Aquel encuentro

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Tal vez el lector de Letras Libres lo recuerda: se llamó Encuentro Vuelta: "La experiencia de la libertad". Su propósito fue reunir a un grupo selecto y plural de pensadores de todas las latitudes para discutir la sucesión histórica casi inimaginable que había ocurrido ante nuestros ojos: la caída del Muro de Berlín, la Revolución de Terciopelo, la liberación de la "Europa secuestrada", la profundización generalizada de los dos procesos que fueron el verdadero comienzo del ciclo: la Glasnost' y la Perestroika. El régimen soviético se derrumbaba no por obra de sus críticos ni de sus enemigos externos: se derrumbaba desde sus propias entrañas, inerme ante su inviabilidad estructural, desgarrado por sus contradicciones y mentiras, en un acto casi cósmico de implosión: un big bang al revés. Había que reflexionar sobre el año axial de 1989, había que sacar moralejas del pasado y atisbar algunas zonas del futuro.
     A pesar de la distinguidísima trayectoria intelectual de nuestros invitados; a pesar de que todos ellos provenían originalmente de la izquierda o seguían militando de alguna forma en ella; a pesar de que varios participantes provenían de los países del Este y podían dar un testimonio insospechable; a pesar de que en el Encuentro intervinieron escritores de corrientes adversas a la revista Vuelta;  a pesar de todo ello, no faltó quien nos descalificara llamándonos "fascistas", "defensores del capitalismo", "enterradores de la Revolución". Nuestros invitados no podían creer las acusaciones. Muchos de ellos habían perdido seres queridos en los campos de concentración nazifascistas o habían sidoellos mismos sus víctimas directas. El agravio los llevó a redactar un manifiesto colectivo que apareció en los diarios y que ahora Letras Libres republica para dejar testimonio de aquella infamia.
     Con todo, nuestro entusiasmo era inmenso. Recuerdo la ilusión que tuvimos al transmitir los programas por Canal 2. Era un caballo de Troya en el sistema, un ensayo inédito de pluralismo y tolerancia, una clase viva de libertad de expresión y democracia. Tenía que germinar y prohijar otros debates, congresos, coloquios. Al poco tiempo editamos las memorias sin suprimir una coma de las intervenciones y los debates. Quienes trabajamos junto con Octavio Paz en el proyecto, teníamos la esperanza de que ese ejercicio indujese a la clase intelectual, académica y estudiantil de México —tan influyente entonces como ahora— a reconsiderar con valentía autocrítica sus posiciones. La tarea era inmensa: tenían que ver de frente el saldo histórico del "socialismo real", decenas de millones de muertos por el comunismo de guerra, la colectivización forzosa, el terror, el Gulag y sus secuelas en China, el Lejano Oriente, en Cuba y otros países de nuestra propia América. Ese saldo atroz no era un accidente del sistema socialista, era su traducción necesaria a la realidad. El Encuentro tocó esos temas y fue más allá: quiso ponderar las consecuencias políticas, económicas, sociales, étnicas y culturales del gran cambio, y contrastar el destino de nuestras sociedades con el de aquellas, para sacar lecciones prácticas. No quisimos enterrar la esperanza de igualdad y fraternidad: quisimos desenmascarar a quienes en nombre de esas ideas masacraron a millones de personas. Y quisimos vindicar a la democracia como el único camino para alcanzar, en la medida de lo posible, aquellos fines.
     Nuestras esperanzas, ahora lo veo claro, fueron excesivas, casi ilusorias. El Encuentro quedó grabado quizá en un sector del público y tal vez contribuyó en alguna medida a la democratización —que ya estaba en plena marcha— de un sector de la izquierda política intelectual. Pero lo cierto es que no conmovió a los dogmáticos de siempre. Si la realidad histórica refutaba sus posiciones ideológicas, el problema era de la realidad histórica. Así resistieron por un par de años el vendaval, hasta que los errores políticos del régimen de Salinas y el estallido de la rebelión zapatista abrieron una nueva vía a su vocación de irrealidad: ¡Hasta la victoria siempre!
     Hoy esa imperiosa vocación de irrealidad, ese milenarismo violento, esa tenaz contrahistoria pervive en el "sótano de México", albañal de sectas revolucionarias que desdeñan la democracia, alientan el sacrificio mesiánico de grandes masas indígenas y el secuestro de la institución que por casi un siglo fue el emblema mismo de la libertad de cátedra: la Universidad Nacional Autónoma de México. Nadie que haya nacido a la política en 1968 —y Letras Libres, como Vuelta, tiene por orgullo esa filiación— podrá abogar nunca por el uso de la fuerza. Pero nadie tampoco podrá imponer de nuevo en México la intolerancia, el discurso único y la mentira flagrante. A nadie engañan ya los huelguistas y sus titiriteros: sus actitudes son una combinación de primitivo bolchevismo y fascismo instintivo, con dos o tres toques de relajo mexicano y un trasfondo general de nihilismo. Creen que están vivos y vigentes, pero son fantasmas de aquellos fantasmas derrotados dos veces en Berlín: en 1945 y en 1989. Al menos una victoria ganó el mundo hace diez años: la de las letras en libertad. –

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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