Fotografía: Roberto Ricciuti

Entrevista a Victor Sebestyen: “El imperio soviético se derrumbó al estilo marxista, por sus contradicciones internas”

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Victor Sebestyen nació en Budapest en 1956. Era niño cuando su familia se refugió en el Reino Unido. Fue periodista en numerosos medios británicos. Entre sus obras están Twelve days (2006), sobre la revolución húngara de 1956, y la biografía Lenin the dictator (2017). Revolution 1989, publicado originalmente en 2009, es un relato muy informado, sólido y apasionante de los acontecimientos de ese año.

¿Qué añadiría o completaría en el libro con lo que sabemos desde que lo publicó?

Intenté hacer un relato descriptivo. Las cosas han cambiado, quizá ahora no pensaríamos en un final tan feliz, pero lo esencial está en el libro. Los archivos en Rusia se abrieron, había cosas que todavía eran difíciles de conseguir. Hay más información que podría haber reunido. Habría podido incluir más detalles si hubiera tenido acceso a más documentos del Politburó y los partidos, que quizá podrían haber dado algo más de sabor a la historia. Pero en realidad la historia no ha cambiado demasiado.

Una de las ideas claves del libro es la importancia de la guerra de Afganistán.

Fue uno de los factores más importantes. Dio mucho ímpetu a la oposición. Veían que los soviéticos, que ese monolito podía ser derrotado. Desde el punto de vista militar, pero también políticamente. Se vieron muy debilitados, no solo externamente. Socavó la determinación que tenían para implicarse, para luchar. El impacto psicológico fue enorme. Siempre se hace la pregunta de por qué colapsó el Imperio soviético. Y todo el mundo quiere una respuesta. Hay muchas respuestas y razones, y es lo que intenté explorar en mi libro. Pero fueron sobre todo tres cosas: Afganistán, la deuda exterior y la caída del precio del petróleo. Son las más importantes. Había factores adicionales. La derrota permitió que la gente pensara que en esa ocasión la rebelión podía funcionar de verdad. Y podían ver que realmente los soviéticos habían perdido la determinación, la voluntad, de mantener ese imperio. Por supuesto, el papel de Gorbachov fue muy importante. Como digo, hizo lo correcto por las razones equivocadas. Pero no tanta gente ha decidido entregar un imperio en vez de luchar por conservarlo. Es un paso enorme. Es una gran decisión que no tomó de golpe, pero siguió pensando una y otra vez: ¿merece la pena, merece la pena mandar tropas allí? No hay mucha gente en la historia que haya decidido algo así.

Es interesante la diferencia generacional que explica entre Gorbachov y otros líderes soviéticos anteriores. También pensaba en Seis años que cambiaron el mundo, de Hélène Carrère d’Encausse, donde parece que la idea es que no puedes reformar un sistema como ese. Cuando empiezas a hacerlo, se desmorona.

Mi primer libro trataba de la insurrección en Hungría en 1956. Ahí contaba lo que hicieron los rusos. Cuando investigaba o leía documentos del Politburó, el argumento era: si dejamos que pase, todo se derrumbará en cuestión de días. Todo el imperio que construimos podría desaparecer muy deprisa. Después de todo, era gente que sabía un par de cosas sobre las revoluciones. Y tenían razón. Eso es básicamente lo que ocurrió treinta años después. Tomaron esa decisión en el 56, y creo que eran conscientes de lo que podía ocurrir si prosperaba. En términos históricos, probablemente tomaron la decisión correcta, porque de lo contrario habrían perdido muy rápidamente. Pero treinta años más tarde hay un hombre que dice: “No voy a hacer nada de eso. Y si pasa, pasa.” No es solo una diferencia con sus predecesores en el Kremlin, es una diferencia con el imperialismo en todas partes del mundo. Muchos imperios han luchado por mantener su posición cuando sabían que era insostenible. Pero combatían y lo intentaban de todas formas. Este es un ejemplo. Y no es solo cuestión de Gorbachov. No podía conservar el imperio sin que corriera mucha sangre.

Era un imperio que funcionaba al revés que la mayoría de los imperios. La metrópolis aportaba las materias primas y la energía, y las colonias los productos más refinados.

Y además las colonias eran más ricas que la metrópoli. Eso lo hacía único porque casi siempre el imperio gobernante era mucho más rico que las colonias. Sucedía lo contrario, al menos en la mayor parte de Europa del Este. Y los rusos que salían, por ejemplo, los soldados que iban a Alemania del Este, Hungría o la República Checa, estaban asombrados por la comparativa prosperidad, sobre todo frente a lo que ocurría en su país. Es algo muy insólito y puede explicar por qué no duró tanto en términos históricos.

