Ilustraciรณn: Hugo Alejandro Gonzรกlez

Escritores urgidos de dinero

La pregunta de cuรกnto vale la literatura plantea la cuestiรณn no solo de la subsistencia de los escritores sino de la pervivencia de una cultura.
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I

Unos meses atrรกs, un estudio de la Authors Guild estadounidense ponรญa cifras a percepciones ya existentes en relaciรณn con los ingresos de los escritores: de acuerdo con el estudio, estos han disminuido 42% en la รบltima dรฉcada; incluso aquellos autores que suman al dinero obtenido por sus libros el devengado por actividades afines a la escritura, como las clases y/o las reseรฑas y conferencias, ganan en promedio tan solo 20,300 dรณlares anuales, bastante por debajo de la lรญnea de pobreza para una familia de tres o mรกs miembros en Estados Unidos. La importancia creciente de Amazon en el mercado del libro, la reducciรณn de los adelantos para autores en la โ€œmid-listโ€, la disminuciรณn de las ventas tambiรฉn en el รกmbito digital y la competencia de plataformas gratuitas de lectura como Open Library y Google Books eran mencionadas por la organizaciรณn como las razones principales de la disminuciรณn de los ingresos de sus miembros.

No se trataba de la primera de las noticias acerca del asunto; por supuesto, no serรญa la รบltima. Medium publicรณ en febrero de este aรฑo una colecciรณn de ensayos en la que autores como Carmen Maria Machado, Elizabeth Strout y Andy Weir contaban con quรฉ trabajos se habรญan mantenido a flote al momento de escribir algunos de sus libros

((Un propรณsito similar persiguen Scratch: Writers, Money, and the Art of Making a Living (Simon & Schuster, 2017), el libro en el que Manjula Martin reuniรณ conversaciones sobre literatura y dinero con autores como Jonathan Franzen, Roxane Gay, Leslie Jamison, Yiyun Li y Alexander Chee, y Who Pays Writers, una pรกgina web en la que es posible consultar cuรกnto pagan por palabra y cuรกnto tardan en efectuar el pago decenas de publicaciones estadounidenses y europeas.
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. Unas semanas despuรฉs, Alison Flood alertaba a los lectores en The Guardian respecto al hecho de que, de acuerdo con la Royal Society of Literature britรกnica, solo el 5% de los autores de esa nacionalidad obtiene por su trabajo la cantidad que Virginia Woolf sostuvo en una ocasiรณn que un escritor necesitaba para vivir: 500 libras en su dรญa, hoy 30,000 libras anuales. En el mismo artรญculo, Kerry Hudson admitรญa que unos aรฑos atrรกs habรญa tenido que solicitar una ayuda extraordinaria del Royal Literary Fund para pagar el alquiler pese a haber obtenido solo unas semanas antes el prestigioso Prix Femina. โ€œVengo de la clase trabajadora, no tengo tarjeta de crรฉdito, no tengo una familia a la que le pueda pedir prestado: no tengo red de contenciรณnโ€, reconocรญa la escritora. Las suyas podrรญan haber sido las declaraciones de muchos de los que, como denunciase Sara Mesa en El Confidencial, no habรญan cobrado todavรญa sus honorarios por la participaciรณn en un seminario organizado por la Direcciรณn General de Cultura y Patrimonio del Gobierno de Aragรณn algo mรกs de nueve meses antes, de los autores argentinos que cuestionaron las prรกcticas econรณmicas de las editoriales โ€œindependientesโ€ dos aรฑos atrรกs, de las instituciones y creadores mexicanos que en marzo de este aรฑo cuestionaron el โ€œintento de destruir el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA)โ€ por parte de sus nuevas autoridades. Y de los numerosos profesionales del sector del libro a los que la editorial hispanomexicana Malpaso continรบa debiรฉndoles dinero por su labor.

