El ‘aleph’ en el bolsillo: breve biografía del teléfono móvil

El celular empezó como un lujo de élites y hoy es casi una prótesis indispensable. Desde mensajes instantáneos hasta debates globales, este pequeño “Aleph” redefine cómo habitamos lo digital y lo cotidiano.
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Tengo veintisiete años y no conozco –ni concibo– una vida sin un celular. No sé llegar casi a ningún lado sin utilizar Waze. Mi trabajo solo puede suceder a través de plataformas como WhatsApp y, si acaso me acerco a un centro comercial, la visita se limita a devolver lo que compré en línea y no me gustó. Con esta confesión inicio el recorrido por el primer cuarto de siglo de un objeto que, indudablemente, se ha convertido en una prótesis de mi cuerpo y del cuerpo de muchísimas personas a lo largo del planeta.

El teléfono, dice la socióloga Michèle Martin, inició como un aparato destinado a círculos sociales muy selectos, con costos de operación altísimos y generalmente pensado para resolver las demandas y necesidades de prósperos y muy ocupados hombres de negocios. No contemplaba en su esquema de uso ni a las mujeres ni a la clase trabajadora. Las resistencias a este modelo masculino, empresarial y privado no solo terminaron abriendo las posibilidades de la telefonía a otros usos y fines, sino que también influyeron para que apareciera el primer teléfono inalámbrico y, posteriormente, el nacimiento del celular.

En 1996, Javier Matuk, uno de los pioneros del periodismo tecnológico en México, viajó a Hong Kong. Recuerda que el impacto más grande no fue la modernidad de la ciudad ni la frenética vida urbana, sino algo más sencillo: todos hablaban por teléfono en las calles. “Así estaremos en México en diez años”, pensó en ese momento. Sin embargo, la realidad fue otra; la expansión del dispositivo fue más rápida de lo que imaginó.

Hoy, en el celular están concentradas nuestras formas de enamorarnos o manifestar odios. Y en la memoria en bytes del dispositivo se resguarda nuestra propia memoria en forma de fotos, videos y publicaciones. Es difícil renunciar al teléfono si nuestro servicio bancario es móvily nuestros desplazamientos urbanos los define Google MapsIncluso ya no podemos tener a la mano el menú de la cena si no escaneamos un código QR. ¿Cómo salir de ahí, o al menos hacer de este mundo virtual algo más habitable y comprensible? Tal vez este breve recorrido tecnobiográfico pueda brindar algunas luces al respecto.

La niñez

En “El Aleph” de Jorge Luis Borges uno de los protagonistas asevera que el “hombre moderno” estará “provisto de teléfonos, de telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de linternas mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines”. Observó que para un ser humano así facultado el acto de viajar era inútil. Pero el relato incluye la revelación del Aleph, un objeto pequeño “de dos o tres centímetros” que es un punto desde donde se vislumbran y están presentes todos los lugares del universo. Desde 2006, todos fuimos un personaje de Borges con un Aleph entre las manos.

Ya en el 2000 la cámara fotográfica en el teléfono se volvió una realidad cuando el modelo J-SH04 de Sharpie J-Phone, en Japón, apareció en el mercado. No solo permitía tomar fotografías, sino que posibilitó que pudieran compartirse por correo, un primer paso hacia una comunicación visual instantánea. Mientras mi generación aprendió a deletrear y escribir el alfabeto en el jardín de niños, millones de jóvenes y adultos se alfabetizaban digitalmente en los dispositivos celulares, los cuales pasaron de solamente codificar la voz humana al envío de mensajes. El mensaje sms convirtió al celular en una suerte de cartero instantáneo o de telégrafo virtual limitado a 160 caracteres. El costo de este servicio era caro, por lo que comenzaron a usarse nuevos lenguajes de síntesis: siglas y acortamientos como “lol”, “LMAO” o hasta el “OMG” que aún usamos hoy.

Además, el teléfono celular atestiguó el reinicio de una lucha global –la llamada “guerra contra el terrorismo”– en el año 2001, siendo parte activísima en la propagación en tiempo real de datos y opiniones. Y es que la biografía de este objeto no puede desligarse del desarrollo de la World Wide Web. Si bien el internet estaba pensado para ser utilizado en computadoras “de escritorio”, la aparición de las laptops y el ambiente wifi (el cual fue inmediatamente incorporado a los teléfonos móviles) marcó un antes y un después en esta historia.

Ese mismo año, cuando vimos caer a las Torres Gemelas, vimos también nacer la Wikipedia, un momento clave en la creación de un nuevo paradigma digital que alardeaba de garantizar al mundo entero el acceso inmediato a la información. Las compañías telefónicas no cejaron en anunciar la aparición del 3G que permitió la transmisión de datos a alta velocidad o el Bluetooth para transferir archivos sin cables a otros dispositivos. Y hacia 2005, YouTube expandió aún más los horizontes de comunicación. Esta fusión entre el celular y el internet reconfiguró los espacios domésticos: Wikipedia volvió obsoletos los libreros llenos de enciclopedias venerables pero desactualizadas, y los estantes repletos de casetes en formatos Beta y VHS comenzaron a vaciarse, como después sucedió con el CD y el DVD.

