Probablemente había algo de verdad en la observación de Pétain, en la época en que se convirtió en gobernante de Francia, de que la derrota francesa se debía en parte a la baja tasa de natalidad. Donde las familias son pequeñas, la población civil no puede mirar la muerte de sus hijos con indiferencia, y la actitud del soldado probablemente se ve afectada por haber tenido que pensar en sí mismo más o menos como un individuo y, de forma más importante, que si hubiera tenido que luchar por la supervivencia en una hambrienta familia campesina de cinco o diez hijos.
Una gran diferencia entre los victorianos y nosotros era que ellos consideraban al adulto más importante que al niño. En una familia de diez o doce era casi inevitable que uno o dos murieran de pequeños, y aunque esas muertes eran tristes, por supuesto, pronto se olvidaban, porque siempre había más niños. En la Iglesia de Saint John, cerca de Lord, hay muchas placas conmemorativas de ricos de la India, etc., con la habitual columna de mentiras que elogian al muerto, luego una línea o dos sobre “Sarah, viuda” y quizá otra línea diciendo que un hijo y dos hijas, palabras así, están enterradas en la misma bóveda. No estaban los nombres y en un caso había una inscripción que decía dos o tres hijos. Cuando se puso la lápida, se había olvidado cuántos habían muerto.
Ahora la muerte de un niño es lo peor que la mayoría de la gente puede imaginar. Si uno tiene un hijo, recuperarse de esa pérdida parece casi imposible. Oscurecería el universo, para siempre. Hace dos generaciones dudo que la gente tuviera esa impresión. Por ejemplo en Jude el oscuro, en el ridículo incidente donde el hijo mayor ahorca a los dos menores y luego se ahorca él mismo. Jude y Sue están, por supuesto, desolados, pero no parecen sentir que tras algo así sus propias vidas deban cesar. Sue (creo que Hardy se da cuenta de que es un personaje intolerable, pero no creo que sea irónico en este lugar) dice al cabo de un rato que ve por qué los hijos tenían que morir: era para hacer de ella una mujer mejor y ayudarla a empezar su vida de nuevo. No se le ocurre que los hijos fueran criaturas más importantes que ella y que en comparación con su error, nada de lo que pueda ocurrirle ahora tiene mucha importancia.
Leí hace poco en el periódico que en Shanghái (ahora llena de refugiados) los niños abandonados son tan comunes en la acera que ya no te das cuenta. Al final, supongo, el cuerpo de un niño agonizante se vuelve solo un trozo de basura que puedes pisar. Pero todos esos niños comenzaron con la expectativa de ser amados y protegidos, con la convicción que uno ve incluso en un niño muy pequeño de que el mundo es un lugar espléndido y quedan muchas cosas buenas por delante.
Duda. ¿Eres el mismo si has vuelto a casa pisando los cuerpos de niños abandonados, sin socorrer a uno solo de ellos? (Incluso cuidarte de no pisarlos es una especie de hipocresía.) M.M.
(( Malcolm Muggeridge.
))
dice que cualquiera que haya vivido en Asia lo ha hecho. Quizá no sea del todo cierto, en la medida en que cuando él y yo vivimos en Asia éramos hombres jóvenes y apenas veíamos a los bebés.
Hace dieciséis años que se publicó mi primer libro y unos veintiuno desde que empecé a publicar ar- tículos en revistas. En todo ese tiempo no ha habido literalmente un día en el que no haya pensado que estaba ocioso, que me atrasaba en mi trabajo, que mi producción total era miserablemente pequeña. Ni siquiera en los periodos en que trabajaba diez horas al día en un libro, o entregaba cuatro o cinco
artículos a la semana, podía evitar esa sensación neurótica de estar perdiendo el tiempo. Nunca puedo tener ninguna idea de logro a partir del trabajo que hago de verdad, porque siempre va más despacio de lo que pretendo, y en cualquier caso me parece que un libro o incluso un artículo no existe hasta que está acabado. Pero en cuanto un libro está terminado empiezo, en realidad a partir del día siguiente, a preocuparme porque el siguiente no está empezado, y me atormenta el miedo de que nunca habrá otro, de que mi impulso está agotado para siempre. Si miro hacia atrás y reviso lo que he escrito, veo que mi producción ha sido respetable; pero eso no me tranquiliza, porque simplemente me da la impresión de que tuve una industriosidad y fertilidad que ahora he perdido.
Hace poco leí en algún sitio la historia de un vendedor de curiosidades italiano que intentó vender un crucifijo del siglo XVII a J. P. Morgan. No era a primera vista una obra de arte particularmente interesante. Pero resultó que si desmontabas el crucifijo ocultaba un estilete. Qué símbolo perfecto de la religión cristiana.
A favor y en contra de las novelas en primera persona.
