Los raros: Hermine Moos

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La muñeca a tamaño natural réplica de Alma Mahler es sin duda un episodio famoso de la historia del arte, pero yo recibo mi primera noticia sobre Hermine Moos mientras busco otra cosa, en un artículo de la página Public Domain Review sobre el amor trastornado de Oskar Kokoschka por Alma Mahler. La web se dedica a recoger imágenes interesantes que han quedado libres de derechos, y publica pequeños ensayos a partir de esas imágenes; el artículo que he encontrado va sobre la muñeca que Hermine Moos fabricó para el pintor cuando Alma ya había pasado a apellidarse Gropius y la relación entre ambos había acabado. Va ilustrado con cinco fotos. En una de ellas Moos aparece muy sonriente, mirando más allá de la cámara, captada en una pose natural y encantadora. La acompaña un ser chocante y también sonriente, si se acepta esa convención de que todas las calaveras del mundo están sonriendo: es el esqueleto de papel maché que iría dentro de la muñeca. En este punto se hace necesaria una explicación lineal: Alma Mahler (de soltera Schindler) se quedó viuda de Gustav en 1911, entre 1912 y 1915 mantuvo una relación amorosa con Oskar Kokoschka y en 1916 se casó con Walter Gropius. Kokoschka, lo aventado de cuyo carácter ilustra muy bien en este episodio, no podía soportar perder a su amante, así que se le ocurrió encargar una muñeca que se le pareciese lo máximo posible.

Aquí es donde la vida de Moos se cruza con la de Kokoschka. Se conservan las cartas que este le envió, en 1918, dándole instrucciones muy precisas sobre el aspecto que esperaba tuviese la muñeca. Al año siguiente, cuando recibió la muñeca acabada, le volvió a escribir otras tantas cartas quejándose de que parecía “un oso polar”. Es verdad que la muñeca, de las proporciones de una mujer, aparece recubierta de una especie de peluche disuasorio (“disuasorio” en cuanto a las intenciones prácticamente confesas de Kokoschka), por no hablar de su mirada de ídolo de civilización perdida. Hay que pensar que hacia el fin de la guerra no debía de ser muy fácil conseguir los materiales que se quisiese, pero es verdad que el aspecto general de la muñeca tiene algo inquietante, casi grotesco. Freud definió Lo siniestro, en un estudio publicado ese mismo año de 1919, como lo conocido que se nos manifiesta como espeluznante, y eso es lo que debió de sentir Kokoschka al recibir su encargo. En su libro Uncanny creatures, Cristophe Koné defiende que si la muñeca tenía ese aire grotesco es porque Hermione Moos se lo dio a propósito, para burlarse de Kokoschka. Parece una hipótesis interesante. También hay que fijarse en el subtítulo del libro de Koné: Doll thinking in modern german culture, porque nos da una pista sobre la larga relación de los alemanes con las muñecas. Precisamente en una edición de José de Olañeta que combinaba El hombre de arena −que desarrolla el amor de un humano por una autómata− de E. T. A. Hoffmann con Lo siniestro, leí el ensayito de Freud.

Pero estábamos con Hermine Moos, y volviendo a ella, sería interesante saber por qué Kokoschka la eligió para el trabajo, y qué supuso para ella aceptarlo. Leo por ahí algo tan interesante como que un retrato suyo de Luis III de Baviera ilustró en 1915 un cupón de la lotería con la que la Cruz Roja recaudaba dinero para los damnificados por la guerra, y me hacer pensar en los trabajos tan dispares que desempeñan los artistas al comienzo de sus carreras. Moos además fabricaba muñequitos de ganchillo. Parece que fue Lotte Pritzel, por entonces ya exitosa fabricante de muñecas, la que sugirió el nombre de Moos cuando ella misma lo declinó. Después del rechazo de Kokoschka, que de todos modos se quedó con la extraña muñeca, es difícil seguir el rastro de Moos, que en ese punto se encontraba de pronto en la dudosa situación de, a los treinta años, ser la artífice de una pieza asombrosa de la que todo el mundo hablaba y hablaría, y a la vez caer en inmediato en entredicho porque el artista que te la ha encargado la considera un fiasco. Lo que es fácil de encontrar es cómo su muñeca ejerció una gran influencia en artistas posteriores, por ejemplo en Hans Bellmer, que a su vez influyó en Cindy Sherman. Hay historias de la muñeca por todas partes, y sin embargo de Hermine solo encuentro que se empleó en el Museo Nacional Bávaro, en Múnich, y que murió al cabo de diez años por sobredosis de veronal. Otras búsquedas con su nombre nos llevan a las coordenadas de muerte de su madre, con los estremecedores datos de 1942 y Treblinka, y también lo que encontramos de su hermana es triste. No quiero insinuar que Kokoschka fuera el culpable de los derroteros que tomó después la vida de Moos: esta historia es apenas un fragmento minúsculo del prieto tejido de conexiones y acontecimientos que encontramos cada vez que nos fijamos en un hilo, en una vida humana, y de manera muy llamativa en aquella época tan movida en el hervidero europeo.

Sí resulta injusto el cabreo de Kokoschka con Moos, cuando esta se había tomado el trabajo de hacerle a la muñeca un esqueleto ¡que no se iba a ver! No sabemos si, como sostiene Koné, Moos quería burlarse de su pagador, pero es evidente que se tomaba su trabajo muy en serio, como una artista. Verla en esa foto tan sonriente me provocó una gran curiosidad por lo que habría sido de ella. Y no he averiguado mucho, pero aquí un recuerdo. ¡Hermine Moos! ~


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