Historia íntima de la revolución. Ecos de mayo del 68

El mayo francés a través de la literatura y el cine.
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Las protestas del mayo francés tuvieron dos focos iniciales: uno, en la Cinemathèque, en febrero, después de que el ministro de Cultura André Malraux destituyera a Henri Langlois al frente de la institución, y otro, en la Universidad de Nanterre, en marzo. A las protestas estudiantiles se unieron las de los cineastas y los disturbios comenzaron en las calles, los encierros se sucedieron en universidades y las huelgas en las fábricas. 1968 no fue solo el mayo de París, ni siquiera solo Europa: Japón, México, Estados Unidos vivieron sus propias revueltas, además de Praga. También en 1968 eta cometió su primer asesinato, España no estaba “en un contexto demográfico y cultural tan distinto”, ha dicho Ramón González Férriz en una entrevista a propósito de la publicación de 1968. El nacimiento de un mundo nuevo. Pero el mayo francés fue de las revueltas más icónicas y más rápidamente mitificadas y fagocitadas por el propio sistema al que pretendía derribar.

Las revueltas estudiantiles parisinas tuvieron apoyo y reflejo en el cine: el Festival de Cannes de ese año se suspendió en solidaridad con estudiantes y obreros. François Truffaut, Jean-Pierre Léaud o Simone Signoret, por citar solo algunos, se habían mostrado a favor de las protestas. Y aunque puede que las repercusiones del mayo francés se hayan exagerado, en parte por la idealización, a muchos de los protagonistas y testigos los cambió para siempre. Entre esos testigos de excepción está Anne Wiazemsky (Berlín, 1947-París, 2017). La nieta de Mauriac se había casado con el rebelde Jean-Luc Godard, después de haberle enviado una carta a la redacción de Cahiers du Cinéma en la que decía estar enamorada del hombre detrás de Masculin féminin. Wiazemsky aprendía a su lado: de cine, de películas, de política, de filosofía, de la vida. Godard la convirtió en una dulce dogmática maoísta en La chinoise. Pero, sobre todo, aprendía del amor. Las revueltas de mayo de 1968 revelaron las grietas que los separaban y las hicieron más grandes hasta mostrar diferencias irreconciliables. Es lo que cuenta Un an après, la continuación de Un año ajetreado –en la traducción de Anagrama–. En ese momento, Wiazemsky no era escritora ni tenía el propósito de serlo. Esa vocación le llegaría más adelante, cuando los directores dejaron de llamarla para que actuara en sus películas. Y estas memorias de juventud por entregas llegaron después de que su carrera como escritora estuviera ya consolidada. Un año ajetreado se lee como una novela de formación, también tiene algo de Pigmalión contado desde el punto de vista de ella, cosa bastante inusual. Estaba concebido ya como una parte de algo: “Al principio, tenía un proyecto más vasto que iba a llamarse Fragmentos. Pero me di cuenta de que no podía contarlo todo en una misma obra. Así que elegí centrarme en un año de mi vida, en el año en que mi vida dio un vuelco: el año en que conocí y me casé con Jean-Luc Godard. Un año lleno de dudas, dificultades y miedo a comprometerme.” Así, Un an après sería la segunda (y última) parte de ese proyecto. Wiazemsky no solo tenía una mirada atenta a lo que sucedía a su alrededor, poseía una gran capacidad de observación del mundo y era lo bastante inteligente como para darse cuenta de que era una privilegiada: no solo en un sentido económico y de circunstancias, también era una testigo privilegiada de la historia. Un an après, que no está traducida, es un ejercicio de generosidad: comparte sus memorias de esos días agitados y deja que el lector se asome al lado íntimo de la historia.

