Ilustración: Manuel Monroy.

Indios a caballo

En las películas de vaqueros los indios se muestran llenos de ferocidad y arrojo, con rifles o flechas, montados a caballo. Esa imagen condensa un símbolo cultural mayor: el de quienes se apropiaron de la tecnología del invasor para combatirlo.
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Según los paleontólogos, el continente americano tuvo caballos como los actuales desde el Pleistoceno, pero desaparecieron. Milenios después, llegaron de España a las Antillas en el segundo viaje de Colón. Hernán Cortés los llevó de ahí a la Nueva España. Y, a su vez, los novohispanos los llevaron a los que hoy son los Estados Unidos. ¿Pero cómo pasaron a manos de los indios? Robados.

La evolución del caballo empezó hace 50 millones de años, a partir del eohippus, un mamífero ungulado pequeño (como de medio metro de altura) con cinco dedos, no pezuña; del cual hay fósiles en América del Norte (Bruce J. MacFadden, “Fossil horses–Evidence for evolution”, Science, 18-III-2005).

En las pinturas rupestres de Lascaux (Francia, de hace 17,000 años) abundan los caballos. La domesticación es posterior: de hace 4,000 (Tosin Thompson, “Ancient DNA points to origins of modern domestic horses”, Nature, 22-X-2021).

Los hombres blancos, barbados, a caballo y con armas de fuego espantaron a los indios. Del espanto pasaron a la adoración de una presencia divina, en un canto navajo:

Voz potente del caballo turquesa de Tsohanoai [dios solar]. Magnífica la piel y los arreos con pieles de ciervo, de castor, de búfalo, de león. Alimentado con capullos de flores, con agua de veneros, de nieve, de granizo; con agua de las cuatro partes del mundo. (William Brandon, The magic world. American Indian songs and poems, Nueva York: William Morrow, 1971, pp. 60-61.)

Del espanto y la adoración pasaron a la curiosidad y la emulación. La familiaridad con los conquistadores, sus caballos y sus rifles, fue cambiando la actitud indígena.

En particular, los indios del norte de la Nueva España descubrieron que el caballo y el rifle de los invasores eran aprovechables para combatirlos y, además, facilitaban la caza de búfalos.

Fueron más inteligentes que los ingleses enfrentados al imperialismo napoleónico. Que no aprovecharon el sistema métrico decimal impuesto por Napoleón, sino hasta el siglo XX.

En las películas de vaqueros, la música de fondo es ominosa cuando en el horizonte aparecen indios a caballo, con rifles o flechas. La escena ilustra una sagaz transferencia de tecnología. Doblemente apropiada: que se apropiaron (nadie se las impuso) y que refuerza su cultura nómada con un progreso apropiado para su forma tradicional de ser.

Hay un testimonio de la conciencia indígena de esa ventaja en la Historia de Nuevo León con noticias sobre Coahuila, Tamaulipas, Texas y Nuevo México escrita en el siglo XVII por Alonso de León (y editada por Israel Cavazos Garza, Universidad de Nuevo León, 1961). Herido de muerte, el guerrero Cabrito “dejó encargado a sus compañeros que, si querían vencer a los españoles, les hurtasen todas las bestias. Que, quitadas estas, los cogerían como pollos” (p. 129).

Dos siglos después, el Periódico Oficial de Nuevo León todavía registra incursiones nómadas, según las noticias compiladas por Isidro Vizcaya Canales en La invasión de los indios bárbaros al noreste de México en los años de 1840 y 1841 (Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, 1968).

Hay una foto de apaches a caballo en 1886, en el capítulo V “El Norte: los hombres ricos y poderosos”, pp. 119-144 de La formación de los grandes latifundios en México. Tierra y sociedad en los siglos xvi y xvii de François Chevalier, Problemas Agrícolas e Industriales de México, vol. VIII # 1, 1956. En el norte de la Nueva España, la lejanía de la autoridad central, el desierto y los peligros de las incursiones apaches y comanches favorecieron que las tierras, aparentemente deshabitadas, se repartieran entre hombres ricos y poderosos, con su propia caballería armada, a la manera de señores feudales. Se atribuye al mayor latifundista del país, Luis Terrazas (1829-1923), la frase: “Yo no soy de Chihuahua: Chihuahua es mío.”