Las situaciones eran muy diferentes. Está el ejemplo de Polonia, con una resistencia más organizada, Solidaridad, la importancia del clero; un caso como el checoslovaco; o Hungría, que había alcanzado cierta autonomía tras los sucesos de 1956.

Son países muy distintos, sí. Su única similitud histórica es que después de la Segunda Guerra Mundial fueron ocupados por la Unión Soviética. Además, a menudo hubo antagonismos históricos entre ellos. Lo único que los mantuvo en un solo bloque era ese accidente histórico de 1945. Por lo demás, eran diferentes, habrían evolucionado de formas distintas, como ha ocurrido. Me interesaba mostrar esas diferencias. Espero haberlo hecho. En Polonia fue un revolución obrera. En Hungría fue más intelectual. Y luego tienes el caso de Alemania del Este, una revolución de gente que pensaba: por fin podemos hacer esto, los rusos no nos van a parar. Nuestros líderes son demasiado débiles como para detener esto, y los rusos no quieren. En algunos lugares se negoció con una oposición, como en Polonia, mientras que en Bulgaria, Rumania y Alemania Oriental pasó a manos de otros funcionarios del partido. Esto me pareció muy interesante, las formas en que sucedía. No pensaba que en Rumania, por ejemplo, fuera a ocurrir tan rápido. Creo que la mayoría de la gente pensaba que Ceauşescu controlaba el país. Pero una vez empieza, no hay forma de saber cómo va a continuar una revolución. Lo vemos ahora, en el momento revolucionario que estamos viviendo.

¿Cuál sería ese momento revolucionario actual exactamente?

Creo que lo hemos visto de otro modo. Ocurre en buena parte del mundo. Lo hemos visto en Estados Unidos, en el Reino Unido. Toda clase de cosas están pasando mientras hablamos. Lo vemos en Europa del Este, en Hungría y Polonia, de nuevo; están teniendo una revolución que yo describiría como revolución posdemocrática. No predemocrática. En buena parte del mundo se está produciendo una revolución, en muchos sentidos, contra la democracia liberal tal como ha existido en las últimas décadas. Pero nunca sabes dónde vas a terminar. El modelo de toda revolución es la Revolución francesa: te rebelas contra el rey y en unos años acabas teniendo un emperador.

Adam Michnik decía que “lo peor del comunismo es lo que viene después”. Es curioso que algunos movimientos iliberales a veces están liderados por gente que formó parte de esa revolución liberal. Orbán sería el ejemplo más claro.

Cuando cubría Europa del Este como periodista, Orbán era el primero al que acudías en Hungría, era el primer hombre que buscabas, uno de los primeros con los que ibas a tomar una copa y hablar. Sabía todo lo que estaba pasando. Desde luego, no era obvio que en treinta años acabarías con un gobierno iliberal, desde luego no en Hungría, que era el país más avanzado y tenía el sistema más relajado en 1989. La economía ya era casi una economía mixta. Pero las cosas han cambiado mucho. La gente podía viajar, no había presos políticos. Por supuesto que existía la policía secreta, pero no era tan evidente como en otros países. La gente no tenía miedo a hablar, solo les daba miedo hacerlo de un tema, 1956. Pero no te arrestaban por decir lo que pensabas. Ahora es de nuevo un Estado de un solo partido, modelado según los últimos años del comunismo. Pero nadie podía haber adivinado que esto era lo que iba a ocurrir. No es automático. Te libras del comunismo y terminas con un Estado de partido único de otra ideología. No ha ocurrido en ninguna de las repúblicas bálticas o en Alemania. Hacía falta una recesión. Y el nacionalismo.

Y aun así, no siempre. En Polonia los efectos de la recesión fueron leves.

Ha tenido una transformación económica extraordinaria en los últimos veinte, veinticinco años. En otros sentidos ha ido hacia atrás, pero económicamente no le ha ido nada mal. Ha superado los problemas de 2008 mejor que la mayoría de los países europeos.

En un año de revoluciones pacíficas, Rumania es una excepción.