Godard y Wiazemsky se mudaron al Barrio Latino poco después de casarse. Ella siempre había soñado con vivir ahí y para terminar de convencer a su marido le dijo que había demasiados policías en la que había sido su primera casa. Como en el cuento de “La muerte en Samarra”, en su huida se encontraron con aquello de lo que huían. El fervor político de Godard ya había despertado y era recibido en La Habana como un héroe por los cineastas cubanos. La pareja se sumó a las protestas por la destitución de Langlois: “Las cosas fueron muy rápido bajo el impulso de Jean-Luc, Truffaut y Rivette, más decididos que nunca a que readmitieran a Henri Langlois. Los estudiantes se unían a los del cine, todos con ganas de plantar cara. Con frecuencia en el extranjero y bastante indiferente a lo que sucedía en Francia en el mundo universitario, yo no relacionaba la revuelta que reinaba en los campus americanos y la que veía en París. En cambio, Jean-Luc presentía que algo inédito estaba sucediendo en todas partes, Alemania, Checoslovaquia, Roma o Londres. Sus amigos estudiantes maoístas le daban la razón en ese sentido. Desde nuestra vuelta de Cuba, hablaba de revolución internacional. Nosotros casi no lo escuchábamos, centrados en nuestra misión de salvar a Langlois y la Cinemathèque. Era algo nuevo, alegre, fraternal y me divertía mucho en medio de mis mayores que tenían otra vez veinte años, como yo.”

Pero el ambiente festivo y la alegría con la que la joven Anne toma las primeras filas de las manifestaciones duran poco. La del 14 de febrero que había comenzado en el Palacio de Chaillot termina con un enfrentamiento violento entre policía y manifestantes. La noche del 3 de mayo, volviendo de una jornada de rodaje, Wiazemsky se acuerda de esa carga. Su casa está cerca de la Sorbona: “De pronto, salieron estudiantes de todas partes gritando y perseguidos por lo que me pareció que era un grupo de policías con casco, la porra en la mano y golpeando a discreción a los jóvenes que conseguían atrapar. Me paré en seco en el cruce del bulevar Saint-Germain y la calle Saint-Jacques, aturdida, paralizada de miedo, incapaz de echar a correr. Los estudiantes huían delante de ellos en dirección a la plaza Maubert, me empujaban. ‘No te quedes aquí, idiota’, me dijo uno, y trató de arrastrarme. Como seguía sin moverme, me dio un par de bofetadas antes de reanudar su carrera.”

La revolución irrumpe en la vida de la pareja. No solo porque los enfrentamientos tienen lugar prácticamente en la puerta de su casa, sino porque lo invaden todo, hasta su intimidad: la radio siempre está puesta en casa del matrimonio para no perder ni un detalle, Godard acoge a Jean-Jock, un camarada, que parece dispuesto a quedarse a vivir con ellos. Wiazemsky está enamorada del Jean-Luc cineasta, no del hombre comprometido. Por eso la entristece que el cineasta diga que reniega de todo su cine anterior, que va a dejar el cine, o cuando en un acto en Roma, en el que Bernardo Bertolucci ejerce de traductor del director franco-suizo, reprocha al resto de ponentes que sigan anclados en una idea trasnochada y romántica del cine, antes de abandonar el escenario como quien da un portazo. En Un año ajetreado Godard estaba orgulloso de que Anne fuera estudiante de filosofía y nada menos que en Nanterre. En Un an après Anne ya ha abandonado la facultad, y se sorprende al ver a uno de sus antiguos compañeros –Daniel Cohn-Bendit– liderando las revueltas, saliendo del país y volviendo de manera clandestina.

Godard anuncia que ya no cree en la figura del autor y que aboga por el cine colectivo: a partir de ahora, firmará como Grupo Dziga Vertov. Mientras, la pareja viaja a Londres, se reúne con los Beatles, rueda un documental con los Rolling Stones. Pero también viaja a Nueva York (donde Godard apenas sale del hotel) y a Quebec; pasa una temporada en el Polo Norte rodando un documental sobre una huelga a menos veinticinco grados. Ella recibe ofertas para filmar con Bertolucci, Pasolini o Ferreri; él se aparta del cine convencional. Ella se pasea en patines por el Barrio Latino, harta de caminar; él discute y escucha a los jóvenes maoístas con atención. Ella es una burguesa, él quiere hacer la revolución. Las huelgas y encierros terminaron en junio y en mayo de 1969; un año después, Godard trató de suicidarse. Era el principio del final de la pareja y Wiazemsky dejaba de ser esa observadora privilegiada: “A nuestros caminos profesionales, que ya habían comenzado a separarse, iba a añadirse lentamente una concepción diferente de la vida, del amor y de la muerte. Nuestra separación definitiva llevó más de un año, casi dos. Fue extremadamente dolorosa para mí y para él, aunque yo tomara la iniciativa. El triste final de nuestra historia fue banal y privado, dejé de ser un testigo privilegiado de la historia. No lo escribiré.”

