El teatro de Juan García Ponce

El canto de los grillos / Sombras / Doce y una, trece / Catálogo razonado

Juan García Ponce

Ediciones Odradek (los 3 primeros) / Premià

Ciudad de México, 2022 / 2021 / 2023 / 1982, 174 pp. 50 pp. 116 pp. 90 pp.

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Al principio fue el teatro. Juan García Ponce nació en Mérida en 1932. Abandonó el ambiente opulento y opresivo de la capital yucateca y se trasladó a la Ciudad de México, donde se inscribió en la Facultad de Filosofía y Letras para cursar la carrera de letras alemanas. Por su gusto por el teatro, pensó que podía tomar el curso de composición dramática que impartía Rodolfo Usigli, el mayor dramaturgo nacional. Usigli, sin embargo, poco tiempo atrás había aceptado la encomienda de ser embajador de México en Líbano. “La cátedra había sido heredada a uno de sus pupilos, Jorge Ibargüengoitia, que fue uno de los primeros en elogiar a Juan, deseoso de volverse escritor” (Ricardo Tatto, prólogo a El canto de los grillos). Una beca Rockefeller trasladaría pronto a Ibargüengoitia a Nueva York. Ocuparía su lugar Luisa Josefina Hernández, narradora, dramaturga y maestra. Ella orientó los primeros pasos de García Ponce en el teatro. Dotó a sus obras juveniles de una estructura sólida. Una de las piezas que García Ponce compuso bajo el magisterio de Hernández fue El canto de los grillos, que ganó el primer lugar en un concurso de teatro convocado por el gobierno de la Ciudad de México. A ese certamen también acudió Ibargüengoitia con una obra que quedó en segundo lugar. El alumno superó pronto al maestro. Cuenta García Ponce en su autobiografía: “Jorge también había participado en ese concurso con Ante varias esfinges. Derroté a mi maestro. ¿Qué orgullo? No. Ante varias esfinges, que después leí, era mucho mejor.”

Ediciones Odradek ha asumido el compromiso de rescatar y animar la obra de Juan García Ponce, y lo ha hecho por la orilla, por su obra dramática. Hasta ahora ha publicado, en ediciones impecables y con interesantes prólogos: El canto de los grillos (1956), Sombras (1959) y Doce y una, trece (1962). Faltaría por publicar: La feria distante (1957), El canto de las anémonas (1958) y Catálogo razonado (1989).

Aunque comenzó como dramaturgo (con El canto de los grillos), García Ponce se decantó pronto por la narrativa –novela y cuento–. En el teatro no encontró la forma adecuada de lo que quería expresar. “Mi experiencia con el teatro se caracterizó por el inútil empeño de acomodar lo que veía y trataba de decir, dictado en gran parte por el reencuentro con Yucatán, dentro de una forma dada de antemano, un canon, en el que simplemente no cabía o no pudo encontrar acomodo por mi propia incapacidad para descubrir su forma. Esto me obligó a abandonarlo” (Autobiografía).

Con ayuda de su padre y de la Fundación Rockefeller pasó en su juventud temporadas relativamente largas en Europa y en Nueva York. Leyó, paseó, vio y leyó mucho teatro (una obra diaria por más de un año), pero sobre todo tuvo oportunidad de ver mucha pintura, clásica y moderna. Su hermano Fernando fue un pintor abstracto destacado. En las obras narrativas que posteriormente escribiría, la mirada ocupa un lugar central, mirada que es testigo y mirada que es contemplación, mirada que “hace aparecer lo invisible”. Luego de una de sus estancias europeas, García Ponce regresa a Mérida. Encuentra insoportable, por asfixiante, el ambiente social, tradicional. Se traslada a la Ciudad de México, comienza a escribir piezas de teatro, Luisa Josefina Hernández critica y corrige sus primeras obras. “Lo que más me gustó fue el enfoque de los problemas y el tema de la obra. Por fin había salido de usted mismo para ver, con ojos de crítico, un ambiente cuyo mecanismo conoce y unas personas a quienes comprende y juzga” (“Carta a Juan García Ponce”, de Luisa Josefina Hernández, en El canto de los grillos).

Para contar la historia del joven que regresa a la provincia y su asfixia moral, opresiva, Juan García Ponce escribe la obra de una familia yucateca que reacciona al contacto de un elemento foráneo, siendo sacudidas las costumbres locales. En la obra, aunque es clara la intención del autor de poner en evidencia la cerrazón y los atavismos del núcleo familiar, lo foráneo es expulsado y la calma vuelve a reinar: la sacudida fue pasajera. Lo importante de esta obra no es que se haya impuesto el orden y la tradición sino la mirada crítica que, desde su primer libro, sería el sello de García Ponce, una mirada crítica del mundo, de la sociedad y de su tiempo.

Una mala crítica lo hizo apartarse del teatro, al que volvería a lo largo de su vida de forma intermitente. En 1957 García Ponce, que trabajaba como secretario de redacción en la Revista de la Universidad dirigida por Jaime García Terrés, escribió una reseña negativa de una obra de Wilberto Cantón, también yucateco. Cantón pudo vengarse de esa nota un año después, cuando se representó El canto de los grillos: le recetó una reseña ácida y despiadada. Lo cuenta Salvador Novo en sus memorias: Wilberto Cantón “tomó cumplida, recalentada y amplia venganza contra un Juan García Ponce que en la Revista de la Universidad de México había osado hace tiempo criticar su Nocturno a Rosario” (R. Tatto, prólogo a El canto de los grillos).

