Isabel Turrent en el aula / En memoria de Isabel Turrent

Isabel Turrent enseñaba con ética, curiosidad y rigor. Cada lección era un ejercicio de pensamiento crítico, un recordatorio de que la libertad y la dignidad se conquistan y se cuidan frente a la simulación y el poder. Por Javier Treviño
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Los testimonios coinciden en que fue una mujer libre, una lectora voraz y una profesora excepcional. En la casa familiar disfrutaba los libros como ninguna otra cosa. Devoraba, aseguran sus hijos, no obras sino bibliotecas. En el aula, contagiaba a sus alumnos el rigor del análisis y el amor por la literatura. Fue generosa con todos, especialmente con sus lectores, a quienes ofreció, desde las páginas de Letras Libres y Reforma, una mirada crítica sobre los acontecimientos, en una prosa clara e inteligente, que apelaba a la historia y dejaba ver un compromiso auténtico con la libertad. Su sensible fallecimiento el 18 de junio de este año representa una irreparable pérdida para la cultura mexicana. Sirva este homenaje para recordar su legado.

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Con profunda tristeza me enteré del fallecimiento de Isabel Turrent, una figura luminosa en el ámbito intelectual mexicano, cuya memoria guardo con particular afecto y admiración. Tuve el privilegio de ser su alumno en el curso de “Historia de la Unión Soviética” en El Colegio de México, a principios de la década de los ochenta. Yo estudiaba la licenciatura en relaciones internacionales. Aquellas clases, rigurosas y apasionantes, me marcaron profundamente. Isabel no solo enseñaba historia: la vivía, la interrogaba, la transmitía con una claridad excepcional y una convicción que inspiraba.

Su inteligencia aguda, su erudición y su integridad académica eran evidentes en cada sesión. Con ella aprendimos que el estudio del pasado era también una forma de comprender el presente y de cultivar el pensamiento crítico. Recuerdo sus análisis sobre la Revolución rusa, sus lecturas finas de los procesos políticos y sociales, y su exigencia intelectual, que nos impulsaba a pensar más allá de los lugares comunes.

Además de una larga lista de libros y artículos, durante el curso leímos La muerte de Iván Ilich, de León Tolstói, y El doctor Zhivago, de Borís Pasternak. Turrent nos ayudó a entender cómo esas novelas nos abrían ventanas profundas y conmovedoras a diferentes épocas de la sociedad rusa, revelando verdades universales sobre la condición humana, el impacto de los cambios sociales y la búsqueda de sentido en la vida.

En las discusiones en clase, sobre estas lecturas, pudimos extraer lecciones cruciales para comprender la Rusia zarista y la turbulenta era de la guerra civil posbolchevique. Y hoy nos ayudan reflexionar sobre la Rusia contemporánea.

Publicada en 1886, La muerte de Iván Ilich es una crítica mordaz a la superficialidad y la hipocresía de la clase media y alta en la Rusia zarista. Las clases con nuestra profesora nos permitieron entender:

1. La deshumanización de la burocracia y la sociedad. Tolstói expone cómo las relaciones humanas se vuelven transaccionales y superficiales, dominadas por el estatus y el decoro. La enfermedad y la muerte de Iván Ilich revelan la soledad inherente a una vida vacía de conexiones auténticas.

2. La crítica al materialismo y la búsqueda de la felicidad externa. Ilich basa su felicidad en la posesión de objetos y la aprobación social, lo que lo lleva a un sentimiento de frustración, falta de reconocimiento, pérdida de ilusiones a medida que la vida avanza. La novela nos recuerda que los bienes materiales no producen bienes espirituales ni una verdadera realización.

3. La negación de la mortalidad y la confrontación con la verdad. La obra muestra cómo Iván Ilich y su entorno evitan confrontar la realidad de la muerte, viviendo en una mentira incesante. Solo, al final de su vida, en medio de un sufrimiento insoportable, Iván Ilich se ve forzado a un examen de conciencia que cuestionaba si su vida entera habría sido una equivocación.

El doctor Zhivago, publicada en 1957, es una epopeya que abarca décadas de la historia rusa, desde los años previos a la Revolución de Octubre de 1917 hasta la cruenta guerra civil y los primeros años del régimen soviético. Con la maestra Turrent aprendimos a reflexionar sobre:

1. El sufrimiento del individuo ante fuerzas incontrolables. Zhivago es un hombre sensible y reflexivo, cuya vida personal y artística es constantemente arrasada por la vorágine de la guerra y la Revolución. La novela ilustra cómo las ideologías totalitarias y la violencia extrema deshumanizan y destruyen la vida de los ciudadanos comunes. Pasternak, a través de Zhivago, ilustra la búsqueda humana de mantener la dignidad cuando todo está en contra.

2. La brutalidad y el caos de la guerra civil. La obra retrata escenas de extrema violencia, hambruna y desintegración social, en las que los códigos de la civilización humana se han venido abajo. Se vivía según la ley de la selva. La cruda descripción contrasta con la visión idealizada de algunos personajes sobre la Revolución.

3. La primacía de la vida personal y el arte sobre la ideología. A pesar de las presiones y la persecución, Zhivago se aferra a su amor por Lara y a su poesía como formas de resistencia y de afirmación de la individualidad. La novela cuestiona la ética soviética del sacrificio del individuo por el sistema comunista.

En nuestro curso descubrimos que la verdadera libertad y la expresión humana residen fuera de los dictados del Estado. Las lecturas del curso ponían en evidencia cómo la promesa de liberación de la Revolución rusa no condujo a la libertad, sino a una nueva forma de esclavitud. Las novelas de Tolstói y Pasternak, a pesar de sus contextos históricos distintos, resuenan en la Rusia contemporánea. Ofrecen advertencias y reflexiones atemporales. Reclaman, desde diferentes ángulos, el valor del ser humano libre frente al peso de las instituciones, los sistemas ideológicos o el miedo social. Sus enseñanzas siguen vivas ante una Rusia actual cuya sociedad enfrenta de nuevo al autoritarismo, la guerra y la búsqueda de identidad.

Yo creo que si hoy estuviéramos sentados en la clase de Isabel Turrent, discutiríamos precisamente esos aspectos. Tanto La muerte de Iván Ilich como El doctor Zhivago son más que simples relatos históricos; son parábolas atemporales sobre la búsqueda de significado, la fragilidad de la vida y el impacto de las fuerzas sociales en el destino individual. Sus enseñanzas, enraizadas en la experiencia rusa, trascienden las fronteras y las épocas, ofreciendo una profunda reflexión sobre la sociedad, la política y la condición humana que hoy día sigue siendo relevante para Rusia, México y el mundo entero.

Más allá del aula, Isabel Turrent dejó una huella profunda como investigadora y como ensayista. Su obra académica –siempre rigurosa, siempre lúcida– contribuyó decisivamente a la comprensión de la historia rusa y de los grandes dilemas ideológicos del siglo XX. Sus textos periodísticos, por su parte, revelaban a una pensadora comprometida con la claridad, la libertad y la verdad, cualidades cada vez más escasas y por ello más valiosas.

Como analista de la política internacional y de fenómenos culturales, subrayó la importancia de comprender lo global para explicar lo local. Sus textos aclaran que México solo puede entenderse verdaderamente si se mira también hacia afuera, superando el ensimismamiento y el provincianismo frecuentes en la vida pública del país.

Una constante de su pensamiento fue la denuncia de la corrupción, la simulación y la injusticia. Turrent defendió principios no negociables, alzando la voz contra la demagogia y la superficialidad en la vida pública y en los medios de comunicación. Sus ensayos y columnas exploran la democracia y las amenazas que se ciernen sobre ella –el autoritarismo, los rezagos históricos y las tentaciones populistas–, a la vez que argumentan la necesidad de un Estado de derecho genuino y una ciudadanía activa, informada y crítica.

Fue la profesora universitaria ideal. Se distinguió no solo por su profundo dominio de la materia, sino por una serie de cualidades humanas y pedagógicas que la convertían en una verdadera mentora. Poseía una pasión contagiosa por la enseñanza que se irradiaba en cada clase. Despertaba la curiosidad y el amor por el aprendizaje en sus alumnos. Era empática y observadora, capaz de discernir las diversas realidades y necesidades de sus estudiantes, adaptando sus métodos para llegar a cada uno de nosotros.

El rigor académico de Isabel se combinó siempre con una mente abierta. Fomentaba el pensamiento crítico, la investigación y el cuestionamiento constante, en lugar de la mera memorización de fechas y eventos. Más allá de los conocimientos técnicos, durante nuestras conversaciones dentro y fuera de clase, esta profesora ideal nos enseñó valiosas lecciones de vida: la importancia de la resiliencia ante el fracaso, el valor de la colaboración y el trabajo en equipo, la ética de la honestidad intelectual y la responsabilidad social. Nos inculcó la disciplina, la puntualidad y la capacidad de autocrítica, pero también la confianza en nuestras propias habilidades y el coraje para perseguir nuestros sueños, preparándonos no solo para una carrera, sino para una vida plena y significativa.

William Butler Yeats decía que “la educación no es llenar un cántaro, sino encender un fuego”. Esta cita capta profundamente la esencia de una gran profesora universitaria como Isabel Turrent: no solo buscaba transmitir conocimientos, sino inspirar curiosidad, pensamiento independiente y pasión por el descubrimiento. Hoy, al despedirla, quiero rendir homenaje a su legado. Fue para muchos de nosotros una maestra en el sentido más pleno de la palabra: una guía intelectual, una conciencia crítica, un ejemplo de coherencia y de pasión por el conocimiento. Su ausencia deja un vacío, pero su pensamiento y su obra seguirán acompañándonos, como lo han hecho desde aquellas aulas de El Colegio de México en las que, con generosidad y rigor, nos enseñó a mirar la historia con inteligencia y con alma. ~


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