El autoritarismo en marcha. Entrevista a Isabel Turrent

En esta conversación, la internacionalista interpreta el reciente acercamiento entre Rusia y Estados Unidos y hace una oportuna crítica al papel desempeñado por la Unión Europea en la guerra de Ucrania.
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Formada en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Isabel Turrent ha dedicado luminosas páginas –en publicaciones académicas y la prensa– a la historia reciente de Rusia, a las relaciones entre la URSS y América Latina en el siglo XX y a los saldos del bloque soviético. Penetrante analista de la política internacional, en esta conversación pone al día las pretensiones expansionistas de Vladímir Putin, interpreta el reciente acercamiento entre Rusia y Estados Unidos y hace una oportuna crítica al papel desempeñado por la Unión Europea en la guerra de Ucrania.

Se habla en la actualidad de autocracias o de liderazgos autoritarios, para definir gobiernos como el de Vladímir Putin. ¿Tú cómo lo definirías y cuáles dirías que son sus características?

Para entender gobiernos como el de Putin hay que ver de qué están hechos, cuáles son los objetivos y los cimientos de este tipo de regímenes. No es únicamente Putin, Irán y Venezuela han tomado la misma deriva. Para no hablar de la amenaza que se cierne hoy día sobre Estados Unidos: que Trump no solo admire a Putin sino que se vuelva como él.

Varios autores han descrito este tipo de gobierno con calificativos distintos: dictaduras posmodernas, oligarquías extractivas o autocracias cleptócratas. Tal vez podríamos regresar, como siempre sucede, a los clásicos. La definición más precisa de estos sistemas la dio hace más de un siglo Max Weber, quien los llamó “regímenes patrimonialistas”.

En primer lugar, en un régimen patrimonialista el poder está concentrado en una persona. No se trata, por tanto, de regímenes oligárquicos, sino personalistas. Su razón de ser es explotar las riquezas de la nación para beneficio propio. Su signo es la confrontación –la represión de sus opositores fronteras adentro– y la guerra contra sus enemigos, en el exterior. El combustible que los mueve es la corrupción. Los líderes autoritarios, como Putin o Trump, no distinguen lo público de lo privado, lo legal de lo ilegal, lo formal de lo informal y, sobre todo, no hacen distinciones entre lo que le pertenece a la nación y lo que les pertenece a ellos. Es decir, consideran suya la riqueza del país. No hay leyes que seguir ni normas internacionales formales que obedecer. Nada. Y esto me parece una característica muy importante.

Algo que el ahora socio de Trump, Elon Musk, debería tener en cuenta es que los líderes autoritarios se valen de los oligarcas, pero terminan desechándolos cuando ya no les sirven. Borís Berezovski, por ejemplo, fue el principal impulsor de Vladímir Putin y, años más tarde, lo exiliaron, lo despojaron de sus propiedades y, finalmente, un día amaneció ahorcado en su residencia de Berkshire, al oeste de Londres. Ese es el tipo de régimen que gobierna en Rusia desde 1999, cuando Putin llegó al poder.

Una cosa que me gustaría señalar es que casi todos estos regímenes –a excepción de China– tienen como característica central que gobiernan muy mal. Y ahí se inicia el círculo vicioso: el descontento crece y la represión (la única respuesta que las dictaduras cleptócratas han encontrado para enfrentar el descontento) aumenta; la corrupción –para comprar la lealtad de los oligarcas que rodean al dictador– se multiplica y la democracia desaparece.

Recientemente vimos un acercamiento –otros dirían: una alineación– entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia. ¿Qué busca Putin en esta alianza?

La política del presidente ruso frente a Trump es de corto plazo. En primer lugar, Trump está a punto de cumplir 79 años y, en segundo, dado que la democracia estadounidense sigue funcionando, puede perder el control de la Cámara o del Senado en las elecciones parlamentarias de 2026. Putin sabe que no va a tener a Trump por más de cuatro años y sus objetivos próximos son ocupar Ucrania o, al menos, las cinco provincias que con un descaro increíble ha rebautizado como Nueva Rusia o Novorossiya. También pretende finalmente, y con ayuda de Trump, lograr dos metas que ha acariciado por décadas: acabar con la Unión Europea y destruir la OTAN. Eso es en el corto plazo, pero no debemos perder de vista que el gobierno ruso es además una potencia imperialista. Es decir, Putin ha envuelto su proyecto en una ideología mesiánica cuyo fin es reconstruir el Imperio zarista –de Pedro el Grande o los Romanov–, dentro de las fronteras de lo que fue la Unión Soviética. Podemos decir que es un proyecto híbrido: por un lado, Putin considera que la desaparición de la Unión Soviética es el mayor cataclismo geopolítico del siglo XX y, por el otro, pretende reconstruir el Imperio zarista en el viejo territorio de la urss, Ucrania incluida.

Ya que tocas el tema de Ucrania, ¿cuál es tu diagnóstico de lo que ha sucedido a últimas fechas con el abandono de Estados Unidos? ¿La Unión Europea pudo haber hecho más en este conflicto?