2

La relaciรณn entre los escritores y el dinero siempre ha sido problemรกtica

((En no menor medida debido a que, a falta de una instancia objetiva que determine el valor de lo producido, algunos escritores han utilizado (y utilizan) como referencia el dinero que perciben. En su biografรญa de William Faulkner One Matchless Time: A Life of William Faulkner (HarperCollins, 2005) Jay Parini, afirma, acertadamente, que โ€œmuy raras veces el dinero es sรณlo dinero. La obsesiรณn con รฉl que parece haber esclavizado a Faulkner a lo largo de su vida puede ser vista como una medida de su sensaciones de estabilidad, valor, sujeciรณn en el mundo [โ€ฆ], una forma de calibrar su reputaciรณn, su poder, su realidadโ€.
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. Giuseppe Scaraffia recordaba tiempo atrรกs (en Los grandes placeres, 2015) que Honorรฉ de Balzac disponรญa de una โ€œescalera secreta en la parte posteriorโ€ de su casa que utilizaba para escapar de los acreedores. โ€œLa dilapidaciรณn del joven Charles Baudelaire era tal que su familia tratรณ primero de rehabilitarlo embarcรกndolo a la fuerza en un viaje por las Antillas. Luego, vista la inutilidad de aquella empresa, pensรณ que era mejor ponerlo bajo la tutela de un notario de probada frugalidad. […] Mientras escribรญa la historia de la Bovary, que se suicida no solo por las desilusiones amorosas, sino, sobre todo, por las deudas, Gustave Flaubert no sabรญa que tambiรฉn a รฉl le tocarรญa en suerte algo parecido. De hecho, se arruinรณ por salvar de la bancarrota a su frรญvola sobrina.โ€

Una visiรณn romรกntica de la prรกctica literaria en no menor medida alimentada por la idea cristiana de que โ€œla pobreza y la mortificaciรณn de la carne permitรญan comulgar con el Espรญritu Santo o con la musaโ€, como recuerda Alberto Manguel, han contribuido decisivamente a la popularizaciรณn de la figura del escritor pobre que, con la anuencia de Hollywood (piรฉnsese por ejemplo en la reciente y grotesca Genius, dirigida por Michael Grandage en 2016), permea una opiniรณn mayoritaria acerca del oficio de la que abundan los testimonios. Por ejemplo en la correspondencia de los escritores. โ€œMรกndeme usted algo para evitar que me muera mucho de hambreโ€, escribiรณ Paul Verlaine a su editor en cierta ocasiรณn. Juzgando muy baja la asignaciรณn que le enviaba su padre, un joven Stendhal amenazรณ, por su parte: โ€œMe verรฉ obligado a contraer deudas.โ€ Christian Dietrich Grabbe admitiรณ: โ€œMuchos han descrito mi trabajo como โ€˜genialโ€™, pero yo sรฉ que del genio solo tengo un rasgo: el hambre.โ€ James Joyce se quejaba en 1906 en una carta a su hermano Stanislaus de lo mucho que comรญa Nora, su mujer, al tiempo que le pedรญa dinero. Leopoldo Alas โ€œClarรญnโ€ solicitaba โ€œsesenta durosโ€ a su editor porque (reconocรญa) era un jugador de billar โ€œmuy maloโ€ y habรญa acumulado deudas. Ramรณn Marรญa del Valle-Inclรกn le escribiรณ a Torcuato Ulloa: โ€œMe convendrรญan mucho ahora algunas pesetas, para poder comprarme el brazo. La Asociaciรณn de la Prensa me da para ello quinientas pesetas, pero el brazo, si ha de serme de alguna utilidad, me costarรก mil. Eso sรญ, serรก una cosa magnรญfica.โ€ La correspondencia de Else Lasker-Schรผler, la de Thomas Bernhard y la de Francis Scott Fitzgerald tienen una naturaleza casi exclusivamente econรณmica; los tres desastrosos intentos de este รบltimo de instalarse en Hollywood, que tanto contribuyeron a su final, estuvieron motivados por una necesidad acuciante de dinero de la que eran responsables no solo sus elevados gastos personales sino tambiรฉn los de los colegios para su hija Scottie y los hospitales psiquiรกtricos para Zelda, su esposa

((Fitzgerald comenzรณ su carrera percibiendo 4.000 dรณlares por relato (unos 55.000 dรณlares americanos actuales); diez aรฑos despuรฉs su deterioro y el de su trabajo eran tan evidentes que debรญa conformarse con 200. (La informaciรณn proviene del prรณlogo de Anne Margaret Daniel a Iโ€™d Die for You and Other Lost Stories by F. Scott Fitzgerald: Simon & Schuster, 2017.)
))

