Traducir no es traicionar

Muy diversas versiones

Aurelio Asiain

Grano de Sal

Ciudad de México, 2025, 162 pp.

AÑADIR A FAVORITOS
Please login to bookmark Close

Al traducir poesía, hay dos conceptos en constante tensión: la literalidad y la literariedad. La atención de muchos traductores se ha centrado, y con justa razón, en el segundo. La literariedad ocurre en varios niveles –fonemas, léxico, sintaxis, ritmo, rima, eficiencia– y en distintos grados –traslados inmediatos, adaptaciones o, incluso, reinvenciones–, dependiendo del poema y del credo que profese cada traductor. Para traducir poesía, me parece, hay que ser poeta. Y un buen traductor –aunque no se dedique a escribir versos– es un poeta cuando logra que su traducción sea un poema y no solo un mensaje escrito en un código versificado dentro de un contexto: es decir, cuando cuida la literariedad con el mismo esmero y precisión que la comunicación pura y dura del mensaje. En términos desangelados, la literariedad de un texto podría definirse como una suma de efectos precisos –formados con palabras– destinados a la emoción y al intelecto de un lector. Es hora de darle las gracias al adagio “traduttore, traditore”y desterrar la nostalgia de “la traducción perfecta”. Si traducir es crear, lo que importa es cómo se crea.

Para el poeta Aurelio Asiain (Ciudad de México, 1960) es indispensable la literariedad al traducir poemas, como consta en su último libro Muy diversas versiones, que reúne traducciones de distintas latitudes, épocas y autores. Lo que comienza como una justificación sobre la traducción indirecta de varios textos (en sánscrito, griego antiguo, latín, kamasiano, pastún, vietnamita, coreano, chino y ucraniano) se vuelve un paseo mínimo –y una adscripción– por las traducciones indirectas en Occidente y su valor e importancia literaria. La selección de poemas es generosa e inteligente: conoce la seriedad y el humor, la ironía y la contundencia. Comienza con el cruce entre la oratura –término creado por Pio Zirimu– y la literatura con el “Himno de las ranas” del Rigveda, y termina milenios después en el mismo cruce con versos del poeta y cantante ucraniano Serhiy Zhadán: una selección que va desde el siglo XV a. n. e. hasta nuestros días. Las traducciones están acompañadas por un comentario o breve ensayo: impresiones o detalles acerca de las decisiones de traslado, contexto de los autores o los poemas escogidos y, en más de una ocasión, entrecruces con otros poemas. Destaco aquí el espléndido texto “La Santísima Trinidad”, en el que una traducción de Li Bai da pie a una filiación con Bashō, PazTablada, la novela Aura y la canción “We three” de The Ink Spots.

A la manera de Gabriel Zaid, Asiain recoge poemas orales, como el único conocido de la ya extinta lengua kamasiana o un landay en pastún. Si bien aparecen poemas de autores fundamentales de Occidente –desde Aristófanes hasta Sharon Olds, pasando por Ovidio, Petrarca, Goethe, Hugo, Yeats y Heaney–, este libro propone una visión más amplia de la poesía con su selección de poetas de Oriente: se trata de un panorama personal, que establece una coexistencia de tiempos, idiomas y espacios, donde convergen temas o motivos entre los poemas. Por eso, en algunos textos, se unen a la “conversación” Kenneth Rexroth, José Juan Tablada u Octavio Paz, cuyo interés en la cultura asiática, particularmente la japonesa, es bien conocido.

