Entrevista con Deborah Eisenberg: “Una de las ridículas características del ser humano es que no puedes saber dónde estás en la vida”

Los relatos de Deborah Eisenberg abordan las relaciones personales y los personajes parecen estar un poco perdidos; como recién levantados de una siesta a destiempo.
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Los seis cuentos reunidos en Relatos (Chai editora, 2023, traducción de Federico Falco) funcionan a modo de antología de lo mejor de Deborah Eisenberg (Chicago, 1945), una escritora que se demoró en publicar porque se demoró en lanzarse a escribir. En sus relatos –que eluden el clímax de manera deliberada– se abordan las relaciones personales y los personajes parecen estar un poco perdidos; como recién levantados de una siesta a destiempo.

En 2006 se tradujo al español El ocaso de los superhéroesRelatos es una selección de sus cuentos, ¿está de acuerdo con los que han escogido? ¿Incluye su cuento favorito?

¡Me habría encantado cualquier selección!

Ha dicho que empezó a escribir tarde y que trató de no hacerlo. ¿Por qué se resistía y qué le hizo cambiar de opinión?

¿Cómo se traducen al lenguaje la sensación y la experiencia, cómo se reduce la experiencia para que quepa en las palabras y cómo se amplían estas para transmitir la experiencia? ¿Y cómo plasmar de forma plausible y coherente las enigmáticas relaciones entre azar e inevitabilidad? No hace falta ser muy humilde para comprender que se trata de retos que nunca se podrán afrontar adecuadamente.

A mucha gente le gusta jugar con las palabras, pero es un milagro que alguien intente escribir algo. Hace muchos años aprendí que no era ni mucho menos la única persona que pensaba: “Si no voy a ser tan bueno como Dostoievski, no tiene sentido intentarlo.” Supongo que la mayoría de los escritores de ficción empiezan a escribir antes de darse cuenta de que es imposible, y cuando lo comprenden ya es demasiado tarde para parar. La gente como yo, que empieza más tarde, tiene un impulso extremadamente poderoso, o es intrépida, o arrogante, u obtusa, o redefine ágilmente los obstáculos. O lo que sea. En mi caso, fue la amenaza finalmente insoportable del sinsentido existencial lo que me llevó a enfrentarme a la perspectiva de la vergüenza aniquiladora que siempre es (o quizá debería ser) el coste de intentar escribir algo.

Llegados a ese punto, la desesperación me hizo enfrentarme a la cruda realidad de que, al abstenerme de escribir, en realidad no estaba ahorrando al mundo otro escritor de ficción mediocre más porque, para el mundo, un escritor de ficción mediocre más o menos no importa en absoluto.

Empezó escribiendo teatro, ha trabajado también en cine. ¿Cómo fueron esas experiencias?

Fueron grandes experiencias. Y, de hecho, empecé escribiendo un cuento, y ese cuento llegó a oídos de alguien que me encargó que escribiera una obra de teatro. Nunca había aspirado a escribir una obra de teatro, pero supongo que no habría seguido escribiendo si eso no hubiera ocurrido, si no me hubiera visto más o menos obligada a escribir esa obra. Pero así fue.

Una de las consecuencias fue que pude ver trabajar a los actores, algo que podría hacer felizmente de la mañana a la noche todos los días del año. Y otra consecuencia fue que cuando terminé de trabajar en la obra, allí estaba yo, todavía con un bolígrafo en la mano, y para entonces ya no me sentía inclinada a dejarlo.

Décadas más tarde, el asombrosamente inventivo director Steven Soderbergh se puso en contacto conmigo y me pidió que trabajara con él en Déjales hablar. No me pareció necesariamente una buena idea que me contratara para ese proyecto, pero por otro lado, era tan original y aventurero que pensé que si lo rechazaba, bien podría estar muerta. Me alegro mucho de no haberlo rechazado. Era algo que estaba muy lejos de mi experiencia (probablemente muy lejos de la de cualquiera, en realidad) y fue instructivo y, dejando a un lado el terror que sentí, fue delirantemente divertido participar.