. Mientras escribรญa El capital, Karl Marx pasaba dรญas sin abandonar su vivienda porque su esposa habรญa tenido que empeรฑar su ropa para comprar comida. Johann Wolfgang von Goethe decidiรณ tomar sus asuntos econรณmicos en sus manos para no ser explotado, como tambiรฉn hicieron, entre otros, Vicente Blasco Ibรกรฑez (posiblemente el primer autor de la literatura en espaรฑol que fue tambiรฉn su propio agente) y el argentino Rodolfo Fogwill. โ€œEn cuatro semanas voy a estar completa, totalmente muerto [si no envรญa dinero]โ€, avisรณ Joseph Roth a Stefan Zweig desde su exilio parisino; se sumaba asรญ a una larga lista de escritores urgidos de dinero entre cuyos integrantes se cuentan Heinrich Heine, Georg Trakl, Charles Baudelaire, Rainer Maria Rilke, Robert Musil, Fiรณdor Dostoyevski, Edgar Allan Poe, Anna Seghers, August Strindberg, Josรฉ Donoso, Lรฉon Bloy, Cรฉsar Vallejo y Robert Walser. โ€œNo tengo nada. Debo mucho. El resto se lo dejo a los pobresโ€, escribiรณ Franรงois Rabelais en su testamento.

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Aunque la Authors Guild otorga en su estudio una importancia crucial a Amazon en el deterioro de los ingresos obtenidos por los escritores, la situaciรณn es algo mรกs compleja, y las culpas deben ser repartidas entre la prรกctica totalidad de los participantes en el negocio del libro, comenzando por las editoriales. Ante el importante retroceso en su facturaciรณn en los รบltimos aรฑos, estas han apostado, por una parte, por una estrategia de adquisiciones y compras de editoriales rivales en el marco de la cual catรกlogos completos quedan relegados en beneficio de los autores multiventas, los รบnicos que hacen el โ€œtraspasoโ€ a las editoriales que los han adquirido. Por otra parte, la apuesta editorial ha consistido en aumentar el nรบmero de tรญtulos publicados reduciendo su tirada, lo que tiene como resultado un volumen de publicaciones que la prensa cultural (aquejada de una doble crisis, la de resultados y la de propรณsito, esta รบltima vinculada con el escaso nivel de buena parte de sus colaboradores tanto como con una polรญtica que fomenta el clic en detrimento de la producciรณn de pensamiento crรญtico) no es capaz de reflejar, las librerรญas no pueden exhibir y el lector no llega a conocer. Mientras las editoriales mรกs importantes piensan en nuevos โ€œproductosโ€

((Enterradas ya las fantasรญas que inspirรณ la Feria de Frรกncfort de 2008 de que el libro electrรณnico sustituirรญa โ€œen diez aรฑosโ€ al libro en papel y estancadas las ventas del audiolibro, las editoriales parecen orientarse hacia la adquisiciรณn de contenidos susceptibles de ser franquiciados, por ejemplo mediante su transformaciรณn en teleseries, a la literatura infantil y juvenil y a la eliminaciรณn de intermediarios mediante la adquisiciรณn de distribuidoras y cadenas de librerรญas.
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, el que constituye su principal fuente de ingresos, el libro, es descuidado tanto por ellas como por los agentes literarios (de los que lo mejor que se puede decir es que son extraordinariamente eficaces para vender todos aquellos productos que, por sus caracterรญsticas, no necesitan la intercesiรณn de un agente) y por algunos de los propios autores, quienes, para compensar la disminuciรณn de sus ingresos en concepto de derechos de autor, publican tres y hasta cuatro libros al aรฑo, en especial en Espaรฑa: como observรณ James Gleick, presidente de la Authors Guild, โ€œcuando empobreces a los escritores de un paรญs, tambiรฉn empobreces a sus lectores [ya que] los libros de calidad requieren a menudo un tiempo y un trabajo de investigaciรณn que no pueden ser llevados a cabo si el autor necesita ademรกs dar clases y conferencias para llegar a fin de mesโ€.