La Unión Europea tiene un problema político que arrastra desde su fundación. Carece de una política exterior y una política de defensa unificadas. Ya lo había advertido Emmanuel Macron desde 2017, año en que asumió la presidencia de Francia: que, mientras no tuviera capacidad militar y una política exterior coherente, la Unión Europea iba a presentar un frente fragmentado y débil ante el mundo. También habría que considerar que, un año antes, Gran Bretaña había abandonado la Unión Europea y eso debilitó aún más la posibilidad de un frente militar unido europeo. Con ese panorama, el apoyo de la UE a Zelenskii ha sido básicamente declarativo: cada país del continente, fuera o dentro de la Unión Europa, se ha comprometido a ayudar a Ucrania con créditos o armas bilateralmente, y le han dado una ayuda considerable, pero no en bloque y siempre dependiendo del paraguas militar norteamericano. Lo que debieron haber hecho, a mi parecer, es haberle abierto a Zelenskii las puertas de la UE, lo que no podía considerarse estrictamente un desafío militar aunque sí un apoyo político disuasor frente a Rusia. Pero no se atrevieron y dejaron a Ucrania al filo de la navaja.

Una cosa sorprendente es la estatura política que ha adquirido Volodímir Zelenskii, que pasó de ser un comediante a un estadista que ha enfrentado con inmenso valor y astucia el ataque ruso. Desafortunadamente, Zelenskii habla desde los márgenes de la Unión Europea, habla en calidad de invitado, como lo hizo en la Conferencia de Múnich. De ahí que sea muy grave que Europa haya dejado fuera a Ucrania, por no hablar de que el apoyo siempre estuvo condicionado: no se le brindó el armamento más sofisticado, ni se le permitió defender los cielos de Ucrania, bombardeada de manera inclemente todos los días, ni atacar desde sus fronteras las plantas de misiles o plataformas de lanzamiento de drones que estuvieran en territorio ruso.

Los europeos están obligados a reenfocar su relación con Estados Unidos. Tienen que desarrollar la capacidad de tener una fuerza militar propia, de defenderse a sí mismos y no estar dependiendo del manto protector de Estados Unidos.

¿Crees que vaya a definirse una nueva relación entre Rusia y la Unión Europea?

Yo francamente no veo esa relación. Rusia siempre ha querido acabar con Europa y no alcanzo a ver en qué terreno común pueden encontrarse los europeos y los rusos hoy en día. No existe un comercio muy grande entre ellos. Alemania, es verdad, optó por cerrar sus plantas nucleares y decidió depender del gas ruso, pero claramente se trató de un error. Además, ese nivel de dependencia alemán no lo tienen todos los países de Europa. La Unión Europea, por tanto, tendrá que lidiar con estos casos de dependencia económica –porque militar no existe– para presentarse como un frente común.

¿Qué papel juega China en este tablero mundial, tomando en cuenta que Rusia ha hablado de ella en términos de una “aliada”?

A menudo Trump habla de China como si hablara de su principal enemigo geopolítico, pero al mismo tiempo subraya la buena impresión que tiene de Xi Jinping. De hecho, también ha dicho que Xi Jinping lo respeta porque “sabe que estoy jodidamente loco”.

Lo que Trump ha perdido de vista es que China ha sido la principal aliada de Putin desde hace años, particularmente en el conflicto con Ucrania, que puso a buena parte del mundo en su contra. Si bien es cierto que China no ha enviado soldados al frente de batalla ucraniano, también lo es que Corea del Norte no habría mandado elementos militares a la guerra sin contar con el respaldo chino.

Trump está muy equivocado si piensa que Putin va a traicionar a China, la segunda potencia económica del mundo. Aventurándome en lo que creo que va a suceder, y puedo estar equivocada, si Trump sigue actuando de una manera tan irracional como lo ha hecho hasta el día de hoy, en algún momento puede llegar a enfrentarse con una coalición de Rusia y China. Pero, cuando uno escucha a Trump, resulta que esa posibilidad no aparece por ningún lado. No se le ha ocurrido.

¿Consideras que debemos dar por muerto el internacionalismo liberal basado en reglas, para dar la bienvenida a un nuevo orden bajo el mandato de los hombres fuertes?

Yo creo que no, creo que eso no debe aceptarse como un hecho, porque debemos tener valores universales, líneas rojas que no debemos pasar. De otro modo, ¿con qué criterios juzgar al otro? Es decir: ¿vamos a aceptar como válido que un país viole la soberanía de otro? Si vamos a aceptar eso, cualquier país está en riesgo. Si tú consideras que la soberanía de los países no existe, das entrada a que los pueblos invadidos puedan defenderse con cualquier medio. Y esa es la receta para el caos. Personalmente me considero liberal, creo que los derechos humanos, los valores de las personas y la idea del progreso son válidos. Considero también que las normas que han regido al mundo de 1945 hasta la fecha han logrado la paz, aunque haya sido sido de manera relativa. Desde luego que ha habido estallidos en distintos lugares, pero el internacionalismo liberal puede considerarse un medio eficaz de solución de conflictos.