El aún niño-teléfono tuvo una nueva sacudida en 2006 con el lanzamiento de Twitter, el cual se consolidó como una nueva forma de interacción social que, hoy (renombrada como “X”), no pierde vigencia como plataforma de exposición de opiniones y contenidos, arena de debates políticos, denuncias y otras formas de interacción y entretenimiento. Los teléfonos móviles empezaron a registrar en tiempo real, no solo la información, sino los eventos que transformaban el mundo a través de la pequeña pantalla que todos llevábamos en la mano.

La adolescencia revolucionaria: el iPhone

El 29 de junio de 2007 Steve Jobs emitió un mensaje que no solo lanzaría al mercado un nuevo producto, sino que insertaría en la humanidad un nuevo lenguaje:

Hoy presentamos tres productos revolucionarios. El primero: es un iPod de pantalla ancha con controles táctiles; el segundo es un revolucionario teléfono móvil, y el tercero es un innovador dispositivo de comunicaciones por internet […] Estos no son tres dispositivos separados, este es un solo dispositivo, y lo estamos llamando iPhone. Hoy, Apple va a reinventar el teléfono.

El iPhone reconfiguró el teléfono y la vida misma. Fue por este artefacto que se acrecentó la navegación libre por internet. De acuerdo con Carlos Hirsch, los mismos usuarios que cambiaron de BlackBerry a iPhone consumían el 30% más de datos. Además, se comenzaron a usar aplicaciones que sustituyeron funciones completas –de la música a la fotografía, del transporte a la compra–, modelo que aún subsiste en nuestra vida diaria.

Muchos objetos fueron “desclasificados” del uso cotidiano, pues se volvieron verdaderas reliquias por apelar a un tiempo definitivamente perdido (como el caso de los discos de vinil). Si el video se había materializado en los casetes, ahora el iPhone los concentraba en galerías. Siguiendo al filósofo Jean Baudrillard, los objetos dejaron de ser meras herramientas y se convirtieron en simulacros, en sutiles representaciones que gradualmente fueron reemplazando las realidades originales. Estos objetos dejaron de ser cosas para convertirse en representaciones en un mundo que solo existe en el teléfono que cabe en nuestras manos.

El espacio mismo también se alteró. Por ejemplo, Google Maps y Waze crearon nuevos patrones de desplazamiento dentro y fuera de las ciudades; pero también, debido a Uber, se instauraron nuevos espacios para abordar y bajar del vehículo, así como leyes para que los establecimientos designen lugares para los repartidores de aplicaciones. Además, físicamente, también hay un antes y un después del iPhone. Los teléfonos tenían teclados físicos, pantallas pequeñas, y limitadas funcionalidades. Después del iPhone, todos los teléfonos emplearon las pantallas táctiles y la capacidad de conectar aplicaciones.

Estas innovaciones se pusieron al servicio de muchos cambios sociales que llegaron con los años posteriores. Ejemplo de ello son las “primaveras árabes”, conocidas como la primera revolución digital, pues derrotaron dictaduras de décadas gracias a la nueva manera en la que comenzó a circular la información en redes sociales y la documentación de las noticias en tiempo real –una reinvención del periodismo ciudadano– hasta las revoluciones de “hashtags” como lo fueron #OccupyWallStreet, #BlackLivesMatter o #MeToo.

Si Flaubert había escrito que “todo lo que existe debe ser consignado en un libro”, ahora todo cuanto existe (los cuerpos haciendo la guerra o el amor, vestidos o desnudos, los paisajes, los sistemas bancarios, el trabajo y el entretenimiento, la guerra y la política) cabe perfectamente en una aplicación: después del iPhone, la batalla se concentrará en construir los mejores teléfonos para aprehender este y todos los mundos posibles.

La adultez

La segunda década del siglo inició con lo que las corporaciones han llamado “la aceleración tecnológica”. Para finales de 2023 ya existían 6.7 miles de millones de teléfonos en una población de casi 7.4 miles de millones. Y con la pandemia, muchas zonas en el mundo comenzaron a incorporar nuevas actividades con sus móviles en su vida cotidiana: desde el teletrabajo y la educación a distancia hasta las “fiestas por Zoom”, donde, a raíz del aislamiento, las personas se juntaban a través de la plataforma de videoconferencias para convivir en la virtualidad. Pero, como bien expresó Byung-Chul Han, la sociedad comenzó a cansarse porque carecemos de rituales y estructuras fijas, y porque otra pandemia, la de la depresión, se incrementó exponencialmente.

