Escolástica de la modernidad

La modernidad póstuma

Antonio Valdecantos

Abada Editores,

Madrid, , 2022,., 352 pp

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Filósofo ya de largo recorrido, Antonio Valdecantos se encuentra en plena madurez argumentativa: sus libros se cuentan por decenas y su prosa hipotáctica e irónica parece capaz de llegar a cualquier puerto. El pensador madrileño nos regala en esta ocasión un libro que quiere desentrañar la ideología de la modernidad, prolongando con ello anteriores reflexiones suyas acerca del modo en que las ideas condicionan la percepción de eso que llamamos realidad: gusta Valdecantos de identificarlas, atraparlas, desmenuzarlas. Este incansable cazador de sentidos ocultos nunca se cansa de desenmascarar falsas apariencias, incluyendo la convicción de que hay falsas apariencias. Y aunque aquí propone un manual de resistencia que el ciudadano reflexivo podrá emplear para zafarse de las garras de su época, la desconfianza que el propio Valdecantos transmite al lector acaba por jugar en su contra: no sabemos, al cerrar las páginas del libro, si queda algo en lo que podamos creer. He aquí una filosofía de la sospecha tan persuasiva que nos deja sin asidero. O casi.

Tal como sugiere el título del libro, Valdecantos toma como punto de partida una caracterización del estado actual de la modernidad como “modernidad póstuma” que nos sirve para empezar a comprender por qué nos vemos hoy como nos vemos. Se aventura con ello en el terreno de la filosofía de la historia, pero no a la manera hegeliana que busca identificar el sentido que “impulsa” la historia de los acontecimientos, sino como medio para formular el diagnóstico sobre la enfermedad de nuestro tiempo. Y lo hace partiendo de la desencantada certeza de que todos los tiempos están enfermos, si bien cada uno lo está a su manera. Claro que la modernidad no es un tiempo cualquiera, sino aquel que se hace consciente de sí mismo y persigue la novedad a través del ejercicio de la razón en todos los terrenos de la existencia. Ocurre que la modernidad ya no es joven; ha conocido decepciones y desencantos. De hecho, a la pregunta sobre cómo haya de definirse nuestro tiempo se ha respondido de muchas formas: modernidad tardía, posmodernidad, transmodernidad. Aquí se sostiene que la modernidad no ha muerto, sino que se ha acelerado e intensificado de tal manera que hemos alcanzado “la certeza de que todo ha pasado ya y de que lo que resta es repetición”. Para ilustrar esa peculiar encrucijada, Valdecantos tira de dos figuras ideales –el libertino y el puritano– que habrían dejado de oponerse entre sí: andando el tiempo, hemos abrazado un “hipervitalismo compulsivo” que nos obliga a hacer y vivir sin pausa cosas siempre extraordinarias, siendo a la vez rigoristas y transgresores. Pero nada es extraordinario de verdad si todo tiene que serlo en todo momento y para todos, constatación que vale para el individuo tanto como para su época.

Que sin embargo estemos anunciando sin pausa novedades “históricas”, como hace el periodismo cada mañana, sería prueba del poder de la ideología tal como Valdecantos la define: como el conjunto de mentiras que se hacen verdad mediante su difusión. Y la ideología no solo es tóxica, afirma el pensador madrileño, sino que estamos todos atrapados en ella. La ventaja del filósofo es que puede dar un paso hacia atrás y estudiar aquella ideología bajo cuyo imperio le ha tocado vivir; aunque no le guste. No en vano, Valdecantos describe su libro como “el efecto de una repulsión que procura no tomar el razonamiento como anestesia”. De ahí que despotrique contra la etiqueta de “sociedad del conocimiento” como forma dominante de la ideología contemporánea –sin que parezca servir de nada recordarle ingenuamente que hay conocimientos que han mejorado la vida de los humanos modernos– y apueste por una crítica de inspiración averroísta que se materializará allí donde hay individuos o comunidades que “rompen su propia identidad personal produciendo un discurso que se les va de las manos”. Algo menos oscuramente: si concebimos la ideología como un texto que no podemos dejar de leer, la crítica equivale a una enmienda o corrección parcial, que no obstante es incapaz de “salirse” de la ideología. De ahí que Valdecantos crea pertinente renunciar a la vieja categoría de la “emancipación” y la reemplace por la de “resistencia”. Nos parece así leer a Ferlosio cuando afirma que no habríamos de creernos promesa alguna del bien futuro, sino que solo cabe tomar conciencia de los “peligros y desastres” que aún no han llegado a desencadenarse. Tratar de contener o retrasar el mal da forma al programa de máximos del sujeto que lee entre líneas en el texto de la ideología: más no cabe hacer.

Valdecantos ha escrito un largo libro sinuoso, que se detiene cuanto resulta necesario en las ideas que desea transmitir y propone con frecuencia ingeniosas conceptualizaciones que ayudan a diferenciar entre cosas que se parecen y son sin embargo sutilmente diferentes. Podría decirse que un esfuerzo semejante contradice las tesis que desarrolla el propio autor, especialmente la recomendación –“dejar de actuar”– con que se cierran estas páginas. Porque Valdecantos no cree en nada o casi nada, como demuestran sus críticas al pluralismo (simple elemento legitimador de nuestras democracias que nos devuelve la mejor imagen posible en el espejo) o los hechos (“los hechos son cosa muy apreciada y, en algunos ambientes, casi sagrada”). Autores como Benjamin, Marx, Merton o Averroes –entre muchos otros– contribuyen a una demolición no exenta de coquetería, que desemboca en una atractiva taxonomía de los tipos de resistencia intelectual disponibles para quien haya sido capaz de comprender que tal resistencia es necesaria; el resto continuará seducido por el mito de la autenticidad y dedicado a acumular vivencias extraordinarias idénticas a las de su vecino.

A este respecto, encontramos páginas brillantes en las que se recurre al “intelecto general” de Averroes para explicar por qué el pensamiento es más inusual de lo que parece: durante la mayor parte del tiempo es la ideología la que nos “piensa” a nosotros, como demuestra la facilidad con que los individuos reproducen el lenguaje de su tiempo cuando hablan. Y aunque no queda claro qué condiciones han de darse para que alguien escape a semejante lógica homogeneizadora, que en nuestro tiempo adopta el lenguaje de la rebeldía liberadora, hay distintas maneras de combatir la presión ideológica. Valdecantos identifica tres: podemos “salir de cobertura”, detenernos en aquello que ha sido desechado u olvidado, o apostar por la “ironía colérica”. Esta última no es trágica, sino cómica: quien la ejerce sabe que no puede escapar a las deformidades que detecta en su propio tiempo. Supone el autor que esta descripción fría de la vida tal como es, libre de pasiones impúdicas, será perturbadora para sus coetáneos, pues se les hará evidente que las explicaciones que ofrece la ideología de la modernidad póstuma nada tienen que ver con lo que les revela quien –no sabemos cómo– ha encontrado acceso a la verdad.

Esa es también la función crítica de este libro, que acaba con un elogio de la indolencia como fuente del auténtico pensamiento y, sin embargo, habrá de vencer la indolencia de aquellos que hayan decidido no leer jamás otro libro. Harían mal, qué duda cabe: la brillante prosa de Antonio Valdecantos es un placer intelectual no reñido con el aprendizaje moral. ¡Avisados están! ~

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(Málaga, 1974) es catedrático de ciencia política en la Universidad de Málaga. Su libro más reciente es 'Ficción fatal. Ensayo sobre Vértigo' (Taurus, 2024).


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