La amplitud de zonas y lenguas (con énfasis en todos esos Orientes, siempre alejados por nuestra sed de Europa y Estados Unidos), la maestría de la versificación (adaptaciones métricas con preferencia por los heptasílabos y endecasílabos) y la decisión de rimar algunos poemas hacen que sea difícil escoger un único poema favorito. Sin embargo, la predominancia y variedad de poesía nipona –escrita en chino o en lengua vernácula–, en capítulos propios o entrecruzada con poetas de otros idiomas, es emocionante y quizá resuma la identidad del libro. El reciente –y merecidísimo– Premio Nobel a Han Kang es un mínimo recordatorio de que hay muchas otras posibilidades y formas de pensar y vivir la vida y, por ende, la literatura. ¿En qué se parecen o difieren nuestras ideas de ser y mundo de lo que se ha escrito en mandarín, coreano, japonés, bengalí y un inmenso etcétera? La sanidad de una literatura también reside en las traducciones que llegan a ella.

Asiain –profesor universitario en Japón desde hace casi veinticinco años– es una de las mentes literarias más lúcidas para realizar una tarea así de difícil y necesaria. Publicó una versión al español del clásico Centena de cien poetas de Fujiwara no Teika (2015) y fue responsable de la edición, selección y prólogo del volumen Japón en Octavio Paz (2014). En el panorama literario de México, es uno de los autores con mayor sensibilidad y conocimiento para elaborar rutas de lectura de y sobre el país asiático (del mismo modo, sería imperdonable no mencionar el trabajo de Cristina Rascón, Yaxkin Melchy y Mar Palacios, entre otros). A partir de las traducciones indirectas, los lectores, traductores y escritores podemos asomarnos a otras literaturas y hacerlas nuestras. Traducir, nos recuerda Edith Grossman, ensancha y consolida las tradiciones literarias. En estas Muy diversas versiones, no obstante, hubiera sido maravilloso encontrar en la selección de poetas ucranianos a Lina Kostenko. Ojalá que Asiain nos conceda incluir a la gran poeta en la siguiente edición.

La historia de una literatura es también la historia de las traducciones que han entrado a (trans)formarla. El Fausto que tradujo Nerval le pertenece más a la literatura en francés que a la alemana y la Tsvietáieva que conocemos por Ancira es más nuestra que del Instituto Vinográdov. En México, el poemario de traductor –concepto acuñado por Luis Vicente de Aguinaga y Ángel Ortuño– ha consolidado su propia tradición a partir del siglo XX, que comenzó con Jardines de Francia (1915) de Enrique González Martínez, y ha dado otros ejemplos memorables en español (algunos más próximos a las antologías) como Versiones y diversiones (1974) de Octavio Paz (cuyo título resuena en el libro de Asiain), Seis poetas de lengua inglesa (1976) de Isabel Fraire, Aproximaciones (1984) de José Emilio Pacheco, Baile de máscaras (1989) de Jaime García Terrés, El traidor (1994)de Miguel Covarrubias, Baja traición (2009) de Eduardo Lizalde, Cuadernos del calígrafo (2018) de Adolfo Castañón, La locura divina (2019) de Elsa Cross, Poemas traducidos (2022)de Gabriel Zaid y Movimiento de traslación (2023) de Francisco Serrano(mención especial merece el apartado de traducciones que Rosario Castellanos incluyó en Poesía no eres tú [1972]). Se trata de una lista sucinta e incompleta.

En la traducción, la línea entre lo propio y lo ajeno es a veces indiscernible. “Traducir –dice nuestro autor– es mi manera cotidiana de escribir, y aun cuando escribo mis propios poemas traduzco, aunque no sepa a qué original traiciono.” Por su virtud formal, por la amplitud de horizontes geográficos, por su aprehensión y comprensión de las poéticas escogidas y por el fino trazo y consistencia de una personalidad literaria –con sus gustos e inquietudes–, Muy diversas versiones de Aurelio Asiain es un poemario de traductor, estimulante y ejemplar, riguroso y reconfortante, que busca lectores que disfruten la poesía que ría y reflexione, que cante y guarde silencio. Este libro no solo propone y sugiere textos; deja con ganas de buscar autores nuevos y aún distantes, de que en cada lectura formemos nuestras propias constelaciones literarias para rehacerlas de nuevo. ¿Y no es ese el territorio de la poesía, el de las primeras veces? Por eso traducir no es traicionar. ~


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: