El juego de Sheinbaum

La próxima presidenta llega con un valioso bono electoral al cargo, pero también se enfrenta a un tablero con muchas piezas heredadas y una promesa de continuidad. ¿Podrá aprovechar las ventajas obtenidas en los comicios para hacer un gobierno propio? Solo el tiempo lo dirá.
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Dada la enorme aceptación popular que tiene el lopezobradorismo y la manera en que esa aceptación se transformó en votos, México entrará a una etapa distinta de modelo gubernamental y de desarrollo. No soy optimista al respecto, pero mi tema no será, por el momento, la vulnerabilidad de la democracia o las libertades; esta vez trato de observar y describir el nuevo tablero. Claudia Sheinbaum, la próxima presidenta, sale a una cancha ideológica, partidista e institucional diseñada por su antecesor Andrés Manuel López Obrador, pero hará su propio juego tanto en términos de poder como en el terreno de las políticas públicas.

Lo primero a destacar es que, aunque Sheinbaum es heredera y continuadora del lopezobradorismo, su candidatura obtuvo más votos que los obtenidos por López Obrador. Las razones e implicaciones las exploraré en otro texto, pero mis motivos para considerar esos números parte del juego se deben a que constituyen un bono simbólico que impulsa a la morenista frente al presidente saliente. Por ella votó más clase media y alta de lo que se esperaba y eso puede modificar las relaciones entre agentes sociales y de poder.

Hablemos del tablero. Ella llega a una partida ya empezada, con jugadores no elegidos y con fichas heredadas, pero nada le impide darle una nueva personalidad a su participación y decidir sobre los riesgos que toma, sobre las prioridades que asume y sobre los enemigos que hace. Es cierto que en la mesa ya se encuentran el crimen organizado, los organismos internacionales, la relación con Estados Unidos, el Tratado de Libre Comercio, los mercados financieros, los medios de comunicación y las fuerzas armadas, por mencionar algunos de los jugadores más independientes, pero también es verdad que ella llega con fichas muy ventajosas para el tránsito de cualquier decisión gubernamental. Sheinbaum tiene seis buenas cartas:

1. Un partido adulto y predominante. Morena ya no es un movimiento. Morena es un partido gobernante que ha mostrado capacidad de organización, que ha seducido a liderazgos regionales y nacionales de otros partidos y que es capaz de ganar diputaciones, regidurías, alcaldías, gubernaturas y el espacio federal completo. Tiene candidatos, tiene una dirigencia que disciplina los disensos, tiene gobiernos y recursos económicos. Morena es una organización vigorosa y adulta y es el partido que acompañará a Sheinbaum. Hoy ella es la heredera y se le inclinan. ¿Cuánto tiempo tardará en ser la jefa? Depende de su capacidad para ejercer el poder, del tipo de influencia que ejercerá López Obrador y de su habilidad para convertir en suyos a los legisladores morenistas que se sientan autosuficientes o ligados al carismático líder.

Pero no solo es un partido institucionalizado. Es un partido predominante, como lo fue otrora el PRI, con mayorías aplastantes, pero con la diferencia de haberlo logrado en democracia y sin el rechazo que persiguió al tricolor. Mientras que los priistas se esforzaban, a partir de los setenta, por robustecer su legitimidad para mantener la gobernabilidad y hacer frente al descrédito cada vez mayor, Morena no tiene un déficit de credibilidad ni incentivos para ser incluyente. Como mucho, requiere mantener el impacto de su discurso y en esta elección mostró que tiene con creces los recursos para ello.

2. Sus propios caciques. Derivado de lo anterior y de la votación del 2 de junio, Sheinbaum presidirá un país guinda, una nación de gobernadores emanados de su partido. No es menor. La pluralidad política federal nació en los estados, que se acostumbraron a la alternancia dentro de sus límites territoriales y a la negociación con partidos distintos en la federación. Eso se acabó. Morena y sus aliados tienen mayorías legislativas locales, mayorías municipales en veintiún estados y encabezan veinticinco gobiernos estatales. ¿Cómo hará la presidenta para que en este juego los líderes locales de Morena y los exlíderes de otros partidos sumados a la llamada cuarta transformación sean piezas que sumen y no que resten? ¿Usará el juego político, el presupuestal, el partidista?

