defender lo que hemos conseguido o podemos ir a una involución tremenda. En la manifestación del 8 de marzo, en la que estuve, el 90% eran menores de 25 años y quizá el 20-25% eran chicos. Eso es incomparable.
Eso es hacer política, cosa que también ha reivindicado.
Eso es la política. A mí me encanta lo político, en el sentido de que el ser humano es un animal social, político, que necesitamos ponernos de acuerdo. Si no tomas partido en un momento determinado, el partido de otro prospera. Pero la política como ese manoseo de poderes pequeños y más grandes, y de reparto de alianzas, me parece repugnante.
En su última novela, La carne, habla del paso del tiempo, del deseo y el sexo en la vejez…
Para mí es algo completamente natural. Cuando presentaba la novela fui a una tertulia en la tele por la mañana y un tío me dijo: “Es una novela muy valiente porque me gusta que te hayas atrevido con el tabú del sexo de las mujeres de sesenta años.” ¡Y yo ni siquiera me había planteado que la novela tratara de eso! La novela trata del sexo. Punto. Para mí las mujeres de sesenta y los hombres de sesenta y de más edad por supuesto que quieren tener sexo, el mejor posible y el más abundante posible, como todo quisqui. Además, uno siempre escribe sobre lo mismo y una de mis obsesiones, mis novelas son esencialmente existencialistas, es el paso del tiempo, la muerte, porque el tiempo nos hace y nos deshace desde siempre. Uno empieza a envejecer desde la cuna. ¡Crónica del desamor también hablaba de eso! Y la escribí con veintitantos. Para mí es un accidente que los personajes tengan sesenta años.
Por lo que he visto en las redes, le entusiasman. Sin embargo, cada vez aparecen más voces que hablan de su poca labor democrática, de esa burbuja en la que nos metemos todos leyendo solo las opiniones que nos interesan. ¿Cómo ve ahora las redes sociales?
Las defiendo, pero cada vez me parecen más terribles. Uno siempre está rodeado de las mismas opiniones, por desgracia. Y además creemos que el mundo es lo que vemos del mundo. Es uno de los grandes errores del conocimiento humano. Por el contrario, las redes te abren un poco más, hacen que te llegue otro ruido. Las redes son una herramienta formidable para la distribución de ideas, de noticias, para unir a la gente en pro de un mismo proyecto. Pero al mismo tiempo distribuyen todo tipo de mentiras a una velocidad tremenda, se están convirtiendo en un patio de colegio gobernado por los matones. El matonismo en las redes es cada vez más feroz y dañino. Por no hablar de los hackers rusos, de la injerencia real en procesos políticos como el Brexit, Trump o Cataluña. Por eso, cada vez me parecen más peligrosas. Me preocupa la manipulación en las redes.
¿Argumento para una novela?
No lo sé. Puede ser. De hecho, ya hay bastantes novelas sobre eso y en las mías hay ingredientes del mundo virtual, como Second Life o WhatsApp. Pero vuelvo a repetir que tú no escoges los argumentos.
¿Y qué le ha escogido ahora?
Estoy con la tercera novela de Bruna Husky, pero vamos a ver si dejo de viajar.
Le han dado el Nobel a Svetlana Alexiévich, Emmanuel Carrère es uno de los escritores más aplaudidos y leídos, ¿ha llegado el periodismo a la zona noble de la literatura?
Para mí siempre ha estado ahí. El periodismo es un género literario comparable a todos los demás, a la ficción, la poesía, el ensayo. ¿Cuál es nuestro escritor romántico más importante? Larra. Hace ciento cincuenta años. Y siempre se ha tenido al periodista en un lugar literario muy importante. Nos hemos empezado a liar en los últimos años. No es que ahora esté en un momento de gloria. Ha tenido muchos momentos de gloria. ~
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.