Una pasión por el teatro que no abandonó del todo. Según Alfonso D’Aquino existen “incontables manuscritos de obras teatrales, inéditas o en estado fragmentario, que se conservan en la biblioteca de la Universidad de Princeton, además del gran número de ensayos y reseñas que publicó en las revistas de la época” (prólogo a Sombras). A principios de los años sesenta, Juan García Ponce encontraría en la narrativa el género que necesitaba para expresarse, sin dejar de escribir luminosos ensayos sobre literatura y pintura. Como una obra de transición, como un puente entre las tentativas teatrales de García Ponce y sus futuras novelas, publicó Sombras, en la Revista Mexicana de Literatura en 1959. Transición porque, a pesar de ser una obra dramática breve, abre con un monólogo de la protagonista que anuncia lo que poco después García Ponce narrará en sus novelas: la imagen de la mujer. Los varios niveles de lectura de la imagen de la mujer. La mujer real, la mujer ideal (la imagen), las diversas representaciones de esa imagen a lo largo de su obra (los modelos). El juego de espejos entre los tres niveles.

Para García Ponce la representación de la imagen de la mujer es una reflexión crítica sobre la realidad. En Sombras García Ponce enfrenta de nuevo a su protagonista, como ocurrió en El canto de los grillos, a la frustración luego de un fallido intento por oponerse al orden, de hacer valer su individualidad. La sociedad, los otros, anulan su personalidad. Vuelve a aparecer un elemento foráneo que sacude la estructura local, que alienta el rompimiento, pero que al final es arrollado por la fuerza de la costumbre.

La tercera de las obras publicadas hasta ahora por Odradek es Doce y una, trece, que apareció primero en la Revista de la Universidad (1962) y que en 1974 reaparecería como colofón del libro de ensayos Trazos (UNAM). El salto, en cuanto a posibilidades dramáticas, se desborda en esta obra. En principio, por el entorno. Pasamos de los paisajes costumbristas de sus primeras obras a un sobrio decorado –la sala de un departamento convencional– donde el enfrentamiento crítico contra la realidad ya se plantea en otros términos. Doce y una, trece es una aventura verbal que no se ajusta al teatro experimental, ni al del absurdo, ni al convencional teatro de situaciones; ocurre no en un lugar y contexto específicos sino “dentro de la realidad del arte”. La sala del departamento asemeja, en colores y ambiente, un cuadro de Matisse. Los personajes se desenvuelven en esa imagen, delatando su alejamiento del tratamiento realista. Se mueven dentro de la escena del cuadro. Ya no encarnan propiamente personas sino que se asumen como personajes de una obra que se desarrolla en el ambiente de una obra de arte. Los personajes de esta pieza pasan de ser hermanos a ser amantes a ser examantes. Hay un tercero en este triángulo que resulta ser el amigo y luego el amante de la protagonista.

La obra deviene farsa cuando intervienen un juez y una secretaria esperpénticos. Doce y una, trece ya no aborda el tema de la capital y la provincia, ni el del peso de las tradiciones; en vez de ello, transcurre en un espacio mental, no realista, donde la confusión tiene el propósito de hacer reflexionar sobre la identidad.

Veintisiete años después, García Ponce publicó su última obra dramática: Catálogo razonado (1989). En pintura el “catálogo razonado” es más que un mero catálogo, más que una simple recopilación de la obra de un autor; se va describiendo cronológica y puntualmente la evolución en la obra de determinado autor, se van razonando sus cambios y sus transformaciones. Fue el mismo García Ponce el encargado de realizar este catálogo. En su obra revisa distintos momentos de tres de sus novelas, dos que había publicado y una en la que estaba trabajando. Repasa en tres ocasiones, valiéndose de las escenas creadas en sus novelas, una misma escena: la de la mujer que se ofrece a la mirada de un hombre. En cada una de estas aproximaciones García Ponce va haciendo más compleja su representación de la mujer que es también una reflexión sobre lo real. Comienza con el personaje de la mujer y aparece también la modelo, que es la mujer literaria nacida de la mujer original, un hombre que la ve y que escribe de ella, y que se incluye también en la escena. Esta misma escena se montará tres veces. En la última representación, los actores serán los mismos, con el añadido de la voz y la presencia del autor de la obra y de la representación de un director de la obra que vemos. La actuación transcurre frente –y dentro– de obras de arte –instalaciones y pinturas–, de pintores como Klossowski y Roger von Gunten. Se trata de una obra en distintos planos, de narrativas y metanarrativas superpuestas. Lo que quedará de manifiesto al final de estas representaciones será la realidad del arte, que hace posible para el artista la recurrente aparición de una imagen, en el caso ejemplar de Juan García Ponce, la imagen múltiple de mujeres que simbolizan a la mujer esencial, en el sentido en el que lo entendía Octavio Paz: “mujer, puerta del ser”.

Las obras de teatro de Juan García Ponce que ha puesto a circular Ediciones Odradek siguen vigentes porque no están construidas sobre el tiempo sino sobre el lenguaje. No son reflexiones ensayísticas sino puestas en escena teatral de una realidad que se resquebraja ante nuestros ojos. El teatro de García Ponce es una reflexión sobre la mujer. No sobre su cuerpo –a pesar de tener un marcado tinte erótico– sino sobre la imagen de la mujer, que es lo mismo que decir: sobre la imagen del mundo. ~

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