Fue porque Ceauşescu estaba dispuesto a luchar, ninguno de los demás quería. Había por tanto una voluntad política, aunque careciera de los medios, y gente que quería luchar contra él. En otros lugares querían un pacto, no acabar colgados de las farolas. Pero los comunistas trataban con sus opositores. El acuerdo era: si entregamos el poder, no nos metéis en la cárcel y no nos matáis. Y esa era una gran parte del trato. Ese acuerdo funcionó en Hungría, en Polonia, en Checoslovaquia. Era un compromiso. No vamos a empezar a perseguir a la gente, salvo algunos ejemplos en Alemania. Entregaban el poder pensando que no irían a la cárcel. Es un factor clave. En Rumania tenían miedo, y además en los últimos años se habían comportado peor que en ningún otro país. Pensaban que les merecía la pena luchar. La policía secreta quería plantar cara, pero el ejército no. Si hubiera podido negociar con tiempo, quizá siguiera vivo y estaría en Nicaragua o en Montecarlo.

Es asombrosa la importancia de la policía secreta en Alemania. La Stasi era uno de los mayores empleadores del país. Más de 100.000 personas a tiempo completo en 1985, sin contar los informantes a tiempo parcial. Dice que en el momento álgido del Tercer Reich había un agente de la Gestapo por cada 2.000 ciudadanos. A mediados de los ochenta había un agente de la Stasi o informante regular por cada 63. Pero al final no les sirvió.

Imagina lo que podrían haber hecho con internet. Hace poco estuve con un amigo que me decía, recordando ese momento: saben lo que hemos tomado para desayunar, pero no pueden evitar que caiga el muro. Muchas de las agencias de espionaje eran inútiles. No podían verlo. A todo el mundo le aterrorizaban la Stasi o las otras agencias, pero no servían para nada. No cumplieron lo que prometían. Y lo mismo pasaba con los espías en Occidente. Tampoco sabían que el muro iba a caer. La CIA no lo imaginó, no lo supo hasta que ocurrió, porque estaban instalados en la mentalidad de la Guerra Fría. La Guerra Fría era algo cultural. Y parte de esa cosa cultural era todo ese mundo del espionaje, de la novela de espías, que es el gran producto de la Guerra Fría. Pero los espías son gente muy estúpida. Nadie inteligente quiere dedicarse a la inteligencia. Solo se hace espía un tipo de persona muy poco imaginativa. Obviamente, hay excepciones, pero en esencia, imagina que lo hubieran visto: “Todo este sistema va a hundirse. No hay que hacer nada, si esperamos dos o tres años se derrumbará por sí solo. No tiene solución, únicamente hay que hacer un poco aquí y allá. Están tan arruinados que podemos comprarles poco a poco. Pero básicamente no nos necesitáis, todo va a desaparecer.” ¿Qué agencia de inteligencia iba a decir algo así? Y, sin embargo, es lo que ocurrió. La situación era tan desesperada que se derrumbó al estilo marxista, por sus contradicciones internas. Eso es lo que destruyó el sistema soviético en Europa Occidental, no tuvo nada que ver con la CIA o el MI6 o cualquier otro servicio secreto.

Cuando habla de Reagan, dice que se le recuerda como un político duro, pero que fue más bien cauteloso, y que ese fue uno de sus aciertos.

Me sorprendió mucho cuando empecé a investigarlo. Tenía una opinión bastante mala. Empecé a estudiar con atención lo que hacía, en vez de lo que decía, o lo que otra gente decía sobre él. Era mucho más inteligente de lo que la gente piensa. Sabía que no iba ganando, que no avanzaba hacia ninguna parte. Cambiar de táctica parece algo lógico. No era alguien guiado por la ideología, era mucho más pragmático e inteligente. Todo el mundo creía que era bastante tonto. No era culto, no era sofisticado, pero no era nada tonto. Te das cuenta leyendo las cartas que escribía. Era perspicaz e inteligente en muchos sentidos. No era un político intelectual, pero su juicio no era malo en absoluto. También se daba cuenta de que tenía un problema, en cierto modo, el mismo de Gorbachov: había a su alrededor personas mucho más extremistas que él. Y tenía que preocuparse por eso. Había hecho una fortuna política con la retórica de la Guerra Fría y con su personaje de tipo duro, y no era fácil contenerlos, pero lo consiguió. Gorbachov, en cambio, siempre estaba preocupado por lo que le acabó sucediendo, un golpe contra él. Siempre lo inquietó la gente de la línea dura, que son los que montaron el golpe un par de años después. Cuando empecé no tenía mucho respeto por Reagan, pero al terminar el libro sí.

George Bush, explica, estaba preocupado por los cambios y la inestabilidad que podía generar.