Ya sea a través de la diplomacia, los medios oficiales rusos o los bots de las redes sociales, la influencia rusa ha ido extendiéndose por el globo. ¿Cuáles crees que, en ese sentido, sean los próximos pasos de Rusia?

En los próximos años, la influencia rusa va a crecer alrededor del mundo. ¿Hasta dónde? Hasta donde los dejen. Los rusos no hacen propaganda a la luz del día, a favor de un candidato nazi en Alemania, como lo hizo nada menos que el vicepresidente de Estados Unidos recientemente en aquel país. El peligro de las intervenciones rusas es que trabajan de manera secreta y tienen una experiencia de centurias. Desde los zares, Rusia tenía infiltrados en todos los países europeos. Europa estaba llena de “agentes dobles”. Esa capacidad de espionaje la mantuvo la Unión Soviética durante el siglo XX: el nivel de información que recibía Stalin gracias a sus “agentes dobles” era impresionante. Lo que fue la KGB, y ahora se conoce como el Servicio Federal de Seguridad (FSB), funciona igual. Putin le pidió a Trump que se restablecieran relaciones diplomáticas con los países que habían roto con Rusia y que se reabrieran las embajadas. ¿Por qué? Porque son centros de espionaje. Manejan su injerencia en todos los niveles: agentes, pero también campañas de desinformación. Está, por supuesto, el canal de noticias RT, pero también los bots y los trolls de redes sociales. Es sorprendente cómo algunos de estos bots se hacen pasar, por ejemplo, por ucranianos que desacreditan a Zelenskii desde sus cuentas de X. Esta manipulación en redes se va a agudizar y va a ser cada día mayor.

¿Cuál es el presente y futuro de la oposición dentro de Rusia?

Hay que distinguir entre el modo en que Stalin trataba a la disidencia soviética, con medios brutales y desalmados, y la manera en que lo hacían líderes como Leonid Brézhnev y quienes le siguieron. Estos últimos toleraban una franja de disidencia. Permitían la circulación de samizdat, es decir: de las ediciones informales de manuscritos que hacían los disidentes. Por más aislada y controlada que estuviera, existía una disidencia. Sin embargo, frente a los disidentes, Putin ha optado por un método como el de Stalin. A Mijaíl Jodorkovski –en su momento el hombre más rico de Rusia, que modernizó y occidentalizó a Yukos, una gran empresa petrolera– le expropió su empresa y lo metió nueve años en prisión. Más tarde lo liberó y lo expulsó del país. El ajedrecista Garri Kaspárov, otro opositor político, ha tenido que vivir fuera de Rusia después de padecer detenciones y cárcel. Y esos son los que han tenido suerte.

Si yo fuera un disidente ruso, lo que querría es salir corriendo a algún país occidental: en Rusia, no solo arriesgas tu vida sino que no tienes manera de comunicar tu mensaje. La propaganda oficial domina todos los medios de comunicación, porque el gobierno acabó con los medios independientes, como Dozhd (Lluvia). En todo ese inmenso territorio, el público ruso no tiene otra fuente de información más que la gubernamental.

No puedes mover a nadie. Alekséi Navalni trató de hacerlo y acabó muerto. Lo mejor que puedes hacer es salir. Es casi una broma hablar del “futuro de los disidentes”, porque o les envenenan el té –una de las actividades más peligrosas del mundo es tomar té con Putin– o les envenenan las ropas –como a Navalni– o terminan cayéndose de los balcones. Es una cosa rarísima: en Rusia hay una epidemia de mareados, entre ellos, bailarines de ballet clásico que uno pensaría que son unos artistas del equilibrio. Uno de los últimos que se cayeron de un balcón fue un famoso bailarín –Vladímir Shklyarov–, que había osado criticar a Putin. Entonces la disidencia dentro de Rusia no existe.

¿De dónde tendría que venir el cambio dentro de Rusia?

Es un proceso que va a llevar mucho tiempo. Todos los países pierden oportunidades doradas y la oportunidad dorada que perdieron los rusos fue primero con Mijaíl Gorbachov, que realmente estaba dispuesto a asumir un compromiso con los países occidentales y sacar a la economía rusa del hoyo en el que estaba, que era el reino de la escasez. Con políticas como la perestroika o la glásnost, Gorbachov podría haber dado inicio a la modernización económica y al establecimiento de una democracia liberal en Rusia. Pero no solo se desperdició esa oportunidad sino que prácticamente han borrado su nombre de la historia. Más tarde, también Borís Yeltsin tuvo una oportunidad dorada porque tenía un apoyo popular enorme, pero se corrompió y terminó entregándole el poder a quien sabía que no lo iba a traicionar, Vladímir Putin. ¿Cuándo se dará una nueva oportunidad? Francamente no lo sé. No se me ocurre un escenario próximo. Si el país cayera en una recesión económica o si Putin fracasara en Ucrania, la oligarquía que sostiene al gobierno podría dividirse en facciones opositoras. Probablemente de ahí surgiría un cambio, pero mientras Putin viva es un escenario imposible en el corto plazo. ~


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