Sus cuentos son especiales, cada uno es único a su manera. Parte de su encanto está en que, incluso en los que hay conflicto y clímax, de un modo totalmente deliberado lo elude para poner la carga en atrapar el mundo interior de los personajes. ¿Cómo lo logra?

Un “conflicto” o “clímax” puede desviar la atención del lector de lo que ha estado sucediendo para precipitarlo. Una explosión de ese tipo puede, en la obra de un escritor maravillosamente perspicaz, expresar a la perfección las profundas y misteriosas actividades que han conducido a ella. Pero más a menudo, en la página, un gran acontecimiento dramático puede parecer (y ser) superficial o deshonesto. Los individuos, en sus diversas trayectorias, chocan entre sí o con las circunstancias. Y ese tipo de drama puede engullir la experiencia interior, inarticulable, fugaz, llena de matices, que para mí es la experiencia “real”. Una descripción más bien general o mecánica de una pérdida abrumadora puede ser una taquigrafía para obligar al lector a tener una respuesta emocional enorme, pero muy automática –y más bien hilvanada–.

No hace falta escribir mucho más que “Fue solo su fino cigarrillo lo que destruyó el hogar que yo había construido con tanto esfuerzo durante tantos años” o “Ahora sabía lo que el padre Benito había hecho para que los ojos del pequeño Bobby se volvieran tan duros” para despertar la sensación latente de pavor que siempre está lista para abrumarnos. Pero un punto focal artificial y preconfeccionado como ese no significa nada en particular, y el poderoso efecto inmediato se dispersa como la niebla.

Cada cuento tiene sus propias reglas y su universo, pero en esta antología los personajes comparten la sensación de no saber muy bien dónde están, aunque no sé si les preocupa… 

Una de las ridículas características del ser humano es que no puedes saber dónde estás en la vida, no puedes saber lo que ha sido tu vida hasta que se acaba. Y es muy poco probable que lo sepas entonces. En un buen día, probablemente no pienses mucho en ello.

Los cuentos de la selección están fechados entre 1984 y 2003, ¿los ha leído últimamente? ¿Cómo se lleva con sus cuentos antiguos?

De vez en cuando necesito releer alguna historia antigua, pero no suelo hacerlo. Y, al parecer, comparto con muchos otros escritores la incapacidad de recordar mucho, si es que recuerdo algo, sobre el proceso de escritura de una obra de ficción concreta y tengo una sensación de absoluto desconcierto sobre cómo llegó toda esa tinta al papel.

Consigue algo muy difícil: sus cuentos están vivos y al leerlos se tiene la sensación de estar dentro de un tableau vivant. ¿Qué le interesa de la ficción? ¿Qué persigue al escribir?

Me encanta la elasticidad de la ficción, su capacidad. Por supuesto, la ficción está relacionada con otras formas de explorar lo que es ser humano: psicología, antropología, neurología, historia, ficción… todas están relacionadas. Pero no creo que haya ningún medio más adecuado para captar la rareza, la variedad y la intensidad de la experiencia humana. La única cualidad indispensable para una buena ficción es una profunda fidelidad a la realidad (no me refiero necesariamente a un naturalismo impecable, sino a una profunda fidelidad: Turguéniev o Kafka: el abanico de formas de ser veraz es ilimitado).

Nunca parto de una intención consciente. Y, para ser sincera, delego la carga de la “intención” en aquello en lo que estoy trabajando. Porque uno de los elementos más sorprendentes de la escritura es la liberación de partes ocultas, o amordazadas, de la mente. Al final, cuando creo que he terminado algo, intento ver cuál es su intención. Y a veces descubro que la intención no está del todo clara para mí, así que trabajo más, hasta que lo está. Cuando la tengo clara, confío plenamente en que también la tendrá el lector adecuado.