Todo el orden mundial podía cambiar. Y le preocupó todavía más cuando se hundió la Unión Soviética. Tenía sentido que le preocupara, porque era una potencia gigantesca con miles de cabezas nucleares y un ejército enorme. Quizá exageró su temor, pero me parece que la idea básica era sensata. Más tarde llegaría esa retórica triunfalista, pero no en ese momento. Era una política más inteligente, porque si no podría haber hecho que los rusos reaccionaran de otro modo.

¿Cuál fue el papel de los intelectuales y los disidentes?

Tuvieron un papel e influencia significativos, pero no fueron unos pocos intelectuales los que acabaron con el Imperio soviético. La presión era importante en algunos lugares. Mantuvieron viva la idea de la oposición, cuando parecía peligrosa y de hecho lo era. Pero no derribaron el sistema. Sin ellos, quizá no hubiera ocurrido, o no de ese modo. Hubo figuras realmente inspiradoras, sin duda en Polonia, en Hungría. Crearon una atmósfera vital, que lo sería también después del 89. Pero es fácil exagerar la importancia de los intelectuales. Fue la gente la que lo hizo, en general, y parte de esa gente estaba inspirada por el trabajo de los intelectuales. El proceso de Helsinki, que facilitó ser disidente, fue importante. Hay todo tipo de héroes en esta historia, por un lado estaba Hável, pero Wałęsa era totalmente distinto, nada intelectual. La imagen poderosa es la de Hável y Wałęsa, el autor de teatro de inclinaciones filosóficas y el electricista: es una unión poderosa.

En su libro sobre Lenin subraya la escala de la ambición de su proyecto, que aspiraba a crear un hombre nuevo. El fin de la ocupación es la demostración más clara del fracaso del sistema.

Cualquier idea de que el comunismo era una cosa idealista, o de que se podía llegar a ese hombre nuevo, había muerto hacía mucho. El cinismo había agrietado el alma del comunismo mucho antes. Son dos momentos muy distintos. Pero sí: tenemos la increíble ambición del comunismo, y luego la escala gigantesca de su fracaso.

Ese año fue cualquier cosa salvo cínico. Representó un cambio enorme, masivo, pacífico. Una idea de liberación y esperanza. La noche en que cayó el muro de Berlín fue una de las noches más felices y extraordinarias de mi vida. Fue un momento increíble de esperanza. Pensaba: si esto puede pasar, cualquier cosa puede ocurrir. Y solo tres meses después de eso Nelson Mandela fue liberado, por ejemplo. Caía una tiranía basada en el comunismo y poco después desaparecía un régimen basado en el racismo. Parecía que todo era posible.

Dice John Lanchester que era una época en la que pensábamos que caían los muros: el de Berlín, el apartheid, las fronteras entre los países europeos. Y que ahora vivimos en un momento opuesto en muchos sentidos.

Estamos en una época muy distinta, la gente está asustada. Antes había esperanza. Entiendo que la gente tenga miedo. No creen que la democracia liberal vaya a funcionar para ellos. Y entiendo que adopten parte de esa retórica nacionalista, de Estados Unidos o el Reino Unido primero, Rusia primero, China primero… Solo hay un lugar lógico en el que desemboca todo eso.

¿Qué queda del comunismo? Incluso los países que se dicen comunistas han adoptado variantes del capitalismo.

Algo queda. El mayor ejemplo es China. Pueden ser algo capitalistas, pero no es el capitalismo como lo conocemos en Europa o Estados Unidos. No es un mercado libre, es un capitalismo dirigido por el Estado. El partido lo controla todo y es muy leninista. Corea del Norte importa porque hay gente que quiere que importe, pero no por lo que es. China importa mucho. No creo que las ideas hayan desaparecido. Hay mucha gente que cuestiona la democracia liberal y la economía neoliberal. En los ochenta, noventa y dos mil decíamos: la economía solo puede funcionar de este modo. Y ahora, por ejemplo, tienes a Trump, que no cree en el mercado libre, que cree en proteccionismo y tarifas. Buena parte del brexit tiene que ver con los mercados libres. Entre los jóvenes es importante de nuevo, como casi siempre a lo largo de la historia, el asunto de la desigualdad. Puedes olvidarla cien años, pero volverá. Y los marxistas tenían una explicación para la desigualdad. En muchos países se les vuelve a leer, durante treinta o cuarenta años no se había hecho. Las ideas no han desaparecido, buscan soluciones a los viejos problemas que los comunistas pensaban que habían resuelto, aunque, por supuesto, no lo lograron. Creo que en muchas áreas del mundo, en los próximos cinco o diez años, se intentarán esas mismas soluciones de nuevo, y habrá revoluciones de izquierdas después de que fracasen las revoluciones de derechas. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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