En el libro de Wiazemsky también aparece Philippe Garrel, cuando el director invita a la pareja a un pase de su primera película (Godard dijo que ya no es necesario que haga películas porque ya las hace Garrel). Y Garrel sintió la necesidad de contar su versión de mayo del 68, también desde un lado íntimo y privado, en Les amants réguliers (2005). En una conferencia pronunciada en 2006 en Barcelona, el cineasta explicó que se dio cuenta de que el año 1968 había sido deliberadamente eliminado en la enciclopedia Hachette que le había regalado a su hijo mayor, que estaba a punto de cumplir veinte años. Pensó que tenía que dejar un testimonio de lo que sucedió para cuando ya no quedara ningún testigo vivo. Les amants réguliers es una reconstrucción de esos disturbios que, según Garrel, no duraron más de tres semanas. Godard le había producido un documental a Garrel sobre las revueltas, Actua 1. La idea era hacer contrainformativos que respondieran a los noticiarios oficiales. Esos negativos se perdieron. La primera parte de Les amants réguliers es la reconstrucción de esas imágenes perdidas, es decir, es un trabajo de memoria no sobre lo que sucedió sino sobre cómo lo había rodado. Aparecen las barricadas, los incendios y los enfrentamientos entre policía y estudiantes. La película sigue a los personajes después de las revueltas, sobre todo a François, que es poeta, no trabaja, fuma opio, vive en la mansión de un amigo rico y se enamora de una escultora. La segunda parte de la película es un retrato de grupo de esos jóvenes de veinte años no tan diferentes a los jóvenes de veinte años de casi cualquier época. Suena “This time tomorrow” de los Kinks en una secuencia que funciona como síntesis de lo que es ser joven y no saber qué esperar del futuro. La tercera parte se centra en la historia de amor entre François y Lilie. Lo emocionante de Les amants réguliers, una de las cosas que la hacen tan especial, es que quien encarna al protagonista es el hijo de Garrel, Louis Garrel, que es a la vez a quien el cineasta quería contar su versión de la historia de mayo del 68. Por eso la película tiene algo de transmisión de un legado que se muestra en toda su desnudez: esto es lo que hacíamos, así éramos, parece decir el director, y aunque no lo parezca, en realidad, no somos tan diferentes; fuimos jóvenes.

Les amants réguliers se rodó justo después de que Bertolucci filmara su homenaje a esos años y al cine de esa época en The dreamers, la historia de un estadounidense cinéfilo que conoce a Isabelle y Théo, mellizos, en la Cinemathèque. No es la única coincidencia entre las dos películas: Louis Garrel interpretó a Théo y el vestuario de la producción de Bertolucci se reutilizó en el filme del francés. Las dos películas, como ha señalado André Habib, “proponen, casi cuarenta años después de los acontecimientos, una visión interior y, añadiría, en interiores de mayo del 68. Además de su dimensión abiertamente autobiográfica, y a pesar de sus evidentes diferencias estéticas e ideológicas, las dos obras se unen en la insistencia de los cineastas para acampar a sus personajes en espacios íntimos privados, antes, después o durante los hechos de mayo”. Las dos películas, más claramente la de Garrel, comparten un modelo: La mamá y la puta (1973), de Jean Eustache, que recogía el espíritu sesentayochista.

El espíritu de mayo del 68 perduró en el tiempo, como viene a contar Olivier Assayas en Después de mayo (2012). No es difícil ver en el protagonista –un adolescente que quiere hacer cine y tiene amigos que aún queman coches y hacen pintadas y le reprochan que lea a Simon Leys contando los muertos de Mao en 1971– al propio Assayas.

Les amants réguliers y Un an après, además de ser dos acercamientos desde la intimidad a la historia, están unidos por sus autores: Garrel fue de los últimos directores con los que trabajó como actriz Wiazemsky. Ambas obras consiguen captar algo que cambió en mayo: la liberación de la mujer y el amor libre, que es uno de los pilares de la película de Eustache. Wiazemsky consigue que su relato vaya más allá del morbo inicial de descubrir a un Godard celoso y revolucionario y Garrel comparte algo tan íntimo como una conversación entre padre e hijo hecha película. Ese año pasaron más cosas, sí, pero con estos testigos y protagonistas se entiende que ninguna fuera tan icónica. ~

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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