3. La Constitución en la bolsa. La Constitución es un marco que encuadra el comportamiento de las autoridades, pero eso no es así cuando la autoridad puede modificarla sin obstáculos y ese es el caso del próximo gobierno mexicano. Es muy probable que Morena y sus aliados obtengan una supermayoría legislativa –es decir, más de dos tercios de las cámaras– o al menos que les sea más sencillo alcanzar esa proporción. Eso significa que posiblemente tengan en sus manos la Constitución y, por ende, el diseño nacional. Si quisieran, podrían abolir el mismísimo poder legislativo. No afirmo que lo harán, pongo el caso extremo para ilustrar el poder que poseen pues basta con que redacten una ley o reforma para que se vuelvan norma y realidad. Ahora bien, Morena no es monolítico y, aunque suena improbable, no resulta imposible que haya diferencias entre los poderes legislativo y ejecutivo, sin importar que ambos sean Morena. Dentro de ese partido hay distintas expresiones y no todas son incondicionales ni aplaudidoras de Claudia Sheinbaum. Su alineación dependerá de la influencia de López Obrador (a favor o en contra de la presidenta) y de la capacidad de atracción que pueda ejercer la nueva mandataria. El juego de Sheinbaum, además, puede incluir a otras fuerzas políticas aunque no las necesite, pues una parte de la población de sectores de clase media y clase alta confió en ella y su potencial, lo que se traduce en un bono para decisiones inclusivas. El tablero cambió y con este el juego. Sheinbaum puede, además, cambiar la estrategia.

4. Una capa de intocabilidad. Al tener el Congreso de su parte, el poder ejecutivo se cubre de un velo de intocabilidad pues no solo puede suprimir o modificar las instituciones que lo obstaculicen sino que deja de rendir cuentas al legislativo. La labor fiscalizadora de los legisladores será una labor protectora. Llamar a cuentas a un miembro del gabinete del partido afín en estos contextos se usa para magnificar un discurso de autoelogio. Es difícil pensar que los diputados y senadores de Morena abrirán la puerta a la crítica o a la revisión del gobierno morenista.

5. Andrés Manuel López Obrador. El tabasqueño es una pieza fundamental. López Obrador construyó el movimiento que devino partido y gobierno y puede mantener como expresidente1 una ascendencia importante sobre los representantes y funcionarios de ese instituto político, pero no solo eso: también puede ser influyente sobre ciudadanos con voz o capacidad de movilización. Esto resulta perjudicial para la democracia y para la presidenta, pero también puede ser útil si ambos, sobre todo él, se conducen con responsabilidad: López Obrador podría respaldar políticas públicas difíciles de digerir (una reforma fiscal, por ejemplo), asumir responsabilidades que aligeren costos políticos y ser funcional en el acercamiento con presidentes de otros países, principalmente en la América menos democrática.

El escenario sombrío con un López Obrador aún activo e influyente no necesita explicación: contemplaría la parálisis de la presidenta o la división del gobierno. El peor escenario, muy improbable pero no imposible, es el de la revocación de mandato producto de una violenta ruptura con un expresidente que mantiene el poder.

6. Ella misma. Por supuesto, Sheinbaum cuenta con ella misma y eso implica su estilo personal de hacer política y también su forma de elegir y mandar sobre su equipo. Hay una impresión positiva generalizada sobre la cualificación de la gente que la rodea y la competencia de quienes estarían en su gabinete, pero aún no se prueban en secretarías de Estado y, además, hay poca claridad sobre los nuevos nombramientos. Como sea, ese equipo es la primera salida de Claudia Sheinbaum en la mesa de juego y dará forma al gobierno de los próximos años para cambiar o mantener las tácticas en educación, energía, salud y seguridad. Sobre ella puedo escribir poco. No había indicios en su vida política y profesional de grandes dotes para negociar con las fuerzas del partido (es la razón por la que otros equipos le ganaron en la capital del país y de la parálisis legislativa en esa entidad), pero durante el proceso electoral se vio a una Sheinbaum pragmática y exitosa en la negociación partidista de varios estados. Ese es un indicador ya presente, pero el más fuerte es el de las lecciones históricas: cuando alguien tiene casi todo el poder, lo busca todo. ~


  1. Me refiero exclusivamente a su papel como expresidente. El impacto de su decisión para utilizar las nuevas mayorías legislativas en su último mes de mandato es una mala señal, pero lo hace todavía en su carácter de presidente. ↩︎
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es politóloga y analista.


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