Siento un enorme respeto por la ficción y estoy profundamente agradecida por la existencia de ficción excelente. No puedo decir lo que pretendo escribir, si es que pretendo escribir algo, porque no lo sé.

En sus cuentos hay un interés por mostrar el paso del tiempo. Se necesita que haya pasado el tiempo para poder mirar atrás y hacer balance de la vida, de lo que creíamos que iba a ser y de lo que es.

Es fascinante cómo funciona el tiempo en la vida humana y cómo lo experimenta la mente: se retuerce y gira, se alarga, se encoge, se duplica, se buclea… infinitamente interesante. Envejecer (o ser viejo, en mi caso) tiene muchas cosas desagradables, pero sin duda es interesante; cada experiencia pasada parece refractarse en un prisma, un prisma mágico en el que una cosa no solo se ve desde distintos ángulos, sino que también parece transmutarse en distintos tipos de cosas.

¿Es posible que el pasado pueda alterarse en el presente? Sigo sospechando que sí.

Otro tema recurrente son las relaciones personales, madres e hijas, amor y amistad. ¿Se cuentan las vidas a través de las relaciones con los demás?

Nunca se me ha ocurrido preguntarme si es así, pero no sé muy bien de qué otra forma se puede contar la vida. Ya no creo que una personalidad sea algo estable, fijo o bien integrado. Y no existe la persona solitaria en todos los sentidos. Todo el mundo tiene, si no relaciones, sí una falta de relaciones, o una historia, o un contexto. Cada persona suscita aspectos diferentes, y a veces muy inesperados, de la personalidad de otra persona: todo el mundo está marcado por otras personas, por relaciones o encuentros con otras personas, o por los extraños efectos de la soledad.

Con solo un trozo de papel y un bolígrafo –o una pantalla y un teclado– es posible ser un científico loco. Básicamente, creas un ser humano imaginario, lo tiras a un contenedor imaginario y, a continuación, metes uno o dos seres humanos imaginarios y observas lo que ocurre. ¿Las cosas en el cubo se vuelven de colores excitantes? ¿Combustiona? ¿Salen de él un montón de seres humanos nuevos y completamente desconocidos? ¿Qué tienen que ver estas personas imaginarias entre sí, cómo se afectan mutuamente? A veces, los complejos dinamismos entre las personas se revelan en un trozo de papel.

Ha dicho que escribir es su modo de pensar sobre las cosas. ¿Qué quería decir?

No estoy segura, pero supongo que quería decir que es mi forma de descubrir cosas que antes me resultaban inaccesibles. Escribir ralentiza la mente, o quizá la acelera, o ambas cosas a la vez, pero en cualquier caso, la mente tiene que cambiar de ritmo para poder salirse del trabajo, vagar un poco, para poder encontrar y hurgar en cosas inescrutables, alarmantes e inarticulables, las maravillas y realidades que se ciernen más allá de los márgenes de la racionalidad. Afortunadamente para los escritores, la mente no supervisada siempre está trabajando entre bastidores.

¿Ha logrado su ambición de “no hacer nada”, o sigue escribiendo?

No sé si sigo escribiendo; no hay muchas pruebas de ello, aunque ciertamente me gustaría. Y mi antigua ambición de no hacer nada ha quedado obsoleta. En realidad, fue una especie de malentendido, porque aparentemente es probable que no exista la nada. Y, en cualquier caso, no hacer nada exigiría vivir sin comida ni cobijo (o, digamos, atracar un banco) y también ser capaz de lograr un contacto perfecto con el momento, una armonía perfecta. Dudo mucho que yo pueda alcanzar ese estado por mucho que lo intente. Así que no me veo muy bien equipada para no hacer nada. El hecho es que vine al mundo con malestar y ansiedad, con pena y rabia. ¿Por qué desperdiciar esos dones? Probablemente sean condiciones indispensables para escribir. ~

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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