En realidad, escribir una novela en primer persona es como tomarte una droga muy estimulante pero muy mortífera y adictiva. La tentación de hacerlo es muy grande, pero en cada etapa del proceso sabes perfectamente que haces algo incorrecto y estúpido. Sin embargo, hay dos grandes ventajas:
i) En primera persona, uno siempre puede conseguir escribir el libro, y con bastante velocidad, porque el uso del “yo” parece eliminar la timidez y sensación de impotencia que a menudo te impiden empezar bien. En primera persona, uno siempre puede llegar a un sitio cerca de la concepción con la que comienza.
ii) En primera persona, cualquier cosa puede resultar creíble. Esto ocurre en primer lugar porque todo lo que escribe le parece creíble al autor, porque puedes imaginarte a ti mismo haciendo lo que sea, mientras que las aventuras en tercera persona tienen que ser comparativamente probables. El lector, de nuevo, encuentra creíble todo lo que se cuenta en primera persona, porque se identifica con el “yo” de la historia o porque, como un “yo” habla con él, lo acepta como persona real.
Desventajas:
i) El narrador nunca es realmente separable del autor. Es imposible evitar atribuirle tus propias ideas a veces y, como incluso en una novela el autor debe comentar de vez en cuando, los comentarios que hace se convierten en los del narrador (algo que no ocurriría en una novela en tercera persona). Al menos el narrador debe tener el estilo de la prosa del autor (un ejemplo: Grandes esperanzas, que por lo demás no es un libro autobiográfico).
ii) Si el acuerdo se mantiene de manera estricta, los acontecimientos de la historia solo se ven a través de la conciencia de una persona. Solo descubrir lo que está pasando requiere que el narrador escuche a hurtadillas o haga actividades de detective aficionado, o hace necesario que la gente haga en compañía cosas que en la vida real haría en solitario. Si deben revelarse las ideas de otros personajes, tienen que hablar con más libertad de la que hablaría ninguna persona real, o el narrador tiene que decir algo que más o menos signifique: “Me daba cuenta de lo que estaba pensando, es decir”, etc., etc. (Por ejemplo, terrible escena en Regreso a Brideshead de Waugh). Pero en general una novela del “yo” es solo la historia de una persona –una figura en tres dimensiones entre caricaturas– y por tanto no puede ser una verdadera novela.
iii) La variedad de emociones se estrecha mucho, porque hay muchos tipos de apelación que puedes hacer en nombre de otros pero no de ti mismo.
Para un artículo sobre E. Waugh
Las ventajas de no ser parte del movimiento, al margen de que el movimiento vaya en la dirección correcta o no.
Pero la desventaja de sostener opiniones falsas (indefendibles).
El movimiento (Auden, etc.).
Las fuerzas que mueven a Auden. Esnobismo. Catolicismo.
Señalar que ni siquiera las obras tempranas son antirreligiosas o demostrablemente antimorales. Pero señalar el persistente esnobismo, subir en la escala social, pero siempre en torno a la idea de continuidad/democracia/casa de campo. Señalar que todo el mundo es esnob, pero que la lealtad de Waugh es hacia una forma de sociedad que ya no es posible, algo de lo que debe ser consciente.
Opiniones insostenibles cf. Poe.
Catolicismo. Señalar que un escritor católico no necesita ser conservador en un sentido político. Diferenciar G. Green. Ventaja de que un novelista sea católico: tema de colisión entre dos tipos de bien.
Analizar Regreso a Brideshead. (Señalar las faltas que se deben a que está escrito en primera persona.) Actitud estudiosamente despegada. No puritana. Los sacerdotes no son sobrehumanos. Tema real: el alcoholismo de Sebastian, y la falta de voluntad de su familia de curarlo a expensas de cometer un pecado. Señalar que esto es una verdadera ruptura con una actitud humanista, con la que no hay compromiso posible.
Pero. Última escena, donde un hombre inconsciente hace la señal de la Cruz. Señalar que después de todo la fachada va a agrietarse tarde o temprano. No se puede ser católico y adulto.
Concluir. Waugh es tan buen novelista como se puede ser (es decir, como pueden ser los novelistas en la actualidad) teniendo a la vez opiniones insostenibles.
21 de marzo de 1949
La rutina aquí (Cranham Sanatorium) es bastante distinta a la del hospital Hairmyres. Aunque todo el mundo en Hairmyres era muy amable y considerado conmigo –de forma bastante asombrosa, de hecho– no puedes evitar sentir en todo momento la diferencia en la textura de la vida cuando pagas tu manutención.
La diferencia más llamativa es que es mucho más tranquilo que el hospital, y que todo se hace de una forma más relajada. Vivo en una casa que llaman chalet, en una hilera continua de cabañas de madera, con puertas de cristal, cada chalet mide unos cuatro metros y medio por tres y medio. Hay tuberías de agua caliente, una bañera, una cómoda y un armario, además de las habituales mesas para camas. En el exterior hay un porche con techo de cristal. Todo lo traen a mano –no hay ninguno de esos horribles carros que hacen ruido y uno nunca deja de oír en un hospital. Tampoco hay mucho ruido de radios, todos los pacientes llevan auriculares. (Están permanentemente sintonizados en el Home Service. En Hairmyres, en Light.) El sonido más persistente es el canto de los pájaros.