Mรกs libros, de peor calidad, juzgados a menudo por una crรญtica literaria escasamente capacitada y/o indulgente, que duran poco en librerรญas y, en general, son desestimados por un pรบblico generalista que sigue consultando las muy dudosas listas de โ€œlos mรกs vendidosโ€ bajo el precepto errรณneo de que algo es bueno si muchas personas lo han comprado antes

((Y cayendo en vergonzosos ardides editoriales del tipo de โ€œcuarta ediciรณn en tres dรญasโ€, como si esa ediciรณn fuera tรฉcnicamente posible y, en el caso de que realmente lo fuera, no seรฑalase un prodigioso error de cรกlculo por parte de sus responsables.
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, una disminuciรณn del nรบmero y la cuantรญa percibida por los trabajos โ€œalimenticiosโ€ del escritor que impide su profesionalizaciรณn (excepto que sus libros vendan cifras superiores a los cinco dรญgitos, escriba para los medios audiovisuales y/o sea abundantemente traducido, algo, en general, poco frecuente), un Estado que no parece creer necesario arbitrar en un negocio que no comprende y unas instituciones culturales solipsistas, una pรฉrdida diaria de librerรญas y unos autores escasamente interesados en comprender la naturaleza del negocio del que participan: todo ello contribuye no solo al deterioro de la literatura en tanto industria sino tambiรฉn (y esto es mรกs importante) a la cuestiรณn de su valor.

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Ricardo Piglia fue en tiempos recientes quien mรกs y mejor tematizรณ los vรญnculos entre economรญa y literatura; lo hizo centrรกndose no en la queja habitual y fรบtil acerca de la disminuciรณn de las ventas sino en una concepciรณn de esta รบltima como mecanismo social de producciรณn alternativa de valor. Si, como observรณ recientemente Sergio Chejfec, literatura y dinero comparten su condiciรณn de impresos, lo que los distancia es el modo en que la una y el otro establecen maneras distintas de determinar quรฉ valor debe otorgarse a nociones como las de talento, trabajo, mercado, producciรณn, valor y obra. Piglia siguiรณ la producciรณn crรญtica de Karl Marx, Walter Benjamin y Bertolt Brecht

((Marx definiรณ la producciรณn artรญstica como โ€œtrabajo improductivo para el capitalismo [por cuanto] no produce plusvalรญaโ€; Benjamin y Brecht sostuvieron, por su parte, que el carรกcter polรญtico de la obra de arte no radica en su contenido sino en el reconocimiento y la transformaciรณn de sus condiciones sociales de producciรณn.
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para dar cuenta de cuรกles serรญan los mecanismos a los que el escritor podrรญa apelar para producir su obra sin que los imperativos econรณmicos la condicionen en exceso. Para el autor de Plata quemada (cuya historia editorial es tambiรฉn la de una relaciรณn especรญfica entre dinero y literatura), se trataba de, en palabras de Eduardo Becerra, evidenciar โ€œcรณmo histรณricamente la idea de la autonomรญa del arte y su caracterizaciรณn como actividad de rango espiritual se construye desde los discursos de las clases dominantes para desactivar su potencial polรญtico y con ello establecer las condiciones de su circulaciรณn segรบn sus propios interesesโ€.

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ยฟQuรฉ precio debemos pagar por los libros? ยฟY cรณmo se relaciona con su valor, entendido este como se lo desee entender; quizรกs, como su capacidad de decirle a su lector โ€œalgoโ€ acerca del mundo que este no haya pensado antes? Como recuerda Becerra, โ€œen algunos de sus รบltimos textos [Piglia] se hizo eco de las consecuencias de la irrupciรณn de las nuevas tecnologรญas en la circulaciรณn de las obras literarias, en las formas de escribir y leer. Y, de nuevo, colocรณ las nociones de propiedad y uso en el centro del debate sobre los efectos mรกs significativos de esta nueva coyuntura: โ€˜[โ€ฆ]. Hay una ilusiรณn de circulaciรณn sin Estado y sin ley, el anarquismo del que hablaba antes. Me parece lo mejor y lo mรกs novedoso que tiene el mundo de las nuevas tecnologรญas. El capitalismo lo ha generado, pero no sabe muy bien cรณmo controlar el circuito. Casi no hay censura y es muy difรญcil controlar la propiedad […]. Hoy parece que se hubiera disuelto toda distancia entre reproducciรณn y apropiaciรณn. Hay una ilusiรณn de simultaneidad, un cruce continuo entre textos propios y ajenos. La tรฉcnica produce un movimiento de unificaciรณn, de escritura รบnica, continua, no personal, casi mecรกnica […]: pone en juego la cuestiรณn de quรฉ quiere decir enunciarโ€™โ€.

