Magú, nuestros monstruos

Hay algo de realismo en los trazos de Magú: en un país de gobernantes traicioneros, simuladores y crueles, sus cartones retratan la deformidad moral de la clase gobernante. Ha sido, además, el más íntegro de los moneros de izquierda, que sigue criticando al poder, lo ejerza quien lo ejerza.
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Donde hay libertad, hay humor. No se pueden hacer bromas bajo la dictadura, ni bajo la teocracia. En España no se puede injuriar con una caricatura al rey, como se demostró con el caso de la revista El Jueves en 2007. En Irán te pueden condenar a muerte si publicas una caricatura de Mahoma. En China, en Corea del Norte, en Cuba, está proscrito el humor contra el gobierno.

En La broma, la novela de Milan Kundera, el protagonista Ludvik Jahn hace, en una postal, un chiste que las autoridades del partido toman a mal y que desemboca en un exilio de seis años realizando trabajos forzados en una mina. Un año después de la publicación de La broma los tanques soviéticos entran a Praga y ponen fin al “socialismo de rostro humano”. No había lugar para las bromas.

Que yo sepa en México ningún caricaturista ha muerto por dibujar a un poderoso. Lo contrario es cierto. El poderoso Álvaro Obregón murió a manos de un hombre que le estaba haciendo una caricatura. La tradición en nuestro país de caricaturistas implacables con el poder es larga, desde el siglo XIX. En el siglo XX la caricatura alcanzó un rango superior con José Guadalupe Posada, José Clemente Orozco, el Chango Cabral, Constantino Escalante, José María Villasana, Andrés Audiffred, Fernando Bolaños Cacho, Abel Quezada, Rogelio Naranjo, Helioflores y muchos otros. Magú pertenece a esta estirpe.

Bulmaro Castellanos Loza. Buscando su nombre artístico, de Bulmaro pasó a Gumaro y de ahí a Magú (guma/magú). Nació en San Miguel el Alto, Jalisco, en 1944. Con su abuelo y tres hermanos, llegó a los diez años a la Ciudad de México en condiciones de pobreza extrema. Hizo estudios de derecho, pero dejó la carrera. Trabajaba como cajero en el Banamex de la esquina de Etiopía en 1966 cuando envió un dibujo a un concurso de El Universal, tenía veintidós años: ganó el concurso y el derecho a publicar sus horrendos dibujos junto a Naranjo y Helioflores, maestros de la caricatura política.

Horrendos dibujos porque lo que cultiva Magú es el feísmo. El expresionismo de la primera mitad del siglo XX es un arte que se complace en la fealdad. Se trata de provocar la sensibilidad del público con deformaciones y monstruos. Sus raíces son religiosas. La Iglesia se valía del retrato de monstruos diversos para explicar el mal. Magú retrata monstruos. Rostros y narices retorcidas. Figuras esperpénticas. Deformaciones grotescas. Guajolotes que hablan. El cura Hidalgo parloteando de temas actuales. Las deformidades monstruosas de Magú no son crueles. No dibuja a unos políticos menos feos que otros, todos son monstruosos, todos están retorcidos.

Cuando decidió dedicarse a la caricatura pensó en mejorar su arte. Ingresó a la Academia de San Carlos, sin mucha fortuna. Desertó al poco tiempo, no pudo con las clases de dibujo. Las pautas realistas no son lo suyo. “No tengo talento, paciencia, habilidades para el dibujo realista”, comentó Magú en una entrevista. No se amargó la vida. “Comprendí que mi única oportunidad era aprovechar mis limitaciones.” A sus dibujos feos les añadió mayor fealdad. “Mi estilo es producto de mi dificultad con el dibujo y nada más.”

Pero es difícil resignarse a esta explicación sencilla. La fealdad de los monstruos de Magú va más allá de su impericia en el trazo. La política puede ser un arte. Puede ser también una técnica. El político sintetiza y representa pasiones, ideales e ideas sociales. La política es en muchas ocasiones un ejercicio cruel. Traiciones, volteretas, alianzas rotas, lealtades vulneradas, matanzas, encubrimientos, pactos oscuros. La política del puñal de Ricardo III. La política de la Razón de Estado y sus crímenes necesarios. La monstruosidad de la política. La simulación y el fingimiento. Una deformidad moral. Esa fractura es la que retratan sin crueldad los dibujos monstruosos de Magú.

Sin crueldad, pero sin complacencias. Magú es implacable. El humor debe ejercerse contra el poder. Humor que se dedica a alabar al presidente o a los poderosos no es humor, es propaganda. Los monstruosos dibujos de Magú contra los presidentes eran muy divertidos hasta el momento en que comenzó a dibujar críticamente al presidente que yo apoyo. Eso es lo que actualmente no le perdonan sus correligionarios de La Jornada, en donde sigue publicando sus espléndidos cartones. Magú lo sabe, se sabe un periodista incómodo en un entorno totalmente alineado al poder en turno, lo que lo convierte “en un caricaturista de izquierda que incumple sus deberes ideológicos de brindar la debida protección a los políticos de su equipo”.

Magú incomoda, eso quiere decir que su crítica funciona. Su crítica se inserta en la tradición liberal y libertaria de reírse del poder, de señalar la desnudez real. Sus “trazos a cuchilladas, entre pueriles y esquizoides”, dice Guillermo Sheridan, son muy efectivos, dan en el blanco. Lo hizo contra Felipe Calderón y su baño de sangre y lo hace contra López Obrador y su baño de sangre. A los dos políticos Magú los ha presentado como monstruos porque cada uno decidió ejercer su poder en la sangre de los otros, no en su sangre, ni en la de sus familiares y ayudantes cercanos; en la sangre de los otros. Por eso son monstruosos. En ese sentido Magú es un caricaturista realista.

Además de la fealdad, ¿qué caracteriza el arte político de Magú? La ironía, el ir a contracorriente. En 1993 (tarde, pero más vale tarde que nunca) Rius y Magú exhibieron caricaturas que se burlaban de la Revolución cubana y de la dictadura de Fidel Castro, para gran indignación de nuestra izquierda, que se indigna contra las dictaduras (menos contra aquellas con las que comparte ideología). Magú no les tiene respeto a las santas inquisiciones, a los padres de la patria, a los presidentes peleles ni a los que se creyeron presidentes legítimos. El humor para vivir necesita respirar libertad.

Caricaturista de La Jornada desde su fundación en el orwelliano año de 1984, Magú dibuja sus monstruos del poder, retratos despiadados de la política y los políticos, a los que deforma sin misericordia. De eso nos reímos. De eso nos hace reír Magú, con sus monstruos que nos dicen sus verdades, que son las nuestras. ~

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