Aunque las compañías telefónicas aseguren que el teléfono no es malo en sí mismo, sino que resulta nocivo en tanto se le dé un mal uso, existen casos interesantes al respecto. En años más recientes, muchos dispositivos comenzaron a incorporar “filtros de belleza” en sus cámaras. Marcas como Vivo cuentan con teléfonos que tienen más de quince herramientas, entre las que se encuentran “adelgazar”, “blanqueado” o “remodelado facial”; Huawei y Honor cuentan con opciones como “tono”, que despliega ocho tipos de colores para cambiar la piel, entre los cuales el más oscuro es un café claro; Samsung tiene la opción “suavidad de piel” que sirve para eliminar arrugas, lunares y dar el efecto de una piel tersa. Cuando entrevisté a los directivos de Honor al respecto, dijeron que este “modo de belleza” solo está hecho para servir a las demandas de sus consumidores. Sin embargo, es ahora tu propio teléfono, a través de una cámara que utiliza inteligencia artificial (IA), el que dicta cómo te tienes que ver.

Ya hace casi una década el antropólogo australiano Assa Doron, al investigar sobre la influencia de los celulares en el norte de la India, propuso el término de “persona nodal” para definir a los usuarios de los teléfonos celulares: seres humanos capaces de reconstruir su imagen cada que sea necesario, para reedificar de manera constante sus vínculos con las cosas y con otras personas. En realidad, hoy nos convertimos en aquello en lo que la tecnología de nuestros celulares es capaz de hacer con nosotros.

Pero esto no ocurrió en todos lados y pareciera que donde no llegó el teléfono tampoco llegó ni la pandemia ni la crisis de salud mental. Tal es el caso de comunidades como Chilón, en el norte del estado de Chiapas en México. En esta comunidad cafetera y bordadora, donde no llega la señal telefónica y la única manera de acceder a internet es conectándose a la única red wifi que existe dentro de una fábrica, la gente había escuchado sobre un virus, pero en pleno 2021 seguía caminando por las calles sin tapabocas, se abrazaba, besaba y mantenía el rumbo normal de la vida. En esta comunidad también se relacionan con la belleza de otra manera: en más de dos meses de estancia, solamente vi a personas tomándose fotografías o selfis en las fiestas rituales o momentos muy particulares.

Por si fuera poco, la sociedad aún no se terminaba de recuperar por el terror de la pandemia cuando, de pronto, también empezó a acechar cada vez más un nuevo desafío bajo el concepto de “inteligencia artificial”. Ahora, las grandes compañías telefónicas ofrecen la incorporación de esta tecnología en sus dispositivos como la gran panacea, pues el teléfono ya no solo es una extensión de uno mismo, sino que también puede pensar por ti e, incluso, suplir a otras personas que te rodean.

En realidad, la IA no es más que un conjunto de algoritmos y modelos matemáticos que procesan datos para identificar patrones, aprender de ellos y tomar decisiones o realizar tareas sin intervención humana directa. Pero en una conferencia el historiador y filósofo Yuval Noah Harari sentenció que es la primera vez en la historia de la humanidad en que realmente nadie sabe cómo será el mercado laboral en una década. “Es el fin de la historia humana tal como la conocemos y estamos entrando en un nuevo capítulo con esta nueva era”, dijo.

Esta sensación de incertidumbre se incrementa al ver el lugar tan íntimo e imprescindible que ha tomado el móvil en nuestra cotidianidad. Basta con ver la fotografía “Señal”, ganadora del World Press Photo en 2014, de John Stanmeyer. En ella un grupo de migrantes africanos se encuentra en la noche a la orilla del mar en la ciudad de Yibuti levantando sus celulares en busca de señal de telefonía móvil de la vecina Somalia: la imagen es una cruel y compleja confirmación de que, en muchas ocasiones, estar conectado asegura mantenerse visible, estar vivo.

También pienso en que, gracias a las redes sociales, hemos sido testigos de primera mano de la guerra en Medio Oriente, la cual ha impulsado movilizaciones a nivel mundial sin precedentes, y que incluso sirvieron para que una periodista como la palestina Bisan Owda obtuviera el premio Emmy por su cobertura en un contexto de alta violencia contra quienes ejercen su oficio. A mi mente vienen también las mujeres trabajadoras sexuales de Brigada Callejera, una ONG en México que lucha contra la trata sexual y la defensa de sus derechos, y quienes han encontrado en WhatsApp y sus teléfonos las únicas herramientas para poder protegerse entre ellas mismas ante la ausencia de la seguridad del Estado.

Con este panorama de claroscuros, solo nos queda esperar a que este joven celular de veinticinco años haya aprendido de sus errores adolescentes para que su porvenir contribuya a que realidad virtualidad nos ayuden a todos y todas a vivir una vida mejor. ~

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(Beirut, 1997) es periodista especializada en tecnología y directora del Festival de Cine Libanés.


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