En 1943, cuando trabajaba para la BBC, una de las cartas “semanales” de las que era responsable era la de maratí. Esas cartas –comentarios de noticias que se enviaban una o dos veces en lenguas minoritarias en las que era imposible emitir diariamente– las componía alguien de la BBC, luego las traducía alguien que hablaba la lengua y que después las leía, bajo la supervisión de un censor que por regla general también era un empleado de la BBC.
Siempre teníamos problemas con la carta en maratí, porque, al parecer, los indios de esa raza, cuando viven en Inglaterra, pronto pierden su dominio de la lengua nativa. Así que aunque había algunos alumnos de maratí en Inglaterra, no había muchos que pudieran ser locutores. En 1943 el trabajo lo hacía un hombre pequeño llamado Kothari, que era casi totalmente esférico. Creo que había sido comunista y sin duda era un nacionalista extremo, pero resultaba bastante fiable porque era genuinamente antinazi y proaliados. De repente el llamado “College”, el cuerpo misterioso (realmente creo que el MI5) que debía dar el visto bueno a todos los locutores, se centró en el hecho de que Kothari había estado en prisión –por un delito político cuando era estudiante, creo. De inmediato le prohibieron que hablara en la radio con la razón de que nadie que hubiera estado en la cárcel podía emitir. Con algunas dificultades encontramos a otro joven llamado Jatha, y todo fue bien durante un tiempo. Luego, después de unos meses, mi asistente maratí, la señorita Chitale, vino a verme y me reveló con gran aire de secretismo que Jatha no escribía las emisiones. Kothari hacía las traducciones y él y Jatha se dividían la tarifa. Me pareció que debía informar a mi superior, el doctor Rushbrook-Williams, sobre el asunto. Como sería muy difícil, si es que era posible, encontrar otro locutor maratí, decidió que debíamos mirar hacia otro lado. Así que el acuerdo continuó y oficialmente no sabíamos nada de eso.
Me pareció que era un poco de India transplantada a Gran Bretaña. Pero el toque totalmente indio era que Chitale se guardara la información varios meses antes de revelarla.
Gran injusticia y tergiversación en muchas críticas a EEUUy la URSS, porque no se tiene en cuenta el tamaño de esos países. Obvio absurdo de comparar una población pequeña y homogénea, por ejemplo la de Gran Bretaña, reunida en un área pequeña, con un Estado multirracial que se extiende por todo el continente. Está claro que no puedes comparar de manera razonable las condiciones en Gran Bretaña con las que hay en, digamos, Siberia. Podríamos comparar Siberia con Canadá, o Turquestán con el norte de la India, o Leningrado con Edimburgo. Lo mismo con EEUU. La gente en Gran Bretaña siente superioridad con respecto al tratamiento de los negros en EEUU, pero veamos las condiciones en Sudáfrica. Ciertamente nosotros, en Gran Bretaña, no tenemos control de Sudáfrica, pero la gente de los estados del norte tampoco controla mucho lo que ocurre en Alabama. Mientras tanto nos aprovechamos indirectamente de lo que pasa en Sudáfrica, en Jamaica, en Malasia, etc. Pero estos lugares están separados de nosotros por agua. En este hecho se basa la hipocresía esencial del movimiento obrero británico.
17 de abril de 1949
Curioso efecto, aquí en el sanatorio, del domingo de Pascua, donde la gente en este bloque (el más caro) de “chalets” tiene visitantes, al oír muchas voces inglesas de clase alta. Hacía casi dos años que no las oía, como mucho oía una o dos a la vez, y mis oídos se acostumbraban cada vez más a las voces escocesas de clase trabajadora o clase media baja. Literalmente nunca oía un acento “cultivado” salvo cuando tenía visita. Es como si oyera esas voces por primera vez. ¡Y qué voces! Una sensación de sobrealimentación, una fatua autoconfianza, un constante balbuceo de risas sobre nada, sobre todo una sensación de pesadez y ricura combinada con una mala voluntad fundamental: gente que, uno siente de forma instintiva, sin poder siquiera verla, son los enemigos de todo lo inteligente, sensible o hermoso. No me extraña que todo el mundo nos odie tanto.
Los grandes críticos caníbales que acechan en las aguas más profundas de las revistas trimestrales de Estados Unidos.
La peor de todas las desventajas que sufre el movimiento de izquierda: que al ser un recién llegado a la escena política, y al tener que construirse a partir de nada, debía crear seguidores contando mentiras. Para un partido de izquierdas en el poder, su peor antagonista siempre es su propaganda previa.
Mayor y siempre creciente blandura y lujo de la vida moderna. Ascenso en los estándares de coraje físico, mejoría de salud y físico, continua superación de récords atléticos.
Pregunta: ¿cómo reconciliar?
A los cincuenta, todo el mundo tiene la cara que merece. ~
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Traducción del inglés de Daniel Gascón.
Tomado de The collected essays, journalism and letters of George Orwell. Volume 4. In front of your nose.
(1903-1950) fue ensayista y novelista. Entre sus obras más conocidas están Homenaje a Cataluña, Rebelión en la granja y 1984.