Las incursiones de indios a caballo continuaron hasta principios del siglo XX. Hacia 1950, doña María de Jesús Garzafox de Marty me contó una bonita historia del Monterrey de entonces. En una incursión, los comanches se llevaron a una niña pequeña. Pero no se adaptó, y se la pasaba llorando. En la incursión siguiente, la llevaron de vuelta a su casa, caballerosamente.

En el norte de la Nueva España, los caballos sirvieron para el transporte, la agricultura y el cuidado de rebaños; en particular, los rebaños trashumantes, que pastan en distintos lugares según la época del año.

Como en España, los ganaderos norteños se asociaban en mestas, gremio de origen medieval. (La palabra mesta viene del latín mixta, abreviación de animalia mixta, según el diccionario de Corominas.) La asociación servía para negociar acuerdos y evitar conflictos entre ganaderos o con agricultores afectados por el paso de rebaños. Conflicto de resonancias bíblicas (Génesis 4): Caín (agricultor) mata a su hermano Abel (pastor). El pastoreo necesita espacios abiertos, no cotos cercados.

La mesta marcaba la propiedad de los animales (caballos, reses, ovejas) con hierros distintivos; y asignaba los no marcados, sin dueño conocido, que eran capturados. Fueron llamados mesteñosmestengos o mostrencos.

Legalmente, se llama mostrencos a los bienes sin dueño conocido, pero el uso de la palabra nació para referirse al ganado. Según Corominas, es una alteración de mestengo, debida al influjo del verbo mostrar, “por la obligación que tenía el que encontraba animales sin dueño de hacerlos manifestar [en la mesta] por el pregonero o mostrenquero”.

Los vaqueros del sur de los Estados Unidos transformaron la palabra mestengo en mestang o mustang. El primer ejemplo léxico de mustang en el Oxford English Dictionary es de 1808: “Passed several herds of mustangs or wild horses.”

Washington Irving (The Rocky Mountains; or, Scenes, incidents, and adventures in the far West, 1837) habla de una mujer de la tribu nez percé que apareció montada en un “mestang, or half wild horse” (capítulo XIX).

Según Américo Paredes (With his pistol in his hand, University of Texas Press, 1958), los corridos mexicanos nacieron en el mundo de los cow-boys. Pero las tradiciones del cow-boy son de origen mexicano, así como las palabras mustang (mestengo), lariat (reata), quirt (cuarta), hackamore (jáquima), stampede (estampida), bronc (bronco), cinch (cinchar), corralled (acorralado), ranch (rancho), barbecue (barbacoa), canyon (cañón), rodeo (rodeo) y muchas otras, que recuerdan Victoriano Salado Álvarez (México peregrino), Raúl Rangel Frías (“Teorema de Nuevo León”) y los editores de Spanish word histories and mysteries: English words that come from Spanish (American Heritage Dictionaries).

Curiosamente, según el OED, la palabra mustang llegó a Australia, donde los vaqueros ni se imaginan que usan una palabra de origen mexicano. También curiosamente, bajo rodeo, cita a Charles Darwin: “Once every year there is a grand ‘rodeo’ when all the cattle are driven down, counted and marked.”

Cuando Lee Iacocca fue presidente de la Ford, decidió crear un auto deportivo de uso familiar. Lo lanzó en 1964 con el nombre de Mustang. Según la Wikipedia, las ventas acumuladas en cuatro años superaron los dos millones de unidades. Y así la palabra de origen norteño circuló por todo el mundo.

Los nómadas a caballo producen más por hectárea que los nómadas a pie, pero menos que los pastores y menos aún que los agricultores. Requieren menos espacio libre para sobrevivir que los de a pie, pero más que los pastores y mucho más que los agricultores. Las tierras “deshabitadas” del norte de México que se repartieron los “hombres ricos y poderosos” no estaban deshabitadas. ~

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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