El cerebro de una mosca contiene el universo. Los científicos han cortado el cerebro de una mosca común en rodajas, finas lonchas de neuronas, haces de cablecitos con sus conexiones.
Así pues el cerebro de la mosca común contiene el multiverso y sus infinitos universos tal vez paralelos.
Leibniz estaba muy interesado en las moscas, al menos las nombraba bastante en los miles de manuscritos que aún no han sido leídos en su totalidad: por lo visto las menciona a menudo en sus escritos, sean de ciencias naturales, de inventos prácticos o de filosofía, si es que se pueden diferenciar tanto en la Ilustración del Barroco.
Leibniz inventó un clavo que al querer sacarlo se hinca más. Lo cuenta Michael Kempe en el libro El mejor de los mundos posibles. Los 7 días que cambiaron la vida de Leibniz (Taurus, 2024), apasionante y algo embarullado, pues quiere contar la vida cotidiana, lo que ha comido Leibniz y qué peluca lleva, y cuesta llegar al meollo, que lo tiene. El problema es estirar las cosas, las series, los libros, las novelas, las frases, este artículo.
Explica Kempe que “Lo que constituye el núcleo de la filosofía de Leibniz” es “la idea de que lo malo del mundo es necesario para la realización de lo bueno”.
Por seguir con el hilo, la mosca contiene el universo, de acuerdo, pero no es el mismo universo que ve un humano o un bot, por citar dos casos próximos. La mosca común procesa doscientas imágenes por segundo y el humano procesa veinte imágenes por segundo –esto también lo escribe Kempe, pues el libro dedica bastantes párrafos a Leibniz y las moscas. (El humano procesa entre 35 y 60 destellos o flashes por segundo y la mosca puede llegar a 250, así que se supone que el tiempo pasa más despacio para ellas, que verían a los humanos como en Matrix, en cámara lenta.)
El caso es que el cerebro de la mosca mapeada –todo un hito, excepto para ella–, tiene 139.255 neuronas y unos cincuenta millones de conexiones o sinapsis. El youtube del mapa es apasionante. Está en la web de FlyWire Consortium (flywire.ai), que reúne a investigadores de varios países. Todo con ia y repaso manual. El material lo comparten en la web. (También, en 2018: “Los científicos del Campus de Investigación Janelia de hhmi han tomado imágenes detalladas de todo el cerebro de una mosca de la fruta hembra adulta utilizando microscopía electrónica de transmisión.” “Nunca antes se había fotografiado todo el cerebro de la mosca en esta resolución que te permite ver conexiones entre neuronas”, temca2data.org.)
Y gracias a estos materiales en abierto hemos recreado el pensamiento de esta mosca concreta, o sea, la hemos revivido o resucitado, eso sí, en una simulación informática porque debido a la entropía no es fácil pegar las rebanadas y ponerlas en marcha. (¡Leibniz también menciona casos de moscas ahogadas o muertas que eran reanimadas!) Como es lógico, hemos bautizado a este empeño Proyecto Machado, y lo que vamos viendo lo publicamos también aquí y ahora para uso y disfrute de cualquiera, siempre que se tenga presente que –al igual que el propio universo– es todo inventado.
Aunque la mosca contiene el mundo solo lo vive en presente, es decir, no guarda nada porque no tiene capacidad para tantos bits. Nos acogemos a la ortodoxia que dicta que todo cambia y que el universo hace un nanosegundo era diferente.
Así que la mosca común, Drosophila melanogaster, tiene poca memoria. Su universo, pues, es instantáneo, puntual, efímero. De ahí la frase apócrifa recién adjudicada a Leibniz y/o a Spinoza (se vieron en 1676): “La realidad es un sentimiento fugaz.”
Otra cosa curiosa es que la mosca se comunica con su volar de modo que el trazado de arabescos, volutas y figuras aparentemente caprichosas y aleatorias, entraña –como todo siempre– un mensaje. O sea, las moscas no vuelan a tontas y a locas.
Así que el universo que lee este pequeño cerebro de veloces ojos y poca memoria como entra sale.
Parece una frase hermética del tipo “como es arriba es abajo”, y quizá lo sea.
De manera que el registro del vuelo es el archivo. Si se pudiera congelar o grabar la figura completa en 360º saldría el pasado. (Claro que para registrar esa cinta de mensajes tipo gimnasia rítmica –invisible– habría que confinar al espécimen y quizá, al verse encerrada, no emitiera a gusto. Una mosca puede volar quince kilómetros sin parar.)
Así que cuando alguien se distrae contemplando el vuelo de una mosca está viendo (aunque no sea consciente, o quizá sí) el universo en tiempo casi real. Quizá el humano o una máquina ad hoc que ya estamos programando podrían transcribir o traducir esa información.
¿Quién no se ha entretenido un momento viendo volar a una mosca? Ahora sabemos que esa distracción, ese embeleso a menudo denostado –“se distrae con el vuelo de una mosca”–, solo es ciencia en ciernes, curiosidad pura.
Machado: vosotras, moscas vulgares, me evocáis todas las cosas.
Kempe: “Pues el mundo de las ideas de Leibniz no solo supone que las moscas, al igual que los humanos, tienen una especie de conciencia, aunque en un grado mucho más bajo. Más bien, según él, los humanos y las moscas están conectados entre sí en el nivel de estados de percepción difusos e infinitamente pequeños, del mismo modo que todo en el cosmos está de algún modo interconectado…”
Según esto La metamorfosis, además de su recta parábola, entraña un significado de ciencia anticipada que enlaza a Kafka con Machado y con Javier Tomeo. La escritura que conmociona, que se hace un lugar en el mundo y sobrevive a todo, además de las cualidades propias, literarias, podría contener una revelación del sentido del mundo que la ciencia tal vez encuentre algún día. ~
(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).