El problema, desde luego, es que la multiplicaciรณn de los contenidos como resultado de la existencia de internet estรก produciendo transformaciones de enorme relevancia en el valor que otorgamos a la producciรณn artรญstica, no solo a la literatura. Por una parte, porque la presiรณn por acceder a mรกs informaciรณn disminuye a mรญnimos la posibilidad de formarnos una opiniรณn crรญtica acerca de ella, porque su fragmentaciรณn en pequeรฑas unidades (un par de versos, un fragmento de imagen, una frase subrayada en un libro) lleva a su consumidor a pasar tan poco tiempo con el contenido que este no puede desplegar sus cualidades ni convertirse en experiencia, y porque esa misma experiencia, allรญ donde se produce, deviene simplemente algo โ€œa compartirโ€, el fondo de una selfi, un fragmento de video enviado por WhatsApp, un โ€œestadoโ€.

Por otra parte, la nociรณn de valor del arte se ve profundamente modificada por su disponibilidad, contraria a las leyes pulsionales que hacen que solo otorguemos valor a aquello de lo que no disponemos, y por su aparente gratuidad, que supone un desplazamiento del beneficio que devenga el consumo artรญstico, que pasa de manos de sus productores (autores y negocio editorial, en este caso) a las de las compaรฑรญas tecnolรณgicas y a las empresas de telefonรญa, que comercializan el acceso a los contenidos. Una nueva generaciรณn por completo โ€œnativaโ€ del entorno digital se ha habituado ya a no interrogarse acerca de quiรฉn o quรฉ es el autor. La โ€œmemificaciรณnโ€ del contenido, artรญstico o no, hace que (afirman algunos) nociones como โ€œpropiedadโ€ y โ€œautorรญaโ€ carezcan de utilidad en el รกmbito de las redes sociales, como pondrรญan de manifiesto las numerosas apropiaciones y plagios que pueden encontrarse en ellas. La idea que estas propician de que todas las personas dispondrรญan de las herramientas para expresarse (y de algo para decir) entra en relaciรณn con dos conceptos nunca verbalizados del todo pero especialmente visibles en ellas: el de que el contenido โ€œesโ€ de quien lo comparte, no de su autor o autora

((Como demuestran las filtraciones de productos populares como los filmes de superhรฉroes o determinados libros como los de Harry Potter antes de su estreno y/o publicaciรณn: contra lo que piensan nuestros polรญticos, la piraterรญa no es, esencialmente, un acto de maldad sino una reacciรณn irreflexiva a una situaciรณn especรญfica en el marco de la cual es el consumidor y no el creador el que tendrรญa โ€œderechosโ€ sobre la obra.
))

, y el de que no es necesario dotarse de ningรบn tipo de formaciรณn para enjuiciar una obra artรญstica porque lo importante en ella no es el modo en que da cuenta de sus condiciones sociales de producciรณn, manifiesta cierta maestrรญa, produce sentido, se constituye en experiencia, nos permite comprender mejor la forma en que vivimos y quiรฉnes somos o cualquier otra cosa, sino la forma en que โ€œconectamosโ€ con ella, es decir, la respuesta emocional que esta nos produce. Cuando una โ€œtuitera y escritoraโ€ espaรฑola llamada โ€œMonstruo Espaguetiโ€ se fotografรญa en el Museo del Prado con carteles que dicen โ€œni putasโ€, โ€œni santasโ€, frente a la Cleopatra de Guido Reni y a La reina Mariana de Austria de Carreรฑo de Miranda (dos imรกgenes que no representan ni una cosa ni la otra, por supuesto), no solo demuestra una ignorancia monumental, devalรบa un reclamo importante del feminismo o se pone en ridรญculo: tambiรฉn expresa una indignaciรณn que, en el contexto en el que se desenvuelve, es perfectamente legรญtima, ya que los productos artรญsticos serรญan โ€œparaโ€ que las personas digan algo acerca de ellos

((La โ€œsentimentalizaciรณnโ€ de la polรญtica (que un papel tan determinante ha jugado en el Procรฉs catalรกn y en el Brexit, en la elecciรณn de personajes como Donald Trump, Sebastiรกn Piรฑera, Mauricio Macri, Jair Bolsonaro, Andrรฉs Manuel Lรณpez Obrador, Narendra Modi y Hugo Chรกvez y en el ascenso de la extrema derecha, el racismo y la xenofobia en aรฑos recientes) no es un fenรณmeno aislado, sino el producto de una emotividad que en la actualidad lo permea todo: cubrir los desnudos artรญsticos, dinamitar unos Budas centenarios, cambiar los tรญtulos de los cuadros (como hizo algunos aรฑos atrรกs el Rijksmuseum de รmsterdam con โ€œJoven negraโ€ de Simon Maris, por ejemplo, que ahora se titula โ€œJoven con abanicoโ€, como si de esa manera la obra no hablase, o hablase menos, de su carรกcter profundamente etnocรฉntrico), borrar de un filme a un actor โ€œsospechosoโ€ o intentar prohibir la Lolita de Vladimir Nabokov, expresarse a favor de un lenguaje supuestamente mรกs โ€œinclusivoโ€ o reescribir los textos clรกsicos son acciones y propuestas perfectamente legรญtimas en el contexto de la sentimentalizaciรณn de la obra de arte, despojada (por fin) de la falacia intencional que presidiรณ su interpretaciรณn durante algo mรกs de dos siglos, pero tambiรฉn, de sus potencialidades, convertida en simple soporte de un entusiasmo y, mรกs a menudo, de una indignaciรณn.
))

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Alberto Manguel cuenta la siguiente historia: โ€œCuando cierto editor francรฉs muy conocido oyรณ decir que Balzac era una joven promesa de las letras, decidiรณ ofrecerle dos mil francos por la siguiente novela que escribiese. Asรญ pues, buscรณ sus seรฑas y descubriรณ que residรญa en un barrio parisiense digamos que venido a menos; en vista de que su presa no era lo que se dice un hombre acaudalado, decidiรณ reducir la oferta a mil francos. Pero al llegar allรญ comprobรณ que Balzac vivรญa en el รกtico, en una vulgar chambre de bonne, asรญ que decidiรณ rebajar de nuevo la cantidad y ofrecerle solo quinientos francos. Por รบltimo, cuando llamรณ a la puerta y entrรณ en la modesta vivienda, viendo que Balzac estaba tomando por toda comida un trozo de pan y un vaso de agua, el editor abriรณ los brazos de par en par y exclamรณ: โ€˜ยกSeรฑor Balzac, soy su mรกs ferviente admirador y me gustarรญa ofrecerle por su prรณximo libro la bonita suma de doscientos francos!โ€™.โ€

Que el problema del valor es un problema central de la economรญa de la literatura no solo se pone de manifiesto en esta anรฉcdota, posiblemente apรณcrifa, sino tambiรฉn en su omisiรณn en la discusiรณn acerca de la โ€œcrisis del sector editorialโ€: tambiรฉn, en los comentarios que los consumidores suelen realizar cada vez que un escritor hace pรบblico su descontento ante una situaciรณn abusiva

((En los comentarios al artรญculo de Mesa ya mencionado, por ejemplo, la escritora espaรฑola es tildada de โ€œhueraโ€, โ€œimpostada, โ€œignorante, hinchada y frรญvolaโ€ y โ€œde personalidad plutocrรกticaโ€, se la acusa de estar โ€œdesesperada por unos eurosโ€ y de hacer โ€œel perseguidor del frackโ€ (sic) y se le recomienda que comience a โ€œhacer las cosas โ€˜por amor al arteโ€™โ€ para garantizar el โ€œderecho a la culturaโ€.
))

. La supuesta gratuidad de los contenidos, que algunos defienden como condiciรณn necesaria para el acceso a la cultura entendido como un derecho, ha habituado a los consumidores a esgrimir dos argumentos antitรฉticos pero habituales: por una parte, que los productos culturales (tambiรฉn la literatura) deben ser gratuitos para los consumidores, no importa cuรกnto dinero cueste a sus autores producirlos; por otra, que lo que es gratis no vale nada. La discusiรณn en torno a la economรญa de la literatura y la disminuciรณn de los ingresos de los escritores deberรญa considerar ambos argumentos, de alguna manera.

La publicaciรณn de fenรณmenos de internet, influencers y โ€œpoetas de Twitterโ€ a la que la industria editorial recurre รบltimamente, y el hecho de que, con muy contadas excepciones, esa publicaciรณn nunca arroje los beneficios econรณmicos pretendidos, o situaciones inverosรญmiles como la concesiรณn del รบltimo Premio Biblioteca Breve a la poeta espaรฑola Elvira Sastre, y el escaso impacto que esta produjo en la escena literaria excepto como anรฉcdota

((La concesiรณn del Premio por parte de un jurado compuesto por Pere Gimferrer, Agustรญn Fernรกndez Mallo, Lola Larumbe, Rosa Montero y Elena Ramรญrez recordรณ a algunos el viejo chiste: โ€œPregunta: ยฟPor quรฉ ciertos escritores publican en ciertas editoriales? Respuesta: Porque esos escritores saben lo que necesitan y sus editores noโ€.
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, ponen de manifiesto un desarrollo decisivo en el marco de la crisis actual: la transformaciรณn de la industria editorial en dos negocios de signo contrario, uno centrado en la rentabilidad inmediata y atrapado en la contradicciรณn derivada de querer vender fenรณmenos probadamente populares a un pรบblico consumidor que no desea pagar por ellos, ya que los obtiene gratis, y otro (conformado por pequeรฑas editoriales, autores, algunas librerรญas de referencia, lectores, ciertos traductores y algunos crรญticos, herramientas como Patreon, instituciones y festivales) que procura conciliar la rentabilidad de sus productos con la demanda de que estos posean un valor. En realidad, y esto resulta evidente, esta รบltima es la รบnica de las dos que ademรกs de โ€œindustriaโ€ es โ€œculturalโ€.

7

Una vez mรกs, el problema no es la subsistencia de los escritores (o no solo de ellos) sino la de toda una cultura que solรญa ver en la literatura un vehรญculo privilegiado para acceder a un conocimiento especรญfico del mundo. El proyecto personal, no de hacerse rico sino de mantenerse a flote mientras se produce una obra que, idealmente, se sostenga en la comparaciรณn con los grandes textos del pasado, y la aspiraciรณn a disfrutar de una literatura (por fin) plural y diversificada tropiezan con la imposibilidad de disponer de textos cuyos autores no puedan sostenerse econรณmicamente; es decir, en algรบn sentido, de las voces que mรกs necesitamos escuchar para comprender el modo en que vivimos hoy.

Para Carrie V. Mullins, โ€œlos consumidores disponen de un poder absoluto y pernicioso, por lo que la tendencia al contenido libre no se revertirรก a menos que nosotros lo deseemos. Esto es algo triste, y todos estaremos mucho peor si solo podemos escuchar las historias de las personas que pueden permitirse el lujo de escribir. Nicholas Weinstock, miembro del Guild Council, afirmรณ: โ€˜Reducir el incentivo monetario para los posibles autores de libros […] significa que habrรก menos para que lean las generaciones futuras: menos voces, menos historias, menos representaciรณn del tipo de expresiรณn humana que es mรกs profunda y requiere un mayor esfuerzo intelectual que el atracรณn de series de Netflix o Amazon mรกs cercano o el gif en tu telรฉfono, pero tambiรฉn recompensa mรกs. Tal vez todos consigamos lo que creemos que nos corresponde: arte gratis. Pero ยฟquรฉ tipo de arte serรก?โ€™โ€. La respuesta: uno que no valga mucho; que, de hecho, no valga nada.

โ€œNo se escribe con lo que es agradable, no se piensa con eso. Se escribe y se piensa con lo que hiere, con lo que mata. Y hasta es con eso con lo que se vive de verdadโ€, escribiรณ Olivier Rolin. No es agradable hablar acerca de estos asuntos (y la cultura hispanohablante es especialmente reacia a ello, como es sabido), pero es necesario si, contra lo que todo parece indicar, la literatura de relevancia artรญstica tiene todavรญa alguna posibilidad. Quizรกs haya llegado el momento de resistir a la transformaciรณn del proceso de lectura en acumulaciรณn de hรกbitos de consumo, a la visiรณn del lector como cliente y a la de las editoriales como proveedoras de servicios cuyo valor estรก determinado por su consumo; resistir incluso a la palabra consumo y a la supuesta gratuidad de los contenidos. Y tal vez tambiรฉn sea necesario hablar de la disminuciรณn de los ingresos percibidos por los escritores para determinar si la sociedad todavรญa considera que las empresas intelectuales son importantes y dignas de retribuciรณn, al margen de sus posibilidades en el mercado. Parafraseando a Joseph Roth, no se trata de โ€œprolongar la vida, sino evitar la muerte inminenteโ€: la de los escritores, pero tambiรฉn la de una cultura intelectual y polรญticamente viva. ~

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Patricio Pron (Rosario, 1975) es escritor. En 2019 publicรณ 'Maรฑana tendremos otros nombres', que ha obtenido el Premio Alfaguara.


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